La ramera de Babilonia en versión sionista

- La ramera de Babilonia en versión sionista

En 1927, solo un soldado abrazó la bandera nacional: Sandino

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***Por José Román, capítulo 2 de su libro «Maldito País»

El libro «Maldito País: La vida de Augusto C. Sandino contada por él mismo» se publicó muchos años después del asesinato del General: hasta después del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, que encabezaron los muchachos del Frente Sandinista, inspirados en la epopeya del jefe guerrillero que expulsó a los marines yanquis el 1 de enero de 1933,

Su autor, el periodista, escritor e historiador José Román Collado, entrevistó al Héroe Nacional en 1933, con quien convivió durante más de una semana en su campamento de San Rafael del Norte. 

Su libro es una fuente histórica fundamental para entender el pensamiento de Sandino y el contexto de la Nicaragua de la época.

 Román recopiló testimonios directos un año antes del asesinato de Sandino en 1934.

El propio Román explica en la presentación de la primera edición de su libro, escrita en New York el 10 de junio de 1979, las razones por las cuáles tardó tantos años en publicarlo:

El contenido de este libro corresponde exactamente al borrador mencionado en su última página, pues al pasarlo en limpio casi cuarenta y seis años más tarde, las únicas alteraciones efectuadas han sido correcciones ortográficas. Esto escribí el 5 de diciembre de 1933:

«En un gran trimotor que parecía escarabajo con las patas como andamios y el fuselaje de las minas como ésas para techos de zinc, el 22 de abril de 1933, casi raspándole la punta del ombligo al Momotombo, zarpé rumbo a Nueva York. Después de cambiar a un hidroplano en Puerto Barrios, Guatemala y pernoctar en Mérida, Yucatán y La Habana, al siguiente día de transferir un clíper rumbo a Miami y después otro, también con varias paradas, el 25 de abril, atardeciendo, llegué a Nueva York, viajando sólo tres días y dos noches en vez de 16 que normalmente toma por los barcos de vía Panamá y La Habana. Una gran economía de tiempo, por sólo doscientos ochenta y cuatro dólares extras en el costo.

«Este borrador totalmente terminado y listo para ser sacado en limpio con sólo menores correcciones ortográficas, ha sido completado hoy al medio día del 5 de diciembre de 1933. Hago esta anotación por una memorable coincidencia. Hoy termina la Ley Seca en los Estados Unidos y se esperan tremendas celebraciones en todo el país en honor y gloria del divinal Padre Baco ¡Así sea!»

Originalmente, por haber concluido el borrador unos tres meses antes de la fecha planeada, se proyectaba salir para Nicaragua al cumplimiento del compromiso previamente contraído esperando pues salir a fines de febrero de 1934 para arreglar lo de la publicación del libro, de acuerdo con los deseos del General Sandino.

Dolorosamente, el veintiuno de ese mes aconteció el asesinato de Sandino que hizo innecesario el viaje e imposible por todo este tiempo la publicación de la obra, por razones obvias.

Sin embargo, a pesar de este gran retraso, su contenido es tan importante hoy como lo fue entonces y las lecciones políticas que encierra, mucho, mucho más, pues el alcance de las mismas habría sido muy difícil de apreciar en aquellos días debido a la extraordinaria visión política del General Sandino, pero que hoy, a la luz de los últimos acontecimientos, el verdadero significado de las mismas no sólo se aclara, si no que hace resplandecer el genio del General Sandino con fulgores del más alto kilataje.

Por fin, pues, espero pronto tener la más grande satisfacción de mi vida al ver que este «Maldito país» no se quede en borrador, como las cartas del General Sandino a su novia de Niquinohomo.

Avalado por el General Sandino

Para que Román pudiera recorrer las zonas donde estaban acampadas las tropas del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional (EDSN), el General Sandino escribió una nota:

Credencias

El joven, hermano José N. Román, lleva nuestra representación personal, para saludar en nuestro nombre y explicar a los nicaragüenses y a todos los hombres del mundo, ya sea por escritos o conferencias verbales, nuestra Gran Cruzada de siete años de lucha armada por la Independencia de Nicaragua contra la intervención de los Estados Unidos de Norte América.
Extendemos el presente certificado en Ciudad Bocay, Río Coco, en Las Segovias de Nicaragua. C.A a los catorce días del mes de Marzo del año de mil novecientos treinta y tres.

