El 14 de diciembre de 1914, siguiendo su rutina habitual, el general Roberto Silva Renard caminaba por calle Viel, en Santiago, hacia su despacho en la Fábrica de Cartuchos del Ejército .
Eran aproximadamente las 10:15 de la mañana. Renard tenía por entonces 59 años y era Director de la mentada fábrica desde diciembre de 1911, cargo obtenido en recompensa por sus eficientes servicios orientados a restaurar el orden público.
Labor en la que se lució en numerosas ocasiones, desde fines del siglo XIX, con motivo del creciente ascenso de las huelgas y los movimientos sociales.
Era, en otras palabras, un represor profesional del Estado chileno.
La más sangrienta de sus gestas ocurrió el 21 de diciembre de 1907, bajo el gobierno de Pedro Montt, en la escuela Santa María de Iquique.
Siguiendo sus órdenes, aquel día, una soldadesca dio muerte a 2.500 obreros desarmados. Muchos iban acompañados de sus esposas e hijos, pugnando por una mejora en sus condiciones laborales y salariales en las faenas del salitre.
Tras la masacre, el carnicero Renard ordenó amontonar los cadáveres en pilas y luego despacharlos a las fosas comunes para ello dispuestas en el cementerio de Iquique.
Un suceso que fue prontamente acallado por el Estado y sus medios de comunicación.
El general Silva Renard
Casi siete años después, aquella mañana de 1914, Silva Renard caminaba en dirección a su trabajo cuando sintió un fuerte golpe en su espalda.
Se tambaleó, aferrándose a la reja de una ventana, se cagó en los pantalones y comenzó a clamar por su vida; un segundo golpe, esta vez bajo su oreja izquierda, aumentó la intensidad de sus alaridos.
La gente salió de sus casas a constatar lo que pasaba. El agresor, Antonio Ramón Ramón, castigaba implacablemente al militar.
Así hasta que arrojó su daga sangrienta al suelo y echó a correr por Rondizonni hacia el poniente, dando inicio a una persecución que se prolongó hasta la entrada del Parque Cousiño (hoy Parque O‘ Higgins), donde fue reducido por un paco de la Penitenciaría y por un guardia del mismo parque.
Cuando se vio perdido, Ramón sacó de su bolsillo un frasquito con un líquido amarillo -presumiblemente veneno- y alcanzó a beberlo antes de ser capturado.
Pero el elíxir no surtió ningún efecto.
El justiciero no sólo sobrevivió, sino que fue aprehendido, golpeado y encarcelado.
Lo más sorprendente, empero, es que este elemento no fue considerado durante el juicio posterior, cuando los fiscales de turno se empeñaban en demostrar la premeditación del autor de tan memorable ataque.

