Una madre de familia kosovar gitana de 47 años de edad y frágil condición física ha muerto en Kosovo, sólo un mes después de que ella y su familia fueran expulsados judicialmente de Alemania, donde habían residido once años.
La mujer llamada Borka, de la que sólo ha trascendido la inicial de su apellido (T), falleció de una hemorragia cerebral. Pertenecía al colectivo de 10.500 refugiados gitanos de Kosovo que Alemania ha comenzado a expulsar, en cumplimiento de un acuerdo alcanzado en abril con el llamado gobierno de aquel territorio.
La familia de Borka T. fue abordada por la policía la madrugada del 7 de diciembre en su casa de la localidad de Mayen, un pueblo cercano a Coblenza, en la región de Renania Palatinado. Se les dio treinta minutos para hacer el equipaje antes de conducirlos al aeropuerto de Dusseldorf, donde fueron metidos en un avión con destino a Pristina, la capital de Kosovo.
Era la primera tanda de los cerca de 300 gitanos kosovares que han sido expulsados. La escena se repitió con otro grupo el 9 de diciembre. Otros miles esperan similar destino. A todos ellos se les denegó en su día la solicitud de asilo en Alemania.
La mujer estaba aquejada de “trastornos postraumáticos, neuralgia y depresión”, como resultado de las experiencias vividas en Kosovo en 1999. En el verano de aquel año, concluida la guerra humanitaria de la OTAN en los Balcanes, los albaneses de Kosovo destruyeron 70 de los 73 pueblos y barrios gitanos del territorio.
“Entre malos tratos, torturas, violaciones y asesinatos, se expulsó del territorio al80% de los gitanos kosovares, en presencia de las tropas de la OTAN, incluidas las alemanas”, recuerda la sección alemana de la oenegé Sociedad para los Pueblos Amenazados (GfbV).
Las lesiones de Borka datan de entonces, cuando la mujer fue testigo del incendio de su casa en la ciudad de Mitrovica, de la muerte de un hijo, así como de la de muchos vecinos y parientes, explica Jens Dieckmann, letrado de Bonn que fue el abogado de la familia mientras residió en Alemania.
“Los albaneses expulsaron a la familia de la señora junto con otros gitanos de Mitrovica, acusándoles de colaboración con los serbios –explica Dieckmann–.
Desde aquella huida mi cliente sufría disfunciones de estrés postraumático, por lo que recibía constante tratamiento médico en Alemania, gracias al apoyo de Caritas”.
La familia, de tres miembros, llegó a Alemania en 1999. El hijo del matrimonio, Avdil, que tenía dos años al llegar, se adaptó por completo al nuevo país. Aprendió alemán y estaba considerado un buen alumno por sus profesores.
De un día para otro, el adolescente se ha encontrado viviendo en la barraca de unos familiares en el sur de Serbia, durmiendo en el suelo, carente de agua corriente y servicios, y sin la menor posibilidad de ir a una escuela.
El 7 de diciembre la familia se vio en el aeropuerto de Pristina, con 200 euros en el bolsillo. Borka sufrió un ataque allí mismo.
El dinero se lo gastaron en un taxi que les llevó al sur de Serbia, residencia de los citados parientes, porque la mujer no quería oír hablar de regresar a Mitrovica. Un mes después, falleció por una hemorragia cerebral.
Los médicos de Caritas que le atendieron en Alemania relacionan la muerte de Borka con la interrupción de la medicación que tomaba en el país de acogida, imposible de adquirir en Kosovo y habían advertido de esta circunstancia.
“La administración de Mayen debería haber comprobado nuestro diagnóstico; en lugar de eso, el médico se limitó a confirmar que podía viajar en un avión”, dice Markus Göpfert, director del servicio de emigración de Caritas.
La noticia de la muerte de lamujer es “terrible e indignante” dice el abogado Jens Dieckmann, que presenció como Borka suplicaba con lágrimas en los ojos a los jueces de Tréveris que no la mandaran de nuevo a Kosovo, mientras relataba lo que la familia había pasado allá en 1999.
Un informe del consejo de Europa describe el actual Kosovo como “un territorio dominado por las mafias y el crimen organizado”, cuyo primer ministro, Hashim Thaci, ha sido acusado de dirigir una organización que comerciaba con los órganos de prisioneros para ser usados en trasplantes.
Los prisioneros eran bien alimentados durante una temporada y posteriormente ejecutados en una villa de Albania, donde se les extraían los órganos.
La expulsión de Alemania de los 10.500 gitanos y varios cientos de miembros de otras minorías étnicas de Kosovo ha sido vivamente desaconsejada por las Naciones Unidas, el Parlamento Europeo, la Unión Europea y el Consejo de Europa.
En primavera, la Conferencia Episcopal Alemana se pronunció en contra y el presidente de la Comisión de derechos humanos de la ONU publicó un articulo en el diario Frankfurter Rundschau advirtiendo de las consecuencias de devolución a Kosovo de personas totalmente indefensas.
Tilman Zülch, secretario general de la Sociedad para los Pueblos Amenazados, dice que tras la adopción de 2,5 millones de alemanes rusos, 200.000 judíos de la exURSS y, recientemente, de 2.500 cristianos de Iraq, Alemania podría asumir perfectamente el contingente de refugiados gitanos y expulsados de Kosovo.
“Es irritante el escándalo mediático que se ha organizado por la expulsión de gitanos de Sarkozy y la indiferencia que rodea en Alemania a este caso”, dice Zülch.
Para el abogado Dieckmann las expulsiones francesas son jurídicamente aun más disparatadas que las alemanas, pues afectaron a gitanos de países miembros de la UE, como Rumanía y Bulgaria y carecen por completo de base legal.
“Aquí se trata de gente que vivía en Mitrovica, y ni Kosovo ni Serbia forman parte de la UE”, señala el letrado.
Rafael Poch