Una espesa neblina amaneció sobre Diriamba, haciendo borrosas las casas y grises las siluetas de la gente que ese viernes, 11 de noviembre de 1960, se disponía a sus tareas cotidianas.
Los tramos del mercado fueron abiertos con la misma puntualidad, la panadería vendió sus variedades, la leche terminó temprano, los vendedores ambulantes ensayaron sus pregones en la calle, los maestros hacían tiempo a sus alumnos, y los obreros y oficinistas se dirigían a sus trabajos.
Cerca del parque, la Sanidad, la Alcaldía y el Correo iniciaron sus labores, y el cuartel de la Guardia Nacional no tuvo que abrir sus puertas, porque nunca las cerraba.
Aparte de ser una mañana más fría y brumosa que de costumbre, nada presagiaba que algo espectacular alteraría ese día la calma rutinaria de la ciudad, de la vecina Jinotepe, y de la nación entera, sin embargo, la conspiración estaba en marcha, y su estallido era cosa de horas.
Don Rafael López Nicaragua, uno de los pocos combatientes que sobreviven 50 años después de la toma de los cuarteles de Jinotepe y de Diriamba recuerda aquellos sucesos: “Un domingo nos reunimos un grupo de jóvenes en Santa Gertrudis, finca ubicada entre Diriamba y Las Esquinas.
Allí estuvimos Julio Rocha Idiáquez, Vidal Jirón, Livio Bendaña, Francisco Gutiérrez Medina, Arnoldo Díaz, Herty Lewites, Fernando y Edmundo Chamorro Rappaccioli, y este servidor. Supimos que la rebelión sería generalizada en toda la república para sacar a Somoza del poder.
Todos juramos ir hasta el final, y cada uno asumió la tarea de reclutar a un combatiente. La macolla por persona era de cinco, lo que nos daría un total de cuarenta y cinco hombres.
Lo mismo harían en Managua, Jinotepe, Granada, y Rivas...”
“Fernando Chamorro era el enlace con los dirigentes opositores de León, y Edmundo atendía el sector de Carazo, que coordinaba con Herty Lewites y Manrique Zavala, de Granada.
Nos entrenábamos en los cafetales de San Vicente, finca de don Reynaldo Lacayo. Habíamos comprado un rifle Garand, y teníamos una vieja ametralladora M3.
Aprendimos lo básico, porque ninguno de nosotros era militar. Un día, a las siete de la noche, Mundo, su otro hermano, Silvio, y tu servidor, salimos en el Lund Rover para Rivas, donde Mundo se reunió y le dio un dinero a Manuel Pastora, quien era el enlace que había metido las armas que Indalecio Pastora dejó enterradas en Costa Rica, todas sarrosas.
De allí nos fuimos para Sapoá, cerca de la frontera tica, hasta llegar a un lugar donde nos detuvimos, levanté la capota del jeep y fingí que estaba reparando…”
“Después que confirmamos que no había señales de peligro, nos metimos en una montañita donde estaban dos hombres y un chavalo con tres mulas.
Ya habían descargado los sacos con las armas y las municiones.
Los montamos al jeep y nos regresamos a Diriamba. Era un invierno crudo, y como a las dos de la mañana, pasamos frente al cuartel de la Guardia en Jinotepe, con el Land Rover hasta la joroba de armas; llegamos a la casa de los Chamorro, metimos el jeep, bajamos las armas y las escondimos.
Eso fue como un mes antes del 11 de noviembre. Después, una noche nos reunimos en Diriamba, en la casa de Julio Rocha, donde acordamos que atacaríamos el 11 de noviembre…”
El asalto al cuartel de Jinotepe
Antes de las tres de la tarde del 11 de noviembre, de la residencia de los Chamorro Rappaccioli salió una camioneta de tina, donde, cubiertas con una alfombra, van seis ametralladoras M-3, una sub ametralladora Thompson, varios fusiles Mausser, y una carabina San Cristóbal, hecha en República Dominicana, en tiempos de Trujillo.
