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El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

La miseria a nombre de la libertad (Primera parte)


“¿…, y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad? (Carta de Simón Bolívar al coronel Patricio Campbell, Guayaquil, 5 de agosto de 1829)


La historia suele ser caprichosa y subversiva para las clases dominantes del sistema capitalista. 
Por supuesto, me refiero a la historia escrita por los historiadores que se esfuerzan en lograr mayores aproximaciones a la verdad –la verdad es siempre revolucionaria, decía Lenin-, no a la salida de plumas pagadas y traidoras dedicadas a las entelequias y tergiversaciones con el único fin de confundir a los pueblos y mantenerlos sujetos a la dominación.

La desmemoria o la falsa memoria han sido históricamente resortes muy eficaces de los poderosos para garantizar la permanencia de la opresión sobre los individuos. 
Quien domina el pasado, domina el presente y el futuro.

Por eso es hoy tan importante librar una cruenta batalla en el terreno de la historia de América Latina y el Caribe, pues aún hoy sobreviven muchas falsedades y ocultamientos de lo que fueron nuestros procesos históricos, debido al dominio prácticamente absoluto que tuvo durante muchos años la historiografía burguesa.

En momentos en que los latinoamericanos y caribeños celebramos el bicentenario de nuestra primera independencia, se hace imprescindible una mayor investigación y divulgación de los acontecimientos que tuvieron lugar hace 200 años en la región.

 Es necesario que nuestros pueblos se apoderen de todo ese pasado de luchas, logros y frustraciones.

“Los que se niegan a aprender de la historia están condenados a repetirla”, decía George Santayana.

Sería inadmisible, que a la altura del siglo XXI, con la conciencia que se ha alcanzado, los latinoamericanos y caribeños cometamos errores como los que condujeron a que, luego de alcanzada la separación de España, nuestra independencia sufriera lamentables recortes en función de la satisfacción de los intereses de una minoría oligárquica supeditada a Washington. Indiscutiblemente fue el Norte el que mayores beneficios obtuvo de este triste epílogo. Bolívar murió con el alma en vilo al ver como lo que él, Sucre y algunos de sus más fieles seguidores habían construido con las manos, otros lo habían destruido con los pies.

Finalmente, los lazos neocoloniales que los Estados Unidos fueron tejiendo “a nombre de la libertad” con los países latinoamericanos y caribeños durante todo el siglo XIX, y que se hicieron más firmes en el XX, socavaron la soberanía por la cual tantos patriotas latinoamericanos y caribeños habían ofrendado sus valiosas vidas.

Doscientos años han pasado y la historia ha demostrado cuanta claridad tenían Francisco de Miranda, Simón Bolívar, Francisco Morazán, José Martí y otros de los próceres de la región, al plantearse el sueño de una sólida unión de Nuestra América y al descubrir las apetencias imperiales de Washington sobre nuestros territorios. Sólo castrados mentales o individuos con intereses espurios no podrían reconocerlo.

De ahí, la necesidad de profundizar en la historia de Nuestra América, pero no solo en los hechos heroicos y en las grandes batallas militares y políticas que libraron nuestros libertadores, sino también en la conducta seguida por las fuerzas reaccionarias, esas que hicieron todo lo posible por evitar la independencia y la unidad de nuestros pueblos.

Es imprescindible hoy más que nunca poner al descubierto quiénes fueron los enemigos internos y externos de ese proceso libertario, pues no es casual que en la actualidad, cuando nuestros pueblos luchan por su segunda y definitiva independencia y avanzan hacia una sólida integración, los enemigos de ayer sean los mismos de hoy, salvando las distancias y particularidades de cada tiempo histórico.

 En este caso quiero dedicar estás páginas a describir y analizar el papel desempeñado por el gobierno de los Estados Unidos frente a la primera independencia de América Latina y el Caribe, así como ante los planes unitarios de Simón Bolívar.

¿Neutralidad o parcialidad?

Prácticamente desde su surgimiento como nación, los Estados Unidos fueron contrarios a la independencia de los territorios que hoy comprenden la región de América Latina y el Caribe, pues consideraban que aún no estaban en condiciones de cumplir con su Destino Manifiesto de dominar toda la América.

