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El dilema indio: alinearse con Estados Unidos o sumarse al Sur Global

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***Nadie duda del lugar preeminente de la India en el actual concierto internacional de naciones.

Con una población de más de 1.425 millones de habitantes, se ha convertido en el país más poblado, con una incidencia en el mercado laboral, el consumo y la demanda de bienes y servicios global muy significativa.

A diferencia de China, a la cual ya superó en términos absolutos, la nación sudasiática no contempla en el mediano plazo el envejecimiento de su población ni tiene escasa natalidad.

 La tasa de fecundidad del 2022 es de 2,01 hijos por cada mujer, frente a los 1,18 hijos de China, los 1,67 de Estados Unidos y los 1,16 de España.

 Entiéndase que el índice de fecundidad de 2,1 hijos por mujer garantiza el reemplazo generacional y la estabilidad de la población.

India también goza de una diáspora importante, fundamentalmente en Reino Unido, Estados Unidos y Canadá, y minorías importantes en el Caribe, Oceanía y África central.

Su economía está entre las de mayor crecimiento: según datos del FMI, el PIB PPA 1 para 2023 alcanza 14.260.000 millones de dólares, detrás de las superpotencias Estados Unidos (27.970.000) y China (35.004.000).

Si preferimos el tradicional PIB nominal, India también alcanza cifras magníficas: nada menos que 3.732.224 millones de dólares (según FMI), alcanzando el 5to lugar en el podio (suplantando a Reino Unido). 

Solo en el último año, el PIB se ha incrementado 7,6%, una tendencia de crecimiento (+5% promedio) que solo se ha visto afectado por la crisis de liquidez del 2008 y la del coronavirus del 2020.

Pero no hablemos solamente de cifras duras: India ha emergido como un líder en ciencia y tecnología. La agricultura es variada y masiva. 

En el caso del trigo, por ejemplo, India se autoabastece y tiene una superficie sembrada que es más de cuatro veces la de la Argentina.

 Asimismo, es uno de los mayores productores de arroz, con 130-135 millones de toneladas anuales. 

Su industria textil, química y farmacéutica tiene fama mundial. India es el mayor proveedor de medicamentos genéricos por volumen, con el 20% del total de las exportaciones farmacéuticas mundial.

 Además, el país ha hecho avances notables en tecnología aeroespacial, impulsando proyectos aeronáuticos como su caza HAL Tejas y misiones espaciales como el Chandrayaan (a la Luna) y el Mangalyaan (a Marte). Ídem con la industria automotriz, del conglomerado industrial Tata.

 Sin embargo, tiene un talón de Aquiles en la insuficiente producción de hidrocarburos, los que compensa con importación, siendo el carbón el principal insumo energético (lo cual trae graves problemas de polución) y obviamente, en la distribución de la riqueza, lo que provoca una gravosa inequidad social.
El Altroz ​​Racer de Tata Motors se exhibe en la Bharat Mobility Global Expo organizada por el Ministerio de Comercio de la India en Pragati Maidan, New Delhi, el 1 de febrero de 2024. Toda potencia económica que se precie de tal tiene su propio diseño y producción de automóviles.

No obstante lo dicho, el 54% del PIB reposa sobre los servicios, el sector más dinámico de la economía, donde la tecnología de la información (software) es punta de lanza, y ciudades como Bangalore son conocidas como centros tecnológicos globales.

El Estado indio, además, se ha erigido como una potencia militar, donde acuden los productos más sofisticados de Rusia, Reino Unido, Francia, Israel y, últimamente, Estados Unidos, convirtiéndose en el primer importador mundial de armamento, sin soslayar, por supuesto, su capacidad nuclear con misiles balísticos de confección autóctona (no siendo firmante del Tratado de No Proliferación).
Misil balístico de alcance intermedio de combustible sólido y dos etapas, Agni-III. Puede alcanzar hasta 3.000 kilómetros y portar una ojiva de 200 kilotones. Se halla en servicio desde 2011 y es parte de su esquema de disuasión nuclear.