El vehículo lo conduce Silvio Chamorro, acompañado de sus hermanos Edmundo, Fernando y Emiliano. Las armas las trasladan a la finca San Ramiro, en las afueras de Dolores, entre Diriamba y Jinotepe. De ser interceptados por la Guardia, deben fajarse a balazos.
Antes, Fernando, el “Negro” Chamorro, había trasladado allí a varios diriambinos, entre ellos a César López, el “Manudo”, hermano de don Rafael.
Herty Lewites había llevado gente de Jinotepe. A las tres de la tarde catorce hombres estaban listos para iniciar la rebelión.
Minutos después de las cuatro, los estruendos de fusilería de los insurgentes despedazaron la bucólica calma de la población jinotepina.
En zafarrancho de combate, los alzados saltaron de la camioneta, y penetraron al cuartel de la G. N. por las puertas del costado sur, provocando las primeras bajas de alistados, mientras los demás, impulsados por la ebullición de sus adrenalinas, lograron armarse, desatándose una encarnizada y estridente balacera adentro de las actuales instalaciones de la UNAN-Carazo, donde combatían Edmundo, Silvio y Fernando Chamorro, Vidal Jirón, Carmen Rosales, Rafael López, Orlando del Carmen, Diego Manuel Robles, y otros insurrectos.
De manera simultánea, en otro vehículo, Julio Rocha, Reinaldo Rosales y otros alzados, siguieron hasta la Sala de Guardia, frente al parque, disparando contra el cuartel para neutralizar una ametralladora 30-30, ubicada en la azotea del torreón, mientras Emiliano Chamorro, Vladimir Flint, Plutarco Silva y otros, se parapetaron en la estación del ferrocarril, detrás del parque, disparando sus Mausser.
En el fragor del combate cayó Reinaldo Rosales.
Otros combatientes, entre ellos Auxiliadora Parrales y Lila Aguilar, se tomaron el Palacio Municipal, en el centro de la ciudad, donde estaba el correo, impidiendo que solicitaran refuerzos a Managua.
A los pocos minutos de combate fueron capturados el coronel Rodolfo Dorn, comandante de la plaza, el capitán Bernardo Mendieta, un teniente y dos sargentos.
El coronel Dorn fue obligado a ordenar la rendición de su tropa cuando Vidal Jirón, después de reducir a tres guardias que defendían el torreón, se apoderó de la 30-30, y desgajó una convincente ráfaga de 150 balazos que astillaron las posiciones de la guardia y doblegaron la arrogancia somocista.
Después de la rendición, los jefes rebeldes ocuparon el arsenal, armaron a sus combatientes, y los distribuyeron dentro y fuera del cuartel.
Algunos no sabían usar las armas, imprevisto que solucionaron obligando al sargento Herrera a que les enseñara los mecanismos de disparo, y hasta el arme y desarme de campaña.
Manrique Zavala se había incorporado con su gente, y unas seiscientas personas se acercaron al cuartel pidiendo armas para combatir, motivados por el antisomocismo arraigado en los nicaragüenses e inspirados en el reciente triunfo de la Revolución Cubana.
La noticia de la rendición de la guardia corrió como reguero de pólvora por la ciudad y por el país, y fueron capturados muchos somocistas, incluido el alcalde, Mario Arana Román.
La población daba refrescos y comida a los alzados, mientras los jefes del movimiento organizaban la defensa de la ciudad, pero no tenían ninguna noticia de los alzamientos previstos en el resto del país.
El asalto al cuartel de Diriamba
Después de quedar la plaza de Jinotepe bajo las órdenes de los insurrectos, las miras de los fusiles apuntaron hacia Diriamba, emblemática ciudad del altiplano de los pueblos, cuna de Diriangén y El Güegüense, símbolos de la resistencia del pueblo nicaragüense. Hacia allá se dirigieron los Chamorro y otros alzados, armados con rifles calibre 30, Browning y granadas de mano.
Al llegar a la ciudad, se unió un grupo que esperaba su oportunidad para combatir a la Guardia.
