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Stalin en mi vida



La primera vez que vi a Stalin fue el 1 de mayo de 1950, cuando estudiaba en el Instituto de Lenguas Extranjeras y formaba parte de la sociedad deportiva atlética “Nauka” (Ciencia), desfilando en la Plaza Roja. La manifestación de los trabajadores había comenzado.

 Yo marchaba en la primera columna del flanco derecho de la manifestación. Cuando comenzamos a acercarnos a la Plaza Roja, fluyendo alrededor de las dos caras del Museo “Lenin” de Historia, enpezamos a oir, de las columnas que marchaban delante de nosotros, los gritos de “¡Stalin! ¡Stalin!” 

A estas alturas todos nosotros entendimos que el camarada Stalin estaba de pie en la tribuna del mausoleo de Lenin.

 Y en ese momento, me embargó una sensación de alegría, gozo y unidad, con todos los que estaban en la Plaza Roja. 

Escuchaba sólo el ritmo de los pies que marchaban y los gritos excitados de los manifestantes también recitando consignas y slogans del Primero de Mayo, y entonces lo vi. 

Estaba de pie, vestido con una chaqueta militar blanca y sonriente, saludando con una mano en alto a los jóvenes que pasaban por el mausoleo. 

Fue entonces, al pasar sobre los pilares de la Plaza Roja que experimenté este extraordinario sentimiento de unidad con todo el pueblo soviético. 

Entonces me acordé de las palabras de Maiakovski: “una gran sensación para el hombre de nuestra clase“. Es decir, el sentimiento que experimenté en ese día. 

Y ahora, llegando al final de mi vida, puedo decir que ese fue el día más feliz de mi vida.

Y después llegó el día más amargo, el 3 de marzo de 1953. 

La vida y el bienestar protestaron contra el final de la vida del líder, parecía como si la tierra se desmoronara bajo mis pies. 

Y una sola cosa me preocupaba: 

“¿Cómo vamos a prescindir de él?” No era capaz de entrar en la Sala Kollony para despedirme de él. Después, cuando se abrió la Plaza Roja, miles de personas llegaron y se quedaron en silencio delante del Mausoleo.

 Nunca olvidaré el silencio y los ojos fijos en el nuevo nombre del Mausoleo. 

Tanta amargura y angustia.

La segunda vez que vi a Stalin fue cuando su cuerpo estaba en el Mausoleo.

Después comenzó el período de Khrushchev. 

La propaganda por la radio nunca paraba de referirse al “culto a la personalidad, el culto a la personalidad“. Inmediatamente colgué el retrato de Stalin en la pared de mi casa. 

Un día, mi hijo me preguntó: “Mamá, ¿qué es lo que quieren decir con el culto a la personalidad de Stalin?” 

 Yo le respondí: “Hijo, eres muy joven y hay muchas cosas que todavía no comprendes. 

Cuando crezcas, serás capaz de comprenderlo todo, pero, recuerda una cosa, el pueblo soviético lo amaba, se sacrificaron, dieron la vida en su nombre, y fueron a la batalla con su nombre en los labios, triunfando sobre sus enemigos“.

Pasaron los años. Supervisé una biblioteca en uno de los Institutos de Investigación Científica en el distrito de Moscú. 

En 1970 decidimos celebrar los 100 años del nacimiento de V.I.Lenin exhibiendo “From Moscow to Berlin“. 

Se componía de dos secciones: una exposición de fotografías y una exposición de carteles auténticos de la época de la Gran Guerra Patria.

Esta exposición fue un gran éxito, ya que mostró el verdadero papel de Stalin y los documentos que demostraban el gran líder que era.

Cada año pongo flores en la tumba de Stalin y no siempre soy la primera, cada año más y más flores se colocan en su tumba.

También tuve la oportunidad de visitar el campo de concentración en Alemania, donde el hijo de Stalin, Yakov, fue encarcelado y luego asesinado.

 Más de 100.000 prisioneros fueron torturados y asesinados aquí, incluyendo 20.000 prisioneros de guerra soviéticos.

Puse flores rojas allí e hice una promesa. 

Cogí algunas piedras del camino, junto a una ventana, sobre el cual marcharon los prisioneros soviéticos, donde fue asesinado el hijo de Stalin, Yakov Dzhugashvili. 

Las guardé durante años hasta poder dárselas a los más cercanos de Yakov, para que las guardasen y le recordasen.

En una de las ceremonias de ofrenda floral en la tumba de Stalin, me encontré con su nieto Yevgeny Yakovlevich Dzhugashvili y le di las piedras. 

Mi promesa quedó cumplida.

por T.V. Komissarova

Traducido por “Cultura Proletaria” de northstarcompass.org/ 

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