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La teoría trotskista del doble poder, contraria a la guerra popular y la dictadura del proletariado


«La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario, es imposible sin urna revolución violenta». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Estado y la revolución, 1917)
En los momentos actuales, al mismo tiempo que el revisionismo moderno se esfuerza por adormecer a las nasas trabajadoras con ilusiones acerca de la posibilidad del paso pacífico y la conquista del socialismo por medios pacíficos y la vía parlamentaria, que desnaturaliza por completo las enseñanzas de Marx y Engels acerca de la necesidad de destruir el aparato estatal burgués mediante la violencia revolucionaria, y también las de Lenin, Stalin. (...) 

Los neotrotskistas de «Unidad» P.C.I. y de otros grupos trotskistas, esgrimen de manera general la teoría del «doble poder», con la que tratan de hacer creer a las masas trabajadoras y a otros sectores populares –como el estudiantado revolucionario, por ejemplo–, que cualquier comité de fábrica, cualquier organización sindical, constituye un elemento de «doble poder» –de poder obrero o popular–. 

Ante esta mistificación acerca del papel y de los mecanismos y medios de dominio del Estado capitalista, conviene aclarar algunas cuestiones elementales acerca del papel del Estado burgués en tanto que instrumento dominación de la burguesía y también acerca de la dictadura del proletariado como forma de Estado popular revolucionario. 

Es preciso para ello remitirnos a las experiencias de gran valor científico que sobre esta importante cuestión de la función del Estado y de sus mecanismos sacaron Marx y Engels al analizar la experiencia de la Comuna de París, experiencias que Lenin a su vez estudia y actualiza, en su importante obra «El Estado y la Revolución». 

Estos valiosos escritos (...) ponen en relieve de manera inequívoca el principio de la necesidad de la destrucción mediante la violencia revolucionaria –la lucha armada popular– del aparato del Estado burgués, y de que sólo tras haber destruido de ese modo el poder estatal de la reacción, puede crearse el Estado proletario, la dictadura del proletariado en su forma pura y compartida con otras capas no proletarias –bajo la dirección de la clase obrera en alianza con el campesinado–.

La teoría de Trotski del «doble poder» tergiversa algunos escritos de Lenin en vísperas de la Revolución rusa de 1917. A este respecto, Lenin dijo concretamente:

«Las armas están ahora en manos de los soldados y de los obreros y no en manos de los capitalistas». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tareas del proletariado en nuestra revolución, 23 de abril de 2017)

Y precisa para que no hubiera lugar a dudas:

«Esta situación ha entrelazado, formando un todo, de dictaduras: la dictadura de la burguesía.(...) y la del proletariado y los campesinos, el soviet (...) que se apoya indudablemente en la mayoría absoluta del pueblo, en los obreros y soldados armados». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; Tareas del proletariado en nuestra revolución, 23 de abril de 2017)

Vemos, pues, como esa situación sólo puede darse de manera transitoria una vez que las masas revolucionarias están armadas y en una situación de revolución abierta. 

Pero Lenin precisaba, no obstante, que esa cualidad era algo «excepcional», «extraordinariamente peregrino» y que ese «entrelazamiento» no está en condicionas de sostenerse mucho tiempo. 

Es de señalar, además que, dos meses antes que Lenin escribiera estas líneas –abril de 1917–, las masas populares se habían sublevado y se habían apoderado de las armas, y que el Estado, burgués estaba prácticamente en descomposición y quebrantado al máximo como consecuencia de la guerra interimperialista.

Actualmente, la teoría del «doble poder» constituye uno de los aspectos más importantes de las distintas corrientes trotskistas, que, como vemos, es un punto de entronque con las concepciones pacifistas de los socialdemócratas y de los revisionistas modernos, ya que todos ellos coinciden en no plantearse la necesidad de preparar a las masas revolucionarias para la lucha armada, para la guerra popular, sino que pretenden que, o bien a través del parlamentarismo, o la huelga general pacífica, o mediante organización del doble poder basado en los sindicatos, o comités obreros, se puede llegar a conquistar el poder e implantar el socialismo. 

No es esta una afirmación gratuita por nuestra parte. Remitimos a nuestros lectores a las publicaciones de los revisionistas carrillistas, –Mundo «Obrero», en particular– de los últimos años, y también a los panfletos que de vez en cuando sacan a la luz el grupo «Unidad»-P.C.I., Acción Comunista , y también algunos elementos trotskistas del P.L.P. y otros –F.O.C. etc.–.