Con rápidos y envolventes movimientos militares se apoderaron del cuartel, apresaron a la guarnición, y tomaron posiciones en los edificios vecinos, asegurando una amplia cobertura visual y de movimientos para enfrentar la inevitable respuesta de la elite militar de la dictadura, concentrada en el Batallón de Combate “General Somoza”.
El contraataque de la Guardia Nacional
A las seis y media de la tarde se oyeron las sirenas de tres radiopatrullas al mando del mayor Guillermo Sánchez Roiz, las que fueron recibidas a balazos por los hombres apostados en el costado derecho de la Basílica de San Sebastián y en los edificios adyacentes. Aquí se dieron las primeras bajas de la guardia.
El mayor Sánchez logró penetrar a las oficinas del Correo y desde allí, con un alistado, enfrentó a los insurgentes y solicitó refuerzos a la Loma de Tiscapa.
Al poco tiempo los aviones de la Fuerza Aérea de Nicaragua, hicieran sus primeros vuelos de reconocimiento.
Una humillación de semejante calibre, contra la “invicta” Guardia Nacional exigía la inmediata recuperación de los cuarteles a cualquier costo.
El alto mando militar ordenó al capitán Fernando Guadalupe Ocón Matus la reconquista de Diriamba, y al capitán José Fanor Cruz, la de Jinotepe.
El capitán Ocón salió hacia Diriamba a las siete de la noche, con cuatro transportes, en los que viajaban 5 oficiales y 120 alistados del Batallón de Combate General Somoza, con los que organizó 4 pelotones de 30 listados: 3 de infantería y 1 de Comunicaciones.
El grupo de exploración llevaba motociclistas, un carro patrulla de enlace con las tropas, un pelotón de infantería de punta de vanguardia, seguido por otro de infantería. Al centro de la columna iba el pelotón de trasmisiones, y en la retaguardia otro de infantería.
La punta de Vanguardia iba comandada por el subteniente Jacobo Ortegaray; el pelotón de Trasmisiones, por el teniente Alberto Luna; y el de Retaguardia por el subteniente Orlando Taleno.
El teniente Sebastián López estaba de segundo al mando, con un sargento primero, un operador de radio, y cuatro rasos para mensajeros y enlaces.
En Las Esquinas reorganizaron las tropas: cada pelotón y grupo de mando tendría cinco fusileros, equipados con radios, serían exploradores y facilitarían las trasmisiones. Luego iría un agente de enlace, seguido por un pelotón de infantería al mando del subteniente René Barberena, y después otro pelotón de infantería.
La marcha fue a paso forzado sobre la cinta de asfalto, donde al unísono retumbaban las botas militares, acompañadas de los resoplidos de los soldados, que en la oscuridad semejaban el desplazamiento de una gigantesca serpiente prehistórica y sanguinaria desplazándose hacia Diriamba, con la premeditada intención de despedazar a los combatientes que se habían tomado la Capital del Mundo, como la llaman los diriambinos.
En las cercanías de la hacienda La Palmera, el ofidio gigantesco fue alcanzado por los carros blindados, proveyéndolos de un equipo de radio a cada uno, y asegurando la comunicación entre la tropa y los carros, cautela más que justificada, pues la guardia sabía del arrojo de los revolucionarios, pero no la cantidad que se había apoderado y empoderado de Diriamba.
Y entraron a la ciudad: uno de los blindados, protegiendo a un pelotón de infantería, se dirigió hacia la torre del reloj, donde creían que había francotiradores; otro blindado dobló en la esquina del Teatro González, hacia el Oeste, en dirección al cuartel, protegiendo a otro pelotón de infantería; detrás iba el grupo de mando, el pelotón de Trasmisiones y el pelotón de reserva, quien dobló hacia la calle del Hotel Majestic, rumbo al cuartel, donde minutos después ocurrirían encarnizados combates.
