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“No veo diferencia entre Santorum y cualquier ayatolá radical”



Steve Van Zandt (Boston, 1950), mítico guitarrista de la E-Street Band de Bruce Springsteen, está de gira y aprovecha para promocionar el concurso Hard Rock Rising para bandas emergentes. 
 
Hace tiempo que se dedica a ayudar a jóvenes músicos y tiene programa de radio que ofrece un repertorio de 4.000 canciones que recorren toda la historia del rock. 
 
Se ha revestido de su piel de músico —pañuelo en la cabeza incluido—, pero en los últimos años su actividad más notoria ha sido la de actor en la serie Los Soprano, encarnando a Silvio Dante, el brazo derecho de Tony Soprano.
 
 Tanto éxito ha tenido que acaba de hacer un papel similar —o incluso más perverso— en una serie policiaca de la televisón pública noruega: el de un gángster en medio de la nieve, que le viene como anillo al dedo.

Pregunta. ¿Hablo con un actor o con un músico?

Respuesta. Bueno, la vida es un escenario ¿no?

P. Usted lleva mucho tiempo en el escenario. ¿Cómo vive los cambios?

R. Estos días todo es muy difícil. Cuando éramos jóvenes la música lo era casi todo. Para un adolescente, al margen de que ocasionalmente fuera al cine o leyera un libro, todo lo demás era música y le llegaba básicamente de la radio. Veo aquella época como un despertar, un renacimiento. Esos 20 años que van de 1951 a 1971 es un periodo que será estudiado durante los próximos siglos. Los pioneros de los cincuenta lo inventaron y los de los sesenta lo llevaron a los niveles más altos. Nosotros, mi generación, estábamos conectados con la música de una manera muy profunda. Ahora la cultura ha cambiado; está el ordenador y otros aparatos y hay videojuegos y muchas otras cosas...

P. También ha cambiado el modelo de negocio.

R. La mayor parte de los músicos de ese periodo que llamo renacimiento eran únicos, en el sentido de que, realmente, todavía no formaban parte de un negocio. Sí, se ganaba algún dinero, pero no demasiado. De hecho, todos empezaron vendiendo discos desde el maletero de su coche. Y no cambió mucho en los sesenta. No fue un negocio de verdad hasta los setenta. Entonces empezaron a llegar los hombres de negocios, el dinero a espuertas y además ya no era la gente de la música la que llevaba el tinglado, sino los contables, esa especie de forma de vida inferior (low life creeps). Y el negocio creció y creció hasta que llegamos al presente y vemos que hay poca música…

P. Y cada vez menos negocio…

R. Sí, y no es una coincidencia. Pero, para ser honesto, hay que reconocer que hay otros hechos determinantes: la cultura ha cambiado y está mucho más fragmentada.
 
 En el oficio del rocanrol hay que tener algún tipo de consistencia para poder establecer una relación con el público. 
 
No se puede formar un grupo para tres meses y cambiarlo para otros tres meses. Una banda necesita por lo menos dos años en la carretera en los que produzca un par de buenos álbumes y construya y desarrolle y desarrolle...
 
 El concepto de desarrollo ha desaparecido y también el de longevidad. Nada importante sucede de la noche a la mañana, no importa en que campo. Nadie nace grande. 
 
Uno tiene que desarrollarse y aprender su oficio, porque lo que hacemos es un oficio y esta parte se ha perdido. 
 
Hay muchos chavales muy entusiastas pero que se saltan la parte de la evolución que es el aprendizaje del oficio.

P. ¿Usted sigue aprendiendo su oficio? ¿Ensaya? ¿Ha alcanzado el límite de su técnica?

R. Nuestro oficio, nuestra técnica se centra más en el trabajo de escribir las canciones, de desarrollar los temas. En el rock tradicional, el músico sirve a la canción. Otra cosa es cuando se trata de un virtuoso, como sería un intérprete de música clásica o Joe Sartriani o Van Halen; esa gente que toca solos de diez minutos. Como músicos, nuestro cometido es servir a la canción. Tocamos para servir a la canción, que es lo que importa, y en este sentido uno siempre mejora en su oficio, sigue explorando para ser mejor, para ser más inclusivo, para tratar de explicar lo que está pasando en el mundo a uno mismo y a la audiencia.

P. ¿Las estrellas del rock siguen en contacto con la gente como para contar lo que pasa?

R. Puede haber gente que se aísla, por supuesto, pero no nosotros. El verdadero oficio de un rockero contemporáneo, como somos nosotros, es estar constantemente en contacto con lo que sucede. La gente se equivoca si piensa que mi trabajo es explicar mi vida de triunfador; es explicar lo que está pasando.

P. En este sentido, en los tiempos que corren, la música de Springsteen parece adquirir más fuerza política.

R. Sí, por supuesto, y especialmente en este último álbum, Wrecking ball, el más consistente, coherente y político, sin duda, pero yo lo veo como la continuación de sus primeros trabajos. Si se mira hacia atrás se puede ver que muchas de las canciones de su carrera toman sentido precisamente ahora.

P. ¿Políticamente, cómo ve la situación de EE UU?

R. Un lío de cojones. Ronald Reagan redefinió la derecha norteamericana y abrió la puerta a esos radicales. La nueva derecha dejó entrar a los evangélicos en la Casa Blanca y allí siguen. Este es el mayor problema. Yo veo que en 10, 20 o 30 años llegaremos a una guerra civil. Tenemos a los fanáticos religiosos más delirantes del mundo, de hecho son el espejo de los otros fanatismos. No veo la diferencia entre Rick Santorum y cualquier ayatolá radical.

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