Adolfo Calero Portocarrero |
La CIA atacó Corinto y nosotros tuvimos que decir que lo habíamos hecho nosotros
La única vez que los 7 directores de la contra fuimos a Honduras fue cuando Dewey Maoroni, jefe del proyecto de la CIA llegó a Tegucigalpa.
Nos reunimos pro primera vez con Maroni en una de nuestras casas de seguridad en julio de 1983. Maroni es un hombre fornido con un inmenso pecho y acento del Bronx, fuma puro y habla con autoridad.
Sentado entre nosotros una arrogancia tan grande mientras he trabajado con extranjeros.
Durante su siguiente visita en octubre de 1983, Maroni propuso el nombramiento de un jefe del directorio, idea con la que yo estaba de acuerdo.
Empezó diciendo que el jefe debería trabajar en Washington y ser conocido ahí, no ser somocista, etc.
Era obvio que estaba describiendo a Calero, un político que trabajaba 16 horas al día y admira a la CIA como a su Biblia.
Los directores nos retiramos a otro cuarto a votar, pero era tan fácil como escoger el color del caballo blanco de Napoleón.
Cuando regresamos, Maroni felicitó a Calero llamándolo "Señor presidente".
Habíamos elegido a un jefe y Maroni, en una insólita interpretación de la voluntad popular, lo había promovido rápidamente el rango de presidente.
A las dos de la mañana del 5 de enero de 1984, George me despertó en mi casa de seguridad en Tegucigalpa y me entregó un Boletín de Prensas redactado en excelente español.
Me sorprendió leer que nosotros, los de la contra, estábamos aceptando haber minado varios puertos nicaragüenses.
George me dijo que me apresurara a ir a nuestra emisora clandestina para leer este anuncio antes que los sandinistas hicieran la denuncia del minado.
Nosotros por supuesto, no habíamos participado en ese sabotaje contra los puertos.
Esto es corriente, ya que con frecuencia la CIA nos da el mérito (o nos hace culpables) de operaciones que nosotros ignoramos completamente.
La CIA usó a un grupo de latinos para bombardear los tanques de gasolina de Corinto en octubre de 1983 y cuando le protesté a George diciéndole que por qué la CIA simplemente no nos entrega el dinero y permite que gente no nicaragüense haga el trabajo, me contestó que así es que quieren en Washington que se haga.
Mientras tanto, nuestras operaciones estaban teniendo apoyo inadecuado, pues habíamos duplicado nuestras fuerzas en 1983 y teníamos pocas ametralladoras, pocos aeroplanos y poco apoyo logístico cuando operábamos dentro del territorio nicaragüense.
Finalmente recibimos 2 aviones C-47 que la CIA nos había estado prometiendo durante meses y que carecían de instrumentos modernos y tenían un pobre sistema defensivo, porque prácticamente eran ataúdes volantes.
Recuerdo haberme reunido con la gente de la CIA en el hotel Marriot en Rosling, Virginia en esa época.
Un director del FDN me dijo que la CIA había preparado un buen recibimiento para su visita a Washington consistente en una gira por museos y restaurantes.
Le dije: "No se olvide de ir al museo Smithsonian, donde usted verá un C-47 tan viejo como el que estos caballeros nos dieron hace unos días".
Dos pasajes del Manual me parecieron inmorales
Me pareció que la CIA no quería que nosotros ganáramos.
Pensé que deberíamos de capturar un pueblo, pero la CIA dijo que era imposible y en cierta manera tenía razón.
La gente en Nicaragua cree que los sandinistas están mejorando y todavía no están preparados para otro cambio.
Una vez, nuestras tropas capturaron por unas horas la ciudad de Ocotal, pero la gente no se alegró de vernos.
No nos mencionaban como grupo FDN y además nuestros soldados no sabían como entenderse con ellos, era el precio que estábamos pagando por no enfatizar nuestros objetivos democráticos y por no trabajar en un movimiento constitucional.
Los norteamericanos querían tener un ejército que pudieran controlar y no querían arriesgar una insurrección fuera de su control.
Mi posición en el FDN estaba haciéndose cada vez más precaria y la cadena de eventos que finalmente me condujo a separarme empezó por esa época.
A finales de 1983 llegó a Honduras un hombre de la CIA conocido como John Kirkpatrick, un personaje de novela de Graham Greene.
Era muy crítico de la alta dirigencia del FDN y le encantaban los soldados pobres y sin rangos.
Bebía mucho y lloraba con frecuencia.
Se sentía emocionado por mi trabajo de educación política con nuestras tropas y quería preparar un manual de guerra psicológica.
Trabajamos unas pocas horas al día durante 2 semanas, y luego Kikrpatrick terminó el manuscrito con mi secretaria.
Cuando el manual regreso de la imprenta, descubrí dos pasajes que pensé eran inmorales y peligrosos; uno recomendaba que contratáramos criminales profesionales y el otro propiciaba el asesinato de nuestros propios soldados de la contra para inventar mártires de la causa.
No me agrada la idea de ser convertido en mártir de la CIA en su lucha contra el comunismo internacional.
El asesinato de Pedro Joaquín Chamorro y las profundas consecuencias de haber cambiado el destino de una acción a través del asesinato político estaba todavía fresco en mi memoria.
Guardé todas las copias del manual, contraté a dos jóvenes para que recortaran las páginas ofensivas y volvieran a editarlo y pensé que allí terminaba el problema.
Vi a Maroni el 14 de agosto de 1984 y percibí que sus puntos de vista habían cambiado.
Un año antes que el había elogiado a Edén Pastora y ahora me decía haberse olvidado de él, mientras se expresaba muy bien de Enrique Bermúdez.
"Bien hecho, Coronel", decía, "manténgase así, que sus muchachos están trabajando bien". Comprendí que todo había terminado para los que queríamos hacer de la contra un movimiento político democrático.
Poco tiempo después, Calero me informo que yo no trabajaría en Hondura, por lo que regrese a Miami a trabajar con el comité local del FDN, pero comprendí que Calero le había dicho a la gente de la contra que no me invitaran a ninguna reunión del FDN.
En octubre de 1984, un periodista del "New York Times", obtuvo una copia de la versión original del manual de guerra psicológica y la publicación de los pasajes repugnantes causaron problemas en la CIA y a la Administración Reagan.
Calero dedujo inmediatamente que yo le había dado la versión al "New York Times" para derrotar a Reagan en la elección presidencial, lo que no era cierto.
Nos reunimos por última vez en Miami una semana después de la elección y el me llamó traidor; yo le conteste llamándole dictador.
El 20 de noviembre de 1984 recibí una carta notificándome que el Directorio del FDN había decidido por unanimidad relevarme de mis responsabilidades.