COMBATES EN DIRIAMBA
A las diez de la noche, bajo un torrencial aguacero y sin energía eléctrica, se desató la balacera en la ciudad. Los tanques blindados circulaban por las calles disparando su artillería contra los puntos fuertes de los rebeldes, mientras en los barrios de la Estación, el camino a Santa Cecilia, la entrada a Diriamba, y los linderos de la finca de Mincho Parrales, los guerrilleros combatían con arrojo y valentía, pero la superioridad en armamento y avituallamiento de las Compañías del Batallón de Combate poco a poco estableció las diferencias, quedando en evidencia que la “invicta guardia nacional” -como la llamaba Somoza- no era invencible.
El capitán Ocón desalojó del cuartel a los alzados, capturándoles una ametralladora Browning calibre 30, iniciando un ataque feroz contra el edificio de la alcaldía, y otros donde estaban parapetados los insurgentes.
Barberena combatió con sus hombres en el costado derecho de la Basílica, irrumpiendo violentamente en las casas desde donde eran repelidos con ráfagas de ametralladoras. En medio del zafarrancho de combate, grupos de rebeldes, fugándose por los tejados, se retiraron hacia Dolores.
Dos de ellos, Acevedo y Morales, tomaron un jeep y a gran velocidad rompieron el cerco militar, se estrellaron contra una barricada de la guardia, saltaron del vehículo, y se metieron a unos cafetales.
Diez más eran perseguidos por patrullas de la guardia al mando del cabo Francisco Salguera. Después de agotar las municiones de sus ametralladoras ligeras, Juan Ramón González y César López se entregaron a la G.N. Don Rafael recuerda: “Cuando miramos que los Sherman se acercaban decidimos irnos al Instituto Pedagógico, llevándonos a los prisioneros, porque rifles contra tanques no se puede. Entonces, catorce combatientes nos refugiamos en las instalaciones del Pedagógico: Julio Rocha, Vidal Jirón, Edmundo, Fernando y Silvio Chamorro, Juan Morales Avilés (hermano de Angelita y del comandante Ricardo Morales Avilés), Pedro Blanco, José Vargas Gaitán, José Antonio Conrado, Telmo Vargas, Carlos Vicente Fuentes, Ronaldo Mendieta, Ricardo Vargas, y alguien de apellido Jarquín”.
A medianoche, la oscurana era interminable y el silencio más espeso que el aguacero. A esa hora, la guardia había recuperado la plaza de Diriamba.
En Jinotepe, el Dr. Diego Manuel Robles, que había quedado como jefe de la plaza, ordenó que patrullas rebeldes recorrieran las calles vigilando la ciudad. Los presos que hallaron en las ergástulas fueron liberados, y muchos de ellos se unieron a los insurrectos. Los guardias y oficiales fueron encerrados donde antes estaban sus prisioneros.
Ante el inminente contraataque de la guardia decidieron esperarla en las entradas de la ciudad. Varios francotiradores se parapetaron en la torre de la iglesia El Calvario, en la entrada de Nandaime; diez hombres más en la iglesia de San José, por si venían por los cafetales; otros diez, con mil tiros cada uno, fueron destacados en las torres de la parroquia, y el resto de hombres en el cuartel y en la Radio Cultural Carazo.
En la entrada de San Marcos sólo se colocaron dos hombres, pues no creyeron que podrían llegar por ese lado… ¡pero fue por allí que llegaron!
COMBATES EN JINOTEPE
El capitán Fanor Cruz, al mando de 1,200 guardias avanzó hacia San Marcos, donde esperó la llegada de tres tanques.
Mandó al teniente Carlos García, qepd, (ex directivo de la Federación Nicaragüense de Beisbol), con su pelotón para que entrara a Jinotepe por la línea férrea, y atacara por el flanco izquierdo el beneficio de café Santa Rosa, mientras el teniente Harry Pineda ocuparía la finca La Chaliapa.
El primer intercambio de balazos ocurrió a las cuatro de la mañana, cuando empezaron a disparar los francotiradores ubicados en la Radio Cultural Carazo, el cuartel y la casa de doña Amalia de Somoza.