Todo lo expresado, desde la altura de su economía hasta su peso demográfico, desde su potencialidad militar hasta su evidente proyección geopolítica, la hacen buscar “un lugar en el mundo”, y en ese periplo, se mantiene incólume en su “autonomía estratégica”, pero la alterna con una (siempre recurrente) convergencia de intereses con Estados Unidos (en su necesidad de contrapesar a China –y a su delfín paquistaní– en su vecindario, lo cual es parte de una base ideológica de la Hindutva y de su propia Trampa de Tucídides) y una apuesta por la multipolaridad, que la ubique en la senda tercermundista y alternativa “moral”.

Lo cierto, es que India es un país en franco ascenso en el sistema internacional y ello llama la atención tanto de Occidente –con Estados Unidos como particular impulsor–, como del eje contrahegemónico sinorruso, que intentan convocarla en su seno organizacional como socio “igualitario” y multiplicador. Sin embargo, el papel cada vez más relevante de India en G20, OMC y BRICS, por poner algunos ejemplos interesantes, no se ve reflejado en el Consejo de Seguridad de la ONU, aún con cinco bancas inamovibles, donde justamente, se ampara la dicotomía bipolar defendiendo el statu quo.

De hecho, la incursión de India en las nuevas organizaciones “en expansión” (como BRICS y la Organización de Cooperación de Shanghái) nunca pretendió ser contestataria, esto es, jamás tuvo la intención de modificar la estructura de poder vigente, sino más bien procuraba sumarse a la élite mundial, cosechando representatividad por esas vías.

La intensificación de esa búsqueda, quizás, se empezó a dar el 4 de febrero de 2022, cuando no solamente se inauguraban en Beijing los emblemáticos Juegos Olímpicos de Invierno bajo boicot occidental, sino también sucedía la reunión “fraterna” entre Xi Jinping y Vladimir Putin, que definitivamente se entregaban a una “amistad sin límites” formulando la Declaración Conjunta sobre las Relaciones Internacionales ingresando en la Nueva Era y el Desarrollo Sustentable Global; una cosmovisión sobre el mundo actual y, a la vez, un cianotipo sobre el mundo futuro.
El presidente chino, Xi Jinping, y el presidente ruso, Vladimir Putin, en la Casa de Huéspedes Estatal Diaoyutai, Beijing, el 4 de febrero de 2022, en plenas celebraciones de las Olimpiadas de Invierno. Con la Declaración Conjunta, Rusia se aseguraba un frente económico y político sin aislamiento, y China una provisión energética privilegiada y una ganancia de tiempo mientras Rusia frenaba a Occidente en Ucrania. 

En ese momento, India sentía que su rival regional lograba una sinergia abrumadora que le iba a disputar sus ambiciones en el vecindario.

India tomó especial nota de esta movida geoestratégica, que conjugaba las perspectivas futuras deseables de su potente vecino y rival, con las de su “socio afable”, el heredero de la amiga URSS.

Casi como un acto reflejo, la dirigencia india hizo lo que suele hacerse en el manual del contrapeso: sumarse como aliado temporal al oponente de turno. Así fue que, aun cuando no estaba en sus planes primigenios, India terminó plegándose al boicot occidental de los Juegos y a sumarse con fervor, el día 9, a la reunión ministerial del Quad para “favorecer el entorno de seguridad” en el Indo-Pacífico, a sabiendas de la repulsión que causa en Beijing este Diálogo Cuadrilateral, al que sin tapujos éstos han llamado “mini-OTAN anti-china”.

Si bien India quería incomodar a China, a la que no puede dejar de ver como una sombra ominosa, no quería molestar a Rusia, y tampoco ser demasiado servil a los intereses estadounidenses, nación a la que se acerca como una mariposa a una luz incandescente, maravillada pero con el peligro de recalentarse. 

Todas las presiones anglo-niponas para sacar una declaración en Quad contra Rusia (por sus entonces movimientos amenazantes hacia Ucrania) fueron rechazadas terminantemente por Delhi.

 India tiene escrita en su memoria la relación especial cultivada por Indira Gandhi, el 9 de agosto de 1971, con Leonid Brezhnev, cuando firmaron un tratado de amistad y cooperación de 20 años con la URSS para contrarrestar los amagos de intervención de la U.S. Navy en el Golfo de Bengala. 

