Pablo Gonzalez

USA: El rey, la diosa y el bufón




Entre las teorías sobre el asesinato de John F. Kennedy hay una poco conocida que, extravagante en sí misma, da cuenta de la fuerza de atracción de las ideas conspiracionistas, su efecto sobre la psique humana como una mentira que fácilmente se adopta como verdad: el caso de Kerry Thornley.

Mientras John Fitzgerald Kennedy era asesinado, Kerry Thornley atendía las mesas en el restaurante Arnaud’s en New Orleans y, apenas se supo sobre el supuesto asesino, no tuvo mejor idea que ponerse a festejar, contándole a todos los presentes que él era amigo de Lee Harvey Oswald. Como era de esperar, alguien alertó de inmediato al FBI.
El bufón

Unos cinco años antes de ese momento histórico, Thornley escribió, junto con un compañero del colegio secundario, un libro curioso sobre una deidad todavía más extraña. Observaron el mundo que los rodeaba y notaron que el caos y la confusión predominaban sobre cualquier tipo de orden, pero fueron un paso más allá y decidieron que, si un mundo como éste es propiedad de una deidad, ésta no sería un sabio (o vengativo) anciano de barba, sino Eris, la diosa griega de la discordia. El pequeño libro, el Principia Discordia , era una especie de burla a la religión, una tesis sobre el chiste cósmico y el humor ontológico.

Al poco tiempo, Ho Chi Zem (uno de sus tantos pseudónimos) se enlistó en la marina, donde conoció a quien se convertiría en el “asesino solitario”. Se hicieron bastante amigos y cuando Oswald escapó a Rusia renunciando a la ciudadanía norteamericana, decidió que lo convertiría en el personaje principal de una novela (que terminaría publicando en el año 1965).

Convertido en un objetivista, Thornley abandonó la Marina y volvió a Estados Unidos (había estado enlistado en el sudeste asiático) y terminó en New Orleans, donde trabajaría la mayor parte del tiempo como mesero, haciéndose algunos amigos extraños (otra vez). 
Uno de ellos, representado por Joe Pesci en la película de Oliver Stone, era conocido en el ambiente gay local por sus orgías en las que se sacrificaban animales: David Ferrie era miembro también de una organización emparentada con la Iglesia Gnóstica de la OTO.

Otro de sus amigos por aquel entonces, Garry Kirstein, era un espejo de la postura política cada vez más radical de Thornley. Solían hablar acerca de cómo mejorarían el país, concluyendo la mayoría de las veces que la desaparición del presidente era un requisito absoluto: muchas conversaciones terminaban con especulaciones sobre cómo matar a John Fitzerald Kennedy.

El rey

Tras el asesinato de JFK y luego de ser investigado brevemente por la Comisión Warren (por algunos de los motivos mencionados), siempre con su humor característico, Kerry Thornley se presentaba ante los desconocidos como “uno de los autores del asesinato de Kennedy”. Y eran tiempos de cambio -el “discordianismo”, que había comenzado como un chiste, se estaba convirtiendo en una religión del humor. El propio Thornley se había acercado a las prácticas místicas habituales de la época, el BigMac de la espiritualidad postmoderna: la meditación y el LSD.

En esos tiempos el Principia Discordia fue ampliado y re-editado por un grupo cada vez mayor de personas (entre ellas Robert Anton Wilson, quien dedicaría su trilogía Illuminatus! A Kerry Thornley y Greg Hill, los autores originales), y apareció en escena Jim Garrison, fiscal de distrito de New Orleans, quien ingresó triunfalmente al inconsciente colectivo con la máscara de Kevin Costner.

A lo largo de su búsqueda por la verdad detrás del asesinato del presidente, Garrison mantuvo a Thornley como uno de sus sospechosos principales. No sólo por sus vinculaciones con Ferrie y Oswald, por haber festejado el asesinato y por manifestar públicamente ideas políticas radicales, sino por otra cosa: su parecido físico con el único acusado por el asesinato.

Uno de los puntos más oscuros descubiertos por Garrison durante la investigación fue la capacidad de Oswald para cambiar de apariencia y de estar en varios lugares al mismo tiempo: no sólo hay incontables testigos que dicen haber visto a Oswald en distintos sitios en el mismo instante (incluso en el momento mismo del asesinato) sino que hay también reportes en los cuales personas con un aspecto distinto aseguraron ser Lee Harvey Oswald. Un Oswald que nada tenía que ver físicamente con el que fue asesinado por Jack Ruby fue visto en México, varios meses antes del asesinato, ofreciendo grandes cantidades de LSD al gobierno para hacer investigaciones.

