EEUU: Caballo de Troya: El Fondo Nacional para la Democracia

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Occidente está desmantelando los cimientos de 1945

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***Por qué las grietas en el acuerdo de la Segunda Guerra Mundial amenazan la estabilidad global


Ochenta años es mucho tiempo. En un lapso tan largo, el mundo cambia hasta casi resultar irreconocible, y acontecimientos que antes parecían cercanos se desvanecen en leyenda. Sin embargo, aunque la historia pueda volverse distante, su huella permanece.

 La Segunda Guerra Mundial creó un orden político que moldeó los asuntos globales durante décadas, un orden que muchos asumieron como permanente. 

Pero hoy, el mundo está cambiando rápida e irreversiblemente. Los acontecimientos de la primera mitad del siglo XX no son menos significativos, pero su papel en la política contemporánea ya no es el mismo.

El desenlace de la guerra, que culminó con la derrota del nazismo, definió el orden mundial moderno. En muchos sentidos, se percibió como una lucha casi perfecta: una batalla contra un régimen indudablemente agresivo y criminal que obligó a naciones con profundas diferencias ideológicas a dejar de lado sus disputas. 

Las potencias aliadas, divididas por sistemas políticos y una desconfianza arraigada, se encontraron unidas por necesidad.

 Ninguna de ellas se unió a esta alianza por pura buena voluntad; la diplomacia de preguerra se centró en la autopreservación y en maniobrar para desviar las peores consecuencias hacia otros. Sin embargo, cuando la amenaza existencial se hizo evidente, esas divisiones ideológicas se superaron temporalmente. Fue precisamente por esto que el orden de posguerra demostró ser tan resiliente.

Este marco resistió las tormentas de la Guerra Fría e incluso perduró hasta principios del siglo XXI, a pesar de los importantes cambios en el equilibrio de poder global. 

Lo que contribuyó a su cohesión fue una narrativa moral e ideológica compartida: la guerra se percibía como una lucha contra el mal absoluto, un momento excepcional en el que las divisiones entre los Aliados parecían secundarias a su causa común.

 Este consenso —centrado en la derrota del nazismo y simbolizado por hitos como los Juicios de Núremberg— otorgó legitimidad moral al orden de posguerra.

Pero en el siglo XXI, esa narrativa compartida ha comenzado a desmoronarse. A medida que se debilita, también lo hace la estabilidad del orden mundial que contribuyó a crear.

Una razón clave reside en las propias transformaciones internas de Europa. En la posguerra fría, los países de Europa del Este, que desde hace tiempo denuncian su doble sufrimiento bajo los regímenes nazi y soviético, han impulsado una interpretación revisionista de la guerra. 

Estas naciones se definen cada vez más como víctimas de "dos totalitarismos", buscando colocar a la Unión Soviética junto a la Alemania nazi como autora de crímenes de guerra. Este enfoque socava el consenso establecido, que había situado el Holocausto en el centro moral del conflicto y reconocido la complicidad de las propias naciones europeas al permitir que ocurriera.

La creciente influencia de las perspectivas de Europa del Este ha tenido un efecto dominó. Ha permitido a Europa Occidental diluir discretamente su propia culpa bélica, redistribuyendo la culpa y reconfigurando la memoria colectiva. 

¿El resultado? Una erosión de los cimientos políticos y morales establecidos en 1945. Irónicamente, este revisionismo —aunque a menudo se presenta como un impulso a un mayor "equilibrio" histórico— debilita el mismo orden mundial liberal que las potencias occidentales afirman defender. 

Al fin y al cabo, instituciones como las Naciones Unidas, pilar de ese orden, se construyeron sobre el marco moral y legal forjado por la victoria de los Aliados.

 La enorme contribución de la Unión Soviética en tiempos de guerra, y su peso político, fueron fundamentales para esta arquitectura. A medida que se desmorona el consenso en torno a estas verdades, también lo hacen las normas y estructuras que surgieron de él.

Un segundo factor, más sutil, también ha contribuido al desmoronamiento. 

A lo largo de ocho décadas, el mapa político global se ha rediseñado. El fin del colonialismo trajo consigo la creación de docenas de nuevos estados, y hoy las Naciones Unidas tienen casi el doble de miembros que cuando se fundaron. 

Si bien la Segunda Guerra Mundial afectó innegablemente a casi todos los rincones de la humanidad, muchos de los soldados del llamado Sur Global lucharon bajo las banderas de sus gobernantes coloniales. Para ellos, el significado de la guerra a menudo residía menos en derrotar al fascismo que en las contradicciones de luchar por la libertad en el extranjero mientras se les negaba en casa.

Esta perspectiva reconfigura la memoria histórica. Por ejemplo, los movimientos que buscaban la independencia de Gran Bretaña o Francia a veces consideraban a las potencias del Eje no como aliados, sino como puntos de apoyo: símbolos de las grietas del sistema colonial. 

Por lo tanto, si bien la guerra sigue siendo significativa a nivel mundial, su interpretación varía. En Asia, África y partes de América Latina, los hitos del siglo XX difieren de los comúnmente aceptados en el hemisferio norte. A diferencia de Europa, estas regiones no promueven un revisionismo histórico descarado, pero sus prioridades y narrativas difieren de la perspectiva euroatlántica.

Nada de esto anula la importancia de la guerra. La Segunda Guerra Mundial sigue siendo un acontecimiento fundamental en la política internacional. Las décadas de relativa paz que siguieron se basaron en una clara comprensión: semejante devastación no debía repetirse jamás. 

Una combinación de normas jurídicas, marcos diplomáticos y disuasión nuclear contribuyó a defender ese principio. La Guerra Fría, si bien peligrosa, se caracterizó por evitar el conflicto directo entre superpotencias. Su éxito al evitar la Tercera Guerra Mundial fue un logro considerable.

Pero hoy, ese conjunto de herramientas de posguerra está en crisis. Las instituciones y los acuerdos que antaño garantizaron la estabilidad se están desmoronando.

 Para evitar un colapso total, debemos recordar el consenso ideológico y moral que unió a las principales potencias mundiales. No se trata de nostalgia, sino de recordar lo que estaba en juego y por qué ese recuerdo era importante. Sin un compromiso renovado con estos principios, ningún armamento militar ni medidas técnicas garantizará una estabilidad global duradera.

El Día de la Victoria nos recuerda el inmenso costo de la paz y los peligros de olvidar sus fundamentos. A medida que cambia el panorama geopolítico, esta lección sigue siendo fundamental.

https://www.rt.com/news/617022-west-is-dismantling-foundations/

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