 Apenas llegaron a los Estados Unidos los ecos de la insurrección de Túpac Amaru, 1780-1781, los padres fundadores de la nación habían comenzado a formular las primeras ideas de la política a seguir ante cualquier intento independentista en el sur. John Adams –sería presidente de los Estados Unidos en el período 1797-1801- planteaba por esos días:

 “Nosotros debemos ser muy prudentes en lo que hagamos.

La mayor ventaja en este negocio será para Inglaterra, pues ella proveerá a toda Sudamérica con sus manufacturas, cosa que le dará rápidamente riqueza y poder, cuestión muy peligrosa para nosotros”.[1]

Asimismo, Thomas Jefferson, otro de los padres fundadores que llegaría a presidente, señalaba en 1786: “Nuestra Confederación debe ser considerada como el nido desde el cual toda América, así como la del Norte como la del Sur, habrá de ser poblada. Más cuidémonos (…) de creer que interesa a este gran Continente expulsar a los españoles.

Por el momento aquellos países se encuentran en las mejores manos, y sólo temo que éstas resulten demasiado débiles para mantenerlos sujetos hasta que nuestra población haya crecido lo suficiente para írselos arrebatando pedazo a pedazo”. [2]

En 1791 –destaca el investigador cubano Luis Suárez Salazar- en lo que puede considerarse la primera agresión “directa” contra la región latinoamericana y caribeña, el entonces presidente, George Washington (1789-1797), apoyó financieramente a la administración colonial francesa que dominaba Haití, sin lo cual le hubiera sido imposible a dicha metrópoli sostenerse durante los primeros meses frente a la revolución antiesclavista e independentista haitiana.

Posteriormente, el gobierno estadounidense se negaría rotundamente y durante muchos años a reconocer la independencia de Haití.[3]

A inicios del siglo XIX se hacía evidente para los líderes de la nación norteña que la revolución hispanoamericana era en buena medida un resultado de los ecos de su propia revolución y que ésta sería inevitable.

Aunque públicamente los líderes estadounidenses manifestaron su interés en los resultados del proceso emancipador y el Congreso tomó un acuerdo que aplaudía la rebeldía de las posesiones españolas, en el fondo la independencia de Hispanoamérica no era bien vista en Washington al considerar que su consumación beneficiaría en esos momentos a Inglaterra y no a los Estados Unidos.

 Era preferible entonces que la débil España permaneciera dueña de sus colonias en América y que se aplazara la independencia de estos territorios hasta que los Estados Unidos estuvieran en condiciones de enfrentar a Inglaterra por el dominio del continente.

A los motivos de la hostilidad de Washington frente a la independencia de Hispanoamérica se le unió después la amenaza que representó para su sistema esclavista que las revoluciones al sur del continente comenzaran a incorporar a los programas de lucha la abolición de la esclavitud.

También el hecho de que, el 22 de febrero de 1819, John Quincy Adams, presidente de los Estados Unidos, y Luis de Onís, ministro español en Washington, suscribieran un tratado que legalizaba la posesión de las Floridas por los Estados Unidos.

A partir de esa fecha, los Estados Unidos supeditaron toda su política hispanoamericana a la ratificación del tratado Adams-Onís. España lo ratificó el 24 de octubre de 1820. Estados Unidos, el 19 de febrero de 1821.

Asegurada la Florida Oriental, los Estados Unidos no se sentirían ya contenidos por motivo alguno para agredir a España materialmente o diplomáticamente. Lo que se traducía en la búsqueda de sus próximas ambiciones territoriales: Texas y Cuba, y en el reconocimiento de la independencia de las colonias españolas.

El destacado investigador cubano Francisco Pividal, en su encomiable obra: Bolívar, pensamiento precursor del antiimperialismo, cita un trabajo periodístico publicado en 1818, que ofrece otro elemento a tomar en cuenta a la hora de explicar la reticencia de los Estados Unidos respecto a dar cualquier paso que significase un apoyo a la revolución hispanoamericana y al reconocimiento de las repúblicas ya independientes.

