Ahora parece que el chivo expiatorio iraní-estadounidense Mansour Arbabsiar pensó que él simplemente estaba involucrado en un negocio de drogas. |
JUSTIN RAIMONDO – Falsa, falsa, falsa. Hablo de la última propaganda antiiraní
procedente de Washington, según la cual miembros de los Guardianes de
la Revolución Iraní están involucrados en una «trama» para acabar con el
embajador saudí en EE.UU. y volar las embajadas de Arabia Saudí e
Israel.
El relato parece un melodrama al uso: dos iraníes, uno de
ellos nacionalizado estadounidense, supuestamente se dirigieron a
alguien que pensaban que era miembro de un cártel mexicano de la droga
–según el documento inculpatorio
[.pdf], se trataba de un cártel «complejo», no de poca monta–, y le
propusieron pagarle 1,5 millones de dólares para asesinar a Adel al
Jubeir, embajador del reino saudí en Washington. Ah, y por cierto, se
supone que los iraníes dijeron «¿Se os dan bien los explosivos?».
La clave para entender hasta qué punto es falso este relato la encontramos en la crónica del New York Times, que nos informa de lo siguiente:
“Las fuentes confidenciales del gobierno han estado bajo la
supervisión y dirección de agentes de la ley a lo largo de toda la
operación, según afirmó en rueda de prensa Preet Bharara, fiscal
estadounidense del distrito sur.
También declaró: ‘Así que en realidad
no se han colocado explosivos en ningún sitio’ y ‘nadie ha corrido
realmente ningún peligro’”.
Traducción: toda esta historia es falsa de principio a fin.
Éste es otro de los triunfos «antiterroristas» fabricados por las autoridades estadounidenses en el que los federales preparan un montaje en torno a alguien y fabrican un “delito” a partir de la nada, para después proceder a “resolver” un caso que, para empezar, nunca llegó a existir realmente.
Ésta viene siendo desde el principio la pauta habitual de nuestras
operaciones “antiterroristas” en EE.UU., porque buscar y atrapar a
verdaderos terroristas es mucho más difícil, al menos para unos agentes que parecen salidos de Loca academia de policía.
En lugar de irse a la calle y ponerse de verdad a buscar a los malos y
atraparlos, tienden una trampa a algún inmigrante musulmán desprevenido y
la activan en el momento oportuno.
El largo texto del documento inculpatorio lo dice todo menos lo que
realmente queremos saber, es decir, ¿cómo es que estos dos «terroristas»
iraníes tuvieron que reunirse precisamente con un sicario de un cártel
mexicano de la droga que da la casualidad de que era confidente de la
DEA (Agencia antidroga estadounidense) desde hacía tiempo?
Supongo que
eso sería mucho pedir: sin duda es preferible condimentar el relato con
detalles que den miedo, como la conversación entre uno de los supuestos
miembros de la trama y el informador, durante la cual el primero dijo:
«Si tenéis que volar el restaurante y cargaros a cien estadounidenses,
pues que les den».
El grado de credibilidad de esta historia tal como nos la han
presentado es casi nulo. Supongamos que los iraníes estaban de verdad
conspirando para asesinar al embajador saudí en suelo estadounidense:
¿encargarían el trabajo a la mafia mexicana,
harían toda clase de envíos de dinero detectables desde Irán hacia
EE.UU. y no les importaría matar a un centenar de estadounidenses para
lograr sus objetivos?
¿O bien enviarían a un fanático, que no sólo lo
haría gratis, sino que además se autoeliminaría? Esta endeble y
disparatada historia es tan claramente falsa que representa una vergüenza para Estados Unidos.
¿Es que nuestros secretas no lo saben hacer mejor?
Esta invención marca una nueva tendencia en el campo de la propaganda
de guerra antiiraní. Hasta ahora, el Partido de la Guerra seguía
empleando la misma técnica que utilizó durante los preparativos de la invasión de Irak: la vieja estratagema de las “armas de destrucción masiva”.
Pero tiene el gran inconveniente de que se ha convertido en un argumento gastado y caduco: ya no se lo cree nadie
[.pdf]. Una y no más, reza el dicho. Esta última mentira aporta una
nueva perspectiva al tema de siempre, sólo que sustituyendo al ogro tradicional llamado Al-Qaeda por Irán.
