Es lo malo que tiene cambiar de chaqueta en el último segundo, cuando un dictador amigo se da a la fuga.
El Gobierno francés se ha enmarañado en un sinfín de contradicciones por su posición de apoyo tácito, hasta el sábado, al tirano Ben Alí.
Y la oposición cargó exigiendo la dimisión de la ministra de Exteriores, Michèle Alliot-Marie, que había ofrecido la semana pasada formación antidisturbios al régimen de Túnez que estaba matando a civiles en las calles.
La cacofonía del Gobierno francés, además de deberse a las más de dos décadas de apoyo de París a Ben Alí, tiene su origen en dos patinazos: uno de Alliot-Marie ante la Asamblea Nacional, el 11 de enero, y otro el viernes por la noche, durante una reunión en el Elíseo.
El pasado día 11, cuando los policías de Ben Alí mataban en Túnez, la ministra de Exteriores propuso “el buen conocimiento de nuestras fuerzas de seguridad para resolver situaciones de este tipo”. Afirmó: “Proponemos actuar para que el derecho de manifestación sea compatible con la garantía de seguridad”, cosa que equivalía a un intento de apuntalar al régimen de Ben Alí.
El segundo patinazo es más divertido. El viernes por la noche, el presidente, Nicolas Sarkozy, organizó su primera gran reunión restringida para organizar el cambio de política. Pero tanto la canciller como el titular de Defensa (Alain Juppé), el ministro de Interior (Brice Hortefeux) y el portavoz del Gobierno (François Baroin) ya se habían ido de fin de semana a sus respectivas circunscripciones. Sarkozy se encolerizó.
Durante el día de hoy, la oposición cargó contra el Gobierno por su extraña posición con Túnez, y varias fuerzas de la izquierda, incluidos dirigentes del Partido Socialista, exigieron la dimisión de Alliot-Marie. La número uno socialista, Martine Aubry, matizó y dijo que la dimisión era un problema “de conciencia” de la ministra.
Esta compareció en comisión ante la Asamblea Nacional para quejarse de la “interpretación malintencionada” que se había dado, a su juicio, a sus palabras. No obstante, fue ella quien las reinterpretó: desmintió sólo que hubiera propuesto el envío de gendarmes, algo que nunca se le había reprochado. Sí se le reprochó la propuesta de envío de instructores franceses.
Lo que sí reconoció la ministra es que se había visto “sorprendida por la rapidez de esta revolución”. Y, giro mayúsculo en el Ejecutivo de París, por primera vez admitió que “los movimientos islamistas no estuvieron en primera línea”.
Las explicaciones no bastaron. El primer ministro, François Fillon, tuvo que intervenir también ante la Asamblea Nacional para apuntalar a su ministra. “Quiero expresar mi total confianza en Michèle Alliot-Marie y rechazar la utilización deshonesta que se hizo de sus comentarios”, dijo.
París prosiguió sus desesperados intentos de aparentar una política normal con Túnez. Después de varios días de declaraciones de aparente firmeza frente a los abultados fondos, cuentas bancarias y bienes inmobiliarios del clan Ben Alí en Francia, Fillon quiso dejar claro que Francia ya no propone material antidisturbios.
“El papel de Francia es acompañar a Túnez en el difícil camino de la democracia”, especialmente dando “asistencia” para futuras elecciones y facilitando más cooperación de Túnez con la Unión Europea, e incluso el estatuto de socio de la UE.
Por otra parte, un joven de 16 años se quemó a lo bonzo en Marsella, aunque las autoridades lo desvinculan de los intentos de suicidio por fuego en el Magreb.
Andrés Pérez / Público