El fanatismo yihadista prosigue con su ofensiva ciega y violenta en todo el planeta.
Hace solo unos días, más de 300 personas fueron cruelmente asesinadas en un atentado contra una mezquita sufí en el norte de la península egipcia del Sinaí.
Hace solo unos días, más de 300 personas fueron cruelmente asesinadas en un atentado contra una mezquita sufí en el norte de la península egipcia del Sinaí.
En este caso los terroristas colocaron artefactos explosivos de fabricación casera alrededor del templo de Al Rauda y los hicieron detonar a la salida de los fieles del rezo del viernes, día sagrado para los musulmanes. Fue una nueva masacre sin sentido.
Tras la carnicería, las mismas preguntas de siempre.
¿Por qué? ¿Qué creencia religiosa puede llegar a tales extremos hasta convertirse en puro genocidio?
Ayer fue Egipto, hoy puede ser Reino Unidos, Francia, Alemania o España, como ocurrió el pasado verano con los atentados de Barcelona. Luz Gómez (Madrid, 1967) es una de las arabistas que mejor pueden explicar lo que está sucediendo en ese mundo musulmán más cerrado y arcaico. Profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y doctora en Filología Árabe, Gómez considera que el fundamentalismo yihadista hunde sus raíces en el pasado, hasta llegar a la Arabia Saudí del siglo XVIII, cuando dos grandes familias unieron sus destinos para propagar el wahabismo, una visión extrema del islam.
Así, los Saud se ocuparían de las cuestiones político-económicas del nuevo estado; los seguidores de Abdel Wahhab, un clérigo que propugnaba un islam rigorista y duro, lideraría la superestructura ideológica. Aquella unión se ha perpetuado hasta nuestros días y hoy Arabia Saudí, por la interpretación extrema del Corán que conlleva el wahabismo, es uno de los espejos donde se miran cientos de terroristas. No en vano, fue en tierras saudíes donde Bin Laden empezó a propagar sus funestas ideas religiosas que después se extendieron por toda la Tierra, aterrorizando no solo al mundo musulmán sino también a Occidente.
“La forma de penetrar del wahabismo es fundando escuelas, universidades, abriendo grandes mezquitas, apoyando determinado tipo de publicaciones y líneas editoriales, a través de páginas web, así es como penetran en diferentes capas sociales, creando una identidad basada en aspectos externos distintivos, como la vestimenta o una forma de expresarse y comportarse en público”, asegura Luz Gómez. Si toda violencia es consecuencia de la historia, la profesora de la UAM puede ayudarnos a entenderla mejor.
Ayer fue Egipto, hoy puede ser Reino Unidos, Francia, Alemania o España, como ocurrió el pasado verano con los atentados de Barcelona. Luz Gómez (Madrid, 1967) es una de las arabistas que mejor pueden explicar lo que está sucediendo en ese mundo musulmán más cerrado y arcaico. Profesora titular de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y doctora en Filología Árabe, Gómez considera que el fundamentalismo yihadista hunde sus raíces en el pasado, hasta llegar a la Arabia Saudí del siglo XVIII, cuando dos grandes familias unieron sus destinos para propagar el wahabismo, una visión extrema del islam.
Así, los Saud se ocuparían de las cuestiones político-económicas del nuevo estado; los seguidores de Abdel Wahhab, un clérigo que propugnaba un islam rigorista y duro, lideraría la superestructura ideológica. Aquella unión se ha perpetuado hasta nuestros días y hoy Arabia Saudí, por la interpretación extrema del Corán que conlleva el wahabismo, es uno de los espejos donde se miran cientos de terroristas. No en vano, fue en tierras saudíes donde Bin Laden empezó a propagar sus funestas ideas religiosas que después se extendieron por toda la Tierra, aterrorizando no solo al mundo musulmán sino también a Occidente.
“La forma de penetrar del wahabismo es fundando escuelas, universidades, abriendo grandes mezquitas, apoyando determinado tipo de publicaciones y líneas editoriales, a través de páginas web, así es como penetran en diferentes capas sociales, creando una identidad basada en aspectos externos distintivos, como la vestimenta o una forma de expresarse y comportarse en público”, asegura Luz Gómez. Si toda violencia es consecuencia de la historia, la profesora de la UAM puede ayudarnos a entenderla mejor.
¿Qué es el wahabismo?
Bueno, lo primero que hay que aclarar es que los que nosotros llamamos “wahabíes” no se llaman a sí mismos así, sino que esta es una denominación desde fuera, lo cual nos da una idea de cómo ha sido la historia conceptual del wahabismo.
El nombre hace referencia al mentor de una corriente ideológica islámica del siglo dieciocho, que se llamaba Mohamed Ibn Abdel Wahhab, y de ahí lo de wahabismo. Los wahabíes rechazan el reconocimiento de santos o personajes ilustres que puedan hacer sombra a su dogma central, el tauhid, que dice que hay un solo Dios con quien nada ni nadie se puede comparar.
El hecho de que Abdel Wahhab dé nombre a una corriente doctrinal islámica contradiría el dogma fundacional de los wahabíes, el tauhid. De ahí que ellos se llamen a sí mismos “la gente del tauhid” y que sientan la denominación “wahabí” casi como sacrílega.
Lo cual no quita para que, con la popularización del término, muchos hayan acabado refiriéndose a sí mismos, sobre todo cuando se dirigen a interlocutores no musulmanes, como “wahabíes”. Si Abdel Wahhab levantara la cabeza…
El nombre hace referencia al mentor de una corriente ideológica islámica del siglo dieciocho, que se llamaba Mohamed Ibn Abdel Wahhab, y de ahí lo de wahabismo. Los wahabíes rechazan el reconocimiento de santos o personajes ilustres que puedan hacer sombra a su dogma central, el tauhid, que dice que hay un solo Dios con quien nada ni nadie se puede comparar.
El hecho de que Abdel Wahhab dé nombre a una corriente doctrinal islámica contradiría el dogma fundacional de los wahabíes, el tauhid. De ahí que ellos se llamen a sí mismos “la gente del tauhid” y que sientan la denominación “wahabí” casi como sacrílega.
Lo cual no quita para que, con la popularización del término, muchos hayan acabado refiriéndose a sí mismos, sobre todo cuando se dirigen a interlocutores no musulmanes, como “wahabíes”. Si Abdel Wahhab levantara la cabeza…
¿Cuáles son sus orígenes?