Lo de que en esta historia estén involucrados cárteles mexicanos de la droga y que el fiscal general Eric Holder proclame
que vamos a “responsabilizar de esto al gobierno iraní” tiene que ser
una especie de broma de mal gusto: después de todo, estamos ante un
hombre que se quedó mirando mientras agentes de la ley estadounidenses dejaban pasar armas por la frontera de EE.UU. para abastecer a esos mismos cárteles.
¿Es este “golpe” del Departamento de Justicia fruto de un plan así de insensato? ¿Y cuándo se hará responsable a Holder?
Que nuestro gobierno lance una historia como ésta sin tener aparentemente en cuenta las reglas básicas de la literatura de ficción
–la creación de personajes creíbles que hacen cosas creíbles– es la
manera que tiene Washington de mostrar su desprecio hacia los iraníes,
hacia el pueblo estadounidense y hacia cualquiera que se cruce en el
camino de su programa bélico.
Les trae sin cuidado que no sea creíble.
Piensan que los estadounidenses se tragarán cualquier cosa, que están
demasiado ocupados tratando de sobrevivir día a día en los tiempos que corren como para profundizar mucho más allá del relato “oficial”.
Y, por supuesto, nuestros medios de comunicación descerebrados, cuyo papel se limita al de meros estenotipistas, no van a hacer preguntas incómodas.
Toda esta historia da mucho miedo, y no porque sea fidedigna o
creíble (puesto que no es ni lo uno ni lo otro), sino porque se trata
del relato más aterrador que he oído en bastante tiempo, ya que
demuestra que el gobierno estadounidense está empeñado y dispuesto a
entrar en guerra con Irán sin importarle las consecuencias.
Nuestros
gobernantes han decidido por las buenas lanzarse de cabeza contra
Teherán, y con mayor motivo si eso les permite enmascarar nuestro actual
malestar económico bajo el perjuicio que ha causado la triplicación y cuadruplicación
de los precios del petróleo.
De esta manera, Obama podrá echar la culpa
de nuestra desastrosa economía a Teherán en lugar de a su propia
política desacreditada y de paso quitarse de encima a los republicanos, que le han estado criticando por ser “blando” con Irán.
La clave de la política exterior estadounidense está en el interior.
Al preparar al país para una guerra contra Irán, Obama no sólo le
quitará los colmillos al partido republicano, sino que al mismo tiempo
apaciguará al trascendental grupo de presión israelí, que lleva años tocando tambores de guerra.
Lo que Obama y su banda esperan es que el pueblo estadounidense esté demasiado cansado, machacado y arruinado
para ocuparse de este último caso de propaganda de guerra y ponerlo en
duda. Y resulta evidente que los medios de comunicación “principales”,
el sector más entusiasta con Obama, no está por la labor de
cuestionárselo[1].
Aquí es donde reside probablemente el error de cálculo de la
administración: ahora la gente está lo bastante enfadada como para
preguntarse «¿por qué ahora?».
Están lo suficientemente arruinados para
indignarse si se les dice de pagar otra santa cruzada en ultramar.
Y
encima están lo bastante cansados
de la basura que reciben como «noticias» cada día como para empezar a
formular toda clase de preguntas incómodas acerca de esta última entrega
de la fábrica de cuentos de Washington.
Los estadounidenses ya están abandonando
la idea de que el gobierno iraní sea el responsable directo de las
acciones de estos dos individuos, afirmando que las máximas autoridades
iraníes no tenían por qué saber “necesariamente” lo que estaba
sucediendo.
A medida que se vayan conociendo los detalles del caso, el
relato de Holder empezará a deshacerse como un jersey comprado en las
rebajas, y ustedes encontrarán información sobre todo el proceso aquí,
en Antiwar.com…
[1] N. de la t.: El miércoles 13-10-11, día siguiente a la
publicación del original de este artículo, apareció la noticia siguiente
en la CNN, según la cual diversos analistas se muestran escépticos
acerca de esta supuesta trama: http://edition.cnn.com/2011/10/12/u…