Raisa Surnachevskaya, piloto de combate soviética, volaba embarazada de cuatro meses, seguramente la única de la Historia que combatió en primera línea llevando a un bebé en sus entrañas.
En Mayo de 1943 cuando protegía un puente sobre el río Volga junto a su camarada Tamara Pamyatnykh, vieron como les rodeaban 42 aparatos fascistas.
"Raisa y yo estábamos solas.
Le dije: ‘Adelante’ y nos situamos en medio de ellos.
Derribé a dos antes de quedarme sin munición. Me disponía aatacar a un tercero.
Entonces noté cómo me alcanzaban en el ala derecha y perdía el control del aparato.
Estaba tranquila. No quería morir. Sólo me avergonzaba tener que dejar sola a Raisa...”.
Tras su descenso en paracaídas, Tamara fue recogida por un oficial soviético.
Raisa acabó lanzando su avión contra el suelo. “‘¡Documenti, documenti!’, eso era lo único que la gente me gritaba cuando finalmente logré aterrizar estrellando mi aparato y pude saltar de él”, rememora Raisa.
“Conseguí derribar dos aviones alemanes, pero mi motor se paró.
Entonces sentí la responsabilidad de salvar el aparato.
Una vez en tierra, me quité el casco y el cabello me cayó sobre los hombros.
Desenfundé mi pistola y les dije que era una mujer piloto soviética.
Sólo me creyeron cuando vieron mis insignias.
Una piloto era algo que les resultaba muy extraño.
En cambio, nosotras nunca pensamos que lo fuese.
Más adelante, sí, nos dimos cuenta que quizá habíamos hecho algo especial, pero nunca me hizo creerme mejor que nadie.
Fue un trabajo de equipo.
Un piloto no era más importante que un mecánico”.