Pablo Gonzalez

LENNON DEBE MORIR


A lo largo de la Historia de Estados Unidos el asesinato político se ha convertido casi en una forma de arte. 

Los personajes más o menos molestos desaparecen oportunamente, víctimas eventuales de actores fanáticos, como en el caso de Lincoln; maníacos homicidas con extraordinaria puntería, como en el caso de Kennedy; o delincuentes de poca monta que súbitamente se convierten en acérrimos racistas, como en el caso de Luther King, cuando no deciden suicidarse de la noche a la mañana como la pobre Marilyn. 

Los intereses políticos y económicos de los grandes consorcios de comunicación norteamericanos hacen que sea muy poco conveniente que salgan a la luz historias sobre asesinatos de Estado en el país del dólar. Sin embargo, éstos existen, han existido y, dado el cariz que están tomando las cosas, existirán. 



Los mismos mecanismos que en su momento sirvieron para instalar y mantener a las peores dictaduras tercermundistas fueron oportunamente adaptados a la situación doméstica para sujetar a determinados elementos considerados como “indeseables”.

 ¿Cómo calificar, sí no, a esos melenudos que hablaban de hacer el amor y no la guerra?. 

¿Qué hacer con esos negros de los barrios bajos que protestaban contra los abusos policiales y se atrevían a exigir sus derechos?. 

Más allá de la leyenda negra del rock -vive rápido, muere joven y harás un bonito cadáver-, existen muchos casos en los que la desaparición de importantes figuras de la música ofrece dudas más que razonables de la intervención de agentes externos en la tragedia.

La desclasificación de gran número de archivos del FBI durante la década de los ochenta demostró que las principales figuras musicales de la época habían sido sometidas a estricta vigilancia por parte de las autoridades debido a su potencial “subversivo”.

 Allí había un informe dedicado en exclusiva a Jimi Hendrix, un grueso expediente de 89 páginas sobre las andanzas de Jim Morrison y ni más ni menos que 663 sobre Elvis Presley. Este último expediente es especialmente interesante ya que podríamos considerarlo como la prehistoria de la Operación Caos. 



En efecto, el informe comienza en los años cincuenta, cuando el propio J. Edgard 

Hoover plantea la necesidad de “hacer algo” para detener este decadente ejemplo para la juventud norteamericana. Los informes contienen perlas como la siguiente: “Me siento en la obligación de poner en su conocimiento que Presley es un peligro definido para la seguridad de los Estados Unidos".

En 1980 el periodista danés Henrik Krüger 222 reunió cierto número de informaciones poco conocidas sobre el entorno de Nixon dentro del Partido Republicano. Según Kruger, “el asesinato se convirtió en un modus operandi bajo el mandato de Nixon”. 

Al parecer, cuando Bernstein y Woodward descubrieron en las páginas del Washington Post la afición del Presidente por los micrófonos ocultos, las escuchas telefónicas y otros métodos de actuación poco éticos, dejaron intacta la podredumbre que se escondía bajo esas prácticas.

 Es precisamente lo que se ignora respecto a la actuación de Nixon en la Casa Blanca lo que hizo que su sucesor Gerald Ford dictase un indulto incondicional hacia su persona como una de las primeras medidas que tomó al ocupar el cargo, pues las responsabilidades penales del ex presidente iban mucho más allá de lo que la opinión pública conocía, que ya era mucho. 

En aquella época, en la Casa Blanca se constituyó un verdadero escuadrón de la muerte, comandado por el siniestro Howard Hunt223, “asesor” de la CIA que solucionó para el presidente Nixon muchos asuntos complicados. 

De hecho, el teléfono de Hunt estaba en la agenda de uno de los sorprendidos colocando micrófonos en el edificio Watergate, a raíz de lo cual decidió confesar su participación en el espionaje después de que el gobierno de Nixon no le pagase el dinero convenido para mantener su silencio. 

Para los trabajos más delicados Hunt contrató a su vez a Gordon Liddy -otro de los implicados del caso Watergate- y al doctor Edward Gunn, un experto en toxinas y director de la división de servicios médicos de la CIA. Los siniestros frutos de toda esta letal red clandestina no se hicieron esperar.



La cantante folk Joan Báez, una de las más activas críticas que tuvo la participación norteamericana en Vietnam, sobrevivió a las acechanzas de la «Operación Caos». 

Tal vez esta deferencia se debiera a su padre, profundamente implicado en actividades clandestinas de la CIA, en especial en Iraq.

