La cobertura que los medios de comunicación estadounidenses están ofreciendo sobre la retirada de Estados Unidos de Iraq no podría ser más desafortunada.
Uno puede imaginarse fácilmente la cobertura de prensa de la decadencia del Imperio Británico.
Comentaristas y columnistas estadounidenses están vomitando los clásicos argumentos y dudas coloniales: ¿pueden los salvajes auto gobernarse por si mismos?
Un reportero de The Washington Post observaba de manera casual que el conflicto sectario en Iraq había irrumpido “a mediados de la última década”.
Ese corresponsal en el extranjero ni se molestó en averiguar por qué el conflicto sectario estalló justo “a mediados de la pasada década”.
Muchas historias sobre Iraq se refieren a las esforzadas y agotadas tropas que a tanto han renunciado para que el pueblo iraquí disfrute de las libertades.
Todos los medios convergen en la afirmación de que Iraq tiene una democracia, aunque seguidamente todos le añaden reservas.
Los medios de comunicación de Estados Unidos quieren que el público no note la presencia de esas tropas estadounidenses, como si hubieran estado allí sin molestar a la población local.
Se les trata como si fueran un huésped invisible —alguien a quien se le hubiera invitado a hacer una visita; muy delicado y refinado como para hacerse notar. Y el invitado yo no pudiera prolongar su bienvenida.
Los artículos de la prensa de Estados Unidos rinden homenaje a los soldados estadounidenses pero las referencias a los cientos de miles de iraquíes muertos se mencionan de paso —si es que se mencionan.
Los conflictos en el Iraq ocupado por Estados Unidos se atribuyen a Iraq, a su cultura y a otros factores que absuelven a Estados Unidos de toda responsabilidad.
Cuando el gobierno títere iraquí hizo añicos un levantamiento al estilo árabe tanto en el Kurdistán como en Bagdad, la prensa de Estados Unidos apenas le prestó atención. No podían prestarle atención habiendo promovido la idea de un Iraq libre y democrático...
Las tropas de Estados Unidos en Iraq han perdido, y han perdido en Afganistán. No querían irse. En Iraq y en Afganistán, Estados Unidos rogó al gobierno títere que había instalado que le invitara a quedarse.
Nuri al-Maliki se mostró comprensivo pero su patrocinador (Irán) lo rechazó.
Hamid Karzai se mostró más receptivo: el botín de la ocupación es algo que Karzai aprecia mucho y teme por su vida una vez que las tropas de Estados Unidos se vayan.
El hombre es un prisionero del palacio presidencial y rara vez se aventura a salir de él.
No se equivoquen sobre esto: se trata de una pérdida de importancia estratégica para Estados Unidos que tendrá un impacto en la región de Oriente Próximo por lo menos durante la generación venidera.
Robert Gates, ex secretario de Defensa, fue claro en un discurso que pronunció en West Point el año pasado: dijo que cualquier futuro presidente de Estados Unidos que considere invadir un país de Oriente Próximo debe hacerse examinar la cabeza.
Estados Unidos no se retirará de Oriente Próximo por completo.
Se trata de una superpotencia que tiene presencia militar en cerca de 130 Estados de todo el mundo.
Estados Unidos mantendrá sus tropas militares en varias partes Oriente Próximo pero su presencia estará, en su mayor parte, encubierta. Estados Unidos no se lavará las manos respecto a Oriente Próximo sino que sus guerras se producirán de manera aún más encubierta o a través de terceros (como lo está haciendo en Somalia, enviando primero tropas etíopes y después tropas de Kenia).
Irán, Siria y el campo de los “negacionistas” (mumanaah) leerán antes de tiempo el obituario de Estados Unidos como superpotencia.
Sin embargo, la retirada estadounidense es más importante de lo que la propaganda de Estados Unidos permitirá. Este es un momento decisivo.
No se puede comparar con Suez ya que en aquel entonces se habían preparado herederos del Imperio Británico. No hay herederos voluntarios para Estados Unidos.
Tanto la propaganda siria como la de Hizbolá exageran el poder y la voluntad del gobierno ruso. Subestiman asimismo los problemas internos allí.
Pero Estados Unidos no ha logrado hacer del mundo lo que quería, ni en Iraq ni en otros lugares.
Invadió Afganistán para derrocar a los talibanes y ahora ruega a los talibanes que vuelvan al poder.
Invadió Iraq para derrocar a los miembros del partido Baath y ahora apremia para que retornen parcialmente al poder. No hay duda de que Iraq caerá en la esfera de influencia de Irán.
El sueño de establecer un gobierno autoritario pro-estadounidense en paz con Israel se ha evaporado. Ahmad Chalabi y sus compañeros “dirigentes” del Congreso Nacional Iraquí (¿por qué será que suena como el Consejo Nacional Sirio?) prometieron que la normalización con Israel sería prioritaria en la agenda.
Sin embargo, sólo un político menor, un cierto Mithal Alusi, se atreve (o se atrevía, ya que ha dejado de hablar de ese tema en los últimos tiempos) a reclamar la paz con Israel.
Una vez que Estados Unidos se ha ido, no habrá herederos de su poder. No serán elegidos por los ocupantes estadounidenses (que todavía asisten a las reuniones oficiales del bloque parlamentario de Iyad Allawi).
Serán las mismas fuerzas políticas que Estados Unidos ha intentado derrotar desde el año 2003.
Los medios de comunicación estadounidenses se darán cuenta entonces de que realmente no han estado dando cobertura sobre Iraq: en su mayoría han estado cubriendo la historia que los militares estadounidenses quieren que se cubra.