A pesar de la presión de EEUU, los gigantes económicos de la región Asia-Pacífico han decidido no participar en las represalias occidentales contra Rusia.
El otrora aliado de Washington, Tokio, desde 2014 se cuida de no alejarse de Moscú.
El miedo ante una China demasiado fuerte
La posición de Japón hacia China ha seguido invariable durante décadas.
Es, en parte, la consecuencia de la geopolítica del país del sol naciente y de su dramática historia del siglo XX, entrelazada, en parte, con la de China.
Y es que desde la Segunda Guerra Mundial, Pekín y Tokio se han acostumbrado a no confiar el uno en el otro.
Los líderes de ambos países, Xi Jinping y Shinzo Abe, respectivamente, no tienen ningún reparo en hacer patente la distancia que los separa.
Sus reuniones se cuentan con los dedos de una mano y, mientras las relaciones entre Rusia y China no han ido más allá de la simple cooperación, a Japón no le ha importado demasiado.
Hasta ahora, destaca Ígor Gashkov en su artículo para Sputnik.
"Si Rusia y China se unen en un frente antijaponés, será la confirmación para Tokio de que sus peores temores se han cumplido", señala a Sputnik el jefe del Centro de Investigación Japonesa del Instituto del Lejano Este, Valeri Kistanov.
La tensión entre ambas naciones se puede cortar con cuchillo. "Xi Jinping no quiere ni oír hablar de reunirse con Shinzo Abe", asegura, y añade que solo acaban el uno frente al otro cuando no tienen más remedio: durante grandes cumbres y "de ninguna otra forma".
"Yo utilizaría la siguiente metáfora: las relaciones entre Japón y China están en estos momentos en el congelador", enfatiza el experto.
Las sanciones occidentales no han hecho más que fortalecer las relaciones económicas con Pekín.
De ahí que ya en 2014 ambos países firmasen un acuerdo por el que se suministraban 400.000 millones de dólares en gas natural.
En Tokio nadie quiere que el combustible procedente de Siberia y del Lejano Este acabe su viaje en China. Las sanciones que Japón impuso a Rusia en su momento fueron meramente simbólicas.
Las sanciones más leves del mundo
Japón quiso seguir el ejemplo de los países occidentales y limitó las importaciones de productos procedentes de la entonces recién reincorporada península de Crimea.
También prometió congelar los activos financieros de los rusos cuyo nombre apagó apareciendo en aquella lista negra.
Sin embargo, el intercambio de productos entre Crimea y Japón es casi inexistente y los ciudadanos rusos no suelen guardar sus ahorros en el país.
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La ausencia de mano dura en Japón con Rusia se ha plasmado, sobre todo, en el plan de ocho puntos que prevé desarrollar las relaciones con Moscú con un ministro a su medida: el de relaciones económicas ruso-japonesas, único en la región del Lejano Oriente.
Ese es el crédito que se le debe dar al primer ministro Abe.
La política con Rusia volvió a hacerse patente cuando, en 2014, el líder japonés no hizo caso a Washington y consideró necesario asistir a los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi.
No le des a Japón la isla
Kistanov señala que la tendencia de Abe a no salirse de la senda de la amistad con Rusia la determinan tres circunstancias.
Además de tratar ponerle límites a China, existe el deseo de ejercer presión sobre Corea del Norte y de resolver el problema de las islas Kuriles.
En Japón esperan concesiones territoriales por parte de Rusia, pero a la vez no consideran la cuestión una condición previa para desarrollar relaciones económicas.
"En Washington han expresado su descontento con el hecho de que Japón no le siga el juego cuando se trata de Rusia. Obama dijo a Abe que no era el momento de ir al encuentro [de los rusos].
Pero el primer ministro japonés (…) espera pasar a la historia como el hombre que acabó con el problema de las Kuriles", advierte Kistanov.
Para cumplir con su plan, Abe está preparado para soportar los embistes que le vengan. Japón, a diferencia de otros países del G7, por ahora no ha decidido expulsar a ningún diplomático ruso como represalia por el caso de Skripal, añade Kistanov.
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