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Recordando los 3 mil muertos ocasionados por el Huracán Mitch en Nicaragua

Huracán Mitch, fatídico y mortal, pasó arrasando a Nicaragua el 30de octubre de 1998.

Este Huracán fatídico mató a 3,000 seres humanos en Nicaragua y un total de 12,000 pobladores en toda Centroamérica.

El más fatídico de todos los sucesos ocasionados por el Huracán Mitch en Nicaragua fue el derrumbe, aluvión, avalancha, deslizamiento, o caída precipitada y arrolladora de la masa geológica del Volcán Casita, envuelta en enormes correntadas de agua revuelta con lodo, rocas y árboles inmensos, todo lo cual arrancó a su paso las Colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir, y de paso mató a casi tres mil ciudadanos y a miles de animales domésticos y silvestres.

Nicaragua entera estuvo llena de corrientes pluviales colosales al paso del Huracán Mitch. 

Lo mismo le ocurrió a toda Centroamérica, antes de que el errático y gigantesco Mitch se disipara hacia el lado del Golfo de México. 

Hubo otros centenares de aluviones o avalanchas en el resto de Nicaragua, mientras los ríos arrastraban casas, seres humanos y animales; las carreteras y caminos quedaron, en muchos casos, borrados; mientras ambos lagos (Xolotlán y Cocibolca) lanzaban sus aguas hacia poblaciones costeras, entre otras, la misma Managua.

El gobierno neoliberal de Arnoldo Alemán Lacayo nunca hizo un informe oficial, y para colmo se robaron, en su gobierno, gran parte de la ayuda financiera destinada a los damnificados.

Las Colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir desaparecieron totalmente en Posoltega, Municipio de Chinandega. En Posoltega, Chinandega, hubo 2,500 muertos.

El paso del Huracán Mitch fue fatídico en casi toda Centroamérica, especialmente en Honduras, donde el Alcalde de Tegucigalpa en ese momento murió en un accidente aéreo mientras se dedicaba a auxiliar a miles de pobladores hondureños.

La Historia en Nicaragua fue distinta.


 El comportamiento del gobierno neoliberal fue inhumano, brutal.

Nunca hubo un informe oficial por parte del gobierno corrompido y saqueador de don Arnoldo Alemán Lacayo, quien se burló de los pocos seres humanos sobrevivientes de la avalancha de lodo del Casitas, pues por un lado no se aprestó a brindar la ayuda gubernamental correspondiente y para colmo mandó a cortar café a esos sobrevivientes, mientras éstos desesperados buscaban a sus familiares enterrados en el lodo, y prensados por rocas y árboles gigantescos.

Según datos suministrados por la Cruz Roja nacional, bomberos, el Ejército Nacional, Policía Nacional, el Movimiento Comunal Nicaragüense (MCN) y otras Agencias No Gubernamentales, publicados en mi libro “Huracán Mitch: Explotó el Casitas, Naturaleza Implacable”, hubo 156, 360 familias afectadas, 884, 519 pobladores perjudicados, 22,789 casas destruidas, 16, 221 viviendas semidestruidas, 3,000 seres humanos muertos, 814 heridos, se usaron 286 refugios, se registraron 76, 955 refugiados; 1, 300 kilómetros de carreteras afectadas y algunos pedazos totalmente destruidos; 11, 919 kilómetros de caminos dañados y destruidos, 79 acueductos dañados y destruidos, 175 centros escolares dañados, 26 Centros de Salud dañados, 41 Casas Base de Salud dañadas; 74, 773 metros lineales de cables de energía eléctrica dañados, 644 postes del tendido eléctrico dañados y 205 transformadores eléctricos también dañados o destruidos.

Alemán Lacayo y sus compinches, entre otros Byron Jerez Solís, se robaron la mayor parte de la ayuda financiera llegada a Nicaragua para los damnificados del Huracán Mitch.

La mayoría de los sobrevivientes entrevistados coinciden en afirmar que eran “entre las diez y media y las once de la mañana” del 30 de octubre, “cuando el cerro se reventó, produciéndose un desplome colosal de tierra, árboles y rocas de hasta 200 toneladas, todo lo cual pasó arrollándonos como si fuese un inmenso mar que de pronto se vino encima”.

Afirman también que llovía copiosamente, estaba oscuro, densamente nublado, y que la visión “era un poco difícil” hacia las faldas del Volcán Casitas (Apastepe).

Asimismo, son coincidentes en sostener que jamás se imaginaron que podría desencadenarse un derrumbe de proporciones tan brutales, como el o currido el 30 de octubre, pues desde 1975, año en que se fundaron estas dos colonias, nunca se había registrado ni un desprendimiento ni pequeño de las faldas empinadas y sinuosas del Volcán Casitas.

Las opiniones y relatos de los sobrevivientes adultos indican que “fuimos borrados en segundos”.

Agregan haber sentido como que una inmensa máquina trituradora, con un poder destructor colosal, los envolvió, masacró a centenares allí mismo bajo lodo, árboles y rocas, y al resto de gente la arrastró, o trasladó como sobre una sábana rauda de lodo y agua hacia las partes más bajas fuera de los cauces, donde quedaron atorados en el lodo, donde murieron o sobrevivieron como son los casos de centenares de hombres, ancianos, mujeres y niños.

Sobre este punto concreto, los sobrevivientes coinciden en haber escuchado inicialmente un ruido fuerte, como de numerosos helicópteros juntos, precisamente hacia las faldas o cúspide del Casitas.

Aseguran que unos dos minutos después de ese ruído “como de numerosos helicópteros juntos”, o dos minutos y medio, escucharon otro ruído, esta vez como “de varias brigadas juntas de caterpilar” (tractores orugas), “los cuales como que vinieran arrancando de cuajo la tierra, las rocas y los árboles”.

Este ruído lo asocian con uno típico en el campo muy parecido al cómo se oye “la quebrazón de ramas secas cuando un tractor es echado con arado o gradas en un terreno en que se han dejado las ramas y los árboles para que la máquina las triture”. Sostienen que este segundo ruído fue el preludio inmediato a la caída del alud inmenso, que arrasó casas, seres humanos, animales domésticos, ganado, fauna del mismo Volcán, maquinaria existente en los poblados, etc.

Según algunos testimonios recogidos, especialmente el del operador del motor para extraer agua del pozo comunal, indican que se vieron especies de “olas gigantescas, negras, deslizándose a gran velocidad hacia abajo”.

Este operador dice que “aquel oleaje espantoso de lodo, rocas y árboles, dio un salto de no menos de 200 metros al toparse con una especie de colina (ubicada en la falda baja del Casitas) colindante con las colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir”. 

Su relato terrador indica que esa “ola infernal de lodo, rocas y árboles” cayó encima de las casitas de las colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir, mientras él, cuya casa no fue alcanzada por el radio del alud, gritaba desesperadamente, en un intento infructuoso por avisarle del desplome gigantesco a los vecinos de su Colonia Rolando Rodríguez. 

Ante los ojos de este operador del motor, desparacieron en segundos las 360 familias de la Colonia Rolando Rodríguez.

Antes de presentar los testimonios referidos, debo decir, que quedé profundamente impresionado al ver personalmente cómo quedó el Casitas, como si hubiese sido partido por una inmensa cuchilla desde la cúspide, pasando por sus faldas bajas, hasta llegar a la carretera, ubicada a no menos de doce kilómetros. 

Sin haber tomado medidas exactas, calculo que en la parte inicial (en la mera cúspide) el desplome puede medir unos 200 metros de ancho. 

Este comienza propiamente en la plazoleta en que fueron construídas numerosas antenas de televisión, radiales, de ENITEL, del Ejército y otras instituciones.

De la cúspide un kilómetro abajo, más o menos, la falda se ve empinada, hasta llegar a una especie de lomo, donde el desplome ya alcanza aproximadamente un kilómetro de ancho. 

De ese “lomo” hacia abajo, por el lado Oeste, se inicia una cárcava inmensa, de unos 20 metros de profundidad, la cual, afirman campesinos tenía de cuatro a cinco metros de honda, antes del desplome. 

En el centro y a los lados del derrumbe, hasta más o menos dos kilómetros al sur, partiendo de la cúspide, uno camina en prácticamente pura roca firme y suelta. 

A unos dos kilómetros y medio al sur de la misma cúspide, uno empieza a caminar sobre una masa de lodo ya seca y fracturándose actualmente.

En esa misma distancia, quedaron intactos varios árboles altos, que en medio del arrasamiento se ven como “una islita alta y verde”, en la soledad de este Valle de la Muerte. A partir de este lugar es también notorio, por el lado Este, que después del Huracán “Mitch” metieron tractores orugas para reparar el camino, o hacer pedazos de caminos nuevos, rumbo hacia las antenas y la finca Bella Vista. 

A partir de este sitio, uno camina por un terreno ya invadido por el lodo (ya seco), gigantescos árboles que fueron arrancados por el derrume. 

No se ven señales de vida silvestre por ningún lado.

A partir de esos dos kilómetros, aproximados, uno camina por una especie de “planicie”, que se prolonga hasta un terreno saliente, como un lomito, que me imagino fue la “colina” en que el alud dio el salto enorme que dice haber visto el operador del motor de extraer agua. 

En este sitio, calculo, ya es una distancia aproximada de un poco más de tres kilómetros a partir de la cúspide del Casitas. En este lugar, el ancho de la avanlancha de lodo y destrucción alcanza unos tres kilómetros.

Un poco más al sur, tal vez a kilómetro y medio, empezaban las casitas de las colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir.

Ubicado uno desde esta especie de colina colindante con las colonias arrasadas, uno puede observar un panorama un poco parecido al Cañón del Colorado (Estados Unidos), porque los cauces antiguos y nuevos fueron dejados de hasta cien metros de ancho por el alúd de lodo, rocas y árboles.

Caminando por donde fueron las colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir, Alejandro Morales Enríquez y yo pudimos ver que todavía andaban brigadas quemando cadáveres, el pasado jueves en la tarde. Ese día pudimos ver enterrado uno de los motores de uno de los cuatro tractores agrícolas que habían en la Colonia Rolando Rodríguez. 

Además, vimos también enterrado el motor que se usaba en el pozo comunal para extraer el agua potable que consumían las 360 familias de la Colonia Rolando Rodríguez. Un grupo de hombres buscaban afanosamente, también, el motor del que fuera el molino de la Rolando Rodríguez. 