Está ligado a un movimiento de carácter reformista de la tradición islámica que surge en la primera mitad del siglo dieciocho, abanderado por un personaje visionario con una formación en ciencias islámicas clásicas y que considera que la situación por la que estaba pasando la península Arábiga de su tiempo estaba conduciendo a su sociedad a ser, si no anti-islámica, sí a-islámica, a estar al margen del islam.
Su crítica va contra la veneración de personajes ilustres, contra los rituales en torno a sus mausoleos y la relación estrecha con la naturaleza que, según la visión de Abdel Wahhab, conducía a ciertas formas de politeísmo y panteísmo.
Él criticaba que se había ido perdiendo la fuerza del mensaje divino consignado en el Corán y ejemplificado en los hadices, que son los dichos y hechos de Mahoma. Y todo esto le llevó a promover una reforma en profundidad de la espiritualidad de su tiempo, más que de las normas jurídicas en que se había fosilizado la tradición escrituralista islámica.
La prédica de Abdel Wahhab cobró fuerza porque la dirigió, en lugar de a La Meca y Medina, que son los puntos neurálgicos del pensamiento y la tradición islámica, a los oasis del interior de la península, donde fue creando comunidades de seguidores, de adeptos, que pusieron en marcha esta visión, por así decir, de un islam purificado.
Y digo por así decir porque, en realidad, esta tendencia del islam que dice que hay que volver a un ideal de pureza, volver a los orígenes y retomar el buen camino que se ha ido perdiendo con el paso de la historia, siempre ha estado presente.
Lo que sucede además es que en la época de Abdel Wahhab, políticamente la mayoría de la península Arábiga estaba en la práctica al margen del Imperio Otomano, salvo en su franja occidental, donde se hallan La Meca, Medina y la costa del Mar Rojo. El resto de la península era un desierto con escasa vida económica y que mantenía su propia autonomía.
En ese contexto, las tribus del centro de la península Arábiga sostuvieron un movimiento contestatario y de desligazón de los otomanos que halló en esta predicación, en el wahabismo, que en origen era un movimiento de carácter religioso y no político, un motor ideológico para sus intereses políticos y económicos, contrarios a la lógica otomana.
Es entonces, en 1741, cuando se produjo el pacto de Diriyah. Diriyah era un pequeño oasis-ciudad en el que se pusieron de acuerdo dos familias: los Saud, que se ocuparían de las cuestiones político-económicas del territorio conquistado, y los seguidores de Abdel Wahhab, que liderarían la superestructura ideológica, por así decirlo.
Su crítica va contra la veneración de personajes ilustres, contra los rituales en torno a sus mausoleos y la relación estrecha con la naturaleza que, según la visión de Abdel Wahhab, conducía a ciertas formas de politeísmo y panteísmo.
Él criticaba que se había ido perdiendo la fuerza del mensaje divino consignado en el Corán y ejemplificado en los hadices, que son los dichos y hechos de Mahoma. Y todo esto le llevó a promover una reforma en profundidad de la espiritualidad de su tiempo, más que de las normas jurídicas en que se había fosilizado la tradición escrituralista islámica.
La prédica de Abdel Wahhab cobró fuerza porque la dirigió, en lugar de a La Meca y Medina, que son los puntos neurálgicos del pensamiento y la tradición islámica, a los oasis del interior de la península, donde fue creando comunidades de seguidores, de adeptos, que pusieron en marcha esta visión, por así decir, de un islam purificado.
Y digo por así decir porque, en realidad, esta tendencia del islam que dice que hay que volver a un ideal de pureza, volver a los orígenes y retomar el buen camino que se ha ido perdiendo con el paso de la historia, siempre ha estado presente.
Lo que sucede además es que en la época de Abdel Wahhab, políticamente la mayoría de la península Arábiga estaba en la práctica al margen del Imperio Otomano, salvo en su franja occidental, donde se hallan La Meca, Medina y la costa del Mar Rojo. El resto de la península era un desierto con escasa vida económica y que mantenía su propia autonomía.
En ese contexto, las tribus del centro de la península Arábiga sostuvieron un movimiento contestatario y de desligazón de los otomanos que halló en esta predicación, en el wahabismo, que en origen era un movimiento de carácter religioso y no político, un motor ideológico para sus intereses políticos y económicos, contrarios a la lógica otomana.
Es entonces, en 1741, cuando se produjo el pacto de Diriyah. Diriyah era un pequeño oasis-ciudad en el que se pusieron de acuerdo dos familias: los Saud, que se ocuparían de las cuestiones político-económicas del territorio conquistado, y los seguidores de Abdel Wahhab, que liderarían la superestructura ideológica, por así decirlo.
Y mediante el entronque de ambas familias se legitima el poder político y religioso de la futura Arabia…
Así es. El pacto de Diriyah facilita la rápida conquista de la península Arábiga. Unos se van a encargar de lo mundano y otros de lo divino.
Las conquistas territoriales wahabíes llegan de La Meca y Medina al sur de Irak, y se convierten en una amenaza para el control otomano de toda la región. La misión religiosa de Abdel Wahhab la prosigue su familia, los Al al-Sheij, en coalición con los dignatarios o jeques políticos que también se van sucediendo en la familia de los Saud hasta el año 1818.
Toda la región vivía un momento de convulsión: en 1798 Bonaparte había desembarcado en Egipto al mando de una expedición militar, que supuso el fin del gobierno mameluco de Egipto, que había perdurado cinco siglos; por su parte, los británicos intervinieron para cortar las ínfulas expansionistas francesas que amenazaban sus intereses imperiales con la mira muy puesta en la India.
Los otomanos se aprovecharon de esta circunstancia y restauraron su control sobre Egipto a través de un gobierno semiautónomo, que sirvió a su vez para reclutar a las fuerzas que reconquistarían La Meca y Medina en 1811 y tomarían en 1818 Diriyah, la capital wahabí-saudí.
Ahí termina la primera tentativa de Estado saudí, que duró desde 1744, con el pacto de Diriyah, hasta 1818, con la toma de la ciudad.
Fíjese que decimos “Estado saudí” y no “wahabí”, una distinción muy importante en ese sentido de división de ámbitos político/religioso que mencionábamos.
Muy moderno ¿no? Ahí termina la primera tentativa de Estado y el movimiento wahabí se sumerge en la historia de los derrotados. Hasta que a finales del siglo diecinueve, otra vez en un momento de gran inestabilidad, con la Conferencia de Berlín y el reparto de África entre las grandes potencias europeas, la región pasó a ser de nuevo el centro de la codicia colonial y los wahabíes emergieron con ello.
Es el momento en que Gran Bretaña se hace con el control de Egipto a través de la deuda del Canal de Suez.