Patria y Libertad
Concluida la visita de Román, el General Sandino le pidió a Román publicar un libro con sus vivencias y con el contenido de sus conversaciones, y que lo hiciera en Nicaragua. 

Por esa razón, el General escribió la siguiente nota:

El joven poeta José N. Román, ha venido con nosotros hasta estos retiros de Bocay, en el Rio Coco, a oír de nuestros labios, relatos, detalles y proyectos pasados, presentes y futuros tanto del suscrito como de los jefes y soldados con quienes hemos combatido la intervención norteamericana en Nicaragua. El hermano Román está escribiendo un libro sobre estos asuntos, y ha convivido fraternalmente con nosotros observando por más de un mes en estas regiones y lleva detalles documentales y verbales inmediatos e importante información que le proporcionamos confiados en su patriotismo y buena fe, y se le autoriza para su publicación, asegurándole éxito como historiador.

Aprovechamos esta oportunidad para saludaros fraternalmente.
Bocay, Río Coco, Las Segovias, Nicaragua. C.A Marzo 13 de 1933.
Patria y Libertad

En el primer capítulo de su libro, Román narra brevemente los eventos que condujeron a la rebelión del General Augusto C. Sandino para rescatar la dignidad nacional. A continuación, ese relato:
El inicio de la geste del Héroe de Las Segovias

En los últimos días de enero de 1927, un mediodía, al regresar de mis rutinas de trabajo a las oficinas de “La Prensa”, de Nueva York, me encontré a José María Torres Perona, a la sazón Director del único diario de la ciudad publicado en español. Entonces Nueva York tendría quizá unos cuarenta mil habitantes de habla española, pero La Prensa tiraba unos treinta mil ejemplares diariamente, porque también era muy leída en otras ciudades del país.

Torre Perona estaba en su despacho en animada conversación con mi tío Alberto Orozco que andaba buscándome con urgencia. Sucedía lo siguiente:

La Agencia Confidencial en Washington del Gobierno Constitucional de Nicaragua del doctor Juan Batista Sacasa, la manejaba su representante personal el doctor Timoteo Vaca Seydel y dos secretarios: Evaristo Carazo Morales, recién graduados en leyes y el doctor Vicente Vita, graduado en Italia en Ciencias Económicas y quien además trabajaba en el Banco Federal de los Estados Unidos.

La señora madre del doctor Carazo Morales había enfermado de gravedad en Nicaragua y Evaristo tuvo que irse repentinamente. Necesitaba, pues, el doctor Vaca Seydel un secretario idóneo y con urgencia porque la revolución estaba entrando a su fase final.

Mi tío Alberto trabajaba en combinación con Vaca Seydel en asuntos de propaganda, de embarques de armas, voluntarios y demás actividades clandestinas de la revolución y fue quien me propuso a Vaca Seydel y había llegado a reclutarme. Le dije que no podía dejar La Prensa. Sin embargo, Torres Perona dijo ser muy amigo personal del doctor Sacasa y de doña María, su esposa. Sacasa ya estaba en Puerto Cabezas. Tanto Camprubí (quizá se refiere a Zenobia Camprubí, famosa traductora) como Torres Perona eran ardientes partidarios de Sacasa y ayudaban al máximo con el periódico.

Torres Perona arregló con el compañero español para que me esperara por tres meses. Allí mismo llamó a mi tío Vaca Seydel para informarle de mi aceptación y de inmediato nos fuimos a pagar por adelantado tres meses de mi apartamento y del garaje donde dejé mi carrito Ford. Esa misma tarde salí para Washington, donde me esperaban Vaca Seydel y Vita.

