Julio César Mondragón Fontes y su esposa. FOTO: Archivo
México, 9 de agosto 2016 (anonopshispano.com).- Julio César Mondragón, el normalista de Ayotzinapa hallado sin la piel del rostro en un camino de terracería aledaño a la ciudad de Iguala, Guerrero, no solo no fue “devorado por perros“, como aseveró la Comisión Nacional de Derechos Humanos, sino que fue desollado con precisión casi quirúrgica, y su celular siguió funcionando hasta el 4 de abril del 2015, recibiendo llamadas del Cisen y del Campo Militar No. 1.
Y lo que es más, la PGR y la empresa Telcel siempre lo supieron, pero nunca lo dieron a conocer.
Así lo aseguran, tras 22 meses de investigación, tres periodistas mexicanos: Francisco Cruz, Félix Santana y Miguel Ángel Alvarado, en un libro que será publicado este mes de agosto.
Desde las sombras alguien se había adelantado e intentaba conocer todo lo que había hecho Julio César
Los periodistas explican, en su libro “La guerra que nos ocultan”, que hay evidencias de que el celular de “El Chilango”, como era conocido el joven, y que le fue robado en la fatídica noche del 26 de septiembre, estuvo funcionando sin problemas hasta el 4 de abril del 2015, casi 7 meses después, y que a ese teléfono le llegaron llamadas procedentes del infame campo militar número 1, ubicado en Lomas de Sotelo, en Naucalpan, estado de México, y del Cisen, en La Concepción, Magdalena Contreras, al sur de la ciudad de México.
El objetivo, teorizan, fue realizar espionaje a los contactos del joven, y sería una pieza clave de evidencia, ya que el celular no fue hallado entre las ropas del joven, y la primera persona en reportar su hallazgo fue un militar.
Esto, según los autores, sería una prueba inequívoca de que el equipo fue sustraído por militares con fines ilegales.
Según la sábana de llamadas entregada a la PGR por la empresa Telcel el 31 de agosto del 2015, y que hasta ahora no se conocía, el equipo, un LG L9 con el número 7471493586, funcionó sin problemas hasta abril de ese año, y tuvo un total de 31 registros, entre los que destacan una llamada efectuada el 17 de octubre del 2014 desde un punto aledaño a la puerta del Cisen localizada entre las calles de Nogales y Ferrocarril de Cuernavaca, en la colonia La Concepción, delegación Magdalena Contreras, así como 4 llamadas efectuadas desde el campo militar número 1, con fechas 23, 25 y 27 de octubre y 1 de diciembre del 2014, de acuerdo con las coordenadas de las antenas de geolocalización inherentes a cualquier llamada.
De igual manera, de ese mismo campo militar, famoso por ser el epicentro de las torturas y desapariciones forzadas durante la “Guerra Sucia”, se enviaron cuatro mensajes de dos vías al teléfono.
“Desde las sombras alguien se había adelantado e intentaba conocer todo lo que había hecho Julio César y, según se desprende de la sábana de llamadas, conocer a las personas con las que tuvo sus últimos contactos.
En otras palabras, esa persona hacía espionaje con el celular robado a Julio César”, según concluyen los autores.
En otras palabras, esa persona hacía espionaje con el celular robado a Julio César”, según concluyen los autores.
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El joven llevaba el celular consigo el 26 de septiembre del 2014, y no fue hellado en sus ropas, al ser encontrado la mañana siguiente de la la masacre.
La primera persona documentada en verlo en el paraje conocido como “El Andariego” en Iguala, fue un militar, y la extraña coincidencia de que se haya llamado al teléfono tantas veces desde esos lugares da pie a un sinnúmero de especulaciones.
El joven Julio César Mondragón fue señalado en algún momento por la PGR como el enlace entre los normalistas y un grupo delictivo conocido como “Los Rojos”, tratando de vincular al alcalde José Luis Abarca y su esposa con la organización rival “Guerreros Unidos” y reduciendo todo a un problema local de narcotráfico.
Sin embargo, la investigación del GIEI de la CIDH logró comprobar que habían muchos aspectos involucrados, así como, cuando menos, conocimiento de la policíafederal y militares.
Los expertos solicitaron en varias ocasiones acceder al 27 batallón de infantería de Iguala, o cuando menos entrevistar a los militares implicados, pero les fue negado en reiteradas ocasiones.
Julio César fue desollado, algo que la CNDH atribuyó a la “fauna” del lugar; sin embargo, los periodistas muestran que el corte a la piel del joven fue hecho con precisión casi quirúrgica, evidentemente por alguien experimentado y conocedor de las técnicas de corte de piel.
El motivo fue dar un mensaje y causar miedo.
Añaden: “Ya golpeado, pero aún vivo, los verdugos de Julio César le hicieron un corte debajo del pecho en forma de gota que arrancó la piel, dejando al descubierto músculos y huesos
Quienes lo hicieron partieron de ahí y con salvaje cuidado fueron cortando hacia arriba mientras diseccionaban, separaban la carne del cuello y llegaban a la mandíbula rota, las orejas machacadas y la nariz desintegrada […]
El arma de tortura siguió destazando y al llegar a la frente, donde el pelo le nacía al estudiante, una puñalada que afectó casi 13 centímetros, con toda la fuerza, terminó el despellejamiento.
Luego lo movieron, tirado en ese piso de tierra del Camino del Andariego en Iguala; era entre la una y las dos de la mañana del 27 de septiembre de 2014.
Luego lo movieron, tirado en ese piso de tierra del Camino del Andariego en Iguala; era entre la una y las dos de la mañana del 27 de septiembre de 2014.
No fue arrastrado ni siquiera un metro, pero su corazón había dejado de latir.
En shock por el dolor desde el principio, Julio César Mondragón Fontes terminó de morirse”.
La portada del libro. FOTO: Editorial Planeta
Los periodistas muestran que el ejército, aunque lo niegue, siempre estuvo al tanto de las actividades de los estudiantes y hasta implementaron un operativo denominado “Yunque y Martillo” para lidiar con ellos, en conjunto con todas las fuerzas de seguridad locales y federales del lugar.
Las cámaras del C4, a pesar de estar custodiadas por el ejército, “se apagaron misteriosamente”.
El libro teoriza que la noche de Iguala fue un movimiento bien orquestado de represión, y muy diferente al modus operandi del crimen organizado o la policía, hecho indudablemente por expertos.
Tal como se ha señalado casi desde el inicio de las protestas por los 43, la nebulosa relación entre las mineras del área y las operaciones de limpieza social puede ser una clave que conduzca al esclarecimiento de los hechos.
Tal como se ha señalado casi desde el inicio de las protestas por los 43, la nebulosa relación entre las mineras del área y las operaciones de limpieza social puede ser una clave que conduzca al esclarecimiento de los hechos.
Según los periodistas, en la zona hay ricos yacimientos de cobre, plata, molibdeno, oro, plomo, uranio y otros minerales, pero, en particular, el interés de las mineras se centra en el titanio, un mineral que cada vez va adquiriendo mayor importancia, por sus aplicaciones en la tecnología.
“La guerra que nos ocultan” estará en librerías este próximo 11 de agosto y está editado bajo el sello de Planeta.
En Argentina y España saldrá una semana después.
Staff (Con información de Sur Acapulco)