 Bob Dylan decidió abandonar cualquier tipo de activismo político después de un accidente de motocicleta que estuvo a punto de costarle la vida. Más curioso fue el caso de su compañero Phil Ochs. 

El más radical de los cantautores estadounidenses terminó desarrollando un grave caso de esquizofrenia en el que su otra personalidad era la de John Train, un agente de la CIA cuya misión era ni más ni menos que matar al propio Ochs.

 Y el caso es que lo consiguió... El 9 de abril de 1976 su cadáver fue encontrado ahorcado, sin signos que evidenciaran otra cosa que un suicidio.

Sal Mineo, actor que alcanzó la fama con su interpretación en «Rebelde sin causa», fue apuñalado hasta la muerte el 12 de febrero de 1976.

 Lo curioso de este caso es que Mineo también había comenzado a desarrollar ciertos sentimientos de «paranoia», ya que se había embarcado en un proyecto cinematográfico para interpretar en el cine a Sirham Sirham, el presunto asesino de Bob Kennedy.

 La película trataría sobre la conspiración para asesinar al candidato a la presidencia, así como el proceso de control mental al que habría sido sometido Sirham para cargar con todas las culpas. 



El asesino de John Lennon, como Sirham, alegó enajenación mental como causa de su actuación criminal. 

Lo que nadie mencionó es que Mark David Chapman, a los 19 años de edad, habla sido huésped de un campamento de entrenamiento que por aquel entonces mantenía la CIA en Beirut. 

Otro hecho muy relevante con relación a Chapman es que éste parecía haber sido un tipo corriente hasta que fue sometido a un programa de «modificación del comportamiento» en el Hospital Castle de Hawai. 

El tratamiento incluyó el uso de torazina e hipnosis, dos de las recetas favoritas de la CIA, desarrolladas a lo largo del programa MK-Ultra.

Varios autores hablan de una operación específica por parte de la Agencia para acabar con Lennon. Su nombre en clave sería «Operación Morsa».

 Los analistas de la Central de Inteligencia tenían muy claro que lo que estaba en juego en este caso era la identidad histórica y cultural de la contracultura y su ubicación en un lugar definido dentro del orden social.

 Por eso, no se conformó solo con la muerte del cantante, sino que, además, llevó a cabo una intensa campaña de descrédito después de muerto, destinada a acabar con la imagen pública del malogrado artista. 

En el Caribe, los ídolos tampoco estaban seguros. Peter Tosh, nacido el 9 de octubre de 1944, hijo de un predicador, trascendió sus humildes orígenes para convertirse, como Bob Marley, en un agitador tremendamente influyente en pro de los derechos civiles.

 En 1975, Henry Kissinger, durante una visita oficial a la isla, aseguró en un encuentro privado con el Primer Ministro jamaicano «que no existiría ningún intento de realizar operaciones encubiertas en contra del gobierno de Jamaica». 



Los principales portavoces de la oposición al gobierno y líderes indiscutibles del movimiento rastafari fueron Bob Marley y Peter Tosh. 

El primero murió de cáncer, aunque son muchos los indicios que llevan a sospechar que esa enfermedad bien pudo ser provocada. En cuanto a Tosh, tres conocidos asesinos profesionales se presentaron en su casa y le ejecutaron sin más. 

Pero el reggae no es la única música negra que ha sufrido las asechanzas del asesinato político. Una densa cortina de humo cubre todo lo relacionado con el asesinato del rapero Tupac Shakur, acribillado a balazos en un semáforo de Las Vegas el 7 de septiembre de 1996. 

Seis meses después sufría la misma suerte otra estrella de hip hop, The Notorius BIG. Las letras del rap estaban convirtiéndose en un factor de cohesión y conciencia política dentro de los sectores más beligerantes de la comunidad afroamericana, y eso era algo que no podían consentir los responsables de Caos.

 La situación ha llegado a tal extremo que, recientemente, una conocida casa de juego admitía, a través de Internet, apuestas sobre la fecha en que será asesinado Puff Daddy, quien ha venido a convertirse en el heredero musical de los dos fallecidos. 

No han sido los últimos casos. Los más que extraños suicidios de David Hutchance, líder del grupo INXS y activista en movimientos como Greenpeace y Amnistía Internacional, o de Kurt Cobain, alma del grupo Nirvana y, potencialmente una figura de la talla de Morrison o Lennon, nos hacen sospechar que la «Operación Caos» goza de un magnífico estado de salud.

(Artículo de Santiago Camacho aparecido en el número 122 de la revista "Año Cero", y publicado originariamente en el blog el 1 de diciembre de 2011)



Publicado por posesodegerasa

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