Lo buscaban entre lo que fue lodo, hoy tereno ya seco y fracturándose. Lo que más nos impresionó a ambos fue ver personalmente el tamaño de no menos de 300 rocas gigantescas, algunas de hasta 30 metros de circunferencia, acomodadas en uno de los cauces a unos 500 metros del final sur de las Colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir.

Estas rocas inmensas, y miles de ellas de diferentes tamaños, pasaron por encima de las Colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir, arrollando y triturando a sus habitantes. Estas rocas inmensas y el resto de diferentes tamaños, bajaron con el lodo del Casitas, y se quedaron en medio camino, acumuladas en uno de los cauces, después de su deslizamiento mortal.

Las paredes de las casas fueron arrancadas por la avalancha infernal, o demolidas y envueltas en un remolino demoníaco de lodo, o arrastradas por las corrientes que alcanzaron hasta seis metros de altura y raudas iban hacia Posoltega y rumbo al Océano Pacífico, cuyas aguas, seguramente, terminaron de “tragarse” lo que ya se había “tragado” el derrumbe o desprendimiento del Casitas o Apastepe.

Casi todos los hombres, mujeres, niños, niñas y ancianos estaban en sus casitas de la Rolando Rodríguez y El Porvenir, confiados… las lluvias no les permitían salir a las huertas, para continuar labores de cultivos, o no podían ir a los centros laborales fuera de las colonias.

Mujeres, hombres y niños elaboraban el almuerzo sencillo de ese día, se dedicaban a limpiar el interior de la casita respectiva, veían televisión en la sala, escuchaban la radio, recogían agua potable, lavaban la ropa, estudiaban, meditaban o sencillamente descansaban, cuando repentinamente llegó el alud demoledor y mortal.

Con el torbellino de lodo, rocas, árboles y agua se mezcló la sangre, se diluyó esa sangre generosa de más de dos mil muertos y vivos de Posoltega. 

Si hubiera sido un terremoto habríamos podido ver esa sangre regada en los pisos o untada en las paredes, o pegada en la ropa de las víctimas, pero en este caso, el alud mortal hasta despojó de sus vestimentas a vivos y muertos, lo cual da una idea del nivel de violencia brutal de las olas negras bajadas del Casitas aquella mañana del 30 de octubre de 1998.

Esos dos mil, o más, murieron ahogados y tragados por el lodo infernal. 

Quienes se salvaron, tuvieron la suerte, aparentemente, de no haber sido golpeados por rocas y árboles, y fueron tan sólo arrastrados por el lodo, como transportados sobre una alfombra a dos, tres y cuatro kilómetros de distancia.

Todos los que se salvaron, sin excepción, salieron llenos de lodo en todo el cuerpo, y parecían espantos negros, el lodo se les había metido en los ojos, en la boca y los oídos, y salieron de los fangos desnudos o casi desnudos.

Los muertos quedaron, seguramente, enterrados unos bajo las rocas y el lodo, otros, como se supo, aparecieron prensados entre ramas de árboles, soterrados en el lodo, en los cauces, en cañales de los Pellas, o a lo mejor fueron a parar hasta las aguas del Océano Pacífico.

De igual manera, las potentes correntadas bajadas del Casitas, mediante caudales pluviales alucinantes, nunca vistos en Posoltega, arrastraron consigo los enseres domésticos mencionados, animales, seres humanos y árboles, hasta el Océano Pacífico, cuyas costas están situadas a unos 50 kilómetros al sur del Casitas.

Según algunos testimonios recogidos, especialmente el del operador del motor para extraer agua del pozo comunal, indican que se vieron especies de “olas gigantescas, negras, deslizándose a gran velocidad hacia abajo”, tal vez a unos 80 kilómetros por hora.

Este operador dice que “aquel oleaje espantoso de lodo, rocas y árboles, dio un salto de no menos de 200 metros al toparse con una especie de colina (ubicada en la falda baja del Casitas) colindante con las colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir”.

Desplome gigantesco

Su relato aterrador indica que esa “ola infernal de lodo, rocas y árboles” cayó encima de las casitas de las colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir, mientras él, cuya casa no fue alcanzada por el radio del alud, gritaba desesperadamente, en un intento infructuoso por avisarle del desplome gigantesco a los vecinos de su Colonia Rolando Rodríguez.

Ante los ojos desorbitados de este operador del motor, desaparecieron en segundos las 360 familias de la Colonia Rolando Rodríguez.

Antes de presentar los testimonios referidos, debo decir que quedé profundamente impresionado al ver personalmente cómo quedó el Casitas, como si hubiese sido partido por una inmensa cuchilla desde la cúspide, pasando por sus faldas bajas, hasta llegar a la carretera, ubicada a no menos de doce kilómetros al sur.

De lejos y de cerca, el Casitas ahora parece un calvo al cual le arrancaron repentinamente el pelambre del centro de la cabeza.

Sin haber tomado medidas exactas, calculo que en la parte inicial (en la mera cúspide) el desplome puede medir unos 200 metros de ancho. 

Este comienza propiamente bajo la plazoleta en que fueron construidas numerosas antenas de televisión, radiales, de ENITEL, del Ejército y otras instituciones.

El sitio en que se produjo el deslizamiento inicial, tiene una pared vertical quizás de unos 20 metros de altura.

Ese pedazo termina en una especie de asiento o topón, donde se supone se empezaron a acumular agua, lodo, y rocas, antes de producirse el alud hacia las desventuradas colonias Rolando Rodríguez, El Porvenir, Las Parcelas, Torrión y El Ojochal.

De la cúspide un kilómetro abajo, más o menos, la falda se ve empinada, hasta llegar a una especie de “lomo”, donde el desplome ya alcanza aproximadamente un kilómetro de ancho.

De ese “lomo” hacia abajo, por el lado Oeste, se inicia una cárcava inmensa, de unos 20 metros de profundidad, llamada del “Mono Acostado” o “Mono Muerto”, la cual, afirman campesinos tenía de cuatro a cinco metros de honda y unos tres metros de ancha, antes del desplome.

Esta cárcava bordeaba por el Oeste a las Colonias El Porvenir y Rolando Rodríguez, las cuales, al mismo tiempo, eran flanqueadas por otro cauce enorme por el Este, es decir, en el Ojochal, donde comenzaron los rescates masivos del evangélico Alonso Rueda Aráuz y su esposa Mariana Centeno González.

En otras palabras, eran dos “puyas” o correntadas, que bajan de la cúspide del Casitas.

Existe la teoría de especialistas del Instituto de Estudios Territoriales (INETER) de que fueron dos aludes: Uno de rocas, árboles, lodo y agua, y el otro, sólo de lodo y agua.

La avalancha de rocas y árboles, entonces, bajaron por el lado oeste de la colonia El Porvenir, por la cárcava del “Mono Acostado” o “Mono Muerto”, pues en este zanjón profundo quedaron semienterradas las piedras inmensas.

En el centro y a los lados del derrumbe, hasta más o menos dos kilómetros al sur, partiendo de la cúspide, uno camina en prácticamente pura roca firme y suelta.

A unos dos kilómetros y medio al sur de la misma cúspide, uno empieza a caminar sobre una masa de lodo ya seca y fracturándose actualmente. En algunas partes, pueden verse huellas de pies humanos, en el lodo seco, como si fueran las “Huellas de Acahualinca” en Managua.

En esa misma distancia, quedaron intactos varios árboles altos, que en medio del arrasamiento se ven como “una islita alta y verde”, en la soledad de este “Valle de la Muerte”.

A partir de este lugar es también notorio, por el lado Este, que después del Huracán “Mitch” metieron tractores orugas para reparar el camino, o hacer pedazos de caminos nuevos, rumbo hacia las antenas y a la finca Bella Vista, propiedad de los Callejas, de Chinandega, quienes se apropiaron de los terrenos ejidales de Posoltega en el Volcán Casitas desde la época de la tiranía genocida del somocismo.

A partir de este sitio, uno camina por un terreno ya invadido por el lodo (ya seco), fracturas anchas en lo que fue el lodo, y gigantescos árboles arrancados por el derrumbe.

No se ven señales de vida silvestre por ningún lado, ni ratas siquiera. (Mi recorrido fue en los primeros días de noviembre de 1998).

A partir de esos dos kilómetros, aproximados, uno camina por una especie de “planicie”, que se prolonga hasta un terreno saliente, como un lomito. Me imagino fue la “colina” en que el alud dio el salto enorme que dice haber visto el operador del motor de extraer agua en el pozo comunal.

En este sitio, calculo, ya es una distancia aproximada de un poco más de tres kilómetros a partir de la cúspide del Casitas.
Avalancha de tres kilómetros de ancho

En este lugar, el ancho de la avalancha de lodo y destrucción alcanza unos tres kilómetros.

Un poco más al sur, tal vez a kilómetro y medio, empezaban las casitas de las colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir.

Ubicado uno desde esta especie de colina colindante con las colonias arrasadas, uno puede observar un panorama un poco parecido al Cañón del Colorado (Estados Unidos), porque los cauces antiguos y nuevos fueron dejados de hasta cien metros de ancho por el alud de lodo, rocas y árboles, y profundidad de hasta siete metros en algunos casos.

Caminando por donde fueron las colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir, Alejandro Morales Enríquez, del INETER, y yo pudimos ver que todavía andaban brigadas (compuestas por nacionales y extranjeros) quemando cadáveres.

Ese día pudimos ver enterrado uno de los motores de uno de los cuatro tractores agrícolas que habían en la Colonia Rolando Rodríguez.

Además, vimos también enterrado el motor que se usaba en el pozo comunal para extraer el agua potable que consumían las 360 familias de la Colonia Rolando Rodríguez.

Un grupo de hombres buscaban afanosamente, también, el motor del que fuera el molino de la Rolando Rodríguez. Lo buscaban entre lo que fue lodo.

Lo que más nos impresionó a ambos fue ver personalmente el tamaño de no menos de 300 rocas gigantescas, algunas de hasta 30 metros de circunferencia, acomodadas en uno de los cauces a unos 500 metros del final sur de las Colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir.

Estas rocas inmensas, y miles de ellas de diferentes tamaños, pasaron encima de las Colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir, arrollando y triturando a sus habitantes.

