Estas Navidades hemos vuelto a revivir una más de las alarmas de guerra contra Irán que se viene sucediendo desde hace ya tres años.
La causa es siempre la misma: el programa nuclear iraní se ha convertido en una amenaza contra Occidente y la única manera de afrontar ese riesgo es lanzar un ataque devastador contra ese país.
Hace unos meses se vendió la especie de que los israelíes habían creado un virus informático capaz de paralizar la infraestructura informática del programa nuclear: el célebre Stuxnet.
Por lo visto, el tan cacareado virus no funcionó, y el pasado mes de septiembre, la planta nuclear de Bushehr fue inaugurada y comenzó a suministrar kilovatios al sistema energético del país.
Mientras tanto, la “Primavera Árabe” no lograba conectar con las masas iraníes, más partidarias del régimen de lo que parece; al contrario: la mano oculta de Teherán apareció por aquí y por allá, apoyando opciones rebeldes en países del Magreb y Oriente medio, en contra de los manejos de Arabia saudí, los europeos y los americanos.
En consecuencia, a principios de noviembre, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, comenzó a clamar por un ataque preventivo contra Irán, intentando arrastrar, sin éxito, a británicos y estadounidenses.
Y en esas estamos: desde Israel se ha llegado a afirmar que el momento propicio para el ataque sería entre mediados de diciembre a mediados de enero de 2012.
Sin embargo, no hay señales de que los americanos preparen ningún ataque a gran escala; al contrario, se han retirado definitivamente de Irak, y anuncian un recorte signifiativo de sus fuerzas armadas y una mayor atención en el área Asia-Pacífico, con China como principal enemigo potencial.
La espectacular captura del drone espía americano RQ-170, de la más alta gama, fue un jarro de agua fría sobre la pretendida superioridad tecnológica americana e israelí, que supuestamente haría de un ataque contra los iraníes un paseo militar.
En tal sentido, el drone RQ-170 de 2011 parece destinado a ocupar un lugar en la historia junto con el U-2 derribado por los soviéticos en 1960.
En todo este asunto del peligro iraní hay muchas cortinas de humo.
Una de ellas, consiste en argumentar que el programa nuclear iraní conlleva una amenaza militar.
En realidad, Ahmadineyad cuenta con utilizar la energía nuclear para consumo de la economía interior, dejando libres, de esa forma, más y más reservas de crudo para vender en el extranjero, lo que le permitiría cobrar unos precios más acordes con la rentabilidad que les dictan sus limitaciones tecnológicas en la extracción.
En relación a las maniobras en el estrecho de Ormuz, han servido para recordar que por allí pasa el 35% del petróleo mundial que se comercializa por vía marítima y que un conflicto en la zona remataría la deteriorada economía occidental.
Quizá por ello, no sería de extrañar que cobraran cuerpo las hipótesis de algunos analistas en el sentido de que Irán y los EEUU están destinados a entenderse, como ocurrió con Pekín y Washington en 1971.
Porque el enfrentamiento, tal como está planteado, es un callejón sin salida.