Refutando las distintas corrientes que en 1917, es decir, en vísperas de la revolución en la antigua Rusia zarista, tergiversaban los escritos y las teorías de Marx y Engels acerca del Estado, y que pretendían que el Estado, o bien podía servir para conciliar las contradicciones o bien que podía ser transformado por la presión de otras fuerzas organizadas, como los sindicatos, por ejemplo, Lenin en «El Estado y la Revolución» dice lo siguiente:

«Si el Estado es un producto del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase, si es una fuerza que está por encima de la sociedad y que se divorcia más y más de la sociedad, resulta claro que la liberación de la clase oprimida es imposible, no sólo sin una revolución violenta, sino también sin la destrucción del aparato del poder estatal que ha sido creado por la clase dominante y en el que toma cuerpo aquel «divorcio». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; El Estado y la Revolución, 1917)


Resulta, pues, evidente que el aparato estatal burgués con su ejército, sus cuerpos policíacos represivos, de muy diversa índole –muchos de ellos secretos en tanto que desconocidos para las amplias masas–, es una fortaleza que la burguesía no va en ningún momento a transformar ni a entregar al proletariado por que éste ejerza una simple presión con su lucha revolucionaria o porque existan organizaciones o comités sindicales en las fábricas o en las universidades, etc. 

No, para destruir el aparata estatal burgués, para que el proletariado tome el poder y pueda establecer su propia dictadura, es preciso destruir mediante la lucha revolucionaria, sin duda alguna armada, el Estado burgués. 

Y eso no se logra de la mañana a la noche. Es esa una tarea, la fundamental de la lucha revolucionaria de las masas populares, para la cual es necesario preparar y organizar a las masas para la eventualidad inevitable de que la burguesía va a defender ese Estado por todos los medios represivos de que dispone, el ejército, la policía y sus milicias fascistas.

Fue en 1938 cuando Trotski precisa en su «Programa de Transición de la IV Internacional», su teoría del «doble poder», según la cual el proletariado puede ir construyendo el poder obrero –sin salirse del marco capitalista–, «obligando a la burguesía a aceptar el control obrero en las fábricas», es decir, que los obreros puedan inspeccionar los libros de cuantas y de gestión, y ser consultados para tomar decisiones respecto de las inversiones, de los precios, de la producción, etc. 

En realidad esta «doctrina» es prácticamente idéntica a la teoría reaccionaria de la forma de la estructura de la empresa. El argumento trotskista de que ésto «sólo constituirá una fase de transición en espera de que pueda llevarse a cabo el programa máximo», es la clásica postura reformista de «no renunciar al objetivo final» pero amoldarse entre tanto a la dominación del capital financiero. 

De hecho, semejante medida significa una congestión que serviría para integrar a los trabajadores a la buena marcha de la empresa capitalista, sin que nada fundamental cambiara, ya que el Estado con todo su aparato técnico, político, militar, policíaco; seguiría en manos de la burguesía. Pretende también esta teoría trotskista que, mediante esto supuesto proceso de doble poder, el poder central reaccionario va perdiendo peso hasta que llega a no representar nada y puede ser sustituido automáticamente por el poder obrero a escala nacional. 

Es innegable que esta «teoría» no es más que una variante de la concepción revisionista acerca de la transición pacífica hacia el socialismo, basada en que la correlación de fuerzas ha cambiado en favor del proletariado. 

Ambas; hacen abstracción del principio de que la ferocidad de la reacción que detenta el poder se incrementa ante el desarrollo de las luchas populares, y que abundan los casos en la historia de los últimos 30 años de cómo, cuando ve su existencia en peligro, la reacción capitalista violando su propia legalidad procede a la instauración de feroces dictaduras de tipo fascista para tratar de reprimir a sangre y fuego todo proceso revolucionario y de desarrollo de las fuerzas populares. 

Resulta, pues, evidente que sólo la preparación y la organización de las nasas para la lucha revolucionaria armada, para derrocar a la reacción, puede garantizar al proletariado y demás fuerzas populares la victoria, es decir, la instauración de su propio poder. Pretender lo contrario es sembrar absurdas ilusiones, con las que, objetivamente, se hace el juego a la reacción.

Pero los trotskistas actuales, y otras organizaciones frentistas bajo influencia trotskista –especialmente en Cataluña–, pretenden que la simple existencia de organizaciones sindicales a nivel de fábrica constituye ya la base de un «poder obrero». 