Estas rocas inmensas y el resto de distintos volúmenes, bajaron con el lodo del Casitas, y se quedaron en medio camino, acumuladas en el cauce del Oeste, después del deslizamiento mortal.

De la familia Sandoval, de El Porvenir, se afirma murieron 80 personas entre niños, mujeres, hombres y ancianos. Por este motivo, al verse solita, Deyanira Sandoval Salgado, de 20 años, se suicidó un mes después de la tragedia. Se envenenó con pastillas de “curar frijoles”. No soportó verse sola.

Don Manuel y Francisco Sandoval Hernández eran como los jefes de esta enorme familia de El Porvenir. De todo el familión sólo quedaron José Sandoval Hernández, tío de Deyanira, y sus también sobrinas Ana Francisca Sandoval, 20 años; Yanet Sandoval Hernández, 22 años; y los niños Léster, Luís, Bayardo y Milagros, todos menores de edad.

Se me dijo en Posoltega que de los Gutiérrez, de la Rolando Rodríguez, murieron 62 y de los Narváez 60, todos ellos “tragados” por el lodo, triturados por las infernales rocas, por árboles, o arrastrados por las correntadas gigantescas hasta el Valle de Las Mayorgas, a los cañales del Ingenio San Antonio, o llevados hasta el Océano Pacífico.

De los Gutiérrez sólo quedaron vivos Alexis, Pablo Antonio y Manuel, jóvenes los tres.

Entre los sobrevivientes de estas colonias humildes de Posoltega, es raro el o la que no perdió a ninguno de sus familiares.
Testimonios aterradores

María Luisa Laguna Rueda, de la comunidad de Santa Narcisa, situada en el comienzo de la falda Este del Volcán Casitas, donde la desgracia fue menor que en la Rolando Rodríguez y El Porvenir.

Calcula que unos dos minutos antes del alud o avalancha del Casitas, ella y su marido tuvieron una discusión extraña, debido a los ruidos que se escuchaban en ese momento.

Ella sostenía que el ruido era producido por muchos helicópteros, que a lo mejor llegaban a rescatarlos de las inundaciones que ya se estaban viendo.

Su marido, en cambio, afirmaba que “esos ruidos son del volcán…algo terrible está ocurriendo. Es el cerro, es el cerro”, insistía el campesino, mientras el intenso aguacero ahogaba cualquier claridad de los ruidos en los alrededores.

“Yo tanteo, que fue en unos dos minutos, porque fue rapidísimo, cuando yo vi y oí, ya venía abajo la correntada de agua”, relata María Luisa, refiriéndose al tiempo transcurrido entre la rara discusión con su marido y la llegada de la enorme avalancha a la Rolando Rodríguez, la cual estaba ubicada colindante al Oeste de Santa Narcisa.

“Yo sólo miraba que venía (del Cerro) una cosa negra, espesa, porque traía una altura alta, pero, claro, como era alta, yo decía que eran helicópteros, pero mi marido me dijo, “no hombre, es el cerro que explotó”, fue cuando ya nos pusimos a gritar de aflicción“.

“Dicen que esa agua que venía, era caliente, porque era fuego, posiblemente al explotar…venía caliente el agua”, añade María Luisa.

Según ella, su casita está ubicada a unos doce kilómetros de la cúspide del Casitas.

“No se miraba bien, bien, por lo mismo, que estaba oscuro, no se miraba de largo, pero claro, pero al salir así lo negro, se miró, al cambiar, que ya no era neblina, sino que se miraba oscura la neblina que venía de arriba”.

Alonso Rueda Aráuz, evangélico de 54 años, salvó casi a 80 personas. Su rancho de paja, campesino, está situado a unos 40 metros al Este de donde pasó el arrasamiento de la avalancha. Ese rancho está ubicado un poco al sureste, casi de frente, de donde estuvo la Colonia Rolando Rodríguez.

Rueda Aráuz tiene varios años de vivir en ese lugar, donde tiene una finca pequeña, con reses, cerdos, gallinas, chagüite y milpas de maíz y trigo. Conoce bien la zona, incluyendo el Casitas.

Al momento del derrumbe, ¿Qué hora era, don Alonso?

“Las diez y media… calculo yo, porque usted sabe que aquí estaba yo incomunicado, tiempo no tenía, de reloj, no tenía, pero calculo bienmente que eran las diez y media…para las once”.

Sobre el ruido “de helicópteros” y con relación al derrumbe, Rueda Aráuz agrega:

“En ese caso no sólo yo oí, oyó todo el pueblo que quedó vivo, lo escuchó… lo escuchó como modo de un ruido de helicóptero…como entre varios helicópteros…pero también se oyó como modo de un bombazo, él hizo “pum”, se reventó el cerro y juntamente se vino la avalancha”.

Después que escuchó el ruido como de helicópteros, ¿Cuánto tiempo después se produce el bombazo? Un minuto, medio minuto, cuánto…?.

“Medio minuto lo más se tardó… Cuando ese disparo que hizo de esa manera, la “repunta” ya venía pasando por “Las Parcelas”.

Después que escuchó ese ruido, como de explosión, ¿Cuánto tiempo, según usted, duró en ver la corriente que “venía”?

“Fue al abrir y cerrar de ojo, como dicen, pasó… fue inmediatamente”.

Ese abrir y cerrar de ojos sería de medio minuto o un minuto?

“De medio minuto, porque si al “pum” que dio, la “repunta” del lodo estaba aquí ya pasando. No me dio lugar a mí ni de salir al camino allí, cuando ya estaba pasando…”.

¿Dónde estaba usted?

“Yo estaba aquí reposando en una hamaca”.

¿A qué distancia de aquí adónde hubo el derrumbe, allá en la cumbre?

“Pueden haber de diez a doce kilómetros”. (En realidad pueden haber entre ocho y nueve kilómetros, calculo yo).

Ud. dice que un medio minuto después de la explosión, estaba pasando la corriente?

“Sí, venía como forma de un polvasal, pringando a ambos lados que volaba el lodo, y la “repunta” traía tumbos como verbigracia el mar, que saltaban los palos, se oían ruidos de piedras, ruidos de diferentes maderas gruesas y delgadas, de todas maneras venía allí”

¿Cómo eran esos ruidos? Diferencie esos ruidos, ¿Cómo eran?

“Eran ruidos como cuando pegan piedra con piedra… ese era un ruido, y la madera que “bujaba” como que directamente lo traía un viento que caía”.

Esa parte más violenta del derrumbe, ¿Más o menos a cuantos metros la vio de alta?

“La vide como de unos ocho o nueve metros de alto… venía”.

¿Cuánto tiempo duró así, de esa altura?

“Dilató como tres segundos, lo más… De allí ya quedó “normal”, sólo en lodo, el término de una vara o dos varas de lodo en parte”.

Aunque sea necio yo, ¿Cuánto tiempo dura esa parte más violenta del derrumbe… esas olas grandotas que usted vio?

“Eso en realidad fue de pocos minutos, porque figúrese de que cuando ella pasó por aquí, ya me contaban que ya había pasado también por el lado de la carretera”.

Cuando usted vio esa masa negra, como de ocho metros de altura, ¿Qué se imaginó era éso?
Remolino de rocas, árboles y lodo

“En primer lugar yo decía, esto es un “remolín” que viene, que le decimos nosotros, de aire, que traé agua, pero no se me imaginaba que venían palos, que venían piedras, solamente, pensaba yo, que era agua lo que venía, porque sabemos que allí hay un “ojo de agua”, y ese Cerro, mucho dicen que es de agua, y yo esperaba que fuera una agua limpia, pero no fue así, sino que fue una agua sucia, puro lodo, como le digo, eran palos y piedras las que traía”.

Ud. dijo que después de la parte más violenta del aluvión, que todo quedó “normal”, sólo agua, describa éso, ¿Cómo era?

“Lodo… agua no quedó, quedó chorreando agua sí, para el lado de los criques, pero no quedó agua clara encima del lodo, quedó un lodo aguado, en el cual uno se hundía hasta el pecho y hasta dos varas en partes…”

Félix Moraga Escoto, el operador del motor del pozo comunal de las comunidades Rolando Rodríguez, El Porvenir y Santa Narcisa.

La casa de Moraga Escoto fue rosada apenas por la correntada colosal del aluvión por el lado Este de la Colonia Rolando Rodríguez.

Moraga Escoto estaba allí, en su casa, con su familia, en el momento del mortal aluvión. Vio la ola gigantesca que se movía a gran velocidad de la cúspide del Casitas hacia lo plano y gritó como enloquecido advirtiendo lo que se venía encima, pero aparte de sus familiares, nadie le oyó, porque su voz fue ahogada por el inmenso ruído que hacían las rocas, los árboles y el lodo “cuesta abajo”.

Este relato se produjo en el brocal aterrado del pozo comunal, en lo que fue la Colonia Rolando Rodríguez.

¿Qué oístes y vistes antes del aluvión?

“Antes se oyó como que venían unos diez helicópteros juntos. Se oyó el bujido. Yo venía para acá abajo, iba a ver a unos amigos, bajo el agua, pero me detuve a jugar con mi niño. Mi hijo me dijo: “Papá, vamos a jugar a la cama”, me agarró de la mano, y al final, le hice caso y nos fuimos para dentro de la casa.

“Al entrar a la vivienda, mi esposa, me dijo, con tono preocupado: “Félix, ¿Por qué no vamos a la cañada? Se oyen unos ruídos feos, como si fuesen un montón de helicópteros juntos, ¿No te parece raro? Yo nunca había oído un ruído tan extraño como ése”.

“Vamos, le dije yo… Cuando vamos saliendo por la puerta de la casa, yo me agacho instintivamente, porque de reojo veo que allá por aquella colina, donde están aquellos árboles, avanzaba una enorme avalancha de lodo, que al topar con el “lomo” de la colina dio un salto quizás como de unos 200 metros en el aire…Aquello fue en segundos.

“Al ver aquello tan horrendo y mortal, le digo yo a mi esposa, “pipita linda, el cerro se reventó!, corramos , vamos, no perdamos tiempo, los segundos cuentan para que podamos salvarnos! Imprimiéndole velocidad a las piernas, agarro al niño y lo tiro como bola por sobre un alambrado, y al mismo tiempo empujo a mi esposa para que corra.

