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Los soldados que participan en las guerras del Imperio tendrán una muerte lenta y prematura por culpa de la contaminación radioactiva.

(Extracto del artículo"Armas de Aerosol y Electromagnéticas en La Era de La Guerra Nuclear" por Amy Worthington, en Global Research) 

El armamento radioactivo, declarado ilegal e inmoral por la totalidad del mundo civilizado, se ha empleado por el Pentágono en la Tormenta del Desierto, la campaña de los Balcanes y las guerras de ocupación contra Afganistán e Irak. Pocos americanos entienden el alcance de la carnicería infligida en su nombre en todo el planeta.
Por propia definición científica, los misiles, los penetradores de tanques y las bombas reventadoras de bunkers puestas en acción en Irak y Afganistán por USA y las fuerzas británicas en la así-llamada “guerra contra el terror” son armas nucleares. Los restos del armamento radioactivo no se dispersa sino que queda en la atmósfera organotóxica, mutagénica y carcinogénica para todo ser viviente por el intervalo de 4.5 miles de millones de años.
El cuarto de millón de miembros de las Fuerzas de USA y Gran Bretaña que han ayudado al Pentágono a provocar este holocausto también se enfrentan inevitablemente a una lenta muerte radiológica. Desde 2001 las tropas de coalición han inhalado e ingerido millones de partículas invisibles de uranio cerámico que emiten radiación alfa, beta y gama, así como envenena los pulmones, sangre, riñones, linfa y huesos. La exposición a la radiación de una sola partícula alfa de U-238 (uranio) es cien veces la dosis permitida para todo el cuerpo durante un año según los estándares internaciones.
A medida que el uranio se degrada en isótopos, se hace más radioactivo, causando la destrucción de las células y la destrucción de los órganos y aumenta a medida que pasa el tiempo. La contaminación por uranio lleva a la incapacitación total y a desórdenes del sistema multiorgánico idénticos a las enfermedades sufridas por miles de soldados y víctimas de la Guerra del Golfo I. Los fluidos corporales envenenados con isótopos de uranio enferman a las esposas y se encuentran en sus descendientes, convirtiendo esa guerra en una Armagedón genético.
A pesar de las negativas poco ingeniosas sobre el mínimo daño biológico resultante de la guerra atómica, el Pentágono sabe demasiado bien cual es la realidad del armamento de uranio en virtud de sus propios estudios durante 60 años. Documentos propios del Pentágono confirman que la elite militar de América conscientemente ha expuesto a sus propias tropas a niveles peligrosos de radiación. Las enfermedades resultantes de los que ahora regresan de la zona de guerra ya está siendo objeto de titulares de la prensa.
Dado que los señores del complejo militar-industrial envenenan descaradamente las mismas raíces que hacen sus juegos de guerra posible, debemos concluir lógicamente que no hay nada que no pudieran hacernos al resto de los ciudadanos de forma secreta y sádica. Los oficiales militares mienten reiterada y perniciosamente sobre las operaciones de chemtrail de la misma forma que lo hacen a cerca de los efectos del armamento nuclear. Si la gente considerara toda la documentación científica en relación a los chemtrails y las armas nucleares entenderían que estamos todos en un peligro mortal.

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