La oficina de la Agencia Confidencial en Washington ocupaba un confortable apartamento en el primer piso de un pequeño y nuevo edificio en la calle 16, frente a frente a la Legación del Gobierno de don Adolfo Díaz, cuyo Ministro Plenipotenciario era el doctor Alejandro César, caballero y diplomático, doctor en leyes y medicina de la Universidad de París y casado con doña María Benard de César, exquisita, bella y gran dama. Con la Legación mantuvimos relaciones sociales muy cordiales, aunque siempre jugando esgrima en asuntos de política.

Llegué a Washington como a las once de la noche bajo una fuerte nevada. Allí me esperaban Vaca Seydel y Vita. No nos conocíamos personalmente, sino apenas por referencias, pero los tres congeniamos de inmediato y a pesar de las diferencias de edades, hicimos los tres una amistad cordial y sincera.

Mi trabajo consistía, primero, en revisar detalladamente todos los diarios y revistas que nos llevaban todos los días de una agencia situada en el Hotel Hamilton, así como también los recortes de La Prensa Nacional y Extranjera que nos enviaba una agencia especializada. Segundo, estar en contado con las agendas más importantes de la revolución, principalmente con la de Costa Rica bajo la dirección de Don Clodomiro Urcuyo.

Un vendepatria pide intervención yanqui

En Washington, México era nuestra más importante “palanca”. Nos ayudaba en toda forma: económica, moral y social. El Embajador era el doctor Manuel Téllez, pero yo me entendía con el Secretario, Julio Pulat. También Guatemala y su Embajador, el doctor Sánchez Latour, era otra gran ayuda y manteníamos estrecho contado.

Otro aspecto de mi trabajo fue de capa y espada, por ejemplo, acompañé a Vaca Seydel, Vita y mi tío Alberto para efectuar el último embarque clandestino de armas. Se realizó después de la media noche, en los muelles de Brooklyn, donde Vita logró conexiones con los capos Italianos, cuyas gentes operaban como gatos, en lo oscuro, decía uno de ellos.

Nos reconocían como Gobierno Constitucional de Nicaragua, además de los países ya nombrados, Argentina, Chile, El Salvador y algunos otros, de manera que a muchas recepciones diplomáticas, éramos nosotros los invitados.
Sandino y Sacasa 2 de febrero 1933

Casi todos los diarios y revistas de Estados Unidos le dieron lugar prominente a este conflicto y muy especialmente desde que el Coronel Henry Stimpson salió para Nicaragua a bordo del Crucero Trenton con la representación personal del Presidente Calvin Coolidge, para arreglar una paz definitiva entre los Gobiernos del doctor Juan Bautista Sacasa y de Don Adolfo Díaz.

Uno de los objetivos de la Agenda Confidencial en Washington era mantener la protesta ante el Departamento de Estado y dar la mayor publicidad posible a nuestra causa. El doctor Vaca Seydel fue una vez interpelado por el Congreso de Estados Unidos por haber publicado artículos contra el Presidente Coolidge, acusándole de mentiroso.

No pudieron desterrar a Vaca Seydel por ser casado con norteamericana, con hijos nacidos en el país, graduado en medicina radicado en Estados Unidos por más de 25 años, habiendo siempre observado una conducta ejemplar.

Contábamos también con la ayuda de algunos de los dirigentes del Partido Demócrata, quienes se valieron de la intervención de los marinos en Nicaragua para atacar a los republicanos. Sucedió que don Adolfo Díaz, viéndose perdido, no obstante la ayuda extraoficial de los Estados Unidos, pide la intervención armada de los marinos, que le fue concedida. Inmediatamente el Almirante Latimer trasladó la flota que estaba en Bluefields, en el Atlántico, a Corinto en el Pacífico y acto seguido principiaron los barcos de guerra a desembarcar marinos y más marinos. Trenes y filas de camiones llenos de marinos y de armas. Así quedaron de nuevo los marinos instalados en Nicaragua para “proteger” vidas y propiedades norteamericanas.

La traición de Moncada

Stimson, una vez en Managua, como ya las fuerzas de la revolución estaban a las puertas de la capital, le pidió una tregua a Moncada, General en Jefe del Ejército Liberal y envió a conferenciar con él, en Boaquito, al Capitán Frisby.