El chavalo al caer al otro lado, comprende rápido, porque también ve la inmensa masa de lodo que se acerca a gran velocidad hacia abajo, contra las casas.

“Yo empiezo a gritar como loco, en un intento por advertirle a la gente que saliera de sus casas, que corrieran hacia donde nosotros íbamos, pero fue imposible…

Aquello fue horrible. Aquella masa de lodo tronaba sobre las casas, y al mismo tiempo pude escuchar los gritos de dolor de la gente, y pude ver cómo la inmensa masa de lodo se llevaba todo hacia el sur”.

¿Cuánto tiempo pasó entre “el ruido de helicópteros” y la llegada de la avalancha de lodo, según tus cálculos?

“Lo más dos minutos. Yo tenía unos dos minutos de haberme salido, cuando, de repente, vi la enorme masa de lodo que avanzaba como una ola gigantesca sobre las Colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir”.

¿Vos dijistes que hubo un salto de varios centenares de metros?

“Sí, hombre. Vi los árboles enormes que rodaban en medio del lodo, y las rocas gigantescas, que parecían trituradoras al pasar sobre las viviendas de la Colonia Rolando Rodríguez”.

“Por ejemplo desde donde estaba un poco elevado, hacia el Este, pude ver cómo era arrasada la casita de Mercedes Cerda, cuya familia desapareció completamente. Del mismo modo, fueron arrasadas el resto de casitas de la Colonia.

En los primeros momentos, no hallaba qué hacer, me sentía como enloquecido, trastornado al ver semejante tragedia ante mis ojos. Unas horas después, reaccioné y ante los lamentos de la gente que estaba atrapada, comencé a rescatar a hombres y mujeres que estaban atrapados en el lodo, labor que hice hasta el día sábado, día en que ya me junté con Alonso Rueda Aráuz y su esposa Mariana Centeno González, con quienes continuamos rescatando vecinos que todavía estaban vivos, pero atrapados en el lodo, entre rocas y árboles arrastrados por las corrientes”.

Mariana Centeno González, 51 años, esposa de Alonso Rueda Aráuz, campesina, residente en El Ojochal, poblado situado al “ladito” de donde pasó el aluvión de lodo, rocas y árboles.

Perdió a 30 de sus familiares, entre ellos, tres hijos, sus padres y numerosos nietos, todos fueron “tragados” por la masa de lodo. Los hijos eran: Jaime, Rafael y Elia. Entre sus nietos: Bismarck, Pedro, Franklyn y María.

¿Qué vio usted minutos antes del aluvión?

“Teníamos seis días seguidos de aguaceros intensos, incontenibles, de día y de noche. Eran más o menos las diez y media u once de la mañana, cuando de repente se escuchó un gran bujido, como de unos seis helicópteros juntos en el aire. Tal vez unos dos minutos después, oí como que algo rodaba y trituraba cosas, como cuando uno agarra varillas secas (de árboles) y las quiebra con las manos. Mi marido dijo entonces: “Algo extraño está pasando, mejor salgámonos y vamos todos a la parte más alta”, pero la verdad es que por esta casita el lodo sólo pasó rosándonos. Todo el resto de mi familia vivía en la Rolando Rodríguez, donde todos murieron”.

Al hacer este relato, Mariana llora inconsolablemente, y según ella, jamás se imaginó que su familia entera fuese a desaparecer “en un instante bajo una inmensa masa de lodo, rocas y árboles arrancados en las faldas del Casitas”.

Salvador García Silva, 25 años, uno de los sobrevivientes del alud de lodo, recién salido del Hospital de Chinandega. Su esposa, su papá y sus tres hijos quedaron aterrados y muertos en la inmensa masa de lodo. El mismo Salvador fue arrastrado por el lodo unos tres kilómetros al sur de donde vivía. La corriente le quitó de las manos a uno de sus hijos pequeños.

Su padre se llamaba Ernesto García, Edipcia Castillo su esposa, Eddy, Rubén y Kenia eran sus tres hijitos.

Su familia habitaba una de las nueve viviendas que fueron arrasadas en la comunidad del Ojochal, donde vive Alonso Rueda Aráuz.

¿Qué oistes, antes de la corriente de lodo?

“En principio creí que eran helicópteros, pero la sorpresa fue cuando miramos venir el lodazal encima. La avalancha de lodo se produjo unos tres minutos después del ruído. Fue rápido”.

¿Esa masa negra, a qué se parecía?

“Parecía como cuando el mar está tumbeando. Los árboles saltaban como varillas de cohete para arriba. Cuando el lodo los golpeaba, saltaban hacia arriba, en medio de las “negruras” se miraban saltar”.

Germán Sánchez Hernández, sobreviviente de El Torrión, otra de las comunidades afectadas hacia el lado Este del curso del aluvión.

“Unos dos minutos después del ruido parecido al de muchos helicópteros juntos, se produjo la enorme avalancha de lodo, rocas y árboles. Esta avalancha de lodo producía otro ruido como cuando una brigada de tractores orugas va derribando árboles grandes. Era horrible”.

José Ramón Coronado, sobreviviente de la Rolando Rodríguez.

“Se oyeron unos truenos, ruidos parecidos a helicópteros, y como que venía la lava, agua, palos, piedras, gente, animales…”

¿A qué hora fue éso?

“A las diez y media u once de la mañana del viernes”.

Después de ese ruído como de helicóptero, ¿Qué vio y escuchó usted?

“Que venían el agua, el lodo… venía haciendo ruídos como helicópteros, como un fenómeno, pues…”

¿Cuánto tiempo después de los ruídos como de helicópteros, se produjo la correntada de lodo?

“Unos diez minutos… Se oyó, y luego venía como le digo…venían personas, animales dentro del agua, dentro del lodo…”

¿Usted vio todo éso?

“Sí, claro”.

¿A qué distancia se encontraba usted del Volcán, de dónde ocurrió el derrumbe?

“A unos 18 kilómetros”. (Después dijo que en realidad son unos diez kilómetros de distancia a la cúspide del Casitas).

¿Cómo se llama ese poblado en que estabas?

“Rolando Rodríguez, Santa Narcisa, El Porvenir…”

Héctor Antolín Díaz Caballero, sobreviviente de la Colonia Rolando Rodríguez, cerca del pozo comunal. Toda su familia fue muerta por las correntadas de lodo.

¿Qué oístes minutos o segundos antes de la avalancha de lodo?

“Al momento que se oyó éso, no se oyó nada, porque estábamos oyendo una corriente, sólo el ruido de la corriente y éso cuando nosotros miramos, fue de momento.

¿Qué fue lo que vistes de momento?

“El lodo que venía para el lado de donde nosotros”

¿Cómo era ese lodo?

“Era lodo aguado. Yo estaba a unos 150 metros de mi casa. Dispuse correr para el lado de donde estaban mis hijos. Los que dicen que oyeron ruídos como de helicópteros, son los que vivían aquí abajo, pero donde nosotros vivíamos, más arriba, no se oyó nada, porque se oían el ruído del agua de lluvia, de las corrientes de las cañadas cercanas que bajaban del cerro Casitas”.

¿A qué se parecía lo que vos vistes?

“Lo que yo vide venir fue una gran creciente (corriente) de lodo y en ese momento, yo creía que era agua, hasta que ya me arrastró a mí para el lado de las huertas de Santo Domingo. La corriente cayó como un oleaje sobre nosotros, en segundos, no dio lugar a escaparnos”.

Ana del Carmen Marín, sobreviviente de Las Parcelas, ubicada de Santa Narcisa al sur.

“Sí, nosotros escuchamos ese ruido como de varios helicópteros juntos”.

¿A que distancia se encontraban de la zona del derrumbe?

“Nosotros lo escuchamos cerca, bastante cerca. Cuando volvimos a ver (a unos 300 metros), miramos la negrura que venía, la punta de la corriente, y nos corrimos hacia una loma. Cuando íbamos subiendo la loma, volvimos a ver para atrás, pero ya había pasado la avalancha de lodo encima de las casas, de la gente y de los animales.

Al principio, al oír el ruído, creímos que venían a rescatarnos, pero que va”.

¿Cuánto tiempo después del ruído, vino el lodo?

“Eso fue inmediatamente. Detrás del ruído del helicòptero, como nosotros creíamos, ahí nomacito venía la corriente con lodo y árboles.

Gregoria Flores Martínez, sobreviviente de El Torrión. Perdió a casi toda su familia.

“Cuando oímos ese ruido, nosotros nos fuimos a asomar, pero no… dice una señora de allí, no, no es helicóptero, es una crecentada (correntada) la que viene.

Eso fue rápido. Unos dos minutos después del ruido, vino la avalancha… lo que a nosotros nos pasa es que una gran cantidad de muertos quedaron allí a la orilla de las casas”.

Mario Alberto Aguilar González, de la Rolando Rodríguez, perdió a su esposa, sus hijos y otros familiares.

“Yo oí el ruido, pero no me pareció como helicóptero, yo he tenido experiencia de cuando azota agua así, avión, para mí no era, sino que yo oí el ruido…”

¿Cómo era el ruído, entonces?

“Era como un silbido de avión, pero para mí no era un avión, saqué de mi inteligencia para ver qué cosa era, porque para mí, yo sé que para ese tiempo no puede andar un avión en el aire por el estado del tiempo.

Entonces yo salí, porque una loma me tapaba, para visibilizar de largo… Entonces, yo corrí así para atrás, me trepé a la loma, cuando yo trepé a la loma, fue cuando ya miré que venía éso…

Estando en el punto, en la loma, oí el silbido, cuando se desprendió, después oí como que la tierra tembló… Cuando estaba arriba vi que venía éso (la avalancha de lodo) como a unos 300 metros. Yo no pensaba salvarme allí. En ese momento sólo me acordé de Dios, dije que me diera una oportunidad más de vivir y siquiera ver la última vez a mi familia”.

Volvamos al ruido, lo oye, se a la loma, ¿Cuánto tiempo después ve el deslave que viene?

“Alrededor de unos tres minutos, porque yo corrí más de cien varas para atrás, y cuando llegué, éso ya venía encima”.

¿Cómo se veía éso desde allá arriba?

“Nunca en mi vida había visto algo similar. He pasado sustos de huracanes y todo éso… Como que era el fin del mundo el que venía. Eso venía cubriendo como varas de altura, en la imaginación mía, de altura, de la tierra para arriba”.

