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El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

Burson-Marsteller, Alan Gross y la luz al final del túnel

La escena es inequívocamente sexista: un tropel de hombres deciden cómo tratar a una mujer de una enfermedad que ya desde la etimología apesta a sexismo. 
 
Por el simple hecho de haber nacido mujer, Blanche Wittman está a la merced de sus decisiones.
 
 Las dos monjas que asisten a Blanche son meras espectadoras sin voz.
 
 Ellos “saben”, ellas no.

Ciento veinticinco años después, la intrahistoria de este cuadro venerable recuerda mucho a la de Judy Gross, la esposa del contratista de la USAID encarcelado en Cuba.
 
 El viejo paternalismo ancestral sigue vivo y tanto el New York Times como el Washington Post acaban de demostrarlo con una estúpida campaña mediática cuyo objetivo es presionar al papa Benedicto XVI para que éste aconseje a Cuba que trueque a René González por Alan Gross.
 
 Aconsejar a Cuba, como si fuese un niño rebelde y no un país soberano, es ya una ofensa inaceptable, pero el consejo que Judy Gross está recibiendo no le va a la zaga: en vez de tratarla como un sujeto activo, capaz de articular su destino, la campaña que pretende traer a su marido de vuelta al hogar está dirigida por gente cuyas prioridades son muy distintas a las de esta mujer.

Sin embargo, un detalle imprevisto ha alterado ligeramente la campaña y ha sido la revelación que hace unos días hizo el periodista Paul Berger en el Jewish Daily Forward, según la cual la agencia de relaciones públicas Burson-Marsteller está detrás del cambalache. 
 
El Washington Post ha admitido la veracidad de la noticia, pero cabe preguntarse si lo habría hecho en caso de que Paul Berger no hubiese tirado de la manta.

Un editorial del New York Times seguido de un reportaje del Washington Post promocionando la “solución” papal no son cosas que suceden por casualidad. 
 
Al principio pensé que quien estaba detrás de esto era el Departamento de Estado, pero ese tipo de cabildeo habría sido indecoroso.
 
 Lo que sucedió en realidad fue que Hillary Clinton entregó una lista detallada de lo que quería en la campaña a su buen amigo Don Baer, que no sólo es vicepresidente de Burson-Marsteller, sino que además fue quien le escribía los discursos a Bill Clinton; Baer, por su parte, se la pasó a Mark Penn, que es el director ejecutivo de Burson-Marsteller, el mismo que diseñó la torpe estrategia de su campaña presidencial en 2008).
 
 A partir de ese momento, voilà, la maquinaria de los dos periódicos (y de algunos más) se puso en marcha para promocionar el canje de González por Gross con la ayuda papal.

René González es el primero de los Cinco Héroes cubanos que ha salido de la cárcel tras cumplir la pena máxima por no haberse registrado como agente extranjero, no por “espionaje”, que es lo que falsamente afirmó el Washington Post. 
 
Son dos cargos muy distintos, pero ya me ocuparé otro día de diseccionar ese artículo del Post.

René está ahora en Florida en libertad condicional, mientras que diez rusos que fueron detenidos hace un par de años bajo la acusación de ser agentes extranjeros no registrados –el mismo delito que a él, por el momento, ya le ha costado trece años de su vida– fueron deportados a Rusia sin más problemas.
 
 Está claro que si a alguien le echan el guante en Miami como agente extranjero no registrado es muchísimo peor que si sucede en Nueva Jersey, sobre todo si se trata de un cubano.

En cambio, el yanqui Alan Gross apenas ha cumplido dos años de los quince que habrá de pasar en una cárcel de Cuba por haber tratado de instalar una red clandestina de internet en violación de las leyes cubanas. 
 
Por mucho que Burson-Marsteller insista en su campaña mediática, el de Gross no fue un proyecto “humanitario”.
 
 Eso es la tapadera. Los judíos de Cuba ya tenían acceso a internet y no lo necesitaban a él.

Es evidente que la oferta que están publicitando, la de entregar a un hombre casi libre a cambio de otro que aún deberá pasar más de una década en prisión puede funcionar bastante bien como táctica dilatoria, pero como estrategia de negociación no tiene ni pies ni cabeza. 
 
Como bien ha señalado Walter Lippmann, que algo sabe de Cuba, “Israel canjea a miles de palestinos por un soldado israelí; Washington canjeó a diez rusos detenidos aquí por cuatro rusos capturados allá por espiar para nosotros.
 
 ¿Por qué no puede hacer lo mismo Washington: “Os doy a vuestros cinco cubanos si me devolvéis a mi contratista”? 
 
El problema, claro está, es que Hillary Clinton no es del mismo parecer y a día de hoy tiene la sartén por el mango.

