Pablo Gonzalez

El despropósito intelectual de los biólogos evolucionistas religiosos

Un científico religioso es una rara avis permanentemente influido por esa disonancia cognitiva que le produce un comportamiento marcadamente bipolar entre una faceta racionalista y reflexiva durante su jornada laboral y un comportamiento crédulo, supersticioso e infantilizado cuando cuelga la bata y abandona el laboratorio.

Y dentro de esta tan particular cofradía de esquizoides intelectuales la palma se la llevan sin duda alguna los científicos evolucionistas creyentes.

Cualquier científico mínimamente versado en los procesos biológicos más tarde que temprano se enfrenta al innegable hecho de que, tal y como escribí hace ya algún tiempo en CyD, a pesar de los innumerables argumentos defendidos durante milenios por los más brillantes teólogos o pensadores creyentes

no hay poesía alguna en la Naturaleza inspirada por un magnánimo y artístico Creador, sino solo un pavoroso terror en la presa y un hambre feroz en el depredador.

O como escribió elegante pero demoledoramente Charles Darwin, en contestación a los recurrentes y, por qué no decirlo, vanos intentos del naturalista estadounidense Asa Grey (probablemente el primero de los científicos cristianos darwinistas) de compatibilizar, aunque fuera a martillazos, la herética Teoría de la Evolución con los dogmas derivados de la mitología judeo-cristiana

No puedo persuadirme de que un Dios benévolo y omnipotente haya creado a propósito los icneumónidos con la expresa intención de que se alimenten dentro de los cuerpos vivos de las orugas, o que un gato pueda jugar con los ratones [antes de matarlos].

Inciso: y yo añadiría aún más, un dios capaz de diseñar exquisitamente un parásito que sólo puede crecer dentro del ojo de los niños hasta dejarlos finalmente ciegos o esa tan elegantemente adaptada infinidad de virus que llevan exterminando de las maneras más imaginativas a la par que dolorosas a los seres humanos desde sus más remotos orígenes, sólo merece un calificativo que (para evitar desmayos entre la grey religiosa e insultos y amenazas hacia mi persona) voy a dejar a la imaginación del lector inteligente.

Pues bien, lejos de haber sido zanjado todo este ya viejo asunto de los darwinistas creyentes allá por el ya más que remoto año de 1860, que es cuando Darwin mantuvo su esclarecedora correspondencia con Asa Grey; a día de hoy en pleno siglo XXI, el Dr. Francisco José Ayala, discípulo de Theodosius Dobzhansky y uno de los más ilustres representantes vivos del neodarwinismo, parece ser que no se ha despojado de esa losa intelectual que arrastra desde su ya más que lejana época de sacerdote dominico y nos ha regalado un artículo antológico en El País que merece pasar a la historia del disparate intelectual.


Así, nuestro insigne protagonista intenta abordar la más que sisífica tarea de convencernos de la compatibilidad entre ciencia y religión. Y viniendo de donde viene, de la mente de un más que brillante científico, algunos podrían pensar que estamos ante la prueba definitiva, que Ayala ha encontrado esos argumentos incuestionables que demuestran esa supuesta compatibilidad. Si es así, les sugiero que esperen sentados.

Ayala empieza su artículo con

Hay personas creyentes que piensan que la ciencia es incompatible con la fe cristiana porque no concuerda con la narración de la creación que hace la Biblia. El libro del Génesis describe la creación por parte de Dios del mundo, las plantas, los animales y los seres humanos. En particular, la evolución gradual de los seres humanos a partir de antepasados que no eran humanos parece incompatible con una interpretación literal del Génesis.


Y ¿como sale de este atolladero? pues la verdad que de una manera más que sorprendente, ya que primero argumenta que

Sin embargo, muchos exégetas y teólogos han rechazado una interpretación literal de la Biblia, ya que contiene afirmaciones mutuamente incompatibles. El libro del Génesis ofrece dos narraciones diferentes de la creación. En el capítulo 1 figura la narración familiar de la creación en seis días, en la que Dios crea a los seres humanos, tanto al varón como a la hembra, en el sexto día, después de crear la luz, la Tierra, los peces, las aves y los animales. Pero en el capítulo 2 aparece una narración diferente, según la cual la creación del mundo comienza cuando “Dios formó al hombre del polvo de la tierra”. Después de crear las plantas y los animales y pedirle al hombre que les diera nombre, Dios le hace caer en un sueño profundo le saca una costilla, de la cual “formó una mujer y se la presentó al hombre”.

para luego preguntarse

¿Cuál de las dos narraciones de la creación es la correcta?

E inmediatamente llega un soberbio ejemplo de esa disonancia cognitiva (únicamente accesible de los cerebros infectados por el virus de la fe) capaz de los mayores disparates ya que indica sin pestañear que

No estarán en contradicción si entendemos que trasmiten el mismo mensaje: que el mundo fue creado por Dios y que los humanos somos sus criaturas.