¿Por qué saca esa conclusión?

“Porque yo quería subirme a un árbol, pero yo miraba que los palos los agarraba y los suspendía así, ve (describe con las manos cómo los suspendía), como remolino, daba vueltas en el aire, usted, como cuando comienza un remolino, que hace “colochos” para arriba, así era esa avenida que miraba yo…”

“Todo fue rápido. Se me vino a la mente, que para dónde me podía salvar, porque yo miraba que éso me venía cubriendo a mí como a unas 300 varas. Cuando volví a ver para atrás, allí lo tuve encima y me salpeó (llenó) todo de lodo, pero seguía corriendo hacia unas lomas”.

Volvamos al remolino. ¿Cuánto tiempo ve circulando ese remolino de arriba, del Casitas hacia abajo?

“Ese fue como el término de un minuto. Fue rápido”.

¿Después del remolino negro, que queda?

“Después de la destrucción que venía adelante, que le platico, yo cuando estaba ya más largo, porque ya no aguantaba a correr, yo me paré para ver para atrás, y vi que venía una corriente detrás de mí, pero ya era sólo agua”.

María de la Cruz Mejía, de El Porvenir, perdió a 17 miembros de su familia, entre hijos, padres, nietos…

“Primero escuchamos unos ruidos como si anduvieran helicópteros por encima de las faldas del Volcán Casitas. Bajo la lluvia, nos salimos al patio, y unos dos minutos después pudimos ver que parte de la montaña se había desprendido y que hacía un ruido infernal desbocada hacia abajo, donde nosotros estábamos. No hubo tiempo de nada, los que pudimos, salimos corriendo hacia un lugar más alto que el terreno de la colonia.

Nos salvamos unos cuantos de la familia. Al llegar a un lugar alto, que no fue tocado por la avalancha, pudimos ver con dolor horrible, que nuestras casas y nuestra gente habían quedado completamente aterrados”.

Concepción Medina Pineda, 32 años, de la Rolando Rodríguez, igualmente perdió a casi toda su familia.

“Oímos el bujido entre las diez y media y las once de la mañana. Llovía copiosamente y estaba oscurecido el ambiente. En mi familia (unos ya muertos y otros vivos), unos decían que los ruidos eran producidos por helicópteros, y otros, en cambio, decían que algo extraño estaba pasando en el Casitas. Llena de temores, yo me salí al patio y eché la mirada hacia el oscuro horizonte del Casitas, donde pude ver, llena de horror, que hacia abajo venía una masa negra, como una inmensa correntada bajando velozmente desde la cúspide del Cerro. Apenas tuve tiempo de gritar para que mi familia saliera corriendo, cuando la masa de lodo me pasó llevando hasta dejarme dos kilómetros al sur, en El Ojochal, casi frente a la casita de Alonso Rueda Aráuz, quien me rescató con un mecate. Era horrible. Creí que iba a morir también, pues luchaba por salir del lodo y no pude, hasta que llegó Rueda a sacarme. Posteriormente, como a la una de la tarde, fue rescatada mi hija menor también en el mismo sector, pero al resto de la familia no la volvimos a ver jamás”.

Juana Acevedo López, 37 años, residente de la Rolando Rodríguez desde hacía 16 años. Diez miembros de su familia fueron “tragados” por el lodo.

Acevedo podía escuchar los ruidos típicos de las corrientes en las cañadas, las cuales flanqueaban por ambos lados (Oeste y Este) a El Porvenir y la Rolando Rodríguez.

De repente, mientras barría el interior de su vivienda, “sintió” otro ruido no escuchado antes por ella y sus vecinos.

“Tuve la impresión de que varios helicópteros juntos sobrevolaban las faldas del Casitas, al pie del cual estaban nuestras casas. “Me pareció raro, porque llovía, estaba oscuro y debido a que con este estado del tiempo, no vuelan aviones, ni helicópteros en esta zona peligrosa del Casitas.

“Reflexioné durante por lo menos un minuto, y comenté el asunto con mi mamá, Gertrudis López Morales (una de las muertas), quien me comentó que también le parecía extraño.

“Mi madre, al mismo tiempo, estaba apurada en la elaboración del almuerzo de ese día. Arrastrada por la curiosidad, salí a la puerta de la casa y dirigí la mirada hacia las faldas del Casitas. Enorme sorpresa me llevé y tremenda desesperación me agarró al ver que venía sobre nosotros una enorme masa negra, que hacía como remolinos y daba tumbos y hacía mucho ruido como quebrazón de palos muy grandes…

Apenas tuve tiempo de gritarle a mis ocho sobrinos y a mi madre, que estaban dentro de la casa, para que salieran corriendo a salvarse, pues en segundos la inmensa masa de lodo me estaba embistiendo en la entrada de la casa, y no supe nada más, hasta que aparecí a más o menos dos kilómetros al sur, donde la corriente me dejó entrampada en garras de fango movedizo”.

La embestida brutal mató a su madre Gertrudis y sus ocho sobrinos, de apellido Acevedo: Adrián, 21 años; Brenda, 16; Raquel, 12; Juan, 10; Margine, 10; Marta, ocho; Carla, ocho; Xiomara, cuatro; y Yaosca, dos años.

Se salvaron Cruz y María Patricia, ambos hijos de Juana, porque andaban estudiando fuera de la colonia.

Julio Mario Castillo Ruíz, 19 años. La avalancha le mató a ocho familiares, entre ellos su padre Santos Castillo Ruíz, 51 años; y su madre Juana Ruíz, profesora de 49 años.

Juan, uno de sus hermanos de 27 años, muerto por el infernal aluvión, estaba cocinando el almuerzo de ese día. Su madre Juana, la profesora, estaba comiendo, y el resto esperaban la comida que Juana cocinaba, mientras al mismo tiempo se discutía acerca de los ruidos extraños, como de varios helicópteros juntos, para el lado del Casitas o Apastepe.

“Todos estábamos dentro de la casa. Repentinamente, los ruidos se escucharon más fuertes, más cerca, como que venían encima. Quisimos salir a ver lo que pasaba, pero no hubo tiempo. Yo no sé qué cara pondrían mis hermanos, mi padre y mi madre, porque apenas tuve tiempo de aterrorizarme cuando vi que la inmensa masa de lodo se metía a gran velocidad dentro de la casa.
Una masa trituradora se vino encima

Aquello era una inmensa masa trituradora de lodo, rocas y palos. No sé cómo pude salir vivo, pues esa corriente infernal arrancó la casa y no me explico cómo pude salir de la armazón de la vivienda… la verdad es que aparecí enterrado en el lodo unos 800 metros al Sur de dónde era mi casa. Tenía heridas leves y muchos golpes.

Como pude, salí del lodo a rastras, andando en cuatro pies, auxiliándome de palos gruesos y fui a buscar a mis hermanos y mis padres, pero no encontré a nadie”.

Como la mayoría de las viviendas, la casa residencia de Julio Mario era grande, de muros de hierros y cemento, ladrillos, pero no soportó. Hoy, seguramente, están sepultadas como ciudades antiguas, o sencillamente las corrientes la arrastraron, en pedazos, hasta el Océano Pacífico.

Junto a la vivienda, recuerda Julio Mario, habían un guanacaste blanco alto, grueso, un aguacate, dos cocos, tres mangos elevados y un alambrado (cerco). De la casa y de los árboles, no quedó vestigio alguno.

No volvió a ver a sus hermanos Juan, 27 años; Pedro Esteban, 21; Marvin, 16; y Fabio de 14. En segundos los perdió a todos.

Sobrevivió a la avalancha su sobrinita Shirley Magali Rueda, de cuatro años, quien fue rescatada a casi mil metros al sur de donde estaba la casita.

Leandro Acevedo López, 18 años, miembro de uno de los núcleos de la también familiona de los Acevedo. Diez seres humanos de este núcleo también fueron “tragados” (muertos) por la avalancha de lodo, rocas y árboles.

Bajo el aguacero, este joven andaba “pastoreando” el pequeño hato ganadero de la familia en un potrero cercano, ubicado en la orilla Este de la Colonia Rolando Rodríguez.

Como la mayoría de los jóvenes y niños de estas dos colonias, Acevedo López, estudiaban en la tarde y en la mañana se dedicaban a las tareas agrícolas solos o con sus padres.

“Estaba oscuro. Llovía y un viento huracanado tenía más feo el ambiente. Yo estaba con temor, porque los ruídos de las correntadas en las cañadas, que bajaban del cerro Casitas, eran cada vez más terribles.

“Yo no recuerdo haber oído esos ruidos como de helicópteros, tal vez porque estaba a campo abierto, en el potrero. Yo escuchaba clarito el ruido ensordecedor que hacían las corrientes en las cañadas.

“Pero… de repente, a pesar de la oscurana por lo nublado, vi que venía encima de las casas y de mí, una enorme correntada negra, alta, tal vez de unos diez metros de altura, no puede precisar claramente…

“Corrí hacia la cañada, ubicada por el lado Este, en la orilla del potrero, queriendo capearme de la enorme masa de lodo, rocas y palos que tronaban peor que la corriente del cauce, pero en eso vio que la avalancha venía por allí también.

“En esos instantes veo que mi primo Juan va arrastrado por la corriente. Me pide auxilio, intento ayudarle, pero un árbol me golpea por la espalda, me lanza boca abajo, como puedo lucho para salir hacia la superficie…

“Siento que rocas y palos me pasan rosando, me golpean, logro situarme encima de un árbol arrastrado. Siento que ya no tengo los zapatos, ni la camisa, ni la gorra, ni una tiradora que andaba en las manos.

“No volví a ver a mi primo Juan. En lo que voy luchando por salir, veo que mi vecino Carlos Roque va aferrado a un árbol que se desplaza veloz hacia la planicie en medio de la avalancha. Ni él, ni yo, nos pudimos auxiliar. Don Carlos Roque no volvió a aparecer, seguramente murió enterrado por el lodazal.

“En lucha feroz por sobrevivir, no sé ni cómo, no se lo puedo describir, sólo sé que luchando en medio de aquella masa de lodo, rocas y palos, logré salir a la orilla Este, para el lado del Ojochal, donde la avalancha no alcanzó. No sé cuánto tiempo duré en esa lucha por salvarme.