 El documento explicaba que anualmente se exportaba a Cuba 80 000 a 100 000 barriles de harina, y se importaban de ella 45 759 bocoyes de miel y 78 000 bocoyes de azúcar.

 “¿Era sensato –se preguntaba el autor del trabajo- poner en peligro este intercambio comercial enemistándose con España, especialmente cuando el comercio con los territorios independientes de la América Hispana poseía tan escasa importancia, y cuando la depresión económica, que ya había comenzado en Estados Unidos, hacía tan vital la continuación del comercio con las Antillas españolas?

“La única esperanza de provecho mercantil –decía el folleto- reside en una política de estricta neutralidad”.[4]

De cualquier manera, la independencia de Hispanoamérica también amenazaba los fuertes intereses expansionistas de los Estados Unidos, con miras inmediatas en las Floridas, México, Cuba y Puerto Rico, aunque ya algunos de sus líderes añoraban ser los dueños del mundo.

 “La gente de Kentucky –destacaba el ex presidente John Adams (1797-1801) en 1804- esta llena de ansias de empresa y aunque no es pobre, siente la misma avidez de saqueo que dominó a los romanos en sus mejores tiempos. México centellea ante nuestros ojos. Lo único que esperamos es ser dueños del mundo”. [5]

Los elementos anteriores explican el porqué los Estados Unidos, bajo la presidencia de Thomas Jefferson (1801-1809), negaron en 1806 el apoyo al venezolano Francisco de Miranda, cuando éste preparaba una expedición para iniciar la lucha independentista en Venezuela. Ello, a pesar de que Miranda había prestado una inestimable ayuda en la independencia de las Trece Colonias.[6]

El 10 de diciembre de 1810 el Congreso de los Estados Unidos aprobó una Resolución Conjunta.

En su parte dispositiva señalaba entre otras cosas “que, como vecinos y habitantes del mismo hemisferio, los Estados Unidos sienten profunda solicitud por su bienestar; y que, cuando esas provincias hayan logrado la condición de naciones, por el justo ejercicio de sus derechos, el Senado y la Cámara de Representantes se unirán al Ejecutivo para establecer con ellas, como estados soberanos e independientes, aquellas relaciones amistosas y comerciales…”.[7]

Se desprende de dicha resolución que los revolucionarios hispanoamericanos tenían que luchar solos contra España y vencer totalmente a esta, para entonces ser reconocidos por los Estados Unidos.

Esa fue la “solidaridad” que prestó el gobierno de Washington a la independencia de Hispanoamérica. Bolívar, en su célebre Carta de Jamaica de 1815, refiriéndose a la posición del gobierno de los Estados Unidos señaló: “…hasta nuestros hermanos del norte se han mantenido inmóviles espectadores de esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos antiguos y modernos…”.[8]

El 3 de marzo de 1817, a iniciativa del presidente norteamericano James Madison (1809-1817), el Congreso de los Estados Unidos aprobó una nueva ley de neutralidad, dirigida abiertamente contra la revolución Hispanoamericana.

Madison había cedido ante las presiones del ministro español Luis de Onís. Según esta nueva ley, cualquier ciudadano que armara un buque privado que pudiese ser utilizado contra un estado en paz con los Estados Unidos, sería castigado con 10 años de prisión y 10 mil dólares de multa. William Cobbett, periodista británico, preguntaba en un folleto publicado en esos días, si realmente era neutral negar armas a un hombre desarmado que peleaba contra otro bien armado. [9]

Mas por si fuera poco, el gobierno de los Estados Unidos no solo se declaró “neutral” ante el conflicto entre España y la Revolución Hispanoamericana, sino que dejó se le prestara a España todo el apoyo logístico necesario, negándose a tomar medidas represivas contra los infractores de la “neutralidad”. Las reprimendas solo se producían si se trataba de alguna acción que favoreciera a los patriotas.

Cuando el gobierno republicano de Venezuela dispuso por decreto del 6 de enero de 1817, el bloqueo de Guayana y Angostura, decreto que fue publicado incluso en los Estados Unidos, los buques mercantes norteamericanos hicieron caso omiso al mismo y burlaron sistemáticamente el bloqueo.