¡Eso sí que es lógica de la buena! ¿Pueden observar la altura intelectual del argumento? Se parte de un hecho evidente, la Biblia no sólo no concuerda con el actual conocimiento biológico sino que ¡tampoco concuerda consigo misma! Y en lugar de llegar a la única conclusión racional posible, que son cuentos inventados por unos iletrados de la Edad del Bronce sin ningún valor (salvo quizás el literario) y dejar de perder su tiempo y el de los lectores, nuestro científico se saca de la manga (casi por arte de birlibirloque) esa absurdez de que no existe contradicción. Por algo nuestro investigador fue miembro de una de la órdenes que más ha brillado en ese siempre peligroso arte de la retórica, habilidad que desgraciadamente tantas veces ha derivado en el sofisma.

Y después pasa a defender su tesis principal, el famoso, viejo y más que erróneo argumento de los dos magisterios.

La ciencia y las creencias religiosas no tienen por qué estar en contradicción. La ciencia y la religión son como dos ventanas diferentes para observar el mundo. Las dos ventanas dan al mismo mundo, pero muestran aspectos diversos de él. La ciencia se ocupa de los procesos que explican el mundo natural: las galaxias y estrellas del espacio, cómo se mueven los planetas, la composición de la materia y el origen de los organismos, incluyendo los seres humanos.

 La religión se ocupa del significado y propósito del mundo y de la vida humana, la correcta relación entre los seres humanos y el Creador y entre ellos mismos, y de los valores morales que inspiran y gobiernan la vida de las personas.

Y yo aquí tengo que parar para coger aire, porque no salgo de mi asombro. Primero porque todo un brillante científico, apegado a las pruebas (al menos en su horario laboral) afirma sin ninguna evidencia plausible por cierto, salvo por el hecho de que le inculcaron de pequeño esa historieta de la zarza colérica del Antiguo Testamento, que posteriormente se convierte a sí mismo, a través de su propia autofecundación o algo por el estilo (porque lo del misterio de la divina trinidad no lo entiende ni el mismísimo dios), en el redentor de la Humanidad. Excepto por supuesto de aquellos que vivieron antes del año 30 o 33 de la Era Común y de aquellos otros pobres que tuvieron la mala suerte de nacer y morir en América hasta la llegada de los muy cristianos Colón, Cortés, Pizarro y compañía. O en el resto del mundo hasta que Iahvé tuvo a bien enviar a esos misioneros que acompañaban casualmente a exploradores de las grandes potencias coloniales europeas, que según nuestro ínclito Ayala son los que llevaron a esos pobres salvajes dejados de la mano de dios

los valores morales que inspiran y gobiernan la vida de las personas.

Por lo que se ve Ayala acaba de “demostrar” ahora que la conquista, la explotación y hasta el exterminio de los pueblos indígenas por el “civilizado” hombre blanco eran (según su docto criterio) parte de esos siempre inescrutables designios divinos para “civilizar” a esos más que amorales seres que no conocían


la correcta relación entre los seres humanos y el Creador y entre ellos mismos.


En resumen, cómo se nota que Ayala sigue los católicos argumentos del también dominico Francisco de Vitoria, que allá por el siglo XVI sostenía que


Esos bárbaros [los indios americanos], aunque, como se ha dicho, no sean del todo incapaces, distan, sin embargo, tan poco de los retrasados mentales que parece no son idóneos para constituir y administrar una república legítima dentro de los límites humanos y políticos. 

Por lo cual no tienen leyes adecuadas, ni magistrados, ni siquiera son suficientemente capaces para gobernar la familia.

 Hasta carecen de ciencias y artes, no sólo liberales sino también mecánicas, y de una agricultura diligente, de artesanías y de otras muchas comodidades que son hasta necesarias para la vida humana.

por lo que proponía que si los indios no abrazaban con alborozo el Evangelio y por supuesto la soberanía imperial castellana eso era más que justa causa de guerra (o cómo se diría ahora de jihad), y ya sabemos lo que eso significó para esos “amorales” paganos.


Y segundo, con la frase del

significado y propósito del mundo y de la vida humana

Ayala abandona toda mesura científica y lo que es peor, parece olvidar todo lo que él mismo sabe sobre evolución, porque después de que cientos de estudios muestren que la vida en general y la especie humana en particular no son más que el resultado de un complejísimo conjunto de eventos azarosos moldeados por esa selección natural que tan bien debiera conocer Ayala, el afirmar que la existencia humana tiene un propósito ¿cuál? es únicamente la evidente prueba de que sólo la religión es capaz de convertir a la persona más inteligente en un verdadero iletrado científico.

