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Obama II: la purga y el pacto

El señor John Kerry y su esposa en un almuerzo privado con el señor y la señora al-Assad en un restaurante damasceno, en 2009.

Ya fortalecido en su legitimidad por la reciente reelección, el presidente Barack Obama se prepara para iniciar una nueva política exterior. 
 
Después de sacar las conclusiones que le impone el relativo debilitamiento económico de Estados Unidos, Obama renuncia a gobernar el mundo él solo. 
 
Sus fuerzas armadas prosiguen su salida de Europa y su retirada parcial del Medio Oriente para posicionarse alrededor de China. En función de esa perspectiva, el presidente estadounidense quiere al mismo tiempo debilitar la naciente alianza ruso-china y compartir con Rusia el peso que representa el Medio Oriente. 
 
Está por lo tanto dispuesto a poner en aplicación el acuerdo sobre Siria, concluido en Ginebra el 30 de junio –que implica el despliegue de una fuerza de paz de la ONU conformada principalmente con tropas de los países de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) y aceptar que Bachar al-Assad se mantenga en el poder si su pueblo lo plebiscita.

Esta nueva política exterior enfrenta una fuerte resistencia en Washington. 
 
En julio pasado, la filtración organizada de ciertas informaciones a la prensa saboteó el acuerdo de Ginebra y provocó la renuncia de Kofi Annan como enviado especial de la ONU y la Liga Árabe.
 
 Aquel sabotaje parece haber sido obra de un grupo de oficiales superiores estadounidenses que no admiten el fin de su sueño de instaurar un imperio global.

Esa problemática nunca se mencionó durante la campaña electoral presidencial, ya que los dos principales candidatos estaban de acuerdo en la implementación del mismo viraje político y se diferenciaban únicamente en la manera de presentarlo.

Barack Obama esperó además hasta la noche de su victoria electoral para emprender una purga discretamente preparada desde hace meses. 
 
Ampliamente reflejada por los medios, la renuncia del general David Petraeus a sus funciones como director general de la CIA no pasaba de ser un aperitivo y no tardarán en rodar las cabezas de otros oficiales superiores.

La purga afecta, en primer lugar, al almirante James G. Stravidis, Comandante Supremo de la OTAN y comandante del EuCom [United States European Command] quien llega al fin de sus funciones y al general John R. Allen, quien debía reemplazarlo. 
 
Vienen después el general William E. Ward, ex comandante del AfriCom [United States Africa Command], el general Carter F. Ham que lo reemplazó en ese cargo hace un año, así como otros oficiales superiores que ocupan cargos menos importantes.

En cada caso, los oficiales superiores incluidos en la purga son acusados de dudosa moralidad o de malversación de fondos. 
 
Actualmente, la prensa estadounidense, extasiada con los detalles más sórdidos del triángulo amoroso entre Petraeus, Allen y Paula Broadwell, la biógrafa de Petraeus, ni siquiera menciona sin embargo que esa señora es teniente coronel de la inteligencia militar. Todo parece indicar que en realidad fue infiltrada en el entorno de los dos generales para hacerlos caer en una trampa.

Antes de la purga que actualmente se desarrolla en Washington, ya se había producido en julio la eliminación física de varios responsables extranjeros que se oponían a la nueva política y que habían estado implicados en la batalla de Damasco. 
 
Todo sucedió como si Obama hubiese decidido permitir una “limpieza de verano”. Así se produjeron la muerte prematura del general egipcio Omar Suleiman, mientras se hallaba en Estados Unidos para someterse a una serie de exámenes médicos, y –7 días después– el atentado contra el príncipe Bandar ben Sultán de Arabia Saudita.

Lo que ahora le queda por hacer a Barack Obama es conformar su nuevo gabinete con hombres y mujeres capaces de lograr la aceptación de su nueva política. Para ello cuenta sobre todo con el ex candidato demócrata a la elección presidencial y actual presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado John Kerry. Moscú ya hizo saber que la nominación de Kerry sería bienvenida.
 
 El senador es conocido por ser «un admirador de Bachar al-Assad» (The Washington Post) con quien ha sostenido incluso frecuentes desde hace años [1].

Queda por saber si los demócratas pueden darse el lujo de perder un asiento en el Senado y si Kerry estaría a la cabeza del Departamento de Estado y del Departamento de Defensa.

De asumir Kerry la dirección del Departamento de Estado, el Departamento de Defensa quedaría bajo la dirección de Michele Flournoy o de Ashton Carter, cuya misión sería proseguir las restricciones presupuestarias ya emprendidas en ese sector.

Si Kerry tomara la dirección del Departamento de Defensa, el Departamento de Estado quedaría entonces en manos de Susan Rice, lo cual puede plantear ciertos problemas en la medida en que Rice no se ha mostrado precisamente cortés ante los últimos vetos rusos y chinos en el Consejo de Seguridad de la ONU y parece carecer de la sangre fría que exigiría el puesto. 
 
En todo caso, los republicanos ya están movilizándose para cerrarle el camino.

John Brennan, célebre por sus métodos particularmente sucios y brutales, podría convertirse en el próximo director de la CIA. Su misión consistiría en pasar la página de la era Bush liquidando a los yihadistas que anteriormente trabajaron para la Agencia y desmantelando Arabia Saudita, que ha perdido toda utilidad. 
 
Otro candidato para esa misión pudiera ser Michael Vickers. Pero tampoco hay que olvidar a Michael Morell, el hombre de la sombra que estuvo junto a George W. Bush un cierto 11 de septiembre para decirle lo que tenía que hacer.

El muy sionista, pero también muy realista, Anthony Blinken podría, por su parte, convertirse en consejero de Seguridad Nacional, lo que permitiría retomar el plan que el propio Blinken había elaborado en 1999, en Shepherdstown, para el entonces presidente Bill Clinton, plan que consistía en implementar la paz en el Medio Oriente apoyándose en… la familia Assad.

Incluso antes de la nominación del nuevo gabinete, el viraje político ya empezó a concretarse con la reanudación de las negociaciones secretas con Teherán. 
 
En efecto, el nuevo contexto impone a Washington el abandono de la política de aislamiento aplicada contra Irán y reconocer finalmente que la República Islámica es una potencia regional. 
 
Primera consecuencia: ya se reanudó la construcción del gasoducto que conectará South Pars –el mayor campo gasífero del mundo– con Damasco, y posteriormente con el Mediterráneo, para extenderse finalmente hasta Europa; una inversión de 10 000 millones de dólares cuya rentabilización exige una paz duradera en la región.

La nueva política exterior de Obama II modificará el Medio Oriente en 2013, pero será en el sentido opuesto a lo que habían anunciado los medios de prensa occidentales y los del Golfo.

Thierry Meyssan


[1] «For besieged Syrian dictator Assad, only exit may be body bag», por Joby Warrick y Anne Gearan, The Washington Post, 1º de agosto de 2012. Léase además la poco convincente precisión de Jodi B. Seth, portavoz del senador Kerry: «Why John Kerry tested engagement with Syria», The Washington Post, 5 de agosto de 2012.

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