En este contexto de inestabilidad comenzó el repunte del wahabismo que, aunque en un primer momento pareció que no iba a calar, más tarde, con el final de la Primera Guerra Mundial, encontró la forma de fructificar otra vez a la sombra de los intereses de la geopolítica internacional.
Durante la guerra, Francia y Gran Bretaña prometieron al jerife Huséin, el guardián de La Meca y Medina, que era un título honorífico dependiente del califa otomano pero de gran repercusión simbólica entre los musulmanes, le prometieron apoyar sus aspiraciones de fundar un reino árabe que se extendiera por la Península Arábiga y que incluyera lo que hoy es Jordania, Siria, Líbano, Israel-Palestina y parte de Irak.
Evidentemente nada más lejos de los intereses franco-británicos, así que concluida la guerra, Gran Bretaña encontró en las pretensiones hegemónicas saudíes/wahabíes sobre la península Arábiga un aliado quintacolumnista para contener primero y derrotar después a la familia de los jerifes.
Con el beneplácito británico, en 1924 los saudíes, bien organizados en una suerte de guerrillas de prosélitos wahabíes dispuestos a acometer su yihad, tomaron La Meca, consiguieron luego hacerse con el control del resto de la Península y en 1932 proclamaron el actual Reino de Arabia Saudí. Así, a grandes rasgos, Arabia Saudí es la historia de un pacto de la geopolítica con la ideología de fundamento religioso del wahabismo.
Por ello, el wahabismo ha acabado siendo no solo una cuestión ideológica o religiosa, sino también política y económica, una ideología nacional que ha reescrito a su antojo la historia de la región, como explica Madawi Al-Rasheed.
Nació del cruce de los intereses de dos familias que, en la actualidad, se siguen repartiendo los ámbitos de influencia del país.
Hoy los Saud son la familia reinante pero los al-Sheij son los que controlan el Consejo de los Ulemas y los que dotan al gobierno de un sostén jurídico basado en el islam, desde su punto de vista de qué es el islam, claro.
Este equilibrio y los consensos internos dentro de cada familia es el que ha sostenido a Arabia Saudí desde el año 1932, cuando se fundó el reino actual, pero que proviene de sus orígenes en el siglo dieciocho.
Las conquistas territoriales wahabíes llegan de La Meca y Medina al sur de Irak, y se convierten en una amenaza para el control otomano de toda la región. La misión religiosa de Abdel Wahhab la prosigue su familia, los Al al-Sheij, en coalición con los dignatarios o jeques políticos que también se van sucediendo en la familia de los Saud hasta el año 1818.
Toda la región vivía un momento de convulsión: en 1798 Bonaparte había desembarcado en Egipto al mando de una expedición militar, que supuso el fin del gobierno mameluco de Egipto, que había perdurado cinco siglos; por su parte, los británicos intervinieron para cortar las ínfulas expansionistas francesas que amenazaban sus intereses imperiales con la mira muy puesta en la India.
Los otomanos se aprovecharon de esta circunstancia y restauraron su control sobre Egipto a través de un gobierno semiautónomo, que sirvió a su vez para reclutar a las fuerzas que reconquistarían La Meca y Medina en 1811 y tomarían en 1818 Diriyah, la capital wahabí-saudí.
Ahí termina la primera tentativa de Estado saudí, que duró desde 1744, con el pacto de Diriyah, hasta 1818, con la toma de la ciudad.
Fíjese que decimos “Estado saudí” y no “wahabí”, una distinción muy importante en ese sentido de división de ámbitos político/religioso que mencionábamos.
Muy moderno ¿no? Ahí termina la primera tentativa de Estado y el movimiento wahabí se sumerge en la historia de los derrotados. Hasta que a finales del siglo diecinueve, otra vez en un momento de gran inestabilidad, con la Conferencia de Berlín y el reparto de África entre las grandes potencias europeas, la región pasó a ser de nuevo el centro de la codicia colonial y los wahabíes emergieron con ello.
Es el momento en que Gran Bretaña se hace con el control de Egipto a través de la deuda del Canal de Suez.
En este contexto de inestabilidad comenzó el repunte del wahabismo que, aunque en un primer momento pareció que no iba a calar, más tarde, con el final de la Primera Guerra Mundial, encontró la forma de fructificar otra vez a la sombra de los intereses de la geopolítica internacional.
Durante la guerra, Francia y Gran Bretaña prometieron al jerife Huséin, el guardián de La Meca y Medina, que era un título honorífico dependiente del califa otomano pero de gran repercusión simbólica entre los musulmanes, le prometieron apoyar sus aspiraciones de fundar un reino árabe que se extendiera por la Península Arábiga y que incluyera lo que hoy es Jordania, Siria, Líbano, Israel-Palestina y parte de Irak.
Evidentemente nada más lejos de los intereses franco-británicos, así que concluida la guerra, Gran Bretaña encontró en las pretensiones hegemónicas saudíes/wahabíes sobre la península Arábiga un aliado quintacolumnista para contener primero y derrotar después a la familia de los jerifes.
Con el beneplácito británico, en 1924 los saudíes, bien organizados en una suerte de guerrillas de prosélitos wahabíes dispuestos a acometer su yihad, tomaron La Meca, consiguieron luego hacerse con el control del resto de la Península y en 1932 proclamaron el actual Reino de Arabia Saudí. Así, a grandes rasgos, Arabia Saudí es la historia de un pacto de la geopolítica con la ideología de fundamento religioso del wahabismo.
Por ello, el wahabismo ha acabado siendo no solo una cuestión ideológica o religiosa, sino también política y económica, una ideología nacional que ha reescrito a su antojo la historia de la región, como explica Madawi Al-Rasheed.
Nació del cruce de los intereses de dos familias que, en la actualidad, se siguen repartiendo los ámbitos de influencia del país.
Hoy los Saud son la familia reinante pero los al-Sheij son los que controlan el Consejo de los Ulemas y los que dotan al gobierno de un sostén jurídico basado en el islam, desde su punto de vista de qué es el islam, claro.
Este equilibrio y los consensos internos dentro de cada familia es el que ha sostenido a Arabia Saudí desde el año 1932, cuando se fundó el reino actual, pero que proviene de sus orígenes en el siglo dieciocho.
La Casa Saud está entonces totalmente marcada por el wahabismo…
Sí, hablando en términos liberales se podría decir que los Saud han adoptado el wahabismo como ideología de Estado. Arabia Saudí es el resultado de una coalición en que política y economía confluyen con una ideología religiosa para crear una estructura estatal.