Y ya desatado en su servilismo religioso Ayala nos regala este más que irracional argumento

Es posible creer que Dios creó el mundo, al tiempo que se acepta que planetas, montañas, plantas y animales, incluyendo los seres humanos, se produjeron, después de la creación inicial, por procesos naturales. […] 

El origen de nuestra especie, Homo sapiens, a partir de antepasados que no eran humanos es una conclusión científica corroborada más allá de toda duda razonable. Pero aceptar esta conclusión es compatible con creer en Dios y que somos sus criaturas.

“razonamiento” que además entra en profunda contradicción con lo revelado por su dios en su visita a la Tierra en forma de nazareno milagrero hace un par de milenios. Porque parece ser que Ayala no sólo yerra en cuanto a su comprensión de los procesos darwinianos, sino que también olvida todo lo que aprendió como dominico y comete un error teológico garrafal. Inciso, lo mismo que le pasa a los últimos papas católicos, que para no quedar como ignorantes científicos en temas evolutivos pues mandan a la basura las bases mismas del catolicismo.

Porque según los inviolables dogmas cristianos hubo un pecado original, en donde un par de individuos se rebelaron (gracias a su libre albedrío) contra dios arrastrando con su error a toda la Humanidad. Y el catecismo de la Iglesia católica recuerda que aunque este relato bíblico está hecho de imágenes y se encuentra redactado usando figuras literarias, se trata de un acontecimiento real de los inicios de la historia. Un hecho histórico “real” que, como indiqué en una entrada ya antigua de mi blog personal hace algún tiempo, no pudo ocurrir nunca ya que

Lo que nos muestra el evolucionismo es que nunca hubo un primer ser humano, ni macho ni hembra, sino que nuestra especie es el resultado de la acumulación de infinidad de cambios genéticos a lo largo de millones y millones de años, a partir de nuestros más remotos antepasados simiescos y más allá. 

Toda esa población de miles o quizás decenas de miles de primates como mínimo (que vivieron en cada momento de nuestro pasado) fue evolucionando más o menos parsimoniosamente desde un ancestro compartido con nuestros primos evolutivos, los chimpancés y los bonobos para ir dando lugar a diferentes especies: australopitecos, homos ergaster y habilis, pasando por los sapiens arcaicos hasta nuestra actual especie. 

Es más, ahora sabemos que los humanos actuales somos el resultado de la mezcla en distintas épocas de H. sapiens, neandertales, denisovanos y ya hay datos que parecen indicar que una cuarta especie Homo hasta ahora desconocida también influyó en nuestro acervo genético.

 Es decir, en caso de que como débilmente argumentan los cristianos evolucionistas, el Señor en su infinita sabiduría hubiera insuflado el alma inmortal a algunos de esos primates en constante evolución, en un momento dado todos nuestros antepasados tendrían que haber cometido el pecado original a la vez.

 Y si todos esos primates lo cometieron sólo queda una posible explicación: pecaron porque no tuvieron elección, es decir porque no tenían libre albedrío y entonces dios castiga a los humanos por algo que no pueden evitar. 

Algo así como castigar al león por matar a la gacela, aunque el depredador no pueda oponerse a sus instintos y por tanto no sea culpable de nada.


Y claro, sin libre albedrío y sin pecado original permítanme hacer la pregunta clave ¿para qué demonios bajó del cielo el segundo miembro de esa incompresible trinidad cristiana y fecundó a una virgen para concebir al tercer miembro de sí mismo para que se dejara torturar y asesinar por los romanos? porque como muy bien lo explicó el más que ateo Richard Bozarth:



El evolucionismo destruye por completo la razón por la cual la vida terrenal de Cristo habría sido supuestamente necesaria. 

Demoled a Adán y Eva y el pecado original y, entre los escombros, hallaréis los lamentables despojos del Hijo de Dios.

 Si Jesús no era el redentor que murió por nuestros pecados, y esto es lo que significa la evolución, entonces ¡el cristianismo no es nada!

Pero hete aquí que el famoso Dr. Ayala es capaz de olvidarse de todo su conocimiento científico, a la vez que de toda su formación teológica para intentar compatibilizar, de la manera más deshonesta desde el punto de vista intelectual, aquello que no puede ser conciliado de manera alguna.


P.D.

El artículo comentado ha sido publicado en El País dentro de la nueva sección “Amigos de la Ciencia” creada por la Asociación de Amigos de la Real Academia de Ciencias (ARAC),

una institución destinada a impulsar las actividades de la Academia, facilitar la difusión de los avances científicos y tecnológicos y acercar la ciencia a la empresa y a la sociedad.

Así que como todas sus iniciativas sean de este calibre, lo mismo el siguiente artículo lo firma el famoso (y por lo menos más que congruente desde el punto de vista teológico) creacionista Ken Ham.

https://lacienciaysusdemonios.com/2017/06/22/el-desproposito-intelectual-de-los-biologos-evolucionistas-religiosos/

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