Andan en los pueblos en sus motos de alta gama, desafiando a los 2.000 soldados cuya tarea es eliminarlos.
– Hermano, camine rápido que uno de los del video ese de la disidencia de las Farc acaba de amenazarme.
Esto le sucedió a mi compañero de viaje Martín, pero puede ocurrirle a cualquiera en un carreteable o en la calleja de cualquiera de las 75 veredas del Alto Mira donde los guerrilleros que desecharon acogerse al Proceso de Paz se mueven tranquilamente armados hasta los dientes.
Martín le había dictado una conferencia a los líderes cocaleros en el Alto Mira, la región más crítica en cuanto a cultivos de coca y abandono estatal. Fue allí donde el 5 de octubre ocurrió la masacre en la que la policía dispararon con los campsinos y que dejó entre 6 y 19 muertos.
Una vez concluyó la charla, los cerca de 30 líderes campesinos se acercaron a felicitarlo, pero de repente irrumpió Johan, uno de los tres disidentes que apareció dando la entrevista de Telepacífico en la que negaron haber disparado y lanzado tatucos el día de la masacre. Con la arrogancia de un narco armado, conocedor de su poder, sacó a Martín de la reunión y le hizo saber que no había lugar para él con sus propuestas de cultivos alternativas en la zona, y le dejó claro que eran él y sus hombres los que mandaban en la zona.
Todo ocurrió en las narices del Ejército Nacional. Pocos minutos antes por las calles del Vallenato pasaron patrullando tres soldados que se sentaron a tomar gaseosa a cinco casas de la caseta donde se desarrollaba la reunión. Johan y sus cuatro hombres estaban a la vista de todos. Se desplazan con seguridad, desplegando poder y sentido de mando. Desde el 2015 comenzaron a copar los espacios dejados por los miembros de las Farc que decidieron cumplir con los acuerdos de La Haban pasando a la arena política.
El Alto Mira, el paraíso de los disidentes, es toda la zona fronteriza de Tumaco con Ecuador, donde se han convertido y reyes con unos 200 hombres que cargan fusiles, lanzacohetes y granadas.
A ese sur del país llegaron hace 25 años colonos y campesinos – especialmente de Putumayo, Caquetá, Huila y Tolima – a sembrar coca. Las selvas en las costas de Nariño resultaron de una fertilidad inimaginable; las matas se pueden cosechar hasta 6 veces al año, el doble que en el resto del país.
Desde la desmovilización de las Farc se perdió la ley y el orden que habían ganado con los fusiles los frentes Antonio Nariño y el 29 Alfonso Arteaga, así como la columna móvil Daniel Aldana.
En esa época nadie se robaba una gallina, todos sabían que dirimiría una pelea de linderos y tierra, pero por encima de todo se encargaban de proteger a los campesinos de tener que negociar con los narcos directamente. Ponían el precio de compra a los campesinos y de venta a los narcos, los campesinos tenían poder y las Farc se hizo inmensamente rica.
Esos campesinos llegaron y comenzaron a tener roces fuertes con los negros del Consejo Comunitario Alto Mira y Frontera, pues se instalaron en tierras que le pertenecían a los locales. El Consejo, que nace gracias a la Ley 70 de 1996, ha tenido siempre una fuerza autónoma que ahora choca con los incidentes de los narcodisidentes. Por eso con las balas es que están callando a los que apoyan la sustitución de cultivos, y por eso asesinaron a José Jair Cortés, que era líder del Consejo. La salida la Farc como guerrilla del territorio quedó el caos.
Buena parte de los pequeños campesinos están cansados de un negocio ilegal que trae zozobra y muerte, además de quedar con solo un pequeño margen. De las fincas que conocí, la más grande tiene tres hectáreas y la precariedad es evidente en cada casa. Están atrapados en la arbitrariedad de los narcos que imponen las condiciones, deciden precios y mandan sin que ninguno tenga el mando total sobre el territorio. En medio de este descontrol y caos se ha consolidado el poder dos antiguos mandos medios de las Farc que desde el 2015 se le abrieron a las negociaciones de paz: Guacho y Fabián. Aunque intentaron justificar su posición con un discurso político de escepticismo y desconfianza frente al gobierno y los comandantes del Secretariado de las Farc, estaba claro que lo suyo era el negocio del narcotráfico. Se mueven como pez en el agua en una región que conocen como la palma de sus manos.