De manara simplista se han agarrado como a un clavo ardiendo a las Comisiones Obreras (CC.OO.) para proclamar que éstas constituyen el «poder obrero» y que hasta con desarrollarlas y generalizarlas para que un buen día el franquismo deje de ser el poder real. 

Hablan de desarrollar a partir de las CC.OO. un «sistema de contrapoderes». Una vez más podemos ver la semejanza y coincidencia entre la descabellada «teoría» y las posiciones revisionistas acerca de que las CC.OO. lograrán, mediante su desarrollo y «acciones cívicas», llegar a la huelga general y obligar al Gobierno yanquifranquista a hacer las maletas y marcharse.

Los neotrotskistas de «Unidad-P.C.I.», y otros grupos incluidos los revisionistas de Carrillo, siembran como vemos absurdas ilusiones de legalismo bajo el yanquifranquismo. 

Lejos de nosotros está el menospreciar la importancia de las CC.OO. en tanto que organizaciones de masas trabajadoras; ahora bien, queremos precisar que las CC.OO. sólo desempeñará un papel verdaderamente revolucionario al estar orientadas por una línea revolucionaria, antirrevisionista, y si adoptan también métodos de acción y de lucha revolucionarios, con arreglo al grado de combatividad de los trabajadores. 

Contrariamente a lo que hacen los trotskistas que se limitan a apoyar meramente todo aquello que hacen o que no hacen las CC.OO. y que practican el seguidismo, nuestro partido, nuestros militantes se esfuerzan junto con los obreros más conscientes, basándose, claro está, en el grado de conciencia y de comprensión política de las masas en cada lugar y momento, por denunciar la línea reaccionaria carrillista en el seno de las CC.OO., al mismo tiempo que señalan el camino de la acción revolucionaria y de la lucha por la independencia nacional, contra la dominación yanqui y por el derrocamiento de la dictadura.

Para los marxistas-leninistas, para los verdaderos revolucionarios no hay en definitiva más que una vía para establecer la dictadura del proletariado, que es la vía armada y la guerra popular. 

La experiencia de la lucha de clases en la época del imperialismo, nos demuestra que la clase obrera y las masas trabajadoras no pueden derrocar a la reacción ni arrojar al ocupante yanqui más que mediante la violencia revolucionaria y la guerra popular». (Partido Comunista de España (marxista-leninista); ¿Marxismo-leninismo o trotskismo?, 1969)

Anotación de Bitácora (M-L):

Durante la exposición de este viejo artículo del antiguo PCE (m-l) hemos decidido suprimir por motivos más que obvios la verborrea maoísta que todavía conservaba el partido, la cual solo sería eliminada definitivamente en 1978 tras su rectificación del pasado maoísta del partido.

La crítica del PCE (m-l) de aquel entonces al trotskismo estaba totalmente justificada ya que desde la aparición del jruschovismo se dio en toda Europa un repunte del trotskismo:

«Después del XXº Congreso del PCUS de 1956, y especialmente después del XXIIº Congreso del PCUS de 1961, donde el renegado de Jruschov lanzó la salvaje campaña antistalinista, el trotskismo que había recibido duros golpes y había perdido toda influencia en las masas levantó la cabeza, reanudó su actividad a gran escala, y extendió sus venenosas raíces a muchas áreas y países del mundo.

 Como hongos después de una lluvia, los grupos y organizaciones trotskistas comenzaron a surgir en gran número en Europa, América y otras áreas.

En la actualidad, desde los años 60 en adelante, los trotskistas han agrupado en torno a cuatro centros principales: el «Secretariado Internacional», la denominada «Corriente Marxista Internacional», la «Secretaría de Latinoamérica», y el «Comité Internacional», en Londres, que reúne principalmente a los grupos trotskistas británicos, estadounidenses y canadienses.

Los grupos trotskistas en Europa Occidental son especialmente numerosos. Así, por ejemplo, varios de estos grupos han aparecido en Francia y llevan a cabo su perniciosa actividad: el Partido Comunista Internacionalista (PCI), que es la rama francesa de la IV Internacional; la Organización Comunista Internacionalista (OCI), una facción rival que no pertenece a la IV Internacional; la Alianza de Jóvenes por el Socialismo (AJS), la Alianza Revolucionaria Marxista (ARM); la Liga de los Comunistas (LC), el grupo Lucha Obrera (LO), etc. 

