Malas noticias para Europa. Boris Johnson se alojará en el número 10 de Downing Street en calidad de primer ministro del Reino Unido.
El exalcalde de Londres ha alcanzado su anhelada meta, superando con comodidad a su último rival en la carrera por dirigir el Ejecutivo, el ministro de Relaciones Exteriores, Jeremy Hunt.
La llegada de Johnson, 55 años recién cumplidos, consecuencia directa de la dimisión programada de Theresa May, no se fraguó mediante unos comicios generales sino mediante unas elecciones primarias realizadas entre los 160.000 miembros afiliados al Partido Conservador, una fórmula legal pero muy poco representativa, ya que sólo supone el 0,25% de la población británica.
El cambio de persona no ha apaciguado los divididos ánimos imperantes dentro del Gobierno de la reina de Inglaterra. Al contrario.
Los responsables de carteras tan importantes como la de Economía o Justicia anunciaron, antes incluso de conocerse los resultados, que dimitían de sus cargos por diferencias irreconciliables con Johnson.
Habrá pues una sustancial remodelación gubernamental, producto de los continuos encontronazos internos a propósito del Brexit, su dilatada negociación y sus graves consecuencias.
El exprimer ministro laborista Tony Blair (1997-2007) propuso en una tribuna publicada en el diario inglés conservador por antonomasia, The Times, que Johnson convoque otro referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea (UE).
Parece que el actual líder laborista, Jeremy Corbyn, apoyaría esa moción. Pero el cambio de idea de Corbyn llega tarde. Demasiado tarde. La falta de determinación y de eficacia del dirigente socialdemócrata opositor ha contribuido mucho en llevar a Londres a una crisis política sin precedentes que se prolonga desde hace más de tres años.
Johnson se ha encerrado en el Brexit sin acuerdo, fiel a sus principios abiertamente euroescépticos. En esta situación, podría intentar forzar una salida abrupta, pero eso significaría desafiar el mandato recibido por los Comunes (la Cámara baja del Parlamento británico), cuyos diputados votaron en marzo en contra de un Brexit sin acuerdo, aunque por sólo cuatro sufragios de diferencia.
El nuevo premier también podría adelantar las elecciones o incluso dirigirse a sus compatriotas con la convocatoria de un plebiscito que ofrezca entre no negociar y permanecer en el seno de la UE.
Esta última carta parece bastante improbable, dado que Johnson ya ha prometido abandonar el club de Bruselas el 31 de octubre, pase lo que pase.
En un artículo de prensa previo a su elección, Johnson decía que tenían "la tecnología" para llegar a un acuerdo en esa fecha y que sólo faltaba "la voluntad y el espíritu".
El problema es que la Comisión Europea ha dicho por activa y pasiva que no piensa reabrir las negociaciones con Londres puesto que ya hay un documento que considera final. La partida de póker se prolongará hasta el otoño.
Lo cierto es que el referéndum del Brexit celebrado el 23 de junio de 2016 dio al Gobierno británico la autorización de los ciudadanos para salir de la UE, pero no en un escenario de ruptura.
Johnson puede sentirse tentado a ir a unas elecciones parlamentariasdebido a la extrema debilidad del laborismo y a la pésima popularidad de Corbyn entre sus militantes. No sería extraño que aprovechara esa ventaja táctica para salir reforzado y depurar a aquellos diputados que no le son afines.
"Nadie sabe con certeza el impacto de un salida sin acuerdo por la sencilla razón de que ninguna nación desarrollada ha abandonado de la noche a la mañana sus acuerdos comerciales preferenciales de esta manera. Podría ser simplemente muy difícil o podría ser catastrófico", se aventuró a escribir Blair.
Otro exprimer ministro laborista, Gordon Brown (2007-2010), también se sumó a este coro de voces, un tanto estériles, que intentan convencer al núcleo eurófobo del partido tory, empeñado en "recuperar la soberanía" de la isla a cualquier precio, aunque eso implique una recesión económica y una renegociación comercial absoluta con cada país del Viejo Continente. Brown considera que un Brexit sin acuerdo empujará a la economía nacional al precipicio.
Johnson lo tiene todo para no pasar desapercibido. Es imprevisible, hipócrita, provocador, excéntrico. Le gusta llevar el pelo rubio despeinado adrede como si fuera un joven rebelde sin causa.
En 2007, arremetió contra el traspaso de poder en el Partido Laborista de Blair a Brown, que de facto convertía a un líder del partido en líder de la nación.
Lo calificó de "golpe de Estado" y lo comparó con la sucesión de los emperadores romanos. Ahora ha callado porque se ha beneficiado precisamente de la misma circunstancia que tanto criticó entonces.
El nuevo inquilino de Downing Street nos tiene acostumbrados a sus exabruptos desde que llevaba el timón de la Alcaldía de Londres (2008-2016). Sin pelos en la lengua, como su estrecho amigo Donald Trump, Johnson hace gala de una profunda ambición política. Los detractores del Brexit creen que esa sed de poder le motivó a posicionarse con rotundidad y desde el inicio en la campaña del no a Europa.
Culto pero irreverente, educado en los exquisitos Eton y Oxford, tiene un alto concepto de sí mismo que trabaja con un peculiar sentido del humor. Dará mucho trabajo a la prensa extranjera.
Como ministro de Relaciones Exteriores, tergiversó el caso de una mujer británico-iraní detenida en Teherán, y como primer edil londinense, se embarcó en grandes proyectos que resultaron ser costosos fracasos, como el teleférico que cruza el Támesis, o el puente-parque sobre el río, finalmente abandonado.
Sin embargo, el primer gran reto de Johnson no será la delicada gestión del Brexit, sino la respuesta a las fuertes tensiones en el Golfo Pérsico y especialmente a Irán, tras la captura de un petrolero de bandera británica en las aguas de aquella región rica en petróleo.
Diez candidatos se habían presentado a las primarias. Los requisitos para poder votar eran asequibles: pagar 25 libras esterlinas (unos 28 euros), la cuota del partido, y tener al menos tres meses de antigüedad en el Partido Conservador.
Al final, los afiliados tories han fijado el futuro inmediato del Reino Unido, repleto de riesgos e incógnitas.
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