Ya el doctor Vaca Seydel había cablegrafiado al doctor Sacasa diciéndole que ordenara a Moncada no hacer ningún arreglo con Stimpson, sino a base de que los marinos desocuparan el país, porque varios senadores políticos de alta categoría de Estados Unidos le aseguraban que si Moncada presentaba actitud resuelta, los marinos no pelearían por el terrible escándalo mundial que significaría para el Gobierno de Coolidge y los republicanos semejante guerra en Nicaragua, que lo único de que trataban, era de intimidar.

Sacasa contestó que Moncada tenía órdenes terminantes de no pactar y llegar, caso necesario, hasta el último sacrificio por Nicaragua. En tal virtud Vaca Seydel pasa una nota que yo escribí a máquina y llevé personalmente al Departamento de Estado y que entregué a uno de los asistentes de Míster Kellog, a la sazón Secretario de Estado. Esto fue a fines de abril de 1927 y se le participaba que si no retiraba a los marinos de Nicaragua, el ejército del Gobierno Constitucional del doctor Juan Bautista Sacasa, muy a su pesar se vería obligado a luchar contra los marinos de Estados Unidos para defender los derechos y la soberanía de Nicaragua.

Esta nota fue reproducida y comentada en casi todos los diarios de los Estados Unidos y de otros países. Una hecatombe parecía inminente.

Mientras tanto, Moncada, después de las pláticas confidenciales con el Capitán F risby, fue a Managua, habló extensamente coronel Stimpson y con don Adolfo Díaz y arregló las cosas a su antojo y conveniencia personal.

Días después se firmaba la paz en Tipitapa del 3 al 10 de mayo de 1927, bajo un árbol de Espino Negro, anulando así Moncada a su Jefe el doctor Juan Bautista Sacasa, traicionando a la revolución y a todos los que creían en el patriotismo nicaragüense.

Solo uno tomó la bandera nacional

Moncada sostuvo que así convenía porque era absurda ridiculez, una quijotada, oponerse a la marina de Estados Unidos y le habló a su Estado Mayor con estas tristes palabras que casi todos los que se han ocupado de su historia ya han citado: “Yo no tengo deseos de inmortalidad, es decir, no quiero ser héroe. No quiero ser un Benjamín Zeledón, ya estoy viejo y si puedo vivir algunos años más cuanto mejor. Les digo esto en cuanto a la imposición americana, o sea, que yo no iría a una lucha sin ninguna finalidad contra el ejército americano, por lo desastroso que sería para nuestro ejército y para el país en general”.

Solamente un soldado de la revolución tomó la bandera nacional y siguió la guerra empuñando las armas contra la intervención de Estados Unidos en Nicaragua. Ese soldado fue el General Augusto César Sandino.

Al principio el reto de Sandino a la marina de Estados Unidos pareció que sería solamente un gesto de la más alta heroicidad, que aunque resultara de muy poca duración, salvaría el honor de Nicaragua y de todos los pueblos que luchan contra las potencias coloniales. Se especulaba qué podría hacer Sandino con sus pocos mestizos, sin escuela militar y con armas rudimentarias, contra las fuerzas militares del país más poderoso del mundo, con tantos barcos de guerra rodeando al país en el Atlántico y en el Pacífico, con innumerables aviones de combate y la última palabra en armamentos.

Quizás precisamente por este contraste absurdo, desde el primer momento la Guerra de Sandino resultó una explosión mundial de publicidad nunca antes vista, sobre todo por acaecer en días de paz y prosperidad universal y porque la creencia general en los Estados Unidos y en todo el mundo era que aquello sería una escaramuza de unas pocas operaciones militares de “limpieza” –clean up– como decía el jefe de la marina, Brigadier General Logan Feland.

Sin embargo, los días pasaban y las emboscadas y evasivas de Sandino se multiplicaban y su publicidad, como es fácil de comprender, por las proporciones de David a Goliat, crecían en proporción geométrica a sus éxitos. El nombre de Sandino se agigantaba, tal vez más que todo por la expectación constante que de un día para otro sería atrapado o exterminado.

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