“Al alcanzar la orilla de un potrero, donde había vegetación no tocada por el aluvión, eché la mirada hacia las Colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir, y pude darme cuenta que la avalancha de lodo no había dejado nada en pie. Yo estaba claro de que, seguramente, toda mi familia había muerto”.

“Me fui para el lado de la comunidad de El Torrión, donde los daños fueron menores. El domingo, al tercer día, regresé a buscar a mi familia, pero de ella y de la casa, no quedaron nada”.

Celia Vargas Ramírez, 20 años, del norte de la Rolando Rodríguez, es decir de las casas más colindantes con las faldas del Casitas.

De su familia murieron: su papá José Vargas López, su abuela Feliciana Canales Turcios y su hermanito Yeison, de siete años. El resto, siete, se salvaron.

Celia todavía no se explica cómo pudieron salvarse los siete miembros de la familia.

“El ambiente estaba oscuro, feo, lluvioso y se oían muchos ruídos ocasionados por las correntadas de las cañadas o quebradas. Estábamos preparando el almuerzo y limpiando la casa, cuando repentinamente escuchamos que unos vecinos nuestros nos gritaban: !Salgan, salgan, corran, corran… ! !¡El cerro se reventó!,¡Algo terrible viene del cerro!”…

Apenas salimos por la puerta de la casa, la inmensa masa de lodo, rocas y palos, nos embistió horriblemente. Yo llevaba en los brazos a la niña Támara Romero, dos años, y de la mano a su hermanito Hermenegildo, de cinco años.

“Ahora que reflexiono, ni yo misma sé cómo me salvé y cómo se salvaron los dos niños. De lo que sí estoy segura es que luché denodadamente para que la masa de lodo no me los quitara de las manos. Mis otros familiares luchaban para salvar a mi hermanita Anielca, de 13 años.

“Sentí golpes terribles en todo el cuerpo. El lodo me tiraba hacia arriba y hacia abajo. Ese lodo me arrancó los zapatos y la falda, y hubo un momento en que sentí que la rama de un árbol me jalaba, porque yo iba pegada del cabello.

“Finalmente, el lodo nos dejó a casi todos juntos, con excepción de mi papá, mi abuela, Yeison y mi madre, más o menos a unos 800 metros al sur de la casa. Auxiliándonos entre todos, pasándonos ramas gruesas, salimos poco a poco hacia el Este, para el lado del Ojochal, donde nos fuimos a refugiar en una casa.
Avalancha la deja en calzón

“A esa casa, llegamos, calculo, como a las dos de la tarde. Poco tiempo después, llegó mi madre, casi desnuda, sin falda, ni blusa, !¡En calzón! ; se había salvado, pero sin mi padre, ni mi abuela, ni Yeison. Comprendimos que todos habían muerto en el lodo”.

Celia, al ser entrevistada en un refugio de Posoltega, presentaba todavía numerosos raspones en el rostro, en las piernas, en los pies, en los brazos, y se le notaba muy nerviosa, desesperada por la muerte de su padre, su abuela y de su hermanito Yeison.

María de la Cruz Mejía, de la familia Tercero, de El Porvenir. Murieron 17 miembros.

“Igual que el resto de familias de la Rolando Rodríguez, nosotros en la casa estábamos preparando el almuerzo, unos viendo televisión y otros sentados mientras pasaba la lluvia.

“Se escuchaban ruídos feos. Alguien gritó que debíamos salir, porque el cerro Casitas se estaba reventando. Pensando en salvarnos, corrimos juntos y separados hacia las faldas del Volcán, para el lado de unos cafetales, pero no habían pasado ni tres minutos, cuando de pronto se nos vino encima una inmensa masa de lodo, que hacía un ruido espantoso mientras venía desplazándose a gran velocidad.

“A todos nos embistió al mismo tiempo la masa de lodo, rocas y palos. Nos arrastró velozmente hacia abajo. En aquel torbellino horrible, sin soltar a mi hija Estela, de apenas un año, pude ver a parte de mis familiares con las vísceras de fuera, vomitando lodo o luchando entre ramas para salvarse, pero fue imposible, sólo logramos salvarnos mi marido Francisco Tercero Amador, mi hija Estela, José Luis, de 13 años; Marlon José de 14 años; María Estela Amador y Ramón Tercero (adulto). Los otros, murieron todos.

“El aluvión de lodo nos arrastró casi un kilómetro hacia el sur, donde vimos a vecinos nuestros ya muertos en el lodo. Llenos de terror y de lodo y casi desnudos, auxiliándonos mutuamente con ramas y pedazos de tabla, logramos salir hacia el lado Este, para el lado del Ojochal, donde nos pusimos a salvo del lodo infernal y de las correntadas muy fuertes, las cuales cesaron, calculo, unos diez minutos después de iniciadas desde la cúspide del Casitas”.

“Poco tiempo después, mi marido se dedicó a buscar a nuestra familia, a su padre, pero no los halló en medio del lodazal. Sí encontró a Javier Tercero, prensado por un árbol, pero no lo pudo sacar. Encontró a su hermano Juan, ya muerto, con las tripas de fuera y prensado por una roca”.

Arlen Mayorga Arrieta, joven de 20 años, de El Torrión, perdió a su esposa Nubia Avendaño García, de 19 años, y su hijo Elmer Fernando, de nueve meses y a otros miembros de la familia de su mujer.

Todos estaban dentro de la vivienda. Ante los ruidos, Arlen salió a la puerta de la casa y dirigió la mirada hacia las faldas oscurecidas y misteriosas del Volcán Casitas.

Al instante se dio cuenta que una inmensa masa de lodo avanzaba a gran velocidad hacia las viviendas de El Torrión, la Rolando Rodríguez y El Porvenir.

“Es una corriente horrible la que viene del Casitas, !Vamos salgan rápido, corran, hombre, pero no se movieron. Le pedí el niño a mi esposa y no me lo dio. Ahí nomacito, en segundos, en medio de un ruido infernal, llegó la avalancha de lodo, rocas y árboles y nos embistió con todo y casa.

“Se produjeron gritos, llanto, hubo una confusión infernal. La casa nos cayó encima, y yo no supe cómo salí de ella. En esos mismos instantes, en segundos, me vi luchando en lodo, que raudo me arrastraba hacia el sur. No veía nada, porque los ojos se me llenaron completamente de lodo hediondo y grueso. No entiendo cómo fue que ese lodo me llevaba de espaldas como si fuera sobre un colchón que se movía de abajo hacia arriba”.

“Finalmente, la avalancha me tiró de rodillas en un clarito, donde no había mucho lodo, más o menos 800 metros al sur. Recogí agua sucia con las manos para limpiarme de lodo los ojos y los oídos.

“Intenté regresar por la enorme masa de lodo que había quedado en el sector, pero me hundía hasta la cintura. Entonces comprendí que mi esposa, mi hijo y resto de familiares habían quedado muertos en aquella masa infame de lodo”.

Los cadáveres de su esposa Nubia y de su hijo Elmer Fernando fueron encontrados, enterrados en el lodo, cuatro días después. Nubia tenía abrazado al niño, lo cual indica que nunca lo soltó mientras ambos eran arrollados por el aluvión.

María del Carmen Marín, de la Rolando Rodríguez, vivía del pozo comunal cinco cuadras al norte, yendo hacia las faldas del Casitas o Apastepe.

Unos dos minutos antes de la avalancha, según recuerda ella, tenía una rara discusión con su marido Jesús Gómez Hernández, lo cual ocurría en la puerta principal de la vivienda de armazón de hierros y cemento.

¡Explotó el Casitas¡

“!El cerro explotó, se reventó, se está desmoronando, se está derrumbando. ¡Salgamos de aquí hacia las lomas!, Me dijo mi marido, y yo le dije: “No hombre, son helicópteros que andan por ahí… a lo mejor vienen a rescatarnos”.

“Continuamos hablando cada uno por su lado, mientras en las casas vecinas se fue formando una aglomeración de gente por el temor que imponía aquel ruído feo y extraño.

“Seguíamos en las conjeturas, cuando de pronto vimos que la masa de lodo venía avanzando hacia nosotros. En segundos nos pasó atropellando, derrumbó las casitas y arrastró a varios miembros de mi familia, entre ellos mi papá Alonso Calero y mi hermano Norwin José Calero Martínez, ambos murieron”.

“Atontados por la embestida, dificultosamente, caminando entre lodo, emprendimos marcha hacia unas lomas ubicadas al Este, en la orilla de donde pasó el aluvión. Allí nos salvamos unas 80 personas, quienes estupefactos vimos cómo la enorme masa de lodo trituraba y enterraba, en segundos, las colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir y a nuestros familiares, cuyos cadáveres no encontramos después”.

Bladimir Juárez Rostrán, 17 años, del norte de la Rolando Rodríguez, cerca de las faldas del Casitas.

Dice que en su casa estaban solos sus hermanas Milagros, 20 años; Cándida, 11; y Luz Marina, de 13, y él.

“Cuando se oyeron los ruídos como de helicópteros, me salí a ver y me pareció ver que algo negro y feo se movía de la cúspide del Casitas hacia abajo. Entonces, saqué a mis hermanas de la casa y nos fuimos corriendo para una loma hacia el Este de la Colonia.

“Apenas íbamos llegando a la loma, cuando la enorme masa de lodo se pasó llevando a la gente y a las viviendas, a los animales y todo lo que había en las colonias. Desde allá arriba pudimos ver que nuestra casa y los árboles de nuestro patio habían desaparecido bajo el lodo, rocas y árboles”.

“En los primeros instantes, creí que estaba viviendo despierto un sueño de terror, pero para convencerme bajé a ver de cerca el lodo, a mirar detenidamente cómo aquella masa colosal de lodo, rocas y árboles, había sepultado todo lo poco que como pobres habíamos acumulado en decenas de años”.

Alonso Hurtado Núñez, 35 años, de la Colonia Rolando Rodríguez. Al ser entrevistado presentaba moretones en el rostro, brazos, en las piernas, en los hombros, es decir, tenía golpes y raspones en todo el cuerpo, más hongos en los pies y rojos los ojos por conjuntivitis.

La corriente de lodo, rocas y árboles, lo arrastró casi tres kilómetros. El mismo no se explica cómo pudo quedar vivo, y lo que más le impresionó fue el grueso de aquella infernal masa de lodo y rocas.

