Sea o no una operación para justificar los asesinatos cotidianos de afroamericanos, la muerte a balazos de cinco policías blancos la pasada semana en un intenso tiroteo en Dallas, Texas, reafirmó que Estados Unidos vive hoy amenazado porsu propia guerra.
La violencia genera violencia, y Washington, promotor de todos los conflictos bélicos en el mundo, del terrorismo, y el mayor vendedor de armas del planeta tierra, expone al territorio norteamericano a convertirse en un oscuro escenario de conflagración interna.
El más reciente hecho de terror, esta vez con víctimas mortales entre los gendarmes, además de nueve heridos, de ellos dos civiles, siguió a otro crimen de un joven negro a manos de los uniformados, lo que generó nuevas protestas en 16 ciudades estadounidenses con más de 200 personas arrestadas.
Precisamente la balacera de Dallas se registró en medio de una de esas manifestaciones,y fue iniciada por un joven reservista que participó como soldado en la guerra impuesta por el Pentágono a Afganistán, acorde con informaciones coincidentes de medios de prensa internacionales.
Según las mismas fuentes,ese sospechoso, un francotirador, manifestó “querer matar a policías blancos”, evidentemente por la impunidad de que gozan los “”responsables del orden” cuando lo hacen con ciudadanos desarmados de los mal llamados grupos minoritarios en Estados Unidos.
Las estadísticas hablan por si solas. En 2015 más de mil 500 civiles resultaron victimados por los gendarmes, y el 30 por ciento de ellos fueron afroamericanos.
Algunos analistas, por su parte, concuerdan en que los acontecimientos sangrientos de Dallas pueden haber sido planeados para usarse como excusa por el incremento de los crímenes segregacionistas en territorio norteamericano.
Esa hipótesis no puede ser descartada, conociéndose la actuación de las autoridades de Washington, empero el grave problema actual de la violencia en Estados Unidos es un asunto histórico y bien complejo en el que confluyen numerosas causas.
Las nuevas generaciones de habitantes de ese poderoso paíshan nacido y crecido rodeadas de armas, mientras guerrear y matar constituyen los juegos más practicados por los niños y los adolescentes.
Las tiendas de esos pertrechos bélicos, un inmenso negocio que los políticos no se atreven a perjudicar, son cada vez más extendidas, y cualquier persona puede comprarlos como la misma facilidad que lo hace con otros productos, además de portarlos hasta en escuelas y universidades con el pretexto de defenderse ante el temor inculcado alos estadounidenses.
El odio racial y al prójimo es igualmente imbuido a los pobladores de esa nación, conformada por inmigrantes de todas partes del mundo y los millones de sus descendientes nacidos allí.
La participación incalculable de norteamericanos, como soldados, mercenarios o los denominados “contratistas” en las numerosas agresionese invasiones desatadas por las sucesivas administraciones de Washington en diferentes regiones de nuestro planeta es sin duda otro fenómeno que ha contribuido al acrecentamiento sin límites de la beligerancia en su país.
Lejos de intentar detener la violencia, la xenofobia,y el armamentismo, además de un alarmante fanatismo, los inquilinos de la Casa Blanca, el Pentágono, congresistas y políticos los han incitado, sin calcular el riesgo de estar abocadosauna guerra de impredecibles consecuencias en su propio territorio.