Misión cumplida, dijo Jeanine Áñez al concluir su complicada presidencia transitoria en Bolivia, impuesta mediante un golpe por tres meses y que terminó durando un año.
La casi desconocida parlamentaria derechista, que tras el derrocamiento de Evo Morales saltó inopinadamente de la segunda vicepresidencia del Senado a la Presidencia del país, autoproclamada y sin aval legislativo, afirmó al despedirse que quiere ser recordada como líder del combate contra la pandemia y constructora de una nueva democracia.
Pero sus detractores, y tal vez la gran mayoría de los bolivianos que rechazó su propuesta electoral, la podrían recordar más bien como la gobernante que no logró su objetivo político mayor: destruir el legado del presidente indígena Evo Morales, eliminando a su partido, el Movimiento Al Socialismo (MAS), y revirtiendo el "proceso de cambio" de los 14 años pasados.
"Mientras yo esté el MAS no volverá al Gobierno y Evo Morales, si regresa, será para rendir cuentas e ir a la cárcel", prometió Áñez repetidamente, tanto como presidenta como en actos de su fugaz y frustrada candidatura presidencial, de la que se retiró pocos días antes de las elecciones del 18 de octubre.
Áñez vuelve ahora solitaria a su departamento amazónico de Beni, distanciada de su partido Demócratas y golpeada por una crisis económica y un desgaste político acelerado por sonados casos de corrupción, mientras Morales alista su retorno a Bolivia tras un año en el exilio, llamado a ser una suerte de rey detrás del trono del nuevo Gobierno del MAS.
¿Transición?
Tan pronto como ingresó al Palacio de Gobierno el 12 de noviembre de 2019, la abogada de entonces 52 años dejó claro que no llegaba al centro del poder solo para conducir una transición hacia un nuevo Gobierno democrático.
La elección del antiguo Palacio como su sede laboral en vez de la contigua Casa Grande del Pueblo marcó su afán de ruptura con el pasado inmediato, aunque a lo largo de su gestión varios ministros utilizaron esa monumental torre de 29 pisos construida por Morales y la misma Áñez presidió allí reuniones de gabinete.
Desde su primer día en el Gobierno, Áñez levantó una Biblia como símbolo de mando, violando la definición de Bolivia como Estado laico establecida en la nueva Constitución promulgada diez años antes por el gobernante indígena.
La presidenta dejó de referirse a Bolivia como el Estado Plurinacional creado por el "proceso de cambio", para volver a llamarla República, en desafío a la inclusión de las mayorías indígenas que caracterizó a los tres gobiernos previos de Morales.
Luego borró la multicolor bandera indígena "wiphala" de la banda presidencial, aunque la mantuvo junto a la tricolor Bandera Nacional, y agregó en los escenarios de actos oficiales una nueva bandera blanca en la que estampó la imagen de una patujú, flor amazónica que también es símbolo patrio.
Más allá de lo simbólico, Áñez hizo de la transición un intento de cambiar cuanto le fuera posible en el país tras la salida de Morales, desde la política a la economía, pasando por la cultura, las relaciones internacionales y otros aspectos.
En lo político, a partir de su tesis de que no llegó al poder por un golpe de Estado sino vía "sucesión constitucional", y que Morales no fue forzado a renunciar y salir al exilio sino que huyó para no rendir cuentas, Áñez desató una feroz persecución contra el indígena derrocado, con más de una decena de juicios por delitos desde sedición y fraude electoral hasta pedofilia.
En lo económico, Áñez proclamó que la bonanza económica de los tiempos de Morales, con las tasas de crecimiento más altas de la región, fue en realidad un engaño que dejó al país sumido en crisis, y en lo social, en plena pandemia, denunció la falta de inversiones en salud aunque terminó inaugurando con su nombre varios de los más de 50 hospitales casi listos que había dejado el anterior Gobierno.
Áñez clausuró a media gestión el año escolar 2020, como derivación de la pandemia, y cerró el Ministerio de Culturas, uno de los pilares de la "descolonización" propugnada por el MAS.
Pero fue probablemente en el ámbito internacional en el cual hizo los mayores cambios: congeló las relaciones con Rusia, China, Irán y Cuba; reconoció al también autoproclamado Juan Guaidó como presidente de Venezuela, nombró sin reciprocidad un embajador en Washington, restableció relaciones con Israel y alineó a Bolivia con el Grupo de Lima de gobiernos conservadores sudamericanos.
Misión fallida
Al concluir su gestión, Áñez veía cómo las elecciones que logró posponer varias veces daban finalmente paso a una arrolladora victoria del MAS, con más votos que en los comicios anulados del año pasado e inclusive más respaldo que el logrado en su primera victoria quince años antes.
Y Morales es todo menos un muerto político, en parte porque ella misma y otros líderes conservadores se encargaron de mantenerlo presente, mencionándolo casi a diario en sus discursos y debates como "tirano", "dictador", "pedófilo", "asesino" y en algún caso hasta "bestia humana".
Así, la transición de Áñez terminaba siendo el tránsito entre el derrocado Gobierno masista de Morales y el nuevo Gobierno masista de Arce.
No obstante, Áñez dijo en su último discurso presidencial, tres días antes de dejar el Gobierno, que se iba "con el deber cumplido" y citó los que consideraba logros principales de su administración, destacando la "consolidación" de la democracia.
Citó en esa línea el combate a la pandemia y la creación de tres bonos de alivio económico para los ciudadanos, que pidió sean pagados de nuevo en 2021.
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