Lo que Berger afirmó en el Jewish Daily Forward es que las críticas que Judy Gross ha lanzado contra Obama y la política de Washington hacia Cuba forman parte de una nueva estrategia que “coincide” con la entrada en el juego de Burson-Marsteller. 
 
Vale, tal vez sea sólo una coincidencia, pero estoy bastante segura de que el guión con las instrucciones a seguir que Don Baer le entregó a Judy no pretendía eso, ya que incluso si formase parte de una extraña estrategia a contracorriente, ¿hasta dónde podrían llegar tales críticas si Baer es quien se ocupa de Hillary Clinton, que no dejará de estar a las órdenes de Obama hasta que se enfrente a Jeb Bush por la presidencia en 2016?

No tengo información privilegiada, pero estoy dispuesta a apostar que la bien fundada diatriba de Judy Gross contra Obama fue el típico caso de la cliente sumisa que de pronto se salta el guión preestablecido y se pone a decir abiertamente lo que piensa.
 
 No sería la primera vez que sucede una cosa así.

Por extraño que parezca, creo que esa “insubordinación” nos permite ver un diminuto rayo de luz al final del túnel. Clinton, Penn, Baer y Burson-Marsteller han diseñado un escenario miserabilista de la familia Gross destinado a despertar la piedad del electorado: son pobres víctimas, judíos de buena voluntad que sufren persecución de las fuerzas del mal por hacer el bien y que ahora dependen del milagro de un Papa católico. 
 
Esta campaña mediática es una tomadura de pelo para entretener al matrimonio Gross hasta que pasen las próximas elecciones presidenciales.
 
 ¿A qué persona con dos dedos de frente se le ocurría decir que el Papa es la última esperanza de esta mujer?

Hay otras opciones, por supuesto, pero la peor que puede adoptar la esposa de Alan Gross es ser obediente para que las cosas les vayan viento en popa a Obama y Clinton en su campaña presidencial. 
 
Otra opción sería combinar la presión mediática sobre Washington con alguna ayuda adicional de los medios y grupos sociales y de alianzas inteligentes, pero a ninguna agencia de relaciones públicas que esté al servicio de Hillary Clinton le interesa.

De hecho, mientras Burson-Marsteller siga manipulando este espectáculo mediático las dos partes en litigio seguirán enzarzadas en un diálogo de sordos. 
 
Quizá la única manera de dirimir este problema podría consistir en colmar la distancia que separa a los familiares y amigos y de Alan Gross de los familiares y amigos (que son millones en la comunidad internacional) de los Cinco Héroes cubanos. 
 
Y puede que eso esté empezando a ocurrir.

Con milagrosa precisión, el Comité Internacional por la Libertad de los 5 Cubanos ha programado varios días de actividades en Washington, que se celebrarán dentro de pocas semanas (los días 17 a 21 de abril) con la participación de una larga lista de estrellas invitadas. 
 
Sería una tragedia si al menos unas cuantas personas del bando de los Gross no se escapasen de sus cancerberos de Burson-Marsteller para darse una vuelta por allí.

Una de las estrellas que asistirán es Stephen Kimber. El propio Kimber me ha proporcionado amablemente un manuscrito de su libro todavía inédito, What Lies Across the Water [Lo que hay en la otra orilla], una magnífica, meticulosa, honrada e imparcial investigación sobre el caso de los Cinco Héroes cubanos.
 
 Quien desee conocer exactamente qué estaban haciendo en Miami y la posterior tragedia de sus injustas condenas y encarcelamiento disponen en este libro de la información definitiva. 
 
Ojalá se hubiese publicado hace diez años. Si los Gross buscan un libro que de verdad los ayude a encontrar una solución para su tragedia, éste es.

Y Cindy Sheehan también irá. ¡Un auténtico lujo! La verdad es que si Judy Gross no se presenta en Washington para hablar con Cindy, que escribió el libro sobre cómo presionar a un presidente, no me quedará más remedio que concluir que la gente de Burson-Marsteller la habrá secuestrado para impedírselo.

Por último, habrá un piquete y una manifestación frente a la Casa Blanca. Permítaseme sugerir que si el bando de los Gross aprovechase esa oportunidad única que se le presenta de manifestarse junto al grupo de los Cinco Héroes cubanos, sería un bombazo irresistible, el sueño hecho realidad de cualquier ejecutivo –inteligente, eso sí– de relaciones públicas. 
 
Y la prensa caería rendida ante la prueba palpable de que algo está cambiando. 
 
Por cierto, ni Clinton ni Penn ni Baer ni Burson-Marsteller estarían de acuerdo con algo así… lo cual es una razón de más para que Judy Gross abandone el papel de Blanche Wittman que le han atribuido y dé un paso al frente. (Tomado de Tlaxcala, traducción de Manuel Talens)

* Véase, “Charcot, Freud y la Histeria”, de Alesis Schreck.

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