A veces se piensa que el wahabismo es una ideología religiosa, y eso es así en buena medida, pero también lo es que su existencia está ligada a unos intereses políticos, que ahora son de un tipo y que en el siglo dieciocho lo eran de otro.
El equilibrio entre los dos niveles, el religioso y el político, es lo que ha caracterizado la historia de los Saud y del wahabismo. Volviendo a las comparaciones con la tradición occidental, que en general suelen ser poco matizadas cuando se habla del islam pero que pueden ayudar a comprender mejor, el wahabismo crea círculos de competencias que distinguen Iglesia y Estado por familias.
A veces se piensa que el wahabismo es una ideología religiosa, y eso es así en buena medida, pero también lo es que su existencia está ligada a unos intereses políticos, que ahora son de un tipo y que en el siglo dieciocho lo eran de otro.
El equilibrio entre los dos niveles, el religioso y el político, es lo que ha caracterizado la historia de los Saud y del wahabismo. Volviendo a las comparaciones con la tradición occidental, que en general suelen ser poco matizadas cuando se habla del islam pero que pueden ayudar a comprender mejor, el wahabismo crea círculos de competencias que distinguen Iglesia y Estado por familias.
¿Y cuáles serían los principios políticos o religiosos que inspiran el movimiento wahabí?
Pues por explicarlo desde dentro, volvemos a lo ya dicho sobre que los wahabíes a sí mismos se denominan “la gente del tauhid”.
El problema es cómo se traduce esta palabra. El tauhid sería algo así como un monismo radical, y los wahabíes sería pues la gente de la unicidad extrema, la gente que defiende que Dios es solo uno, que es único y que es universal.
Que Dios es uno se opone, según los musulmanes, a otras tradiciones religiosas como el cristianismo, donde Dios es padre, hijo y Espíritu Santo, o al politeísmo de la Arabia preislámica o latente en la espiritualidad popular.
Que es único implica rechazar creencias en algo distinto, por ejemplo, los wahabíes dicen que defender el tauhid es incompatible con ser comunista, socialista, capitalista o cualquier otra pertenencia ideológica o práctica activista.
Y universal en el sentido de que el Dios del islam no reconoce razas, etnias, culturas, géneros, es uno para toda la humanidad y todos los musulmanes son idénticos, iguales por su fe. Como se ve, el credo religioso comporta importantes posicionamientos políticos y sociales.
El problema es cómo se traduce esta palabra. El tauhid sería algo así como un monismo radical, y los wahabíes sería pues la gente de la unicidad extrema, la gente que defiende que Dios es solo uno, que es único y que es universal.
Que Dios es uno se opone, según los musulmanes, a otras tradiciones religiosas como el cristianismo, donde Dios es padre, hijo y Espíritu Santo, o al politeísmo de la Arabia preislámica o latente en la espiritualidad popular.
Que es único implica rechazar creencias en algo distinto, por ejemplo, los wahabíes dicen que defender el tauhid es incompatible con ser comunista, socialista, capitalista o cualquier otra pertenencia ideológica o práctica activista.
Y universal en el sentido de que el Dios del islam no reconoce razas, etnias, culturas, géneros, es uno para toda la humanidad y todos los musulmanes son idénticos, iguales por su fe. Como se ve, el credo religioso comporta importantes posicionamientos políticos y sociales.
Es una especie de vuelta a la pureza del islam…
Sí, eso mantienen los wahabíes, que ellos recuperan el legado de los verdaderos ancestros del islam, los sálaf. Consideran que lo que ha sucedido en la historia es que se ha degenerado el ideal primigenio del tauhid y que eso ha supuesto la introducción de prácticas y doctrinas políticas, sociales, culturales o teológicas ajenas que implican no aceptar que Dios es el único legislador y que el hombre no puede legislar, tan solo seguir el modelo original que Mahoma vino a representar como ser humano.
Lo siguieron los cuatro primeros califas, pero según los wahabíes después el egoísmo y los intereses de los califas y del resto de los dignatarios musulmanes lo han deformado. Por ello hay que volver al origen, a los sálaf, término del que proviene “salafismo”, que es a su vez una gran familia llena de disputas en la que se integra el wahabismo.
Esta reivindicación de un primer tiempo idílico supone también un enfrentamiento directo con la tradición chií, en la medida en que los chiíes aceptan que la figura de Ali, el yerno y primo de Mahoma, ha tenido una continuidad en la transmisión del mensaje espiritual, y después de Ali sus hijos, los llamados “imames”. Para los wahabíes todo eso es antiislámico porque el Dios único le transmite a Mahoma su mensaje para que se lo dé cerrado a la humanidad, que es el Corán, y a partir de Mahoma no hay posibilidad de nuevas intervenciones humanas.
La veneración a Ali y sus descendientes, que es lo que caracteriza a los chiíes, no es asumible para los wahabíes. De hecho, en su época de expansión a comienzos del siglo diecinueve ya destruyeron Kerbela, donde se haya la tumba del imam Huséin, el lugar más sagrado para los chiíes.
Tampoco aceptan otras formas de espiritualidad propias del islam africano, por ejemplo, como la creencia en la baraka, la posibilidad de que haya hombres que tengan un don especial que Dios les ha dado y que hace posible que puedan transmitir su bendición a otros hombres, y por eso hay que visitar sus tumbas, las ermitas y mausoleos.
Todo esto para los wahabíes es una aberración, hasta el punto de que cuando mueren los reyes o los jefes de las tribus o cualquier personaje ilustre dentro de la comunidad wahabí, sus tumbas no se distinguen especialmente de otras, no tienen distintivos, los grandes hombres wahabíes yacen mezclados en los cementerios públicos con los súbditos corrientes, porque hacerles objeto de veneración atentaría contra la veneración que se debe tener única y exclusivamente hacia Dios.
La cuestión se ha llevado al paroxismo con la destrucción de todo el riquísimo patrimonio prewahabí de la península Arábiga, del que apenas quedan ya restos urbanos, arquitectónicos o arqueológicos.
Lo siguieron los cuatro primeros califas, pero según los wahabíes después el egoísmo y los intereses de los califas y del resto de los dignatarios musulmanes lo han deformado. Por ello hay que volver al origen, a los sálaf, término del que proviene “salafismo”, que es a su vez una gran familia llena de disputas en la que se integra el wahabismo.