El Kremlin siempre ha sabido sostener esa relación íntima a base de diálogo fluido e intercambio tecnológico (a través del abastecimiento de sus mejores productos de Defensa, incluso brindando generosas licencias de producción).
El poderoso cazabombardero Sukhoi Su-30MKI fue parte de un complejo programa entre Rusia e India iniciado en 1997 para equipar a la Indian Air Force (IAF) con un avión polivalente todotiempo hecho a la medida de sus especificaciones técnicas, con aviónica francesa, india e israelí. 

Gran parte de la flota fue construida en las instalaciones de HAL (Hindustan Aeronautics Limited) bajo asesoramiento técnico de Sukhoi, convirtiéndose en uno de los más exitosos programas de offsets industriales de Defensa, lo que marca el grado de confianza y complementación entre ambas naciones.

Lo cierto, es que India sostiene una “neutralidad positiva” (un delicado equilibrio) entre lo que considera bloques equidistantes: no pretende rivalizar, sino nivelar, negociar y defender sus intereses nacionales.

No obstante, a medida que las posiciones de los jugadores globales se van consolidando y endureciendo, la hora convoca algún tipo de definición precisa, fuera de toda ambigüedad o neutralidad.

Algún tipo de alineamiento ocurrió cuando Narendra Modi decidió aceptar la invitación de los líderes del G7 y la Unión Europea a Schloss Elmau, Baviera, Alemania, el 27 de junio de 2022, con la crisis ucraniana desatada, y con los combates en plena evolución. 

The Hateful Eight (G7 + UE) estaban aplicando sus “sanciones infernales” contra Rusia, causando volatilidad en el mercado global y elevado los costos de la energía, lo cual traía especial preocupación en Occidente.

Los líderes del G7 discutieron entonces la propuesta de Estados Unidos, que preveía que los compradores de petróleo ruso determinen ellos mismos el precio máximo que están dispuestos a pagar por él. Pero esa propuesta nunca funcionaría sin la plena participación de China y la India, los dos mayores destinos del crudo ruso. 

La primera, con una alianza de facto con Moscú, nunca aceptaría un sugerencia así por cuestiones políticas. La segunda, allí presente, insistió en que medidas así solamente empeorarían las condiciones generales del mercado.
Los líderes del G7 con miembros invitados reunidos en el Castillo Elmau, Alpes Bávaros. Fue la 48ª cita acaecida entre el 26 y el 28 de junio de 2022. 

En la foto protocolar se puede ver, de izquierda a derecha: en la fila superior, al director general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) Guy Ryder, a la directora general del FMI Kristalina Gueorguieva, al director general de la OMS Tedros Ghebreyesus, al presidente del Consejo Europeo Charles Michel, al primer ministro japonés Fumio Kishida, a la presidente de la Comisión de la Unión Europea Ursula von der Leyen, al director ejecutivo de la Agencia Internacional de la Energía Fatih Birol, al presidente del Banco Mundial David Malpass y a la directora general de la Organización Mundial de Comercio (OMC) Ngozi Okonjo-Iweala. En la fila inferior, vemos al primer ministro indio Narendra Modi, al primer ministro canadiense Justin Trudeau, al presidente sudafricano Cyril Ramaphosa, al presidente francés Emmanuel Macron, al presidente senegalés Macky Sall, al canciller alemán Olaf Scholz, al presidente indonesio Joko Widodo, al presidente estadounidense Joseph Biden, al presidente argentino Alberto Fernández, al primer ministro británico Boris Johnson y al presidente del consejo de ministros italiano Mario Draghi.

En verdad, India no tenía motivos superadores ni bregaba por una conciliación espontánea; estaba enriqueciéndose con la compra de grandes volúmenes de crudo ruso, gran parte del cual lo revendía (refinado) a Europa con sobreprecios importantes. 

Había allí una cuestión de puro pragmatismo economicista, que le daba enormes beneficios monetarios, mientras que Rusia se beneficiaba con la obtención de su “profundidad estratégica” (o sea, burlaba el aislamiento).

