Pepe Cervera
Si como animales inteligentes nuestra ventaja adaptativa principal es el conocimiento, la prevalencia de creencias supersticiosas resultaría incomprensible desde el punto de vista adaptativo. Si, como nos dice la ciencia, romper un espejo no trae 7 años de mala suerte, ni un gato negro en nuestra presencia nos profetiza inminentes catástrofes, quienes sostienen estas creencias absurdas y guían su vida por ellas deberían tener menos éxito reproductivo a largo plazo.
Y sin embargo la superstición abunda: en todas las culturas y sin meternos en el ámbito puramente religioso hay creencias absurdas, asociaciones sorprendentes entre causa y efecto, pequeños ceremoniales ridículos, reglas incomprensibles. Esta llamativa prevalencia de la superstición podría explicarse con facilidad con el estudio comentado por un algo perplejo Ben Goldacre, campeón de la lucha contra la paraciencia en el Reino Unido: resulta que ser supersticioso mejora el rendimiento al realizar ciertas tareas. La superstición puede ser adaptativa.
Psicólogos experimentales dieron a una serie de cobayas humanos —estudiantes de primer ciclo, el ratón blanco de la psicología— una serie de tareas como jugar al golf o con uno de esos juegos de mano con numerosas bolitas que hay que meter en agujeros. Los estudiantes fueron interrogados antes sobre su creencia en la buena suerte, y al realizar las tareas se les indicó —o no— que la bola, o el juego que estaban usando tenía buena o mala suerte. En posteriores experimentos se solicitaron estudiantes que tuviesen amuletos de la suerte personales, y se les sometió a pruebas con o sin el amuleto presente.
Los resultados fueron claros: había una pequeña, pero marcada mejora en el rendimiento de los estudiantes que creían que su bola, o su juego, tenía buen fario, mientras que aquellos asignados a juegos gafados rendían peor. Quienes tenían su amuleto a mano hacían mejor las cosas, y además eran más ambiciosos en sus objetivos. Claramente creer en que tienes buena suerte mejora, como mínimo, la autoconfianza. Ser supersticioso puede, por tanto, ayudar a realizar tareas mejor.
Por supuesto, la tanda de experimentos no carece de factores criticables. Por supuesto, la muestra era pequeña, y hace falta más análisis, por ejemplo para tratar de separar el efecto del aumento de confianza de otros posibles factores. Pero en el fondo que la superstición pueda resultar adaptativa tampoco es tan extraño: en situaciones de peligro en las que domina la duda sobre qué es mejor hacer es mejor una respuesta, aunque no sea racional, que no tener ninguna.
Nuestro cerebro es una máquina de establecer relaciones causa-efecto, y en ausencia de datos prefiere crear estas relaciones —aunque no tengan base real— que dejar la pregunta sin respuesta. Y para la acción, la confianza en uno mismo es decisiva, así que cualquier factor —por irracional que resulte— que proporcione esa confianza mejorará las posibilidades de sobrevivir.
El problema de la superstición no es tanto que resulte perniciosa, como que se extiende para ocupar el terreno que debiera pertenecer al raciocinio. Tener creencias absurdas es mejor que nada, pero es peor que saber de verdad.Tal vez la superstición sea adaptativa, pero sin ninguna duda la ciencia lo es más.
Visto en Retiario vía Perogrullo. Foto de My Buffo.
Si como animales inteligentes nuestra ventaja adaptativa principal es el conocimiento, la prevalencia de creencias supersticiosas resultaría incomprensible desde el punto de vista adaptativo. Si, como nos dice la ciencia, romper un espejo no trae 7 años de mala suerte, ni un gato negro en nuestra presencia nos profetiza inminentes catástrofes, quienes sostienen estas creencias absurdas y guían su vida por ellas deberían tener menos éxito reproductivo a largo plazo.
Y sin embargo la superstición abunda: en todas las culturas y sin meternos en el ámbito puramente religioso hay creencias absurdas, asociaciones sorprendentes entre causa y efecto, pequeños ceremoniales ridículos, reglas incomprensibles. Esta llamativa prevalencia de la superstición podría explicarse con facilidad con el estudio comentado por un algo perplejo Ben Goldacre, campeón de la lucha contra la paraciencia en el Reino Unido: resulta que ser supersticioso mejora el rendimiento al realizar ciertas tareas. La superstición puede ser adaptativa.
Psicólogos experimentales dieron a una serie de cobayas humanos —estudiantes de primer ciclo, el ratón blanco de la psicología— una serie de tareas como jugar al golf o con uno de esos juegos de mano con numerosas bolitas que hay que meter en agujeros. Los estudiantes fueron interrogados antes sobre su creencia en la buena suerte, y al realizar las tareas se les indicó —o no— que la bola, o el juego que estaban usando tenía buena o mala suerte. En posteriores experimentos se solicitaron estudiantes que tuviesen amuletos de la suerte personales, y se les sometió a pruebas con o sin el amuleto presente.
Los resultados fueron claros: había una pequeña, pero marcada mejora en el rendimiento de los estudiantes que creían que su bola, o su juego, tenía buen fario, mientras que aquellos asignados a juegos gafados rendían peor. Quienes tenían su amuleto a mano hacían mejor las cosas, y además eran más ambiciosos en sus objetivos. Claramente creer en que tienes buena suerte mejora, como mínimo, la autoconfianza. Ser supersticioso puede, por tanto, ayudar a realizar tareas mejor.
Por supuesto, la tanda de experimentos no carece de factores criticables. Por supuesto, la muestra era pequeña, y hace falta más análisis, por ejemplo para tratar de separar el efecto del aumento de confianza de otros posibles factores. Pero en el fondo que la superstición pueda resultar adaptativa tampoco es tan extraño: en situaciones de peligro en las que domina la duda sobre qué es mejor hacer es mejor una respuesta, aunque no sea racional, que no tener ninguna.
Nuestro cerebro es una máquina de establecer relaciones causa-efecto, y en ausencia de datos prefiere crear estas relaciones —aunque no tengan base real— que dejar la pregunta sin respuesta. Y para la acción, la confianza en uno mismo es decisiva, así que cualquier factor —por irracional que resulte— que proporcione esa confianza mejorará las posibilidades de sobrevivir.
El problema de la superstición no es tanto que resulte perniciosa, como que se extiende para ocupar el terreno que debiera pertenecer al raciocinio. Tener creencias absurdas es mejor que nada, pero es peor que saber de verdad.Tal vez la superstición sea adaptativa, pero sin ninguna duda la ciencia lo es más.
Visto en Retiario vía Perogrullo. Foto de My Buffo.