 En ese mismo año fueron capturadas por las fuerzas marítimas de Venezuela las goletas norteamericanas “Tigre” y “Libertad”, cuando llevaban recursos bélicos a los realistas.

 Este hecho conllevó a un duelo epistolar entre el agente diplomático de los Estados Unidos en Venezuela, Bautista Irvine, y Bolívar, a lo largo de 1818. El 20 de agosto de 1818 le escribe Bolívar a Irvine:

“Si es libre el comercio de los neutros para suministrar a ambas partes los medios de hacer la guerra, ¿por qué se prohíbe en el Norte?

 ¿Por qué a la prohibición se añade la severidad de la pena, sin ejemplo en los anales de la República del Norte?

 ¿No es declararse contra los independientes negarles lo que el derecho de neutralidad les permite exigir?

La prohibición no debe entenderse sino directamente contra nosotros que éramos los únicos que necesitábamos protección.

Los españoles tenían cuanto necesitaban o podían proveerse en otras partes. Nosotros solo estábamos obligados a ocurrir al Norte así por ser nuestros vecinos y hermanos, como porque nos faltaban los medios y relaciones para dirigirnos a otras potencias.

Mr.Cobbett ha declarado plenamente en su semanario la parcialidad de los Estados Unidos a favor de la España en nuestra contienda.

Negar a una parte los elementos que no tiene y sin los cuales no puede sostener su pretensión cuando la contraria abunda en ellos es lo mismo que condenarla a que se someta, y en nuestra guerra con España es destinarlos al suplicio, mandarnos a exterminar.

El resultado de la prohibición de extraer armas y municiones califica claramente esta parcialidad.

Los españoles que no las necesitaban las han adquirido fácilmente al paso que las que venían para Venezuela se han detenido”.[10]

Las discusiones acerca de la devolución o indemnización de los barcos confiscados se dieron por concluidas cuando Bolívar ofreció someter el caso al arbitraje internacional. Irvine desatendió el ofrecimiento y pasó a la amenaza, haciendo valer el poderío de su nación.

 El 7 de octubre de 1818 le respondió Bolívar de manera enérgica: “…protesto a usted que no permitiré que se ultraje ni desprecie el Gobierno y los derechos de Venezuela.

 Defendiéndolos contra la España ha desaparecido una gran parte de nuestra población y el resto que queda ansía por merecer igual suerte. Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra el mundo entero, si todo el mundo la ofende”.[11]

Un hecho relevante ocurrido en 1817 puso también en evidencia la simulada neutralidad de los Estados Unidos frente al conflicto entre la metrópoli española y sus colonias americanas.

El 29 de junio, más de un centenar de patriotas suramericanos dirigidos por MacGregor, ocuparon la Isla Amelia, frente a la costa norte de la Florida, y proclamaron la República Libre de las Floridas y establecieron la capital en Fernandina, su punto principal. Los revolucionario venezolanos izaron la bandera venezolana, constituyeron el gobierno civil y designaron autoridades militares y navales.

 La posesión de este punto en la Florida era de mucha importancia para los patriotas venezolanos en términos de comunicación de las fuerzas independentistas con Estados Unidos y con todos los recursos allí existentes.

 Al mismo tiempo era casi una posición imprescindible para garantizar el cumplimiento de las medidas de bloqueo de Guayana y Angostura dictadas por Bolívar, pues desde allí se podía detener todo cargamento con destino a los realistas.

 De hecho, gracias a esta posesión fue posible capturar las goletas Tigre y Libertad cuando se disponían a abastecer a los realistas en Venezuela, suceso referido anteriormente.

Además, la pérdida de la Florida por parte de España y la ocupación subsiguiente de ésta por fuerzas insurgentes, colocaba al ejército español en una difícil disyuntiva militar: concentraba sus fuerzas en la protección de México o de Cuba.

Obligado MacGregor a retirarse por con sus hombres por falta de recursos, le sucedió unos días después la flota de Luis Aury que, el 17 de septiembre de ese mismo año, ocupó el territorio (Isla Amelia y Fernandina) a nombre de los insurgentes de México, pues el marino francés acababa de dejar en Nueva España la expedición de Mina.[12]

La República de la Florida sólo tuvo sesenta y seis días de existencia.