Es interesante destacar que la asistencia de India al G7 ocurrió apenas 4 días después de haber participado (virtualmente) en la XIV Cumbre BRICS, lo que caracteriza, de alguna manera, la “adaptabilidad” de Delhi para hallarse en espacios ideológica y filosóficamente diferentes.
El presidente Xi Jinping celebra la XIV Cumbre de los BRICS por videoconferencia en Beijing, China, el 23 de junio de 2022. China impuso la ampliación del Grupo en esa cumbre, especialmente de Arabia Saudita e Irán, naciones a las que ya entonces pretendía “apalabrar” para una reconciliación histórica.

En especial, esa cumbre BRICS fue el puntapié inicial de su propia transformación integral: bajo los auspicios rusos y chinos –evidentemente pivotando sobre la Declaración Conjunta del 4 de febrero–, BRICS empezó su proceso de metamorfosis, pasando de ser un foro para reacondicionarse a los típicos ciclos de crisis capitalistas, a una reformulación integral del mismo sistema, que comprenda relaciones interestatales verdaderamente multipolares.

Se destacan las palabras contundentes de Xi Jinping: “Nuestro mundo hoy está ensombrecido por las nubes oscuras de la mentalidad de la Guerra Fría y la política de poder, y acosado por amenazas a la seguridad tradicionales y no tradicionales que emergen constantemente. 

Algunos países intentan ampliar las alianzas militares para buscar una seguridad absoluta, avivar la confrontación en bloque obligando a otros países a elegir bando y perseguir el dominio unilateral a expensas de los derechos e intereses de otros. 

Si se permite que continúen estas peligrosas tendencias, el mundo será testigo de aún más turbulencias e inseguridad. 

Es importante que los países BRICS se apoyen entre sí en cuestiones relativas a intereses fundamentales, practiquen un verdadero multilateralismo, salvaguarden la justicia, la equidad y la solidaridad y rechacen la hegemonía, la intimidación y la división.”

El mensaje chino, sin duda, estaba dirigido a la India, quien lejos de aceptar su lugar entre las naciones contrahegemónicas, se obstinaba en su mentalidad de suma cero, creyendo que China utilizaba el BRICS para sus objetivos particulares.

 Por ello Modi se dirigió a Alemania apenas 4 días después… revelando que, para el año 2022, India aun no entendía la nueva lógica del BRICS, que empezaba a fomentar un desarrollo económico alternativo para el Sur Global a consciencia de que Occidente no les daría ningún cupo en el esquema conocido, y por el contrario, intentaría eliminar sus sinergias.

Imbuido en esa lógica, el 14 de julio de 2022, India se sumó al I2U2, un intento estadounidense de formar un Quad para Medio Oriente, con el agregado de Israel y Emiratos Árabes. 

Este grupo algo disperso tenía en mente rivalizar con la sociedad sinorrusa por la influencia regional en Asia Occidental, estimular que Arabia Saudita firme el Acuerdo de Abraham y, por supuesto, expandir la “iranofobia” estadounidense e israelí, de larga data, a la zona.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y el (entonces) primer ministro de Israel, Yair Lapid, se reúnen de forma remota con el primer ministro de India, Narendra Modi, en la pantalla a la derecha, y presidente de los Emiratos Árabes Unidos, jeque Mohammed bin Zayed, en la pantalla de la izquierda, en Jerusalén, el jueves 14 de julio de 2022. Fue la primera reunión del I2U2.

Sin embargo, la inclusión de India era algo azarosa. Probablemente, obedezca a su gran sintonía con Israel (ambos nacionalismos, el hinduista y el sionista, tenían puntos en común) y a que Estados Unidos no interfiera –comprendiendo al fin de cuentas que su pragmatismo tiene un sesgo estadounidense–, en sus relaciones comerciales con Moscú, especialmente, (1) sus importaciones de crudo y (2) la compra de armamento, haciendo hincapié, puntualmente, en el polémico sistema antiaéreo S-400. Asimismo, probablemente también era una forma de contentar a los Non-Residents Indians en los Estados Unidos, que ejercen mucha influencia sobre la élite gobernante por sus aceitados contactos.

 No obstante, visto a la lejanía y con el periódico del lunes, está claro que esta membresía no dio ningún fruto satisfactorio a Delhi, que quedó encerrada en la lógica confrontativa de Washington y Tel Aviv. 