Garrison, fiscal de una notable falta de imaginación, en lugar de considerar que Oswald pudiese tener poderes sobrenaturales sospechó que Thornley, quien, recordemos, había sido amigo de Oswald en la Marina, conoció a Ferrie y, además, era muy parecido físicamente al asesino, era parte de la conspiración y en reiteradas ocasiones se había hecho pasar por Oswald. Esta vez Ho Chi Zen fue investigado a fondo durante años. Fue interrogado varias veces, sobre su amistad con Oswald, sus posturas políticas (crecientemente radicales), su relación con Ferrie y, por si fuera poco, con grupos mafiosos relacionados (según el fiscal) con el asesinato del presidente. Nunca pudo probar nada.

Y en determinado momento Thornley se enteró: una de las primeras ediciones del Principia Discordia había sido distribuida (es decir, fotocopiada) en las oficinas de Jim Garrison, dos años antes del momento que cambiaría la historia. Las coincidencias se apilaban una sobre la otra, pero parecían ser nada más que eso: casualidades, o sincronicidades en última instancia, pero nunca evidencias de una conspiración global. Pero alguien le creyó a Garrison y eso fue suficiente.

La Diosa

La persona que le empezó a creer fue justamente Thornley. Terminaban los ’60, una época dorada para la contracultura en general (y para el discordianismo en particular) y comenzaban a verse los restos que quedaban en los platos: los estómagos seguían vacíos y los platos, repletos de sobras, proyectaban sombras monstruosas sobre Thornley, quien se veía como un peón en una conspiración gigante (de esas que tanto parodiaban los discordianistas). Finalmente, en 1972 ocurrió el Watergate, escándalo que desembocó en la renuncia de Richard Nixon y en la aparente locura del escritor.

Mientras veía un informe en la televisión, descubrió que uno de los agentes de la CIA involucrados era Gary Kirstein, con quién solía hablar sobre cómo asesinar a Kennedy. ¿Otra casualidad más? Thornley se puso a investigar y los resultados lo asustaron todavía más: el verdadero nombre del agente era Edward H. Hunt, había participado de Bahía de Cochinos (uno de los mayores motivos de enojo de parte de la CIA para con Kennedy) y para colmo estuvo en Dallas el día del asesinato.

La paranoia de Thornley crecía minuto a minuto. Era demasiado, no podía ser casualidad. 
Él, un escritor, un anarquista, un bohemio, un hippie, un discordianista, no había tenido nada que ver con el asesinato de Kennedy: simplemente había conocido, en distintos momentos y circunstancias, a muchas personas implicadas en el crimen. O al menos eso creía recordar. 
Sus investigaciones lo llevaron a otro de los ítems favoritos de las conspiraciones. Resulta que la base militar en la que tanto él como Oswald habían servido en la Marina había sido durante esa época una sede de investigaciones de MK-ULTRA. Una persona que era cada vez menos Ho Chi Zen y cada vez menos Thornley recordó visiones, momentos confusos, noches en las que creía escuchar órdenes por radio mientras se dormía. También recordó mencionarle estas sensaciones a Gary Kirstein y recordó, también, su respuesta: una carcajada.

Thornley finalmente creyó que era un peón de una de esas conspiraciones de las que se reía tanto: sospechaba que, sin saberlo, había sido parte del asesinato de Kennedy en 1963. Se divorció de su esposa, con quien había tenido un hijo y se alejó de sus amigos, a quienes solía considerar como agentes de la CIA (esa suerte corrió Robert Anton Wilson, de quien se dijo que había sido asesinado y reemplazado por un agente que escribiría Schrodinger’s Cat y Cosmic Trigger). Comenzó a tener una vida nómada, escapando de los “hombres de negro”. 
Y cada persona que se preocupaba por él pasaba a ser parte de la conspiración.

Thornley se hizo cada vez más ermitaño, prácticamente dejó de escribir y se alejó del discordianismo (aunque se acercó brevemente a la Iglesia del Subgenio). 
Durante los ochentas vivió la mayoría del tiempo en la calle, tomando comida de la basura y mendigando, caminando a través de Estados para visitar a sus pocos amigos o convirtiendo el lavado de platos en restaurantes en una práctica zen.
 A menudo sus empleadores ocasionales conocían el historial de Thornley y las conspiraciones de las que había sido víctima, o parte, o ambas. 
Otras veces eran los propios empleadores los que recibían visitas de extraños (a veces, sí, vestidos de negro) que, de la nada, comenzaban a hacerles preguntas sobre él. 
Y cuando se lo contaban, sorprendidos (y asustados), él sonreía y les decía, con toda la tranquilidad del mundo, que después de todos los años ya estaba acostumbrado.

Twitter del autor: @ferostabio

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