El presidente estadounidense James Monroe (1817-1825) y su secretario de Estado, John Quincy Adams ordenaron al ejército norteamericano desembarcar fuerzas navales y terrestres con las cuales invadieron la isla Amelia y ocuparon la capital Fernandina. Estados Unidos no podía permitir que los patriotas del sur frustraran sus planes expansionistas.

A partir de este incidente Washington aceleró las acciones para lograr la anexión definitiva de las Floridas a su territorio.

Lo sucedido con las goletas Tigre y Libertad y la expulsión de los patriotas latinoamericanos de la Florida son sólo dos ejemplos de los tantos acontecimientos que pusieron al desnudo la falacia de la proclamada neutralidad.

Todavía en 1826 –señala Manuel Medina Castro-, los barcos norteamericanos seguían introduciendo contrabando de armas para los realistas.

Al respecto le escribió Bolívar a Santander el 13 de junio de 1826: “…yo recomiendo a usted que haga tener la mayor vigilancia sobre estos (norte) americanos que frecuentan las costas; son capaces de vender Colombia por un real”.[13]

El no reconocimiento de la independencia.

Por si fuera poco la falsa neutralidad del gobierno de los Estados Unidos ante los movimientos independentistas de América del Sur, el gobierno de Washington se negó continuamente a recibir oficialmente a los enviados diplomáticos de Hispanoamérica.

La Junta Suprema de Caracas fue la primera en enviar sus comisiones a Estados Unidos en busca del reconocimiento y de apoyo a la causa independentista. La misión fracasó, pues los enviados no pudieron obtener armas porque las fábricas se habían comprometido con otras naciones y no se logró el reconocimiento.

El presidente norteamericano Madison prometió enviar a Caracas un cónsul (agente), después que se decretara la libertad de comercio.

Es decir, Estados Unidos no reconocía a la Junta Suprema, pero esta debía reconocer al gobierno de los Estados Unidos recibiendo a su agente diplomático y ofreciéndole a su nación la libertad de comercio.

También, para esa época, Manuel Palacio Fajardo, a título del Gobierno de Cartagena de Indias (Colombia), quiso establecer relaciones diplomáticas con el gobierno de los Estados Unidos.

A esos efectos, inició las oportunas gestiones, pero la Cancillería en Washington las rechazó.

El mismo rechazo se le dio a las comisiones de Chile y de Buenos Aires, al tiempo que se le ponía como precondición a Buenos Aires que para llevar a efecto su reconocimiento debía otorgarle a los Estados Unidos la cláusula de nación más favorecida. Paradójicamente Monroe, siendo secretario de Estado de Madison, al único que recibió cortésmente y de inmediato fue al enviado de México, Gutiérrez de Lara, pero para proponerle se interesara por la incorporación de México a los Estados Unidos. [14]

En Sudamérica, a diferencia de los Estados Unidos se recibía con respeto y buen trato a los agentes diplomáticos de los Estados Unidos.

 Entre otros, Buenos Aires recibió a Joel Roberts Poinsett, como cónsul general, en 1811; Caracas recibió a Alerxander Scout como agente en 1812; Cartagena recibió a Cristopher Hughes como agente especial en 1816; y Buenos Aires, Santiago y Lima recibieron a John B. Prevost como agente especial en 1817.[15]

Sólo después de transcurridos doce años de que llegaran los primeros agentes hispanoamericanos a su territorio y siguiendo todo el tiempo una política de frío cálculo, fue que el gobierno de ese país reconoció la independencia de la Gran Colombia (lo que hoy comprende los territorios de Venezuela, Ecuador, Panamá, y Colombia), el 8 de marzo de 1822.[16]