Lo cierto, es que el I2U2 se topó luego con las reticencias saudíes, el funcionamiento coordinado ruso-saudita de la OPEP+ (que enfrentó las decisiones del G7) y la cultivada diplomacia iraní, que sabiamente decidió congraciarse con sus vecinos sunitas (bajo auspicio chino). India había quedado en offside por minucias tácticas.

Sin embargo, Rusia tendería una mano. Aprovechando sus ventajas estratégicas en alimentos, fertilizantes y combustibles, aprovechó para llevar la relación con su socio indio hacia otro nivel: una “Asociación Estratégica Especial y Privilegiada”, que se anunció en el Foro Económico Oriental de Vladivostok de 2022.

Casi en paralelo, China hizo enormes esfuerzos por bajar la tensión limítrofe en la cordillera del Himalaya (Ladaj) e intentar una convivencia pacífica con un horizonte cualitativamente superior, y de esa manera, disolver la estrategia indo-pacífica estadounidenses de confrontación, que tomaba cualquier diferendo indo-chino de manera instrumental para resaltar la rivalidad.
Un comandante chino y otro indio se dan la mano tras los acuerdos de estabilización. La zona de Ladaj es la más conflictiva.

El 15-16 de septiembre de 2022 llegó la Cumbre OCS de Samarcanda (Uzbekistán), una de las más importantes por cuanto aunó el mundo túrquico y la membresía persa, bajo una consciencia de “Asia para los asiáticos”. 

Sin embargo, Modi hizo gala de su reticencia, y hasta se animó a “regañar” a Vladimir Putin espetándole que “la era de hoy no es de guerra”, lo cual generó vítores en Occidente Colectivo, que vio allí un gesto hacia su tribuna.

Por supuesto, a Modi no podía escapársele que el conflicto ucraniano es una pieza más de las oleadas expansionistas de la OTAN acaecidas imparablemente desde 1999, y que en definitiva se trata de una guerra subsidiaria montada por Estados Unidos para cercar a Rusia, pero su declaración “pacifista” y “neutralista” pareció un tiro por elevación de disconformidad por su “sintonía preferente” con Beijing, y su “ninguneo” hacia la posición central de India.

Está claro que India también tiene conflictos abiertos, por ejemplo, en la región de Cachemira y Jammu, donde ha enviado al ejército para que reprima y mantenga el orden. Y peor aún, India ha sabido sacar buena tajada del subproducto de la guerra, comprando barato y revendiendo petróleo, carbón y fertilizantes provenientes de Rusia.
El primer ministro Narendra Modi se reunió con el presidente ruso Vladimir Putin en Samarcanda, Uzbekistán, el 16 de septiembre de 2022, en oportunidad de la Cumbre de la Organización para Cooperación de Shanghái.

Probablemente también Modi se estaba dejando llevar por los informes tendenciosos de la Inteligencia occidental que auguraban una derrota catastrófica rusa en el campo de batalla ucraniano. Es útil recordar que por aquél entonces Rusia estaba en serios aprietos y resistía a duras penas, con retiradas tácticas, en Járkov y Jersón. De hecho, poco después de Samarcanda, el 25 de septiembre, Putin ordenó una leva de 300.000 reservistas y reconoció formalmente las repúblicas populares de Donetsk y Lugansk, más los territorios de Jersón y Zaporozhie como una forma de afincarse en el terreno.

Las posiciones se pusieron meridianas en la Cumbre del G20 de Bali, Indonesia. Por primera vez se quebraba una regla de oro: no hablar de cuestiones de seguridad. Los miembros occidentales intentaron lograr una contundente declaración contra Rusia; a la vez que intentaron aislar a China por considerarla “su protectora diplomática”. 

Nunca se había visto en el G20 una dicotomía tan pronunciada: Occidente pujaba por su unilateralismo y hegemonía, mientras que el Sur Global defendía su autonomía estratégica.

 Por supuesto, fue la “cumbre del desacuerdo” y eso significó, en la práctica, que Occidente había perdido la partida. India empezó a tomar nota de estos signos.