Esta reivindicación de un primer tiempo idílico supone también un enfrentamiento directo con la tradición chií, en la medida en que los chiíes aceptan que la figura de Ali, el yerno y primo de Mahoma, ha tenido una continuidad en la transmisión del mensaje espiritual, y después de Ali sus hijos, los llamados “imames”. Para los wahabíes todo eso es antiislámico porque el Dios único le transmite a Mahoma su mensaje para que se lo dé cerrado a la humanidad, que es el Corán, y a partir de Mahoma no hay posibilidad de nuevas intervenciones humanas.
La veneración a Ali y sus descendientes, que es lo que caracteriza a los chiíes, no es asumible para los wahabíes. De hecho, en su época de expansión a comienzos del siglo diecinueve ya destruyeron Kerbela, donde se haya la tumba del imam Huséin, el lugar más sagrado para los chiíes.
Tampoco aceptan otras formas de espiritualidad propias del islam africano, por ejemplo, como la creencia en la baraka, la posibilidad de que haya hombres que tengan un don especial que Dios les ha dado y que hace posible que puedan transmitir su bendición a otros hombres, y por eso hay que visitar sus tumbas, las ermitas y mausoleos.
Todo esto para los wahabíes es una aberración, hasta el punto de que cuando mueren los reyes o los jefes de las tribus o cualquier personaje ilustre dentro de la comunidad wahabí, sus tumbas no se distinguen especialmente de otras, no tienen distintivos, los grandes hombres wahabíes yacen mezclados en los cementerios públicos con los súbditos corrientes, porque hacerles objeto de veneración atentaría contra la veneración que se debe tener única y exclusivamente hacia Dios.
La cuestión se ha llevado al paroxismo con la destrucción de todo el riquísimo patrimonio prewahabí de la península Arábiga, del que apenas quedan ya restos urbanos, arquitectónicos o arqueológicos.
Y todas estas costumbres rigoristas como que las mujeres no puedan conducir, prohibir el cine, la música, toda esa repulsión u odio hacia lo occidental tiene entonces su origen en el wahabismo…
La doctrina wahabí examina la realidad y sentencia su grado de acomodación con el islam. Como todas esas cuestiones que usted menciona.
Hacer este escrutinio es algo común a todas las escuelas jurídico-doctrinales islámicas, luego sus resultados pueden ser muy distintos.
En general, en el islam sunní hay cuatro escuelas jurídico-doctrinales. Estas escuelas se empiezan a constituir a partir del siglo VIII-IX, un siglo y medio después del fallecimiento de Mahoma, y cada una elabora jurisprudencia según un método particular que difiere en el uso de recursos y puede llevar a soluciones distintas para un mismo problema.
No vamos a entrar ahora en ellas porque sería largo de explicar, pero lo que importa para lo que nos ocupa es que hay una escuela, que se llama hanbalí, que es la que provee al wahabismo de los instrumentos jurídicos para establecer esa visión del mundo que usted comenta.
Es una escuela que sostiene que hay que apegarse a lo que dicta el Corán, lo que dicen los hadices, es decir, los hechos y dichos de Mahoma, y lo que establecen las fetuas, los dictámenes de los primeros musulmanes, que fueron los compañeros de Mahoma.
Fuera de ello, toda elasticidad es posible. Pero claro, los hadices en bruto y las fetuas de aquellos primeros musulmanes han dado lugar a un corpus enorme.
No es posible poner un número a los hadices, que se compilaron casi doscientos años después de muerto Mahoma, menos aún a las fetuas de sus seguidores, todo ocupa cientos de volúmenes, es decir, es un magma inmenso, en donde hay de todo, tanto que dependiendo de lo que quieras buscar encuentras.
Eso nos lleva a la noticia que hemos oído en las últimas semanas de que las mujeres de Arabia Saudí podrán conducir coches, cuando los wahabíes habían sostenido que no podían hacerlo porque iba contra la charía, la norma islámica.
La gente se echó las manos a la cabeza ¿antes no y ahora sí? Pues es que antes se anteponía la norma general, que es la que obliga a preservar la pureza de las mujeres impidiendo su libertad de movimientos, a una norma particular como conducir un coche propio que podría exponer a la mujer a perder esa pureza, y resulta que ahora se esgrime que en ningún hadiz o fetua se halla precedente alguno para la prohibición particular, de modo que la prohibición no es pertinente.
Simplificando, que los precedentes se abren y se cierran y para todo se puede encontrar una justificación en lo que hay o no hay en ese corpus, y así antes los wahabíes fueron los únicos musulmanes que consideraron contrario al islam que las mujeres condujeran y ahora, tras décadas de oídos sordos a las demandas de sus mujeres y de medio mundo, de repente han cambiado de “punto de vista”.
Y ahí interviene de nuevo la política, como en este caso, con el príncipe heredero Muhammad Ibn Salman buscando formas propias de legitimidad.
Pero esto de la elasticidad doctrinal no es nuevo, al contrario.
Por ejemplo, los wahabíes han legislado normas económicas que serían impensables en otras escuelas doctrinales y que han permitido la apropiación de los recursos naturales por parte de una elite, o el desarrollo de un sistema financiero tan voraz o más que la usura, que ellos, como el resto de los musulmanes, tienen prohibida.
Lo que es inconcebible para otras escuelas del islam es posible para ellos porque si no está escrito… El literalismo les constriñe pero todo lo que no es literal también les da gran libertad.
Hacer este escrutinio es algo común a todas las escuelas jurídico-doctrinales islámicas, luego sus resultados pueden ser muy distintos.
En general, en el islam sunní hay cuatro escuelas jurídico-doctrinales. Estas escuelas se empiezan a constituir a partir del siglo VIII-IX, un siglo y medio después del fallecimiento de Mahoma, y cada una elabora jurisprudencia según un método particular que difiere en el uso de recursos y puede llevar a soluciones distintas para un mismo problema.
No vamos a entrar ahora en ellas porque sería largo de explicar, pero lo que importa para lo que nos ocupa es que hay una escuela, que se llama hanbalí, que es la que provee al wahabismo de los instrumentos jurídicos para establecer esa visión del mundo que usted comenta.
Es una escuela que sostiene que hay que apegarse a lo que dicta el Corán, lo que dicen los hadices, es decir, los hechos y dichos de Mahoma, y lo que establecen las fetuas, los dictámenes de los primeros musulmanes, que fueron los compañeros de Mahoma.
Fuera de ello, toda elasticidad es posible. Pero claro, los hadices en bruto y las fetuas de aquellos primeros musulmanes han dado lugar a un corpus enorme.
No es posible poner un número a los hadices, que se compilaron casi doscientos años después de muerto Mahoma, menos aún a las fetuas de sus seguidores, todo ocupa cientos de volúmenes, es decir, es un magma inmenso, en donde hay de todo, tanto que dependiendo de lo que quieras buscar encuentras.
