A propósito del fallecimiento del periodista argentino-cubano Jorge Timossi, publicamos esta entrevista autobiográfica que concediera al diario Perú21.
“En Buenos Aires, yo era un técnico químico. Trabajaba en laboratorios donde los supuestos expertos eran unos corruptos que falsificaban análisis para favorecer a sus proveedores.
El último laboratorio donde trabajé estaba en el puerto, y desde ahí veía pasar los barcos con mucha envidia”, recuerda Jorge Timossi.
P: Quería irse…
En esos años, Buenos Aires tenía una especie de muro que no dejaba ver América Latina. Yo empecé a reunirme con un grupo que hacía análisis político, juegos intelectuales.
Estaba Rodolfo Walsh, uno de los más grandes periodistas del continente y gran escritor de cuentos policiales; Paco Urondo y, entre otros, Quino y yo.
Entonces, cuando decidí dejar la química, tomar una mochila y ponerme a escribir y a viajar por América Latina, Rodolfo me dio la dirección de una oficina en Río de Janeiro, donde, si triunfaba la revolución cubana, iba a abrirse una agencia de noticias.
P: ¿Por dónde estuvo?
Estuve en Bolivia, tres meses en las minas de Oruro, una especie de infierno, donde los mineros se metían 90 metros bajo tierra por una semana para que sus familias, que vivían en cuevas, pudieran comer. Salían con pelotas, como de golf, verdes, en el cuerpo, por la humedad. Hice mi reportaje y lo mandé a esa dirección.
P: Usted ha hecho coberturas noticiosas muy importantes…
Una de mis primeras coberturas fue la de la invasión norteamericana a Santo Domingo, en el 65. A mí me ayudaban los revolucionarios de ese momento, que usaban unos corredores que había entre las casas para hostigar a los yanquis.
Pero, bueno, aquello fracasó.
Los yanquis habían fotografiado, desde aviones, cada milímetro de la República Dominicana.
P: ¿Usted estuvo expuesto?
Hubo momentos especiales, como cuando estábamos caminando con otro periodista y estalló una balacera impresionante.
Y lo único que pudimos hacer fue tirarnos en la oficina de una gasolinera.
Era el peor lugar del mundo (ríe).
Estábamos en el suelo con las manos en la cabeza mientras llovían los vidrios.
P: También estuvo en Chile.
Salvador Allende -éramos amigos- me pidió que fuera como corresponsal a Chile.
Estuve los tres años de su gobierno, hasta un día después del golpe.
Nuestra oficina estaba a tres cuadras de La Moneda y fue invadida por 50 soldaditos con bayonetas.
Por suerte, ellos tenían más miedo de nosotros. Yo he tenido mucha suerte en la vida, mucha, pero mucha suerte.
P: Aventuras así son impensables para Felipe, el personaje de Quino inspirado en usted.
Es cierto. Lo que pasa es que algunos tímidos, como Felipe o yo, tenían que ser audaces para imponerse a su timidez. Y me han salido locuras absolutas.
Recuerdo una: me fui a Marruecos, a una de las cumbres árabes de rechazo a Israel. Como no me dejaron entrar, decidí esperar al final y seguir a Arafat hasta su casa.
P: Un poco peligroso…
Yo iba en un taxi siguiendo su caravana y nadie se dio cuenta cuando entramos a la zona de seguridad donde vivía. Cuando llegué a su casa, entré y me senté.
Él estaba conversando con sus acólitos cuando pasó una vieja sirviendo té.
Yo alcé las manos para recibir la taza, ella me vio y dio un alarido.
Ahí me agarraron los guardaespaldas de Arafat, que eran enormes, y yo, con las patas en el aire, solo atiné a decir, ¡Arafat! Yo Cuba. Fidel. ¡Socorro!.
Hice una muy buena entrevista, pero jamás haría algo así otra vez.
P: Y Felipe tampoco…
En aquel grupo de amigos, Quino y yo éramos los más jóvenes, los más flacos y los más tímidos.
Él nunca hablaba, pero cada media hora lanzaba un chiste desopilante.
De lo que no nos habíamos dado cuenta era de que el chico nos observaba.
P: ¿Cuándo vio la historieta?
Cuando estuve en Argelia me cayó el primer cuadernito de Mafalda. Yo lo vi y pensé, aquí hay algo familiar.
Poco después, en Chile, me cayó una dirección suya y le mandé una tarjeta de presentación mía en la que le puse: Quino, confiesa, hijo de puta.
Y a vuelta de correo, me llegó un afiche con Felipito, que decía, justo a mí me toca ser como yo.
Cuando nos encontramos, en La Habana, empezó a decir, bueno, encontré en Timossi un modelo para Felipe, un tipo flaco, con unos graciosos dientecillos de conejo.
P: Pero usted no tiene dientecitos de conejo.
Bueh. Felipito envejeció.
P: ¿Y sigue siendo como él?
Claro. Me sigue gustando jugar a los cowboys y me enamoro de todas las mujeres. platónicamente.
Hicimos un libro juntos (Cuentecillos y otras alteraciones), de cuentos míos muy cortos ilustrados con dibujos de Felipito. Uno se llama “La araña” Dice, más o menos:
“Me quedó tan hermosa mi tela que ya no deseo que caiga en su fúlgida trama ninguna otra víctima más que yo”.
Es el ego. Ese le gustó.
http://lapupilainsomne.wordpress.com/2011/05/10/jorge-timossi-cuando-vi-al-felipito-de-quino-note-algo-familiar/#more-11835