Asimismo, las “sanciones infernales” de Occidente contra Moscú despertaron el proyecto International North–South Transport Corridor o INSTC; una red de transporte multimodal de 7.200 km de longitud que abarca rutas marítimas, carreteras y ferrocarril para transportar mercancías entre Rusia, Asia Central y las regiones del Caspio, Irán e India. Este trazo traería la contrapropuesta IMEC posterior.
El INSTC atraviesa las ciudades de San Petersburgo, Moscú, Volgogrado, Astrakán, se bifurca entre Bandar Amrabad y Bandar Anzali, toca Teherán, Bandar Abbas (y Chabahar) y finalmente, Mumbai (o el puerto paquistaní de Gwadar, que lo conecta con China). 

De esta manera, elude las extensas rutas marítimas que pueden ser fácilmente bloqueadas por Occidente en el Estrecho de Skagerrak, el Canal de la Mancha, el Estrecho de Gibraltar, Canal de Suez y el Estrecho de Bab el-Mandeb.

India ha logrado una estatura económica tal que está entrando en el juego de la globalización, donde China ya construyó su torre de marfil. Pero los países occidentales –ahora en desventaja–, han decidido dar la espalda a esa globalización que se cansaron de promover desde los años noventa. 

Por el contrario, están aplicando estrategias neomercantilistas –cambios de régimen, sanciones, guerras, extorsiones–, para evitar que chinos, indios, indonesios, brasileños, rusos… o quien fuera, ocupen su platea con sus propias ventajas competitivas.

Pero Modi pareció no reconocer esta realidad palpable hasta que uno de sus protégés fue afectado.

 El 24 de enero de 2023, Gautam Adani y su holding empresarial Adami Group fueron acusados de manipulación bursátil y lavado de dinero por la firma estadounidense de investigación financiera Hindenburg Research. El grado de “hermandad” de este empresario con Narendra Modi es harto conocido.

Gracias a la investigación, la fortuna de Adani se desplomó en más de un 73% a un valor estimado de 33.400 millones de dólares. Modi incorporó amargamente esta trapisonda como un apriete geopolítico.

El golpe contra el Grupo Adani pudo haber sido un tiro por elevación a Narendra Modi y su reluctancia a supeditarse a la agenda euroatlántica. Pudo ser, además, un artero ardid del “Occidente corporativo” contra una empresa de la India, considerada históricamente parte del Tercer Mundo.

Esta conjunción entre “diplomacia suave” y “el garrote” es una usanza muy común. Estados Unidos, que venía desarrollando activamente una «asociación tecnológica estratégica» ya pretendía salir de la mera relación transaccional –como Washington supone que India tiene con Rusia–, y crear por el contrario una asociación geoestratégica genuina, esto es, incorporar a la India como un “equilibrador” (un aliado de peso supeditado a los intereses estadounidenses) en el Indo-Pacífico.

Esa avanzada estadounidense se verá, con toda su furia y pericia, en la Cumbre del G20 de New Delhi. Pero antes ocurrió la Cumbre BRICS en Johannesburg, el 22 y 24 de agosto de 2023.

En la XV Cumbre BRICS quedó muy en evidencia el “motor” sinorruso: no solamente estas naciones impusieron la ampliación del Grupo incorporando a la Argentina, Irán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Etiopía, sino que se esforzaron cuidadosamente de señalar que no era una “alianza anti-occidental” para no alterar el multi-alineamiento indio. 

El dato importante era la incorporación de tres grandes productores de petróleo, miembros de la OPEP, que de alguna manera preanunciaría la futura desconexión del crudo con el dólar (la muerte del petrodólar). 

Esa simple pero cardinal decisión convierte al BRICS en una amenaza a la seguridad nacional estadounidense, que explota la primacía del dólar viviendo por encima de sus necesidades y utilizándolo como arma financiera.
El “dueño de casa”, el presidente sudafricano Cyril Ramaphosa, en el centro, toma las manos del presidente brasileño Lula da Silva, el presidente chino Xi Jinping, el primer ministro indio Narendra Modi, y el canciller ruso, Serguéi Lavrov, durante el encuentro BRICS en Johannesburgo, el 24 de agosto de 2023.

Y entonces llegó la ofensiva estadounidense: Biden jamás se imaginó que sus esfuerzos por polarizar y aislar a Rusia y China (muy evidentes en el G20 de Bali en 2022) iban a terminar en (el comienzo de) la liberación del Sur Global del control de las grandes potencias occidentales.

