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El Salvador de los 80s


En el mes de marzo último (1984), poco antes de las elecciones presidenciales en El Salvador, un fotógrafo norteamericano, John Hoagland, abandonó la relativa seguridad de San Salvador para indagar la veracidad de ciertos informes sobre enfrentamientos entre guerrilleros y el ejército apoyado por Estados Unidos a unos 50 kilómetros de la capital. (Foto: Escena Inocent Faces, El Salvador)

Para Hoagland, un buen amigo, aquel fue su último viaje.

Cuando pretendía acercarse al terreno de acción, fue sorprendido entre dos fuegos en un tramo solitario de la ruta hacia la bella pero abandonada ciudad de Suchitoto. 

Herido en la espalda por una bala de grueso calibre, murió al instante.

Su muerte sirvió para recordar al resto del personal de prensa que América Central se ha convertido en la zona más peligrosa del mundo para un periodista.

En los últimos cinco años en esta zona resultaron muertos más corresponsales que en ninguna otra parte del mundo, incluyendo el Medio Oriente: sólo en El Salvador murieron 13 comunicadores.


El país es un sitio único para un periodista. En parte por lo reducido de su extensión y por el interés que tienen las partes en conflicto por lograr publicidad internacional. (Foto: Cuerpos de la Guardia Nacional arrestando mecánicos)

Es un país donde uno puede pasarse la mañana con los guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), la tarde con el ejército, y aun arreglárselas para dormir por la noche en la capital.

Aunque uno no hace esto sin correr un gran riesgo. Pero lo hace. La condición de periodista sirve, a veces, como pasaporte para cruzar de una a otra de las líneas de combate en medio de una guerra confusa y sucia.

La muerte en tierra exuberante

Pero el peligro en El Salvador no siempre es evidente. Tierra de perturbadora belleza, el país puede resultar decepcionantemente apacible. 

Al amanecer, cuando los jirones de la niebla se levantan de las laderas verdes del volcán que domina la capital, y los corredores salen para sus ejercicios matutinos, uno se cree en una ciudad veraniega tropical.



Los 40 kilómetros que llevan desde el aeropuerto internacional en Comalapa a San Salvador a través de paisajes idílicos de tarjeta postal, no permiten sospechar al que lo visita por primera vez los problemas de un país donde más de 50,000 personas, en su mayoría no combatientes, murieron violentamente desde que las injusticias políticas, económicas y sociales estallaron en 1979 bajo la forma de una guerra civil generalizada.(Foto: Víctimas de Escuadrones de la Muerte, El Playón, El Salvador)

“¿Dónde está la guerra?”, pregunté la primera vez que llegué en febrero de 1983.

Las fuerzas del FMLN, sólo una semana antes, habían tomado transitoriamente la ciudad de Berlín en la provincia oriental de Usulután, la población más grande entre las que cayeron en poder de los rebeldes en lo que va de la guerra.

La oposición impulsaba esa ofensiva, mientras el ejército estaba infestado por la corrupción y el desgobierno. 

Me irrité. Tenía una visión romántica de El Salvador y por mi condición de “corresponsal de guerra” quería ver de cerca el conflicto.

A diferencia de otras guerras donde las líneas de combate están dibujadas con claridad, la guerra en El Salvador toma forma a través de acciones esporádicas y espontáneas, como por ejemplo emboscadas de los rebeldes contra columnas del ejército, ataques guerrilleros sorpresivos a ciudades en cualquier punto del país o amplias barridas que el ejército lleva a cabo en los territorios controlados por los insurgentes, desatando la crueldad a cada momento.

Las noticias de la guerra llegan a la atención de los corresponsales por medio de emisiones de las estaciones de las radios clandestinas de los guerrilleros, de comunicados de las fuerzas armadas, de series interminables de llamadas telefónicas a diferentes zonas del país y a través de rumores en el improvisado centro de prensa, el hotel Camino Real.

Las grandes agencias internacionales de noticias, los periódicos más importantes, estaciones de radio y las tres cadenas de televisión norteamericanas tienen sus oficinas en el segundo piso de ese lujoso hotel, al lado del más importante centro comercial de la ciudad.


Y las noticias de la guerra se difunden como peste. Entonces los periodistas llenan sus mochilas con latas de sardinas y cajas llenas de pasas. Preparan sus cámaras.

 Colocan baterías nuevas en sus grabadores, arrojan todo en los asientos traseros de coches o microbuses de alquiler y salen en busca de la información más caliente del conflicto.(Foto: entierro colectivo de cadáveres de niños, massacre 1981 en San Francisco Angulo, El Salvador)

Pero a pesar de todos sus esfuerzos y de su presencia, la prensa internacional ha sido incapaz de captar la esencia de El Salvador. 