La guardia concentró el ataque de su artillería pesada contra el cuartel, destruyendo sus paredes. El tanque conducido por el teniente Jairo Sánchez destrozó el torreón, desde donde los rebeldes disparaban su arma más pesada: la 30-30.
La desproporción del ataque obligó a los rebeldes a abrir un hueco en la parte trasera del cuartel, por donde escaparon, dejando a los guardias adentro, pues en tales circunstancias no podían llevárselos. Algunos ni siquiera quisieron llevarse sus rifles, pensando que yendo desarmados sería más difícil ser reconocidos.
Nueve guardias, arrastrándose, se acercaron al cuartel, y al ser avisados por lo que estaban adentro, que los rebeldes habían huido, cometieron la imprudencia de ponerse de pie, siendo acribillados por los francotiradores que disparaban desde la Radio.
Entonces empezó la persecución casa por casa. De la Radio huyeron Herty Lewites y Vladimir Flint; en la iglesia El Calvario capturaron a cuatro rebeldes, entre ellos, Manrique Zavala.
El periodista Alejandro Cordonero fue capturado en Masatepe. El Dr. Diego Manuel Robles fue detenido violentamente en la casa de Olga Navarrete por el teniente Carlos García. “Sólo nosotros, los catorce, quedamos en el corazón de Nicaragua, entrampados con ese ejército bestial que era la Guardia Nacional”
Mientras tanto, don Rafael relata lo que ocurría en el Pedagógico: “Allí los Hermanos Cristianos estaban exigiendo que nos fuéramos, entonces Mundo le dijo al Hermano Miguel que éramos nicaragüenses en guerra y que mejor se fuera para que no saliera lastimado.
Se ha dicho, de manera malintencionada, que secuestramos a los estudiantes que estaban internos. Eso no es cierto. Los chavalos salieron y comenzaron a echarnos vivas. Después nos llevaban comida, porque nos cortaron el agua y la luz, durante los tres días que estuvimos entrampados.
Lo que es cierto es que ellos nos salvaron la vida, porque la mayoría eran hijos de gente adinerada, si no la guardia se mete y nos mata a todos, porque estábamos rodeados, no había por donde salirnos, porque además la aviación y los helicópteros sobrevolaban las instalaciones del Pedagógico”.
“Al día siguiente, 12 de noviembre, llegó el padre Manuel Salazar y Espinoza y nos dice: -Vean muchachos, ríndanse, porque su Movimiento está fracasado. (A nosotros nos habían dicho que de Costa Rica entraría un pelotón y agarramos la vara).
En Rivas no hay nada, en Managua y León tampoco. (Todos los “héroes” se habían ido a la chingada, sólo nosotros, los catorce, quedamos en el corazón de Nicaragua, entrampado con un ejército bestial, que era la Guardia Nacional…”
“Somoza estaba acuartelado en la mansión de Ariel González, ubicada frente al Pedagógico, porque Ariel era amigazo de Tacho.
En las negociaciones yo salí tres veces, con Mundo y Fernando Chamorro, a platicar con el jodido, pero nada. Estaba arrecho. Nos ofreció que nos rindiéramos y que íbamos a ser juzgados.
La condición de nosotros era que nos diera salvoconductos para irnos. Él dijo que no, que tenía que establecer un precedente “porque son pencazos de guardias muertos y un montón de heridos, no hay salvoconductos, tengo que establecer un precedente…”. Sonriendo satisfecho agrega: “Somoza y el pueblo nicaragüense estaban claros que nosotros habíamos hecho añicos varios mitos en Nicaragua.
Por ejemplo, que la guardia no se rendía, y nosotros la hicimos rendirse con todo y su coronel que teníamos prisionero; otro mito era que la Reserva Civil era un ejército, pero ningún chapín llegó, porque ¡nosotros hicimos desaparecer a la reserva civil!” “Entonces pedimos a Monseñor Calderón y Padilla, de Matagalpa, porque era el único en quien confiaba Mundo.
