Osel, el niño granadino que sorprendió al mundo cuando sólo tenía 6 años al ser identificado como la reencarnación del lama -el guía espiritual de los budistas- se ha convertido en un hombre de 24.
Recluido en un monasterio entre los 6 y los 18 años, Osel rompe ahora su silencio y confiesa a EL MUNDO que se siente "desnortado" tras una infancia "llena de sufrimiento".
El objeto que trae en el bolsillo derecho del pantalón -unas bermudas con estampado de camuflaje, muy hippies- es la mejor metáfora del momento vital en el que se encuentra.
Osel Hita Torres lo fabricó con sus propias manos hace cinco años, muy poco después de huir del Monasterio de Sera -cuna del budismo, ubicado en el sur de la India, uno de los refugios del exilio tibetano-, y de renunciar al nombre de Lama Tenzin Osel Rimpoché.
La identidad le fue dada en 1986 cuando, siendo él aún un mocoso y después de una exhaustiva búsqueda por todo el mundo, el propio Dalai Lama lo señaló como la reencarnación del venerable Lama Yeshe.
Aún no andaba cuando lo sacaron de su Bubión natal, en Granada, para que iniciara su inmersión en el budismo peregrinando por los centros de Europa y América.
Con seis años fue entronizado y enclaustrado en Sera, donde ha sido adorado como una divinidad y educado en la disciplina monacal más férrea. "Con 14 meses ya me habían reconocido y llevado a la India.
Me vistieron con un gorro amarillo, me sentaron en un trono, la gente me veneraba...
Me sacaron de mi familia y me metieron en una situación medieval en la que he sufrido muchísimo.
Era como vivir en una mentira", dice mientras juguetea con una hebra de hilo desprendida de su camiseta.
A los 14 meses fue identificado como reencarnación del lama Yeshe.
A los 18 años dijo basta, se quitó la túnica granate y azafrán y cruzó los muros del monasterio para perderse por el mundo, desapareciendo así de la escena pública. Hasta hoy.
El objeto que saca del bolsillo es una figura con forma de corazón que hace las veces de llavero. Su primera artesanía en cuero -explica-, tres capas de piel curtida, las puntadas con nudos internos para que, si una se rompe, no se desbarate la pieza, tres días de trabajo...
Un trabajo muy puntilloso para enmarcar la esfera central, que no es sino una brújula.
La aguja le marca claramente los puntos cardinales, pero Osel dice sentirse desnortado.
El amuleto, que siempre lleva consigo, le recuerda que aún busca su rumbo. "La infancia es el periodo más importante de la vida porque es cuando se forma la persona, y la mía fue frustrante y llena de sufrimiento.
Mi crecimiento se frenó y hay muchos aspectos en los que aún tengo que madurar: convivencia, sociabilidad, conocerme mejor y saber quién soy...
Muchas veces me sorprendo a mí mismo con reacciones en las que no me reconozco, sobre todo en las relaciones, que es donde realmente vemos nuestros colores".
[Se refiere a las relaciones con las chicas. Hasta los 18 años, sólo convivió con los 5.000 monjes del monasterio, todos varones. Ahora tiene pareja].
Ha fijado la entrevista en la céntrica Plaza de España, a las 12.30 de la mañana del miércoles. Se acerca puntual un joven de 24 años, estéticamente también rebelado contra su vida anterior.
En lugar del rasurado, luce melena larga, perilla y patillas pobladas, una camiseta desgastada y un par de zapatillas negras agujereadas, con más kilómetros de los que ha podido aguantar la tela.
Osel Hita lleva cinco años viviendo en Madrid, refugiado en una ciudad que le ha sido muy propicia para mantener el anonimato, circunstancia que trata de preservar con especial ahínco.
Mientras los medios de comunicación informaban erróneamente de que el llamado "niño lama español" estudiaba cine en Canadá, él volvía a casa con la silueta de una porra policial marcada en el costado tras participar en una manifestación contra la Guerra de Irak en la Puerta del Sol.
O hacía de discreto traductor en la conferencia de un maestro tibetano al que le había fallado el intérprete a última hora.
Puede, incluso, que usted lo haya obsequiado con alguna moneda creyéndole un artista callejero más.