Terror y cólera (o un café en Mogadiscio), así podría titularse el drama que hoy desangra al país del Cuerno africano
Somalia vive una constante película de terror, que solo parece acabarse cuando muere el día. Sin embargo, la misma acción dramática, en la que acaso cambian los actores secundarios y los extras, comienza al día siguiente.
El país africano acaparó las portadas mediáticas del pasado lunes, que daban, como mínimo, la cifra de seis muertos por un atentado con coche bomba en Mogadiscio. El lugar de los hechos lo han ubicado en las proximidades de un café italiano, en una céntrica calle de esa capital africana.
A lo largo de la semana, esta y otras agencias, colocaban a Somalia en sus portales debido a la muerte cerca de Bari, a unos 65 kilómetros al oeste de la capital, de un soldado estadounidense durante una operación contra el grupo terrorista Al Shabab.
La maniobra se hizo como parte de una «misión de asesoramiento y asistencia junto a miembros del ejército nacional de Somalia», según un comunicado del Comando de África de Estados Unidos.
Ninguna de estas noticias, sin embargo, produjo tanta desesperanza como lo hizo el asesinato a balazos –cerca del Palacio Presidencial– del ministro de Obras Públicas, Abbas Abdullahi Siraji.
Era considerado una de las jóvenes promesas políticas y su muerte movilizó a miles de personas que aspiran a un futuro más democrático en su país.
En su lucha por abandonar el estado de guerra y caos en el que vive Somalia desde 1991, Siraji murió, según arrojan los resultados preliminares, por equivocación. Los propios guardias de un alto funcionario del Gobierno fueron los que dispararon contra su vehículo, admitió este miércoles el capitán de la policía, Mohamed Hussein, reflejó EFE.
No obstante, el hecho pudiera interpretarse como un retroceso en la reconstrucción de un país eclosionado por la guerra, el terrorismo y la hambruna; el mayor reto del nuevo Gobierno que, sumando a Siraji, contaba 25 miembros, seis de ellos mujeres.
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Antes, la nación del cuerno había ocupado los titulares cuando el viernes previo, un comunicado de la Organización Mundial de la Salud (OMS) señaló que durante los últimos cinco meses han muerto 618 personas de unas 32 000 diagnosticadas con cólera.
Los pronósticos de la agencia de las Naciones Unidas indican que esas cifras podrían duplicarse durante la época de lluvias en Somalia, país que hoy padece un brote calificado como el peor en los últimos cinco años.
Como si no bastara, Unicef también hizo señales de «alerta» porque «el número de niños somalíes malnutridos aumentará un 50 % en el 2017 hasta alcanzar 1,4 millones», de acuerdo con una nota emitida por EFE el pasado 2 de mayo.
A ello se suma el sarampión, al cual se exponen los somalíes en su desplazamiento masivo por las fuertes sequías y ataques.
Alguna luz parece verse al final del túnel desde que la OMS iniciara un programa de vacunación que incluye a medio millón de niños entre los seis meses y los cinco años.
Para la campaña se necesitan 2,7 millones de dólares, pero alrededor de 360 000 niños menores de cinco años, muchos de ellos desplazados, serán vacunados con emergencia hasta finales del presente mes, anunció en abril la organización.
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Así, entre flagelos, transcurre la vida en Somalia, que estrena presidente desde el pasado febrero. Mohamed Abdullahi Farmaajo prometía, tal vez con demasiada ilusión, cambiarle el rostro a su país, asolado durante muchos años por una guerra que corre sin pies ni cabeza, y no puede beneficiar a las mayorías.
Al llegar a la silla presidencial, Farmaajo se convirtió en la esperanza de muchos de sus coterráneos, quienes le endilgaron capacidades para reinventar la nación que declaró en «estado de guerra», a fin de acabar con los terroristas y el terrorismo.
Desde este abril, el presidente somalí se vio casi obligado a declarar el «estado de guerra» para acabar con las bandas que todavía controlan amplias zonas del sur y del centro del país y han puesto los ojos fijos en Mogadiscio.
Por una parte, Al Shabab lucha por instaurar un Estado islámico. Por la otra, el ejército somalí, con apoyo de la Unión Africana, combate contra la milicia extremista que se había debilitado en el 2014 por la muerte, en un ataque aéreo estadounidense, de su líder Ahmed Godane.
Sin embargo, la voluntad de Farmaajo de levantar el país no ha podido concretarse. Las cifras lo dicen claramente: 256 000 refugiados somalíes aún ocupan el complejo tentacular de Dadaab, situado cerca de la frontera de Kenia con Somalia y resulta difícil creer que esté cerca el momento del retorno a casa.
Su misión no es fácil, como puede suponerse. Basta releer los titulares presentados, a nivel global, durante los últimos años. Somalia ha estado allí solo por cuestiones relativas a la guerra, el hambre o la inseguridad.
Darcy Borrero Batista
darcy@granma.cu
https://diario-octubre.com/2017/05/13/la-pelicula-de-terror-de-todos-los-dias-en-somalia/