Entonces llegó Monseñor, que era Conservador, y nos dijo: -Yo he andado oyendo las noticias de ustedes y no hay nada, olvídense del tal Indalecio (Pastora), olvídense de todo. -¿Cuáles son sus condiciones? – Que nos saquen, que nos vamos a la chingada. – ¿Y para dónde? – Para El Salvador. –
Miren, acabo de hacer un trato con Somoza de que la vida de ustedes va a ser respetada, que serán juzgados por una Corte Militar, no hay torturas ni represalias contra ustedes o sus familiares.
“Entonces fue que nos rendimos el 15 de noviembre. Nos trajeron a La Loma, y nos condenaron a 23 años de prisión. Además, amenazados con separarnos.
A mí me dijeron que cumpliría la condena en León. La intervención de Monseñor nos ayudó una vez más, porque él se fue a hablar con Somoza y logró que nos mantuvieran juntos.
LOS CAPTURADOS EN DIRIAMBA
Julio Rocha Idiáquez, Edmundo Fernando y Silvio Chamorro Rappaccioli, Rafael López Nicaragua, Reinaldo Mendieta Jarquín, Vidal Jirón, José Menocal, Juan Morales Avilés, Carlos Mendieta, Ricardo Vargas, José Antonio Conrado, José Vargas, y Carlos V. Fuentes. La Prensa del 28 de noviembre informó que ese día se entregó Emiliano Chamorro. “Fuimos condenados a 23 años de prisión. Allí, en La Loma, pasamos dos años y pico.
El 27 de mayo de 1963, Somoza decretó un indulto para nosotros. Así fue que salimos, con el orgullo de habernos enfrentado a balazos a Somoza.
EPÍLOGO
Julio Rocha Idiáquez, fue uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos en las filas del Diriangén, del que después fue su entrenador.
Fue Alcalde de Diriamba, y falleció de muerte natural. Tenía 73 años de edad. Fernando “el Negro” Chamorro siguió luchando contra la dictadura.
En 1978, con William “el Nene” Molina, Susy González, y otros guerrilleros sandinistas, dirigió los rocketazos contra las instalaciones de la EEBI. Después del triunfo sandinista se unió a la contrarrevolución.
Falleció en 1994, a los 61 años de edad. Ricardo Vargas (Bucheña) se unió a la guerrilla sandinista, donde fue conocido como Comandante Róger.
Cayó combatiendo, junto a otros diriambinos, en el Frente Sur “Benjamín Zeledón”.
Edmundo Chamorro falleció de muerte natural, y su hermano, Silvio, falleció de ataque cardíaco… un 11 de noviembre. A los hermanos Chamorro Rapaccioli sólo les sobrevive Emiliano.
Nota:
Por razones de tiempo no pude contactar a otros sobrevivientes, ni saber más de los que nos han antecedido hacia la vida eterna. A todos, mi respeto y admiración.
Bibliografía 1. Entre Sandino y Fonseca. 2ª. Edición. Chuno Blandón. 2. Diario La Prensa (Ediciones posteriores al 11 de noviembre de 1960). 3. Diario Novedades (Ediciones posteriores al 11 de noviembre de 1960). 4. Testimonio de don Rafael López Nicaragua. 5. Fotografías de los hechos, cortesía del IHNCA-UCA.
……………………………………………………………
ASI VIVI LA TOMA AL CUARTEL DE JINOTEPE Y DIRIAMBA.
A la memoria de Rafael López (“Rafailito Negro”) actor determinante en la acción armada contra la dictadura somocista fallecido horas atrás.
Henry Briceño Portocarrero.
Un día como hoy, 11 de noviembre de 1960, se dieron los ataques armados al cuartel de Jinotepe y Diriamba en el Departamento de Carazo. Hace 57 años. Así viví ese y los restantes días. Aquí voy…
Regresaba de clases, eran tiempos cuando en la Escuela Pública –primaria- se estudiaba de ocho a once de la mañana y de dos a cuatro de la tarde. Arribé al reloj de Diriamba como a las cuatro y media de la tarde y encontré una inusual reunión de personas conocidas y desconocidas entrelazados con taxistas cuya “parada” –de taxis- era precisamente la orilla sur del reloj Diriambino.
