Hace escasos días, según informara la agencia de prensa Reuters, un comité selecto del Congreso de EEUU visionó una simulación de guerra con China, con resultados poco esperanzadores para EEUU.
El resultado principal de ese juego de guerra era que, en caso de estallar un conflicto con China por invadir China la isla china de Taiwán, EEUU no tendría capacidad para abastecer Taiwán desde territorio estadounidense.
Por tal motivo, “el Comité Selecto sobre el Partido Comunista Chino de la Cámara de Representantes, dirigido por el republicano Mike Gallagher”, declaró que EEUU, en prevención de tal escenario, debía “armar hasta los dientes” al régimen taiwanés, para que pueda resistir a los ‘invasores’ chinos.
“Estamos dentro de la ventana de peligro máximo para una invasión de Taiwán por parte del Partido Comunista Chino, y el juego de guerra de ayer enfatizó la necesidad de tomar medidas para disuadir la agresión del PCCh y armar a Taiwán hasta los dientes antes de que comience cualquier crisis”, afirmó Gallagher en un comunicado. Vaya por Dios, en el Congreso de EEUU necesitaron de una simulación de guerra para descubrir el agua helada.
Sin necesidad de simulación ninguna, ni de contratar a grandes expertos militares, informáticos y al club de animación de Walt Disney, en el libro Réquiem polifónico por Occidente, aparecido en 2018, dábamos puntual cuenta de la imposibilidad material de repetir los escenarios de la II Guerra Mundial, por cuanto, en esa guerra, los buques de cualquier tipo podían moverse a sus anchas, sin más amenazas que otros buques y, claro, los submarinos.
Éstos, sin embargo, tenían graves limitantes, como su escaso número vis á vis el número de buques de superficie; la necesidad de repostar en puertos amigos y la existencia de submarinos enemigos.
El poder naval de la Alemania nazi fue rápidamente neutralizado y sus submarinos, pese a causar grandes estragos en los buques mercantes, fueron, poco a poco, destruidos.
Para 1943 eran un poder simbólico, pues la gran mayoría de ellos habían sido destruidos por las flotas aliadas.
Destino similar siguió Japón, cuya limitada capacidad industrial impedía compensar las pérdidas de buques, mientras los astilleros de EEUU los producían por decenas.
La irrupción de los misiles, en toda su cada vez más amplia y sorprendente gama, vino a cambiar radicalmente el panorama militar en un extenso abanico, pero ha sido el poder naval el que se ha visto más seriamente afectado.
La razón es tan evidente y simple que no hace falta ser graduado en ninguna escuela naval para darse cuenta.
Y esa razón es la siguiente: construir un buque de guerra, en estos misileados tiempos, lleva muchos años, en tanto los misiles -dependiendo de su nivel de sofisticación- pueden producirse en cadenas industriales de montaje industrial.
El otrora poder demoledor que otorgaba poseer una fuerza naval se está desvaneciendo como azucarillos en la mar océana.
Es tan evidente este hecho que titulamos el capítulo donde analizamos el tema “Hermes misilístico vs Vulcano armatoste”. De datos va lleno para corroborar lo evidente.
Les dejamos algunos. Un buque de superficie tipo destructor tarda, de media, cuatro años en estar operativo. Cuatro años. La Segunda Guerra Mundial duró cinco.
Si hablamos de la plataforma marina más impresionante -los portaaviones-, el tiempo que requieren varía según tamaño y propósitos, pero oscila entre los ocho y los once años.
En el análisis realizado tomamos como base el portaaviones USS Gerald Ford, que era el primer portaaviones diseñado por EEUU en “más de 40 años”, según la propia Marina de EEUU.
La construcción del portaaviones se inició oficialmente en noviembre de 2009 y fue entregado a la Marina en 2017. Sin embargo, la nave nunca funcionó como estaba previsto y, por ejemplo, en 2020, seguía fallando el funcionamiento de sus elevadores de armas.
Los problemas llegaron a ser de tal magnitud que, en 2021, el Departamento de Defensa informó que el Gerald Ford no estaba en condiciones de combate. Citaba, entre los problemas, el sistema electromagnético de lanzamiento de aviones (EMALS), diseñado para hacer 4.166 lanzamientos de aeronaves, cifra que, en la realidad, quedó reducida a 181 lanzamientos.
El portaaviones volvió a astilleros y no será hasta 2022 que haría su primera exhibición de guerra. De 2009 a 2022 pasaron 13 años. ¡13 años!