Eso nos lleva a la noticia que hemos oído en las últimas semanas de que las mujeres de Arabia Saudí podrán conducir coches, cuando los wahabíes habían sostenido que no podían hacerlo porque iba contra la charía, la norma islámica.
La gente se echó las manos a la cabeza ¿antes no y ahora sí? Pues es que antes se anteponía la norma general, que es la que obliga a preservar la pureza de las mujeres impidiendo su libertad de movimientos, a una norma particular como conducir un coche propio que podría exponer a la mujer a perder esa pureza, y resulta que ahora se esgrime que en ningún hadiz o fetua se halla precedente alguno para la prohibición particular, de modo que la prohibición no es pertinente.
Simplificando, que los precedentes se abren y se cierran y para todo se puede encontrar una justificación en lo que hay o no hay en ese corpus, y así antes los wahabíes fueron los únicos musulmanes que consideraron contrario al islam que las mujeres condujeran y ahora, tras décadas de oídos sordos a las demandas de sus mujeres y de medio mundo, de repente han cambiado de “punto de vista”.
Y ahí interviene de nuevo la política, como en este caso, con el príncipe heredero Muhammad Ibn Salman buscando formas propias de legitimidad.
Pero esto de la elasticidad doctrinal no es nuevo, al contrario.
Por ejemplo, los wahabíes han legislado normas económicas que serían impensables en otras escuelas doctrinales y que han permitido la apropiación de los recursos naturales por parte de una elite, o el desarrollo de un sistema financiero tan voraz o más que la usura, que ellos, como el resto de los musulmanes, tienen prohibida.
Lo que es inconcebible para otras escuelas del islam es posible para ellos porque si no está escrito… El literalismo les constriñe pero todo lo que no es literal también les da gran libertad.
El wahabismo tuvo su momento de decadencia pero resurge en el siglo veinte…
Vuelve a resurgir después de la Primera Guerra Mundial. Los saudíes escriben su historia presente como resultado del impulso del wahabismo para recuperarse, pero sobre todo tiene mucho que ver con la política internacional…
Algunos autores, como Pascal Menoret, incluso consideran que el wahabismo es un injerto del rey Abdelaziz Ibn Saud, el primer monarca del actual Reino de Arabai Saudí…
Yo creo que esto es una exageración que no pondera suficientemente el peso de la continuidad político-religiosa del legado wahabí, aunque es cierto que Abdelaziz manipuló a su antojo buena parte de ese legado.
Algunos autores, como Pascal Menoret, incluso consideran que el wahabismo es un injerto del rey Abdelaziz Ibn Saud, el primer monarca del actual Reino de Arabai Saudí…
Yo creo que esto es una exageración que no pondera suficientemente el peso de la continuidad político-religiosa del legado wahabí, aunque es cierto que Abdelaziz manipuló a su antojo buena parte de ese legado.
Algunos expertos creen que con el descubrimiento de los pozos petrolíferos en el desierto de Arabia y el apoyo al gobierno saudí de las potencias coloniales Occidente legitimó el wahabismo…
Pero fíjese, cuando resurge el movimiento wahabí, en torno a la Primera Guerra Mundial, el interés occidental no se debió a los pozos petrolíferos, porque no se habían descubierto todavía, sino que fue por el interés geoestratégico de Gran Bretaña en la península Arábiga, como hemos comentado.
Esto es lo que se cuenta en la película Lawrence de Arabia basada en Los siete pilares de la sabiduría, una especie de relato en primera persona de uno de los protagonistas, el mismo Lawrence. Las rápidas conquistas de los guerreros wahabíes ponen bajo control del líder de los Saud, Abdelaziz, prácticamente toda la península, que se wahabiza por decreto, valga la expresión.
El reino no se proclama hasta 1932 y es a partir de ese año cuando se descubren los primeros yacimientos, pero el primer apoyo internacional a los saudíes no viene por el petróleo sino por una cuestión de geopolítica: impedir la unión política de los pueblos árabes desde el Yemen a Siria bajo el liderazgo de la familia de los jerifes, con gran poder simbólico.
Así, en la recién creada Sociedad de Naciones tras el Tratado de Versalles que reconoce el reparto de la zona entre Francia y Gran Bretaña, a los británicos se les adjudica el mandato de lo que luego será Arabia Saudí, que se constituye en el Estado que hoy conocemos en 1932 pero que como unidad nacional había sido inexistente hasta ese momento.
El interés primero de Occidente fue de carácter político, o más bien geopolítico, no fue económico por el petróleo, sino por el control estratégico de la región.
No olvide que Gran Bretaña necesitaba controlar el Canal de Suez y el Mar Rojo para llegar a la India, que era su gran joya colonial.
Esto es lo que se cuenta en la película Lawrence de Arabia basada en Los siete pilares de la sabiduría, una especie de relato en primera persona de uno de los protagonistas, el mismo Lawrence. Las rápidas conquistas de los guerreros wahabíes ponen bajo control del líder de los Saud, Abdelaziz, prácticamente toda la península, que se wahabiza por decreto, valga la expresión.
El reino no se proclama hasta 1932 y es a partir de ese año cuando se descubren los primeros yacimientos, pero el primer apoyo internacional a los saudíes no viene por el petróleo sino por una cuestión de geopolítica: impedir la unión política de los pueblos árabes desde el Yemen a Siria bajo el liderazgo de la familia de los jerifes, con gran poder simbólico.
Así, en la recién creada Sociedad de Naciones tras el Tratado de Versalles que reconoce el reparto de la zona entre Francia y Gran Bretaña, a los británicos se les adjudica el mandato de lo que luego será Arabia Saudí, que se constituye en el Estado que hoy conocemos en 1932 pero que como unidad nacional había sido inexistente hasta ese momento.
El interés primero de Occidente fue de carácter político, o más bien geopolítico, no fue económico por el petróleo, sino por el control estratégico de la región.
No olvide que Gran Bretaña necesitaba controlar el Canal de Suez y el Mar Rojo para llegar a la India, que era su gran joya colonial.
¿Bin Laden resucitó el wahabismo?
Osama Bin Laden era hijo de un saudí multimillonario, y su dinero y su familia le dieron una gran capacidad de influencia dentro y fuera de Arabia Saudí. Por otro lado, Bin Laden se formó en una moderna universidad saudí, en la Universidad Rey Abdelaziz de Yedda, que se nutrió del profesorado que atraía de Egipto y de Siria.