No puse atención a la alharaca pero antes de llegar a la iglesia San Caralampio miré a varios camiones del otrora Departamento de Carreteras –amarillos- penetrar con procedencia de Jinotepe. ¡Viva la revolución! Gritó Julio Rocha Idiáquez (El Negro Julio) con un fusil en mano levantado desde la parte trasera del primer camión que ingresó.
Le reconocí puesto que el “Negro Julio” visitaba la casa de mi madre frecuentemente, Rafael López-Rafailito negro-, los hermanos Chamorros (Edmundo y Fernando), Vidal Jirón, Herty Lewites y tantos otros jinotepinos y diriambinos que pusieron en “jaque” a la Dictadura Somocista.
Minutos después mi madre -q.e.p.d.- me tomó del brazo y me condujo bajo la cama.
Vivíamos a orilla de la desaparecida gasolinera Esso, a escasos cien metros al este del reloj. La casa de dos pisos permitía observar el tráfico vehicular y de transeúntes.
A pocos minutos que ingresaron los insurreccionados a Diriamba disparos y gritos coincidente de vecinos: ¡se están tomando el Cuartel!, en efecto, hubo resistencia por parte de la Guardia Somocista pero al final sucumbieron ante la embestida de jóvenes dispuestos a darlo todo por un objetivo.
Las noticias corren rápido en los pueblos aun ante la ausencia de celulares e Internet. Jinotepe había sido tomado su cuartel por un grupo de hombres y mujeres que habían comenzado a hacer historia en Nicaragua. Cuentan protagonistas y testigos jinotepinos que los rebeldes atacaron de diversos flancos.
De la estación del ferrocarril, del otrora banco nicaragüense y de la Radio local. Tres frentes de ataque y la sorpresa fueron suficientes.
Si bien es cierto se dio el intercambio de disparos y la ametralladora empotrada en el torreón del cuartel que aún existe fue rápidamente neutralizada por el propio Vidal Jirón, un fornido Diriambino capaz de domar, con sus propias manos, un brioso toro en la barrera popular durante las fiestas patronales de San Sebastián en la tierra del Gueguense.
Los hermanos Rosales, Carmen y Reynaldo, este último, cayó con su cabeza destrozada por un balazo disparado por un guardia en pleno patio del cuartel jinotepino.
En casa de la familia Vásquez, a escasos metros al este del mismo cuartel, colindante con la famosa cantina de “Caremacho”, un Guardia Nacional fue muerto por disparos de los alzados en armas. Un viejo piano fue testigo de la caída del GN.
Lila Aguilar (QEPD), con pistola al cinto, ya tomado el cuartel de Jinotepe, retó al Teniente Vélez a liarse a balazos, este no aceptó el reto y de forma poco valiente aceptó una rendición sin condiciones, el Mayor Rodolfo Dorn, Jefe de la Plaza, un señor chele, gordo, tampoco resistió la embestida y el Cuartel en pocos minutos cayó en manos de los valientes ciudadanos.
Auxiliadora Parrales conocida como “la Chilo Parrales” también disparó en esta ocasión. A esta extraordinaria mujer, muchos años después -1978- le miraría en Costa Rica, en el “Barrio la Soledad”, cocinando, barriendo, lavando ropa de cama y de combatientes, en “Casa de Seguridad”, atendía patrióticamente a miembros del Frente Sur “Benjamín Zeledón”, de la Columna internacionalista “Victoriano Lorenzo”, “Simón Bolívar” y “Juan Santamaría de Panamá, Venezuela y Costa Rica respectivamente de cara a la insurrección nacional para dar al traste con la dinastía somocista.