Guacho, cuyo nombre real es Walter Patricio Artízala Vernaza, según el Ejército ingresó en el 2007 a las filas de la guerrilla, cuando decidió que no quería seguir siendo comerciante en su natal Limones, Ecuador. Cuando ingresó no vestía uniforme pues era ‘organizador de masas’ o sea que hacía trabajo político para las Farc en medio de un ambiente civil. Luego pasó a ser explosivista y al final era jefe de finanzas, puesto en el que aprendió cómo se mueve el dinero del narcotráfico. Ya como un disidente está acusado de haber secuestrado a 12 policías en abril de este año a los que les robaron los fusiles de dotación.
Fabián por su parte nunca alcanzó mayor poder dentro de las filas del Bloque Occidental Alfonso Cano. Era uno de los hombres que tenía como misión la recolección y transporte de la plata del narcotráfico, pero nunca fue una pieza fundamental. En los combates con el Ejército era uno de los primeros en salir de la zona.
Estos dos hombres son las cabezas de los grupos que se mueven en el Alto Mira. No trabajan juntos, pero tienen una especie de acuerdo tácito para no enfrentarse entre ellos. Por ahora buscan controlar a los habitantes de la zona, que quedan entre el poder de estas facciones, así como de la ley del mercado que acabó con el negocio de sembrar matas de coca.
Cuando las Farc ejercían control obligaban a los grandes capos a comprar el kilogramo de pasta en promedio a $4,5 millones. En marzo los campesinos del Alto Mira tuvieron que venderlo incluso a pérdida, hasta por $900,000. Una realidad que le han abierto posibilidades por su rentabilidad a cultivos legales como el cacao y la pimienta.
Guacho y Fabían, articulados con los narcos mexicanos representantes del Cartel de Sinaloa se oponen a sangre y fuego a cualquier alternativa que les acabe su negocio de narcotráfico. Están poniendo los muertos en la zona y su control es absoluto.
Dos motos DT sonaban por la carretera; los 125 centrímetros cúbicos de motor hacían eco en la selva. Estaba concentrado en mi cámara en la grabación de las ruinas que había quedado de la zona veredal Daniel Aldana donde agrupó el Frente del mismo nombre en enero del año pasado, cuando vi las dos carcasas negras a la distancia. Los pilotos picaban las motos – haciendo caballito – por la carreteable destapada.
El primer aparato pasó fugaz con dos hombres vestidos de negro que ni me determinaron. En la segunda moto venía Fabián, el gigante, corpulento y fuerte de casi dos metros de estatura , que identifique de la entrevista que había transmitido Telepacífico en la que intentó desmarcarse de la masacre y difícilmente articulaba frases para justificar su ruptura con las estructuras de dirección de las Farc.
Venía de Vallenato, la vereda donde su socio había amenazado a Martín, en las narices del Ejército. La Fuerza Pública no ejerce el mando que los pobladores demandan y después de la masacre del 5 de octubre perdieron toda autoridad. En contraste, los meses de repliegue y desarme de la guerrilla le ha permitido a Fabián y a Guacho consolidar su poder en el Alto Mira y Frontera, la región más productiva y con mayor densidad de coca en Colombia. Se han atrevido incluso a desafiar a sus excamaradas de las Farc, enfrentarlos y hasta robarles ganado como ocurrió con las vacas de donde sacaban leche los desmovilizados del Espacio Transitorio de Capacitación Daniel Aldana.
Después de la masacre del 5 de octubre Guacho y Fabián recibieron momentáneamente la culpa de las muertes, y una vez esclarecida la responsabilidad de la policía, igual se convirtieron en los hombres más buscados por las autoridades.
El propio Vicepresidente, general Oscar Naranjo, los señaló como responsables de lo ocurrido.
Sin embargo siguen desplazándose sin temor alguno a la luz del dia volviendo difícil de creer que la Fuerza Pública no les pueda seguir los y judicializarlos.
La apuesta del gobierno es que con la llegada de la Operación Atlas, con la que desembarcaron 6,500 hombres de las tres ramas del Ejército junto a la Policía, les arrebate la tranquilidad con se mueven y hasta con la que contemplan el Río Mira en el punto conocido como La Playa, donde llegan y salen las lanchas y canoas para todos los puertos sobre el Mira.
Esa tranquilidad es la que les permite estar con una cerveza en la mano al mismo tiempo que se celebraba la inmensa operación por aire y tierra que capturó a Tito Aldemar solo a 700 metros de distancia.
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