En ese tiempo un alumno medianamente aplicado hace la secundaria, termina su carrera y obtiene un doctorado.
Saquen, mis palinuros y atlántidas, sus conclusiones, sobre la efectividad de las plataformas navales en los escenarios que impone la guerra moderna.
Hablemos de dinero.
El Gerald Ford costó -precios oficiales, que no incluyen los oficiosos, ocultados por cuestiones de prestigio-, la bicoca de 13.000 millones de dólares, que se lee rápido y se dice fácil.
Mejor se entenderá conociendo que el gasto militar de España, para 2023, será de 12.800 millones de euros, lo que nos dice que el portaaviones Gerald Ford ha costado más dinero que el presupuesto militar total de un año de España, que no es Letonia ni Luxemburgo.
Sumemos el costo general (que no es sólo la construcción, sino el mantenimiento, la modernización, el combustible, el pago del personal, etc.) y entenderemos por qué, en todo el mundo, la fuerza naval es el arma más reducida de los países. Todo lo que la rodea es ruinoso y aporta escaso peso militar.
¡Ajá!, dirá un listillo. Si fuera así, ¿por qué China ha construido y sigue construyendo la mayor flota militar del mundo?
Para responder, invitamos a los lectores a una rápida revisión de la geografía china… ¿La han visto? China es territorialmente enorme, pero, marítimamente, es un país encajonado y rodeado de bases de EEUU.
China necesita una marina poderosa para neutralizar su inferioridad geográfica y enfrentar y destruir la marina de EEUU, de ser posible en aguas lejos de China.
Cuando la primera guerra del opio -1836-1842-, por la que el Imperio Británico atacó a China para proteger a sus narcotraficantes (entonces ser narco te llevaba a la Cámara de los Lores), los modernos buques británicos hundieron, como si de barcos de papel se tratara, a la pobre flota china formada por barcos de junco.
Sin una moderna y poderosa fuerza naval, las costas chinas quedarían a merced de los buques estadounidenses, teniendo que pelear China en sus propias aguas y su propio territorio.
Disponer de ella le permitirá a China alejar a la marina gringa de sus costas y llevar la guerra a alta mar e, incluso, alcanzar las propias bases militares de EEUU en el Pacífico, incluyendo Hawái.
El panorama opuesto al de 1836. Esa guerra se dará y esa guerra veremos, en cinco o diez años. Porque en el estado en que están las cosas en Asia-Pacífico, es el uno o es la otra. De medias tintas, nada. Y con esto no queremos decir que no puedan suceder cambios, pero eso lo decidirá EEUU.
El caso de EEUU es el inverso.
De EEUU hemos dicho que es un Estado-isla situado en un continente-isla, y, para verlo claro, por favor, volvamos a la geografía. EEUU, marítimamente, colinda con los océanos Atlántico y Pacífico.
Está, de media, a 7.000 kilómetros de Europa, a 12.000 kilómetros de China y a 14.000 de la India.
Es decir, está lejos del mundo, excepción hecha de Latinoamérica y el Caribe (desgraciadamente; tal vez ahora nos entiendan un poco más).
Sin poder naval, EEUU es nada, porque, separado por dos océanos del resto de continentes, casi toda su potencia debe descansar en una poderosa fuerza naval. Sin poder naval no tiene forma alguna de proyectar su poder militar.
Este aislamiento geográfico fue causa fundamental de su conversión en superpotencia, pues estaba lejos de todos los escenarios bélicos, de forma que podía participar en ellos sin sufrir daño alguno, aunque podía beneficiarse hasta el límite de las guerras, vendiendo todo y desarrollando su potencia industrial.
En el presente, sin embargo, a causa de los modernos desarrollos de armamentos, esa ventaja geográfica se ha convertido en su mayor debilidad: las clases dirigentes gringas se están dando cuenta de que el muro oceánico que les protegía ahora es una muralla atroz que les separa del mundo.
Y, peor aún, mucho peor, les hace carne de cañón para sus adversarios.
Un buque se mueve, de media, a 18-20 nudos por hora, es decir, a 33-37 kilómetros por hora. Un misil hipersónico, a entre 6.000 y 15.000 kilómetros hora. Si la diferencia en velocidad es astronómica, no lo es menos sus respectivos precios.
Un buque destructor de la clase Zumwalt de EEUU cuesta unos 8.000 millones de dólares, según un informe de 2018 de la Oficina de Responsabilidad Gubernamental (GAO) al Congreso.
A lo anterior debe sumarse el tiempo de fabricación y certificación para el combate y tendremos la explicación de por qué la simulación de guerra presentada al Congreso de EEUU provocó la reacción que provocó.
