En los extremos de la nómina de los candidatos estadunidenses a la primera magistratura del imperio se hallan, como sabe el mundo, Bernie Sanders y la pesadilla tragicómica de derecha purulenta llamada Donald Trump.
Quizá debamos oír la palabra de Obama pidiendo al mundo que tome en serio que los rebuznos de ese inefable señor pueden volverse realidades, por más remotos que puedan parecernos.
En algunas tesis de máxima importancia Trump y Sanders coinciden, por más que Sanders las diga en tono de aparente seria sensatez, y Trump lo haga como lo haría un búfalo de los montes Apalaches.
La media de los salarios reales en Estados Unidos (precios de 1982) era de 312.94 dólares semanales en 1970, cayó hasta 258.24 en 1992 y alcanzó 284.91 en 2009.
Con algunas altas y bajas, desde 1970 el producto interno real y los salarios reales gringos siguieron tendencias opuestas. El desempleo no ha tenido los niveles que vive la Unión Europea, pero la masa salarial se ha mantenido a la baja como proporción de su ingreso nacional.
Tanto Trump como Sanders sostienen que en ello ha sido decisiva la dislocación o descolocación de gran número de industrias estadunidenses.
Uno y otro quieren que esas industrias vuelvan a Estados Unidos y creen los empleos que ahora generan en otros países.
Por supuesto, esas industrias salieron de Estados Unidos porque fueron a pagar salarios de hambre en el mundo subdesarrollado. Esto se hace posible para tales industrias manteniendo un mundo desregulado, en el que puedan entrar o salir de todas partes según sus necesidades de competencia en el mercado mundial. Es lo que da forma a la globalización.
En otras palabras, tanto Sanders como Trump sostienen propuestas de política contrarias a las multimillonarias industrias estadounidenses.
En este mundo desregulado de la globalización neoliberal los países recipiendarios de capital extranjero mantienen enclaves de exportación y economías duales impedidas de crecer, por su baja productividad en las actividades económicas domésticas incapaces de competir con las trasnacionales estadounidenses y las de otros países desarrollados, incluido China.
Trump y Sanders opinan lo mismo de los tratados de libre comercio que Estados Unidos ha firmado con multitud de países: le cuestan a Estados Unidos y a otros países desarrollados en empleos. En otras palabras, Trump y Sanders están en contra, créalo, de esta globalización neoliberal. ¡Oh, paradojas!
Desde un punto de vista nacionalista gringo, Trump y Sanders tienen razón.
Tal como está organizada hoy la economía mundial, la desregulación del comercio, más la de los movimientos de capital, son factores decisivos en el mantenimiento de la concentración creciente del ingreso del mundo en una fracción cada vez menor de la población mundial. Se ha repetido una y otra vez: las 85 personas más ricas del planeta acumulan en la actualidad más riqueza que toda la mitad más pobre.
De acuerdo con Oxfam, solamente 85 individuos tienen más riqueza que los 3 mil millones más pobres ¡juntos! del planeta.
La riqueza del uno por ciento más rico suma 110 billones de dólares. Es decir, 65 veces la de la mitad más pobre; aproximadamente 100 veces la economía entera de México.
Siete de cada 10 personas viven en países donde se incrementó la desigualdad de riqueza en los últimos 30 años, lista que lidera Estados Unidos.
En ese país el uno por ciento más rico acumuló 95 por ciento de la riqueza producida desde la crisis financiera de 2009, mientras el 90 por ciento restante perdió riqueza.
En nueve de cada 10 países el uno por ciento más rico aumentó su fortuna exponencialmente desde 1980; en Estados Unidos el incremento fue de 150 por ciento.
Ninguna de estas cifras globales son mencionadas por Trump o Sanders. Trump se limita a gritar que se larguen todos los extranjeros, especialmente los mexicanos, que están robando sus empleos a los estadounidenses, y que regresen las industrias que se fueron a crear empleo y riqueza en Estados Unidos.
La comprensión del problema por Trump y Sanders son extraordinariamente limitadas, pero sus propuestas son ésas.
Sanders parece definitivamente descartado y las posibilidades de Trump son remotas. Pero si ocurriera lo indecible…
La situación de los países subdesarrollados es definitivamente inaceptable.
Su condición es brutalmente dramática, porque los gobernantes de la mayoría de esas naciones tienen una mentalidad y formación tan neoliberal como la de los gobernantes de las metrópolis.
Pero en la situación indecible un cambio repentino con Trump a la cabeza sería una catástrofe peor que la que ahora mismo viven bajo las reglas neoliberales.
Un desplome del empleo y del ingreso en semanas, y el hambre recorrería el mundo, suponiendo que este adocenado del norte pudiera hacer que las empresas gringas regresaran a Estados Unidos mediante quién sabe qué instrumentos brutales.
Pero parece que ganará Hillary Clinton, política atada a los intereses del mundo de Wall Street. ¿Seguiremos entonces como estamos? Sí.
Quién sabe por cuanto tiempo. Porque el neoliberalismo parece caminar lentamente al cementerio recóndito adonde van los elefantes.
La desigualdad inaudita que vive el planeta es un tema que parece por fin haberse apoderado de gran cantidad de mentes de todos los niveles sociales y la tolerancia de los muchos desciende velozmente.
El tsunami social y político está cobrando fuerza en mil puntos del planeta.
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