En España, también, varias organizaciones trotskistas están activas: el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), la organización Acción Comunista (AC), el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). En Gran Bretaña la organización trotskista conocida como la Liga Socialista del Trabajo (LST) sigue activa.

 Varias agrupaciones trotskistas también han levantado la cabeza en muchos otros países como Alemania Occidental, Suecia, Bélgica, etc., y otros por toda Europa, y también en otros países como Ceilán y Japón en Asia.

¿Cuáles son las causas de la reactivación del trotskismo en la actualidad?

Las principales causas son las siguientes:

Por una parte la resurrección del trotskismo está conectada a la involucración, en el movimiento actual del día de hoy, de estratos «intermedios», de la pequeña burguesía urbana, como los pequeños comerciantes, trabajadores no manuales, intelectuales, estudiantes, etc. quienes traen consigo en el movimiento la vacilación típica de la pequeña burguesía. 

Precisamente estas vacilaciones, esta inestabilidad pequeño burguesa, tiene inclinaciones que van de un extremo a otro, desde el anarquismo y el aventurismo, a un desenfrenado oportunismo de extrema derecha y el derrotismo, lo que constituye un terreno favorable para que el trotskismo florezca y especule con sus propios fines contrarrevolucionarios.

Finalmente, en el período actual, cuando la ola del movimiento revolucionario está en constante aumento, la burguesía instiga y apoya por todos los medios y caminos la extensión del trotskismo, aprovechándose de los sentimientos de protesta de las grandes masas trabajadoras y en particular de las masas de la juventud y los estudiantes contra el orden capitalista y de sus sinceras pero espontáneas inclinaciones revolucionarias, busca desorientarlos bajo fraseología ultrarevolucionaria, para desviarlos del verdadero camino de la revolución, para despistarlos en aventuras que no son perjudiciales para la burguesía, y les llevará a la desilusión.

 Esta es la razón por la que las editoriales financiadas por la burguesía, hoy distribuyen los trabajos trotskistas y la literatura trotskista ocupa grandes espacios». (Agim Popa; El movimiento revolucionario actual y el trotskismo, 1972)

Esta claro que en la dirección del Partido Comunista de España (PCE) de Carrillo hubo una clara síntesis de las ideas maoístas y las ideas del carrillismo como demostramos en nuestro documento: «Una breve glosa sobre la influencia del revisionismo chino en la conformación del revisionismo eurocomunista», pero también es necesario señalar la síntesis que hubo entre el trotskismo y el carrillismo como se señala en el presente documento de 1969, tiempo después confesaría esas simpatías:

«Entrevistador: Me gustaría conocer su opinión sobre Trotski.

Carrillo: Fue un gran revolucionario, un intelectual muy preparado, un buen escritor, tratado injustamente». (El Mundo; Entrevista con Santiago Carrillo, 4 de noviembre de 2000)

Carrillo conformó su eurocomunismo en parte tomando como base las tesis derechistas de Mao y Trotski, aunque muchos grupos de la época lo desconociesen y aunque le duelan a los grupos maoístas y trotskistas de la actualidad.

Como se comenta durante el documento del PCE (m-l), el llamado programa de transición de la IV Internacional mantenía aunque lo negase algunas llamativas ilusiones economistas, donde por ejemplo aludiendo al derecho que tienen los obreros por ser productores creen que los capitalistas entenderán este «derecho» y permitirán libremente acceder a los obreros a los libros de cuentas de la empresa y explicar a todos los obreros de la nación el despilfarro generalizado que existe en sus empresas, cuanto menos una fórmula idealista:

«Los obreros no tienen menos derechos que los capitalistas a conocer los «secretos» de la empresa, de los trusts, de las ramas de las industrias, de toda la economía nacional en su conjunto.

 Los bancos, la industria pesada y los transportes centralizados deben ser los primeros sometidos a observación.

 Los primeros objetivos del control obrero consisten en aclarar cuales son las ganancias y gastos de la sociedad, empezando por la empresa aislada, determinar la verdadera parte del capitalismo aislado y de los capitalistas en conjunto en la renta nacional, desenmascarar las combinaciones de pasillo y las estafas de los bancos y de los trusts; revelar, en fin, ante la sociedad el derroche espantoso de trabajo humano que resulta de la anarquía del capitalismo y de la exclusiva persecución de la ganancia». (León Trotski; El programa de transición; 

La agonía del capitalismo y las tareas de la IV Internacional, 1938)

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