“Esa masa de lodo y rocas tenía unos dos metros y medio de altura. La Avalancha sepultó a tres de mis hijos, a mis tres hermanos, a mi suegra… con decirle que quedamos vivos sólo mi esposa y yo.

Igual que la inmensa mayoría de la gente de la Rolando Rodríguez, estábamos unos en el patio y otros dentro de la casita. De repente se oyeron gritos más arriba, para el lado de la falda del Volcán.

Los que estamos dentro de la casa, salimos al patio, pero apenas tuvimos tiempo de ver hacia el Volcán, cuando la masa de lodo y rocas nos pasó arrollando. Era una horrible masa de lodo de casi tres metros de altura, que bajaba a enorme velocidad del Cerro…

No hubo tiempo de nada, ni de auxiliarnos los unos a otros. Cuando percaté, en fracciones de segundo iba arrastrado por esa masa de lodo hedionda.

Iba consciente, pues recuerdo perfectamente cómo iba luchando encima y debajo del lodo, pero creo que esa lucha mía de nada valió, pues esa corriente de lodo tenía una fuerza descomunal… me salvé milagrosamente, porque, pienso, ninguna de las rocas me dio de lleno en alguna parte del cuerpo.

En poco tiempo, en unos 20 segundos tal vez, yo ya estaba como “sembrado” en el lodo, a unos tres kilómetros al sur de donde estaba nuestra casita. Quise ver a mí alrededor, pero el lodo pegajoso y hediondo a azufre no me dejaba.

Tomé un poco de agua sucia de la que había quedado en el lodo y medio lavé mis ojos. Quise moverme, para salir del lodo, pero que va, estaba férreamente atrapado.

En esa lucha estaba, cuando escuché quejidos de otros que también estaban atrapados entre rocas, lodo y árboles. Yo podía considerarme “privilegiado”, pues me sentía atrapado por el lodo, pero no sentía que estuviera fracturado, como me imaginaba que estaban algunos de mis “vecinos” atrapados en el fango”.

Para colmo de mala suerte, Hurtado estaba hacia el Oeste del sector del alud, es decir, para el lado de la Colonia El Porvenir, por donde las labores de rescate fueron más tardadas, pues Alonso Rueda Aráuz y su mujer Mariana Centeno González estaban rescatando en el lado Este de la Colonia Rolandro Rodríguez.

Hurtado Núñez y sus “vecinos”, como él dice, pasaron enterrados en el lodo y rocas hasta el día domingo en la mañana, cuando fueron encontrados, precisamente, por Alonso Rueda Aráuz y Félix Moraga.

Todo el día sábado y las primeras horas del domingo, bebieron lodo para calmar la sed. “Tomamos el agua sucia en poquitos con las manos, para beberla”, relató Hurtado Núñez.

Ya fuera del lodo, dice Hurtado Núñez que se sintió como “recién nacido”. Le costaba caminar, pero como pudo se desplazó hasta la casa de Rueda Aráuz, donde encontró a su esposa herida, golpeada y en un mar de llantos. Para entonces, los dos estaban convencidos de que sus tres hijos, los hermanos y la madre de su esposa, habían muerto y estaban sepultados en el lodo. Nunca los volvieron a ver.

Cristina Flores Moreno, 51 años, El Porvenir. Perdió a dos sus hijos, dos nietas, a su marido Pedro Moreno, 54 años, y sólo quedó con una nieta y un hijo.

Comienza aclarando que tenían dos noches de no dormir en las Colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir, porque habían aumentado los ruidos “normales” de las correntadas que bajan de las faldas y cúspide del Casitas.

Según Flores, ella piensa que el aumento de los ruidos en las cañadas, precisamente, no eran “normales”.

“El viernes, cerca de las once de la mañana, escuché un ruido feo. Me salí a la callecita, y pude ver que de las faldas del Cerro venía una corriente negra enorme, ondulante, muy ancha, que daba saltos y como que echaba humo… me llené de terror, inmediatamente me entró una temblazón en el cuerpo.

¡Pedro, nos morimos, hijo¡

!Pedro, Pedro!, Le dije a mi marido… nos morimos, hijo…viene algo espantoso del Cerro. El Cerro se reventó. Él giró la cabeza hacia el Cerro y pudo ver lo que venía. Llamamos a gritos a las niñas y cruzamos el patio hacia la calle, pero en realidad no logramos llegar a la calle, cuando la enorme correntada de lodo, rocas y árboles nos impactó brutalmente.

El impacto debió ser muy fuerte en los costados, hombros y la cabeza, pues durante los segundos en que iba envuelta en la masa de lodo, no sentí nada.

Cuando volví en sí, yo estaba con la cabeza enterrada en el lodo, el cabello pegado en unas ramas, y de la cintura para abajo entrampada completamente en la masa de lodo.

Como pude, me quité las ramas de encima, me deserendé el pelo y me eché agua sucia en los ojos, para quitarme el lodo. Por el conocimiento que tenía de ese terreno, me di cuenta que la masa de lodo me dejó a unos 800 metros al sur de donde era mi casa.

No sé cuánto tiempo, pero sí me acuerdo que empecé a girar la cabeza hacia los lados, en busca de ver a alguien, para pedirle auxilio. Al ratito, escuché los quejidos de mi nieta Concepción Beltrán Moreno, de 12 años, y casi al mismo tiempo nos gritó mi hijo Juan Baustista Flores, de 18 años.

Juan estaba a unos 25 metros al Oeste de donde yo estaba y mi nieta a unos diez metros. Juan pudo librarse del entrampamiento utilizando ramas y pedazos de palo que habían quedado cerca de él.

Después, mediante una larga lucha, Juan pudo sacar a Concepción. Luego, en medio del lodazal, ellos dos se buscaron unos pedazos de tablas y troncos, para ayudarse en sus esfuerzos por sacarme.

Finalmente, me sacaron… creo que ya eran las dos y media de la tarde. Los tres nos preguntamos una y otra vez por mis hijos Juana, de 28 años; y José de Jesús Moreno Flores, 14, y de mis nietas Yahaira, siete años y María José de apenas seis meses.

Juan Baustista anduvo un rato buscando (encima de una tabla) en unos 30 metros a la redonda, pero no vio nada. Yo recorrí con la mirada hacia todos los rumbos del lodazal, pero tampoco vi nada.

Como pudimos, gateando sobre el lodo, acostados, arrastrándonos, o usando los pedacitos de tabla para ir encima, finalmente salimos a terreno firme por el lado del Ojochal.

Fuimos por ayuda para buscar a mis hijos, mis nietas y mi marido, pero no los encontramos. Ya estoy convencida de que mi familia ahora se reduce a mi nieta Concepción y mi hijo Juan Baustista.

Todavía no sé que será de nosotros… todo lo perdimos, entienda usted. Es muy triste perder a toda su familia, especialmente cuando tu familia es alegría, motivos de vivir, aunque la pasemos en pobreza”, y después del relato se soltó en lágrimas.

Orlando Vargas Reyes, 40 años, es ahora el padre adoptivo de su sobrina Yudelca Vargas López, una niñita de dos años, cuya familia desapareció totalmente en las correntadas odiosas del Casitas.

Al ser rescatada, Yudelca llegó diciendo al Hospital: “Me llamo Selena”, y ese nombre le han puesto ahora.

Ambos, igual que otros miles, fueron víctimas del arrollamiento horrible del alud del Casitas.

Yudelca, por esos milagros de la naturaleza, se salvó de morir en el lodo y las rocas al quedar prensada en las ramas de un árbol, según el relato de su hoy padre adoptivo y tío en primer grado.

Sus padres se llamaban: Mario Vargas Reyes y Cándida Rosa López. Según Orlando, de las dos familias sólo quedaron él, su hermano Carlos Vargas Reyes y la niña Yudelca “Selena” Vargas López.

Orlando asegura que él no supo dónde estaba Yudelca al momento del impacto del alud del Casitas. Supone que “Selena” estaba con su madre en algún rincón de la casa, tal vez ingiriendo una pacha o apurando algún bocadito elaborado por su madre en la cocina de la casa de la Colonia Rolando Rodríguez.
Avalancha la dejó encima de un árbol

“Mire, a mí me rescataron hasta el domingo. Ese mismo día, Alonso Rueda Aráuz, Félix Moraga Escoto y otros, rescataron a Yudelca no sé exactamente en qué punto del lodazal. Eso sí, me dijeron que la encontraron entrampada entre las ramas de un árbol enorme, que había quedado semidescubierto por el lodo.

Me dijeron que Yudelca estaba boca abajo, despierta y llorando, desnudita, picada por zancudos… Quizás se hubiera muerto si pasa más tiempo, porque tenía una pierna fracturada, raspones y golpes en casi todo el cuerpecito.

Según me dijeron, era imposible que la niña se escapara de allí, pues estaba entrampada entre dos ramas bastante gruesas del árbol, aunque no estaba presionada.

Me resulta asombroso que haya quedado encima del árbol, pues se trata de una niña indefensa… Lo importante es quedó viva. Mi hermano y yo, sobrevivientes, nos vamos a hacer cargo de hacerle crecer y educarla”.

Raúl Espinoza Membreño, 72 años. A su edad, sigue siendo un hombre ágil y luchador, y lo demostró en los momentos más difíciles del alud del Casitas. Toda su familia se salvó, pero las correntadas de lodo, rocas y árboles, los revolcaron como al resto de pobladores de El Porvenir y Rolando Rodríguez.

“Estaba lloviendo. El ambiente estaba oscuro en la Colonia El Porvenir, a pesar de ser pleno día. De repente, los chavalos dijeron: Oí… se oyen helicópteros. Yo me quedé escuchando atentamente, y les dije, !¡No, el Cerro se reventó! !¡Vamos!,¡Salgan corriendo todos hacia la calle, busquen para el lado de las huertas!, Pues yo sabía que ese lugar es más alto.

Pero… !¡Que va!. ¡Todo fue muy rápido! Cuando yo mismo salía al patio, ya tenía encima la inmensa masa de lodo, rocas y árboles gigantescos. El hecho de salir por detrás de la casa, fue quizás lo que me salvó de morir, a pesar de que allí no más quedé enterrado en el lodo.

