En la vida política estadounidense, que se presenta ante el mundo como un crisol de prácticas democráticas y limpias, el juego sucio, los golpes bajos y los escándalos son algo común
La democracia yanqui padece de una gran anemia de votantes debido al desprestigio del sistema electoral y la poca fe de muchos en el bipartidismo. Foto: EFE
En la vida política estadounidense, que se presenta ante el mundo como un crisol de prácticas democráticas y limpias, el juego sucio, los golpes bajos y los escándalos son algo común.
Si es en periodo de elecciones, el vale todo se impone sin medida.
Son célebres el caso Watergate durante el gobierno de Richard Nixon, el affair Lewinsky-Clinton y la desvergüenza del Banco de la Cámara, House Bank, en 1992.
El escándalo bancario de la Cámara de Representantes reveló que era una práctica muy extendida, no solo entre los demócratas de la cámara baja norteamericana, sino también entre sus rivales republicanos, la firma de cheques de las cuentas personales del Banco de la Cámara de Representantes cuando no quedaban fondos en estas y a cuenta de salarios futuros.
Esta praxis permitía a los representantes obtener préstamos a corto plazo, sin pagar ningún interés.
Es larga la lista, actos de corrupción y golpes bajos en el proceso electoral para deshacerse de un rival, incluso de su mismo partido.
Las revelaciones sobre la vida privada del candidato adversario ha sido una práctica corriente en ese país, donde la historia presidencial, desde los padres fundadores, está plagada de escándalos sexuales.
Thomas Jefferson pasó a la historia por su relación con Sally Hemings, una esclava negra que además era hermanastra de su mujer. A pesar de que tuvo cinco hijos con ella, Hemings siguió siendo esclava hasta la muerte del que fuera Presidente.
En 1987, Gary Hart era la mejor opción del partido demócrata, después de los dos mandatos de Ronald Reagan y la posibilidad de que su vicepresidente, George H. W. Bush, se instalara en la Casa Blanca.
Varios artículos sobre supuestas infidelidades a su mujer, rematadas con una foto en la que una joven descansaba sobre su regazo acabó con sus ambiciones presidenciales.
El aspirante a la candidatura republicana a la presidencia de EE. UU. en 2012, Herman Cain, por ejemplo, tuvo que hacer frente a dos acusaciones de acoso sexual y a otra de llevar una relación extramatrimonial durante 13 años, realizadas por su colega de partido, Rick Perry.
Antes de arrancar el primer debate cara a cara entre los candidatos presidenciales de los comicios de noviembre, Donald Trump exigió que su adversario político, Joe Biden, se sometiera a una prueba antidopaje antes o después del esperado debate.
Más que un debate, aquello parecía una pelea en el lodo, donde uno y otro intentaban sumergir la cabeza del contrario, nada de propuestas, nada de programas políticos.
La guerra sucia electoral se intensifica con historias sórdidas en las que se mezclan corrupción, sexo, drogas, y el vale todo, con un Donald Trump desesperado, capaz de recurrir a las mayores vilezas para seguir en el trono del imperio.
La democracia yanqui padece de una gran anemia de votantes, debido al desprestigio del sistema electoral y a la poca fe de muchos en el bipartidismo.
Es bajo el porciento de población que acude a las urnas, en las elecciones de 2016, consideradas de las más concurridas, solo ejerció el derecho al sufragio el 60,1 % de los elegibles para votar.
Ganará las elecciones el que mejor sepa capear la tormenta de ataques sórdidos y, sobre todo, quien golpee primero, quien tenga más dinero y quien cuente con el favor del verdadero poder, el del partido del 1 %, el de los muy ricos y poderosos.
http://www.granma.cu/mundo/2020-10-21/en-ee-uu-ganara-quien-mas-le-convenga-al-partido-del-1-21-10-2020-01-10-44