En la universidad saudí de los años 1960 y 1970 recalaron los exiliados islamistas y Hermanos Musulmanes de la zona.
Así fue penetrando una visión del islam político, del islamismo, que no estaba directamente relacionada con el wahabismo, y que propagaba un islam de carácter contestatario contra los regímenes en vigor que daba pie a una ideología revolucionaria a la manera de los tiempos: fuertemente proselitista, organizada en células de activistas, jerárquica…
Bin Laden se forma en ese contexto, mezcla de wahabismo e islamismo revolucionario, con el petróleo como arma ideológica tras la crisis de 1973.
Arabia Saudí ya se había convertido en un actor internacional de primer orden, alineado con Estados Unidos desde el famoso encuentro entre Abdelaziz, Roosevelt y Churchill en 1945, de modo que en el contexto de la Guerra Fría la invasión soviética de Afganistán de 1979 propició la intervención saudí en el conflicto, sin olvidar que también fue una forma de cortar las alas por el este a la reciente y triunfante revolución islámica iraní.
Y ahí es donde Bin Laden aparece en escena, en la gestión del capital económico que sostiene la lucha de los muyahidines en Afganistán, pues la financiación de la yihad para expulsar a los soviéticos se nutrió de las grandes fortunas saudíes.
Bin Laden, con su formación marcada por una visión revolucionaria del islam que viene más bien de Egipto, se instaló en Afganistán y creó las bases de formación y servicios llamadas “qaeda”, y de ahí la famosa Al Qaeda.
La impronta wahabí de Bin Laden y sus relaciones con el estamento wahabí, es decir, con la familia al-Sheij, que es la que ostenta el control ideológico, siempre fueron conflictivas.
Sí, de acuerdo, Bin Laden era wahabí pero era más que eso, él es paradigmático de una generación de jóvenes saudíes que dieron un vuelta de tuerca a la ideología wahabí y la mezclaron con otros movimientos revolucionarios y las tendencias del salafismo más políticas.
En la universidad saudí de los años 1960 y 1970 recalaron los exiliados islamistas y Hermanos Musulmanes de la zona.
Así fue penetrando una visión del islam político, del islamismo, que no estaba directamente relacionada con el wahabismo, y que propagaba un islam de carácter contestatario contra los regímenes en vigor que daba pie a una ideología revolucionaria a la manera de los tiempos: fuertemente proselitista, organizada en células de activistas, jerárquica…
Bin Laden se forma en ese contexto, mezcla de wahabismo e islamismo revolucionario, con el petróleo como arma ideológica tras la crisis de 1973.
Arabia Saudí ya se había convertido en un actor internacional de primer orden, alineado con Estados Unidos desde el famoso encuentro entre Abdelaziz, Roosevelt y Churchill en 1945, de modo que en el contexto de la Guerra Fría la invasión soviética de Afganistán de 1979 propició la intervención saudí en el conflicto, sin olvidar que también fue una forma de cortar las alas por el este a la reciente y triunfante revolución islámica iraní.
Y ahí es donde Bin Laden aparece en escena, en la gestión del capital económico que sostiene la lucha de los muyahidines en Afganistán, pues la financiación de la yihad para expulsar a los soviéticos se nutrió de las grandes fortunas saudíes.
Bin Laden, con su formación marcada por una visión revolucionaria del islam que viene más bien de Egipto, se instaló en Afganistán y creó las bases de formación y servicios llamadas “qaeda”, y de ahí la famosa Al Qaeda.
La impronta wahabí de Bin Laden y sus relaciones con el estamento wahabí, es decir, con la familia al-Sheij, que es la que ostenta el control ideológico, siempre fueron conflictivas.
Sí, de acuerdo, Bin Laden era wahabí pero era más que eso, él es paradigmático de una generación de jóvenes saudíes que dieron un vuelta de tuerca a la ideología wahabí y la mezclaron con otros movimientos revolucionarios y las tendencias del salafismo más políticas.
Luego no fue el inventor del wahabismo, como muchas veces se cree, el movimiento viene de mucho más atrás…
En absoluto, el wahabismo, si se ha expandido por el mundo, no ha sido por Bin Laden. Si hay que buscar un primer responsable sería obra de la Liga Mundial Islámica, que es una institución creada en 1962 en La Meca con claros fines proselitistas wahabíes a nivel internacional.
La Liga Mundial Islámica es una institución con proyectos de carácter educativo y asistencial, con planes de cooperación y desarrollo que ha ido dando apoyo a comunidades musulmanas de todo el mundo en espacios donde el Estado no llega, desde África y Asia hasta aquí en Europa.
A través de la Liga se financian, por ejemplo, las mezquitas europeas, y a través de este proselitismo y actuación por la base es como el wahabismo ha ido penetrando, esa ha sido la línea principal de expansión del wahabismo, el caldo de cultivo para posteriores desarrollos del wahabismo yihadista.
Pero el wahabismo mayoritario es este wahabismo conservador, el de la segregación por sexos, con las mujeres con el rostro cubierto y los hombres con barbas y chilabas, un wahabismo que siempre ha llamado a estar al margen de la política, porque en eso reside su fuerza, en respetar la autonomía del poder político para garantizarse su control sobre el poder social.
Las sinergias transnacionales que crea las estamos viendo en muchísimos lugares.
La Liga Mundial Islámica es una institución con proyectos de carácter educativo y asistencial, con planes de cooperación y desarrollo que ha ido dando apoyo a comunidades musulmanas de todo el mundo en espacios donde el Estado no llega, desde África y Asia hasta aquí en Europa.
A través de la Liga se financian, por ejemplo, las mezquitas europeas, y a través de este proselitismo y actuación por la base es como el wahabismo ha ido penetrando, esa ha sido la línea principal de expansión del wahabismo, el caldo de cultivo para posteriores desarrollos del wahabismo yihadista.
Pero el wahabismo mayoritario es este wahabismo conservador, el de la segregación por sexos, con las mujeres con el rostro cubierto y los hombres con barbas y chilabas, un wahabismo que siempre ha llamado a estar al margen de la política, porque en eso reside su fuerza, en respetar la autonomía del poder político para garantizarse su control sobre el poder social.
Las sinergias transnacionales que crea las estamos viendo en muchísimos lugares.