Yo sentí que algo me golpeó en la cabeza y en la espalda. No supe si fue roca, o un árbol. El asunto es que caí de bruces y quedé como enrollado e hincado. Así estaba cuando volví en sí. Tal vez había pasado un minuto, dos minutos, no sé… el asunto es que no podía ver porque tenía los ojos anegados de lodo.

Me incorporé, agarré agua sucia del mismo lodo y me limpié los ojos. Pude darme cuenta que todo estaba destruído a mi alrededor, y que los chavalos, mis hijos, la casa, los árboles, los cerdos, los perros, !¡Nada quedaba!, Toda aquella destrucción en fracciones de segundo, y el colmo es que siempre he sido ágil y esta vez no me pude escapar.

Me sentía dundo por los golpes, pero estaba razonando bien. La masa de lodo se desvió un poquito a ambos lados al chocar contra la casa y comprendí que por éso me había salvado yo de que me matara y arrastrara hacia el lado de Posoltega.

Es decir, al momento de chocar con la casa, la masa de lodo formó una especie de vacío, menos violenta en el sitio en que yo estaba en el patio. Era una casa fuerte, amigo, pero de ella no quedó nada.

Tuvimos suerte, fíjese, porque los siete chavalos estaban sepultados cerca. Como pude me dediqué a sacarlos con pedazos de palos gruesos y tablitas.

Luego nos dedicamos a sacar a mi señora, quien estaba entrampada hasta el cuello en el lodo. Ayudamos a rescatar vecinos, entre ellos a una niña, Josefa Espinoza, de seis años, la cual estaba completamente sepultada y ya muerta.

Caminamos entre cadáveres. Arrancamos unas tablas de la casa destruída y sobre ella caminamos hasta una loma al lado Oeste.

Puestos en la loma, subimos a unos árboles de jocote, para ver si desde allí podíamos llamar la atención, para que nos rescataran hacia Posoltega.

Al ver que no era posible un rescate inmediato, nos fuimos hasta la casita de Isaías Guido, la única vivienda que la masa de lodo dejó en pie en la Colonia El Porvenir.

Dormimos en esa casa el viernes, sin agua y sin comida.

Quisimos salir y era imposible hacerlo por ningún lado, porque las enormes correntadas lo impedían.

El sábado en la tarde, usando mecates y varas gruesas, logramos cruzar una de las correntadas del lado Oeste de donde fue la Colonia El Porvenir, y emprendimos viaje hacia El Tololar, donde dormimos el sábado en una casa abandonada.

Finalmente, nos rescataron el domingo en la tarde con un helicóptero”.

Ana Isabel García Ampié, 30 años, madre de cuatro niños, dos de los cuales murieron. Las muertas eran: Cristina Anabel e Isaura Marisela Gutiérrez García, de 11 y 9 años respectivamente.

“!El Cerro se reventó. Corramos, rápido, sin perder tiempo, vamos, corran!”, gritó mi marido, Pablo Antonio Gutiérrez Flores, cuando la avalancha venia encima de las Colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir.

¡Mamita, nos morimos¡

“Mamita, nos morimos! ¿Dónde nos metemos, mamita?, me decían las niñas grandes, mientras corríamos hacia la calle, pero ahí nomacito nos arrolló la avalancha de lodo, rocas y árboles.

Yo llevaba de la mano a la niña más chiquita, Daysi Arelys, pero la corriente me la quitó. Yo sentí golpes brutales, como cuando al mismo tiempo te dan con un bate por todos lados.

Calculo que la corriente me arrastró unos 700 metros al sur. Me imagino que estuve inconsciente al menos unos diez minutos. Al despertar, me di cuenta que tenía el cuerpo prensado entre los vástagos de dos árboles hundidos en el lodo.

Me quedaba “libre” del pecho hacia la cabeza. Empecé a gritar pidiendo auxilio, pero nadie acudía. De repente oí que algo se movía sobre el lodo. Era mi marido. Se movía encima del lodo con una tablita. “Te saco en un ratito”, me dijo, pues ando buscando a las niñas…No las encuentro. Que Dios se apiade de nosotros”.

En ese momento, escuché el llanto de un niño, y mientras permanecía entrampada entre los dos árboles, le dije: “Oí…ahí llora un niño”. Mi marido, se resbaló con la tablita hacia el oeste, a unas 25 varas, y resulta que era mi hija más pequeña. Estaba golpeada y tenía raspones y una pierna fracturada.

Su padre la rescató y después empezó él a librar una lucha terrible para sacarme de donde yo estaba entrampada. Era un asunto muy difícil, por cuanto él estaba solo y debía mover los dos árboles sembrados en el lodo, de manera que no me causara más daños.

Lo vi luchar como un titán. Se hundía hasta la cintura en el lodo, mientras palanqueaba con varas entre los dos árboles. Esa lucha duró más de dos horas el mismo viernes al medio día. Si mi marido no ha quedado vivo, mi hija pequeña y yo misma no estaríamos contando el cuento ahora, pues él nos salvó la vida.

Mi marido rescató también a dos cuñadas de él, una de ellas Johana Medina, a ocho sobrinos, entre otros, a un niño de siete meses. También rescató a varios vecinos, o sea, se portó como un héroe para nosotros en la familia. Esos sobrinos quedaron huérfanos a cargo de nosotros, pues cuatro hermanos de mi marido, murieron”.

A Pedro Antonio también se le murieron su madre y su padre.

Asimismo, perecieron Brunilda, la esposa de Henry (hermano de Pedro Antonio) con su hijo Jackson, de tres años; su hermana Norma murió con tres de sus hijas. otras dos hermanas solteras, también tíos, primos…”mucha gente, unos 50 familiares de Pedro Antonio, murieron sepultados por el alud del Casitas”, dice Ana Isabel Ampie con lágrimas en los ojos.

Patricio Valdivia Valdivia, 80 años, de El Porvenir, andaba en la huerta y pudo ver desde allí como la avalancha destruyó las dos Colonias.

“Al oir los ruidos del lado del Cerro, me subí a un árbol alto. Desde allí pude ver aquella enorme masa de lodo, rocas y árboles que arrasó las Colonias de El Porvenir y la Rolando Rodríguez.

La corriente de la cárcava del Mono Acostado no me dejó entrar para el lado de donde estuvo la Colonia El Porvenir. Por tanto, no sabía nada de lo que había pasado con mi familia.

Finalmente, más o menos a las seis de la tarde, apareció por donde yo estaba una de mis hijas, llena de lodo y golpeada y me dijo: “Papa, a mi mama la sepultó el lodo…no la encontramos…

Se ahogaron mi esposa Bertilda Camas Ramírez, Claudina de diez años, Manuel de Jesús de 25 años, mis nietos: Claudio, Javier, Gricelda, Antonio, Jorlena, todos niños; dos sobrinos llamados Julián y Agustín.

Ericka del Socorro Espinoza González, 18 años. Perecieron seis de sus familiares: Alexandra Josefa, Francisco José, Nelson, Elvin, Hexar, y fueron rescatados vivos del lodo: Verónica, Hazel, Keling, Nelson, Félix Carmen y Raúl.

“Lo nuestro fue un poco curioso, pues casi todos quedamos enterrados por el lodo en el mismo patio de la casa, tanto los vivos como los muertos.

Carmela González Madrigal, 70 años, de El Porvenir. “La corriente de lodo y rocas entró a la misma casa de Socorro Espinoza González, donde yo vivía. Me botó y arrastró, derrumbó la casa y me sacó por debajo de las tablas. Me arrastró un trecho corto. 

Allá quedé entrampada entre un árbol, un montón de tablas, lodo y piedras. Junto a mí dicen que habían dos personas más, las cuales murieron.

“Nos descuidamos. Yo creo que si nos han avisado del peligro, hubiéramos salido hacia lugares altos y no habría muerto tanta gente, como ocurrió en las colonias Rolando Rodríguez y El Porvenir.

“Mire este asunto es horrible. Mucha gente perdió sus piernas, manos, una oreja, un pedazo de cualquier parte del cuerpo, murieron varios miles, otros andan desesperados, pero yo no veo que el gobierno haga nada por ayudarles”.

Salvador García Silva, sobreviviente de la comunidad del Ojochal, donde fueron demolidas nueve viviendas. “Perdí a mi esposa, a mis tres hijos y mi padre murió tragado por el lodo también. Ernesto García se llamaba mi padre, Edipcia Castillo mi esposa; Eddy, Rubén y Kenia García, eran los niños”, contó García Silva.

“Vi cuando la gigantesca corriente de lodo se llevaba a Carmelo López, Alejandro González, Manuel, Juan y Armando Avendaño, Concepción (varón) Castillo, Adolfo García…Después me contaron que todos ellos murieron…eran mis vecinos hacia el Oeste, en la Colonia Rolando Rodríguez”.

“Primero, escuchamos un ruido como de helicópteros y para sorpresa nuestra, unos dos minutos después, teníamos encima la enorme masa de lodo, arrollándonos en forma horrible…parecían tumbos en el mar. 

Los árboles saltaban como varilla de cohetes hacia arriba, y al caer hacían ruído como de explosión”, añadió García Silva.

“No sé cómo reaccioné rápido y tomé de las manos a dos de los niños. La corriente portentosa nos lanzó al cauce cercano, de unos diez metros de profundidad. 

Llevando a los dos niños agarrados de las manos, a Eddy y Rubén, luché con todas mis fuerzas, pero sentía golpes terribles en todo el cuerpo, que supongo eran por las piedras, ramas y árboles. 

Mi idea principal era salvar a los niños, pero calculo que a unos 500 metros al sur, la corriente me los arrebató. 

Seguí en la lucha, ahora por salvar mi propia vida, hasta que a unos tres kilómetros y medio al sur del Ojochal, hacia Posoltega, logré agarrarme de una enorme raíz de un árbol que la corriente no había arrancado todavía.

 Con las fuerzas a punto de abandonarme, pude sobreponerme y logré situarme a salvo de la corriente fuerte, ubicándome hacia el Este, es decir, donde no había afectado el deslave o derrume del Casitas”, relató García Silva.

“Me subí a un árbol, para reponerme un poco. Después, regresé por la orilla del enorme cauce, con el agua hasta el pecho, buscando a mis hijos, a mi esposa, a mi padre y a los vecinos, pero no los encontré ni vivos, ni sus cadáveres”, recordó mientras dos gruesas lágrimas le surcaban las mejillas.

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