No ha podido transmitir al mundo el sufrimiento de un pueblo dividido. 

Un pueblo desgarrado entre una extrema derecha recalcitrante, una izquierda armada, una iglesia progresista pero cautelosa y el beligerante apoyo al gobierno de la administración del presidente republicano estadounidense, Ronald Reagan.

 Una política de dinero y armamento que solo sirve para prolongar la miseria del empobrecido país.

De comunista a espía o traidor

Las divisiones conciernen también directamente a quienes cubren el conflicto.

 Para la derecha, el ejército y sectores del gobierno soy comunistas. 

Para algunas fracciones del FMLN, soy un espía, un colaborador, un voluntario o involuntario de la CIA. 

Y para el gobierno de Estados Unidos (mi gobierno) soy un traidor a la causa de la democracia.

Aunque la mayor parte de la población de El Salvador es campesina, nadie habla para ellos: ni el gobierno, ni el ejército, ni la guerrilla y mucho menos los Estados Unidos. 

El resultado es que lo que se cubre en El Salvador son las declaraciones oficiales, los recuentos de cuerpos mutilados a la orilla de carreteras, informes superficiales sobre cruentos combate, propaganda y mentiras, siempre mentiras.

Las noticias reales: la histeria de una madre campesina ante el espectáculo de su hija violada y después estrellada contra una pared por las fuerzas de seguridad del gobierno; las súplicas que un pobre granjero dirige a los miembros del FMLN para que no recluten a la fuerza a su hijo a las filas rebeldes porque lo necesita para trabajar el campo, permanecen ignoradas.

Esas noticias de la realidad se pierden entre los acontecimientos y el resultado es un embutido de comunicaciones, una mescolanza de palabras desprovistas de elementos humanos para los corresponsales que tratan de cubrir esas noticias y no las preguntas de sus superiores acerca de qué dijo el presidente demócrata cristiano, José Napoleón Duarte, en su última rueda de prensa. 

Ésta guerra es una continua frustración.

Matanzas para el consumo noticioso

Hace poco llegó una noticia de la matanza de campesinos desarmados en el curso de una operación de “búsqueda y aniquilación” del ejército a través de la provincia norteña de Chalatenango, controlada en su mayoría por los rebeldes.

En El Salvador un periodista insume la mayor parte de su tiempo investigando matanzas.

El FMLN acusa al “ejército de títere” de haber asesinado a una cantidad “x” de civiles en tal o cual lugar, o el ejército asegura que “los terroristas” capturaron tal ciudad matando a fulano de tal y a su familia…entonces las “máquinas de noticias” en el Camino Real se ponen en funcionamiento.

Cuatro periodistas, entre quienes me contaba, acompañados de una escolta de guerrilleros de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), uno de los cinco grupos del FMLN que luchan en contra del ejército, armado y apoyado por Estados Unidos, viajamos hacia el lugar de la matanza.

Dos semanas después del incidente, pilas de harapos húmedos de todos los colores, las ropas de los civiles que habían huido aterrorizados ante el avance de las tropas gubernamentales, estaban diseminadas a orillas del río Gualsinga, donde los civiles fueron atrapados por los solados del ejército. 

Esqueletos rotos y un pequeño cráneo blanco junto a un biberón yacían en un arroyo que desemboca en el río de la matanza.


Como es habitual en El Salvador, civiles, no combatientes habían sido asesinados en la cruel operación militar.(Foto Niños de La Querra, Departamento de Morazán)

Después del cuarto día de viaje y más de 30 horas de ardua caminata por escabrosos senderos de montaña ocultos de los planes de observación de la Fuerza Aérea, volvimos a San Salvador con el relato.

Los datos, el material sin elaborar, llegaron a la fábrica de noticias del Camino Real, y la historia, producto acabado de nuestros esfuerzos, abandonó el hotel rumbo a los periódicos, estaciones de radio y televisoras de todo el mundo.

Y las noticias de El Salvador, como suele suceder, fueron y vinieron. 

Otro episodio atroz en un país lleno de atrocidades.

En medio de eso, los periodistas, los corresponsales también tienen sus bajas.

Uno de ellos fue Hoagland, quien en busca de información, su muerte se volvió la noticia más importante cuando ocurrió.

Carta del limbo
Por Robert Block

*Robert Block, periodista estadounidense, ex corresponsal en El Salvador y otros sitio conflictivos del mundo. Edición Alberto Barrera del equipo editor de Raíces.

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