  Es conocido que, años después, Cuba se desangraría durante 30 años en su lucha por la independencia y solo sería reconocida por Washington después de haberle cañoneado la Enmienda Platt. Vergonzoso apéndice a la constitución cubana que convirtió a la Isla en una neocolonia yanqui. 
No debe olvidarse que Haití fue libre desde 1804 y solo fue reconocida de facto en 1862 por el gobierno de Estados Unidos. Cincuenta y ocho años después. 
Sin embargo, como bien señaló en un excelente libro el ecuatoriano Manuel Medina Castro, la República de Texas se independizó el 2 de marzo de 1836 y fue reconocida exactamente un año después. William Walker desembarcó en El Realejo, en Nicaragua, en julio de 1855, y su gobierno fue reconocido el 10 de noviembre del mismo año, con intercambio de ministros y todo. 
Panamá se independizó de Colombia el 3 de noviembre de 1903 y, debido a los intereses de Estados Unidos por construir un canal interoceánico por esa zona, fue reconocida tres días después.[17] 
Los ejemplos anteriores son una muestra ostensible de que la política exterior de Estados Unidos siempre se ha explicado por los intereses del capital y por la necesidad de expandir su hegemonía. Lo demás es pura retórica y falsa diplomacia.

En ningún momento median razones de principio y de verdadera simpatía, en el reconocimiento del año 1822. Washington solo reconoció la independencia de los países del sur cuando calculó los beneficios económicos que podía obtener del comercio con los mismos, sobre todo para los grandes intereses agropecuarios de los estados del Oeste.
 También cuando valoró que la victoria de las fuerzas patriotas era inexorable, así como su capacidad de mantenerse independientes.

El 25 de mayo de 1829, Bolívar escribió a José Rafael Revenga: 
“Jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros: ya ven decidida la suerte de las cosas y con protestas y ofertas, quien sabe si falsas, nos quieren lisonjear para intimar a los españoles y hacerles entrar en sus intereses.
 El secreto del Presidente (de los Estados Unidos) es admirable.
 Es un chisme contra los ingleses que lo reviste con los velos del misterio para hacernos valer como servicio, lo que en efecto fue un buscapié para la España; no ignorando los norteamericanos que con respecto a ellos los intereses de Inglaterra y España están ligados. 
No nos dejemos alucinar con apariencias vanas; sepamos bien lo que debemos hacer y lo que debemos parecer.

Mas adelante profirió el Libertador:

“Yo no sé lo que deba pensar de esta extraordinaria franqueza con que ahora se muestran los norteamericanos: por una parte dudo, por otra me afirmo en la confianza de que habiendo llegado nuestra causa a su máximo, ya es tiempo de reparar los antiguos agravios.
 Si el primer caso sucede, quiero decir, si se nos pretende engañar; descubrámosles sus designios por medio de exorbitantes demandas; si están de buena fe, nos concederán una gran parte de ellas, si de mala, no nos concederán nada, y habremos conseguido la verdad, que en política como en guerra es de un valor inestimable.
 Ya que por su anti-neutralidad la América del Norte nos ha vejado tanto, exijámosle servicios que compensen sus humillaciones y fratricidios. Pidamos mucho y mostrémonos circunspectos para valer más…”.[18]

Notas


[1]Manuel Medina Castro, Estados Unidos y América Latina, Siglo XIX, Casa de las Américas, 1968, p.26


[2] Citado por Luis Suárez Salazar, Madre América. Un siglo de violencia y dolor (1898-1998), Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2006, p. 501.


[3] Ibídem.


[4] Francisco Pividal, Bolívar: Pensamiento precursor del antiimperialismo, Fondo Cultural del ALBA, La Habana, 2006, p.71.


[5] Citado por Luis Suárez Salazar, Ob.Cit, p.502.


[6] Ibídem, p.502.


[7] Francisco Pividal, Ob.Cit, p.60.


[8] Ibídem p.102.


[9] Manuel Medina Castro, Ob.Cit, p.29.


[10]Ibídem, p.33.


[11] Francisco Pividal, Ob.Cit, p. 133.


[12] Sergio Guerra, Jugar con fuego. Guerra social y utopía en la independencia de América Latina, Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2010, p.288.


[13] Manuel Medina Castro, Ob.Cit, p.35.


[14] Ibídem, p.39.


[15] Ibídem.


[16]Francisco Pividal,, Ob.Cit, p.143


[17] Manuel Medina Castro, Ob.Cit, p.46.


[18] Francisco Pividal, Ob.Cit, p.142.



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