Si el agudo lector hace balance sobre cómo terminaría un choque bélico entre dos Hermes misilísticos (también dotados de poderosas plataformas marinas) y un Vulcano armatoste, las dudas serían pocas.
La próxima incorporación al arsenal ruso del dron submarino Poseidón (“el arma del fin del mundo”), hará todavía más precaria las posibilidades militares de la Armada de EEUU.
La afirmación del congresista republicano Mike Gallagher”, de que EEUU, debía “armar hasta los dientes” al régimen taiwanés, para que pueda resistir a los ‘invasores’ chinos, lleva toda la razón del mundo.
Una vez estalle el conflicto, a EEUU le resultará casi imposible mover armamentos, municiones, vituallas y repuestos, pues sus lentos buques y aviones serían blanco fácil para el arsenal de misiles de China (y Rusia).
Lo que no se haya entregado antes de no se podrá entregar después de, no, al menos, en las cantidades suficientes, y pagando un alto costo material y humano.
Esta realidad explica que EEUU presiona desesperadamente para sus aliados europeos y asiáticos se rearmen, adquieran todo el armamento estadounidense posible y multipliquen el número de tropas gringas en sus territorios.
De ahí la apurada firma de un acuerdo de defensa entre EEUU y Filipinas, en febrero de 2023, por el Washington poseerá cuatro nuevas bases militares en territorio filipino.
"El [tratado] es un pilar clave de la alianza entre EEUU y Filipinas, que apoya el entrenamiento combinado, los ejercicios y la interoperabilidad entre nuestras fuerzas", como se afirmara durante la visita del secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, a Manila, en ese mismo mes de febrero. Pobres filipinos.
Por demás, hacemos una anotación: únicamente el gobierno de Filipinas está siguiendo a EEUU en su línea de guerra con China.
EEUU está queriendo involucrar a Vietnam, Singapur, Indonesia, Malasia, Tailandia e India en una suerte de OTAN del Pacífico, pero todos estos países le han cantado que tururú.
Que, si quiere ir a la guerra contra China, que vaya, pero sin ellos (dato ilustrativo: el comercio entre India y Rusia ha alcanzado cifras récords entre 2022 y lo que va de 2023. Más claro, el agua de mi vaso).
Reminiscencia histórica.
En 1415, Enrique IV de Inglaterra y pretendiente al trono de Francia, desembarcó en Normandía (tomen nota del episodio) con un poderoso ejército, dispuesto a hacer realidad sus derechos al trono de Francia. La batalla definitiva se dio en Azincourt, donde se enfrentaron los dos ejércitos.
El inglés, ligero y basado en un enorme número de arqueros, y el francés, a la vieja usanza, de fieros caballeros de relucientes armaduras. Lo de caballero y armadura suena épico y estaba bien cuando ambos ejércitos iban de lo mismo.
En Azincourt no era el caso. Se enfrentaban una nueva visión de la guerra, basada en la movilidad y la ligereza, con fundamento en los arqueros, y la antigua, sobre el modelo medieval de caballería.
Lo que pocos saben, pues Hollywood no suele dar pesos y medidas, es que aquellas armaduras podían pesar hasta 40 kilos, lo que implicaba que los caballos debían cargar con un peso medio de cien kilos.
Pobres animales. El peso determinaba que los movimientos fueran lentos y la maniobrabilidad difícil.
Si, como ocurrió el día de la batalla, el terreno estaba lodoso y encharcado (había llovido), el movimiento de la caballería era casi imposible. Y pasó lo que pasó.
Los arqueros ingleses apabullaron con flechas a la caballería francese, que se vio diezmada en cuestión de horas. Atrapados en el lodo, caballos y caballeros caían y los arqueros los remataban en el lodo.
Francia fue completamente derrotada y Azincourt puso fin a los ejércitos formados de aquellos pesados armatostes llamados armadura.
¿Han captado, atlántidas y palinuros, la fina sutileza que desprende este episodio bélico?
El presidente Putin declaró, hace pocas semanas, que Rusia estaba produciendo más misiles que todo el mundo junto.
China está botando una media de doce buques de guerra al año -tres veces más que EEUU-, además de hacer cuantiosas inversiones en misiles.
Las tres grandes potencias lo tienen claro. Nosotros también.
Ya tenemos lista una cueva en Nicaragua, adecuadamente provista de café recién tostado y molida y, claro, de las aventuras y desventuras de Don Alonso Quijano. Buena semana quede.