En cualquier caso es una filosofía que se extiende cada vez más por el mundo árabe…
Se ha extendido por todo el mundo islámico, no solo por el mundo árabe y Oriente Medio, por toda África, por el sudeste asiático, por las antiguas repúblicas soviéticas…
Su forma de penetrar es fundando escuelas, universidades, abriendo grandes mezquitas, apoyando determinado tipo de publicaciones y líneas editoriales, a través de buenas páginas web, así es como penetran en diferentes capas sociales, creando una identidad basada en aspectos externos distintivos, como la vestimenta o una forma de expresarse y comportarse en público, y llegando con servicios donde no llegan los Estados fallidos, o los Estados totalitarios o, como en el caso de Europa, llenando el espacio para la religión del que no se ocupan los Estados.
Es una manera de infiltrarse que no es a través de la política, es a través de la educación, de los centros asistenciales, de un modo de ser y estar que se siente como verdaderamente islámico frente a la alienación de la globalización. Podría decirse que ser wahabí es como un refugio.
Su forma de penetrar es fundando escuelas, universidades, abriendo grandes mezquitas, apoyando determinado tipo de publicaciones y líneas editoriales, a través de buenas páginas web, así es como penetran en diferentes capas sociales, creando una identidad basada en aspectos externos distintivos, como la vestimenta o una forma de expresarse y comportarse en público, y llegando con servicios donde no llegan los Estados fallidos, o los Estados totalitarios o, como en el caso de Europa, llenando el espacio para la religión del que no se ocupan los Estados.
Es una manera de infiltrarse que no es a través de la política, es a través de la educación, de los centros asistenciales, de un modo de ser y estar que se siente como verdaderamente islámico frente a la alienación de la globalización. Podría decirse que ser wahabí es como un refugio.
¿Es entonces el wahabismo la raíz ideológica del yihadismo que estamos sufriendo en Europa?
Es una de las raíces, yo no lo vincularía unívocamente, sí directamente pero no unívocamente.
Yo diría que el yihadismo es hijo del wahabismo pero también tiene otros padres y madres, no es un ser puro, es un híbrido, como el propio wahabismo.
Desde luego, por un lado el wahabismo le ha dado al yihadismo unas posibilidades de expansión y penetración que no hubiera tenido sin las instituciones wahabíes.
Además, el yihadismo tiene un fuerte componente hanbalí, la escuela jurídico-doctrinal de la que hablaba antes, la misma del wahabismo.
Pero por otro lado, hay otras corrientes ideológicas islámicas que han influido muchísimo en el yihadismo y que no son wahabistas, por ejemplo toda la tradición de los Hermanos Musulmanes creados en 1928, o las teorías sobre la vanguardia revolucionaria, eso no tiene que ver con el wahabismo, eso es islamismo de otro tipo y guarda relación directa con las ideologías del siglo veinte en general, con ideas revolucionarias como el maoísmo o el foquismo.
El hibridismo ideológico es propio de todo el islam político del siglo veinte, no es nada nuevo.
Por ejemplo, hace más de veinte años yo hice mi tesis doctoral sobre un grupo islamista egipcio que por entonces retaba en el terreno democrático al régimen de Mubarak.
Estos islamistas venían del marxismo y sus líderes, en concreto Adil Husayn, utilizaban las herramientas de análisis de Gramsci para construir una nueva hegemonía que ellos llamaban “islam culturalista” o “civista”.
Estos no eran yihadistas, pero se lo comento solo para ejemplificar con otro caso el hibridismo ideológico del islamismo en general, al que no es inmune el yihadismo actual.
Dentro del yihadismo hay varias tendencias, entre los teóricos del yihadismo tienen lugar grandes discusiones sobre los límites de la yihad, el imperativo del califato, la anatemización de otros musulmanes, etcétera, que desde fuera pueden parecer diferencias nimias ante la magnitud del terror que promueven, pero que desde el punto de vista doctrinal son muy importantes y dan lugar a enfrentamientos tan violentos como los que vemos en la guerra siria entre facciones yihadistas.
El mayor enemigo hoy en día del wahabismo son estos hijos díscolos que incluso han llegado a declararle infiel a él también, aunque también los últimos movimientos del príncipe heredero saudí parecen indicar que el wahabismo puede tener los días contados como ideología de Estado.
Pero con él ¿no se vendrá abajo todo el fundamento del Estado saudí?
Yo diría que el yihadismo es hijo del wahabismo pero también tiene otros padres y madres, no es un ser puro, es un híbrido, como el propio wahabismo.
Desde luego, por un lado el wahabismo le ha dado al yihadismo unas posibilidades de expansión y penetración que no hubiera tenido sin las instituciones wahabíes.
Además, el yihadismo tiene un fuerte componente hanbalí, la escuela jurídico-doctrinal de la que hablaba antes, la misma del wahabismo.
Pero por otro lado, hay otras corrientes ideológicas islámicas que han influido muchísimo en el yihadismo y que no son wahabistas, por ejemplo toda la tradición de los Hermanos Musulmanes creados en 1928, o las teorías sobre la vanguardia revolucionaria, eso no tiene que ver con el wahabismo, eso es islamismo de otro tipo y guarda relación directa con las ideologías del siglo veinte en general, con ideas revolucionarias como el maoísmo o el foquismo.
El hibridismo ideológico es propio de todo el islam político del siglo veinte, no es nada nuevo.
Por ejemplo, hace más de veinte años yo hice mi tesis doctoral sobre un grupo islamista egipcio que por entonces retaba en el terreno democrático al régimen de Mubarak.
Estos islamistas venían del marxismo y sus líderes, en concreto Adil Husayn, utilizaban las herramientas de análisis de Gramsci para construir una nueva hegemonía que ellos llamaban “islam culturalista” o “civista”.
Estos no eran yihadistas, pero se lo comento solo para ejemplificar con otro caso el hibridismo ideológico del islamismo en general, al que no es inmune el yihadismo actual.
Dentro del yihadismo hay varias tendencias, entre los teóricos del yihadismo tienen lugar grandes discusiones sobre los límites de la yihad, el imperativo del califato, la anatemización de otros musulmanes, etcétera, que desde fuera pueden parecer diferencias nimias ante la magnitud del terror que promueven, pero que desde el punto de vista doctrinal son muy importantes y dan lugar a enfrentamientos tan violentos como los que vemos en la guerra siria entre facciones yihadistas.
El mayor enemigo hoy en día del wahabismo son estos hijos díscolos que incluso han llegado a declararle infiel a él también, aunque también los últimos movimientos del príncipe heredero saudí parecen indicar que el wahabismo puede tener los días contados como ideología de Estado.
Pero con él ¿no se vendrá abajo todo el fundamento del Estado saudí?
Fuente original: http://www.gurbrevista.com/2017/11/entrevista-a-luz-gomez/
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=234868