La Chilo Parrales al igual que Lila Aguilar, ese once de noviembre de 1960, brindaron una hermosa lección y sin duda sirvieron de inspiración a muchas mujeres de Jinotepe y Diriamba y vale la pena citar a Arlen Siú y Angelita Morales Avilés hermana, ésta última, del inolvidable hermano Ricardo Morales Avilés. Parrales y Aguilar, durante la acción armada del 11 de noviembre jugaron un papel importante al tomarse el Palacio Municipal Jinotepino donde funcionaba el servicio de comunicaciones y aislaron a Carazo de Managua. Cero comunicaciones con el Dictador Somoza.
Curioso, en 1979 otras mujeres encabezada por Mónica Baltodano dispararían contra reductos de guardias somocistas en ese Palacio Municipal tomándolo vía armas del pueblo declarando a Jinotepe territorio liberado. Así se ha hecho la historia de Nicaragua.
Esa noche del once de noviembre de 1960 nadie durmió en todo el departamento de Carazo. Un “toque de queda” sin anunciarse fue lo que se observó por calles y avenidas de Diriamba y Jinotepe. Muchísimas especulaciones durante la larga noche y la curiosidad infantil de turno desde un segundo piso de un edificio que aún existe en Diriamba observaba en silencio lo que ocurría en esa negra noche Diriambina.
Teléfono antiguo sin comunicación y al tan solo el amanecer del doce de noviembre los comentarios que la guardia somocista ya estaba con sus tanques, infantería y aviación rondando los cielos caraceños y preparándose para recuperar los cuarteles de Diriamba y Jinotepe. La guardia somocista penetró a Jinotepe por “Santa Rosa”, un viejo beneficio de café, hizo los primeros disparos de tanqueta y la retirada de los armados se realizó por la parte oeste del Comando.
Al medio día del doce de noviembre la guardia logró penetrar no solo a Jinotepe sino también a Diriamba. La población tímida ante la presencia de la guardia somocista. “los muchachos se están refugiando en el Colegio Pedagógico” -muy famoso en Diriamba-. La acción armada marcó un punto de partida más contra el régimen somocista. Del Pedagógico a la cárcel a purgar condenas. Tiempo después fueron liberados pero jamás domados.
Según conocedores del suceso otros departamentos del país que participarían en este levantamiento armado contra la dictadura somocista fallaron y no actuaron de forma coordinados con los caraceños y esto hizo que Somoza enfocara toda su gendarmería contra los jinotepinos y diriambinos que sí supieron cumplir la orden establecida.
Esa orden después el FSLN autentico -imposible el supuesto de hoy- la cumplió cabalmente en la toma a la casa de Chema Castillo aquel viernes 27 de diciembre de 1974 y 22 de agosto de 1978 cuando la toma del Palacio Nacional que se recordó que: “todas las órdenes serán cumplidas, menos una, ¡rendirse!
Francisco Gutiérrez Medina, Livio Bendaña, Arnoldo Díaz, Edmundo y Fernando Chamorro Rapaccioli, Herty Lewites, Carmen y Reynaldo Rosales, Vidal jirón, César López, (el Manudo) Rafael López (Rafailito Negro), hermano de César, Julio Rocha Idiáquez (el Negro Julio), Lila Aguilar –Exalcaldesa de Jinotepe (ya fallecida), Auxiliadora Parrales –hermana del inolvidable publicista Bosco Parrales-, -“la Chilo convertida en abuela- aún vive junto a su hermosa familia en Jinotepe.
Algunas veces le veo y le saludo no solo con la simpatía y respeto que se merece sino con la admiración y agradecimiento de habernos enseñado el camino de la lucha contra la dictadura somocista.
Estos hombres y mujeres fueron en parte los protagonistas de una gesta que caló la conciencia nacional y demostraba, una vez más, que la dictadura por muy armada que estuviera, por muy entrenada la Guardia Nacional los tiros penetraban sus cuerpos y así el miedo se fue quitando para ser ocupado por la decisión de vencer o morir. Los resultados ya se conocen. No quiero volver a mirar estos episodios tampoco ser actor de ellos.
Mario Urtecho | Especiales
http://www.elnuevodiario.com.ni/especiales/89128