Por eso aplicó todo su poder de convencimiento sobre India, el eslabón más discordante y contradictorio. Fue durante el G20 de New Delhi, celebrado los días 9 y 10 de septiembre de 2023, mientras las tropas ucranianas y sus apoyos desarrollaban la tan cacareada “Contraofensiva de Verano”, que iba a arrojar definitivamente a los rusos fuera de los territorios conquistados, incluso de Crimea.
Durante el G20 en New Delhi, el presidente estadounidense Joe Biden y el primer ministro Narendra Modi manifestaron una gran sintonía. Vladimir Putin y Xi Jinping, decidieron no acudir a New Delhi a sabiendas que el mandatario americano desplegaría su estrategia de Indo-Pacífico avivando la “amenaza” de China.

Es entendible y lógica la movida de Washington tentando a la India para quebrar el BRICS “desde sus entrañas”, azuzando el visceral miedo de Delhi por los chinos.

Como siempre ocurre, Estados Unidos abrió su abanico de tentaciones: negocios al por mayor (con paquetes tecnológicos) y el planteamiento del Corredor IMEC (India-Middle East-Europe Corridor), poniendo énfasis en el carácter estratégico del puerto israelí de Haifa y el puerto indio de Mundra, dirigidos por el Grupo Adani, a quien antes justamente había perjudicado con pérdidas millonarias.

 Era una sutil manera de decirle a los indios que si se aliaban a Washington el dinero les llovería, pero si jugaban a oponérseles, el dinero se iría por una alcantarilla.
El congelado proyecto estadounidense IMEC, que intentaba “cortar la sintonía” irano-saudí, reducir el peso del Canal de Suez, fortalecer la relación greco-israelí e israelo-saudí, y empujar a India dentro de un proyecto logístico que ignore el INSTC irano-ruso o las relaciones de China con las monarquías del Golfo. El Memorando de Entendimiento fue firmado el 9 de septiembre.

Puede que el IMEC (más el I2U2 y el sobreestimulado Acuerdo de Abraham con Arabia Saudita) hayan sido las causas geopolíticas (más allá de los reclamos históricos palestinos) que impulsaron el ataque de Hamás contra Israel. Nótese que en dos de esos tres proyectos, India estuvo presente, decantándose por los intereses del Occidente Colectivo.

Por si las moscas, apenas luego del G20, el primer ministro canadiense Justin Trudeau jugó su carta del “garrote” : el 18 de junio de 2023, en Surrey, Canadá, el separatista sij Hardeep Singh Nijjar fue asesinado a la salida de un templo. 

Tres meses después, Trudeau no escatimó imputaciones contra el gobierno indio, al que acusó de perpetrar el atentado. Nadie puede imaginar que no haya aquí una vinculación entre Washington y Ottawa 2 para presionar vía lawfare a Delhi.

 Occidente parece actuar siempre así: con un dulce y una bofetada. La acusación canadiense huele a una extorsión de Five Eyes para que India se sume ciegamente a la estrategia occidental del Indo-Pacífico y abandone BRICS.
Hardeep Singh Nijjar, un ciudadano canadiense nacido en India involucrado en el movimiento separatista Sij por un Jalistán independiente, acusado de terrorista por el gobierno de Modi por planificar el asesinato de un sacerdote hindú en Punjab, fue asesinado a tiros en la Columbia Británica en 18 de junio de 2023. 

El 18 de septiembre, el primer ministro canadiense Justin Trudeau declaró que tenían pruebas del involucramiento del gobierno indio y expulsaron a un diplomático indio vinculado con la inteligencia exterior. Esto motivó un ríspido incidente internacional entre Canadá e India.

El mensaje fue interpretado y para el 10 de noviembre de 2023, tuvo lugar el encuentro entre ministros de Asuntos Exteriores y de Defensa “2+2” de Estados Unidos e India. Esto fue visto con sumo beneplácito por Washington, que pretende armar a Delhi hasta los dientes –y compatibilizar sus sistemas en el Quad–, para configurarlo como un rival regional de Beijing.
El secretario de Defensa estadounidense Lloyd Austin y el secretario de Estado Antony Blinken se encuentran con sus contrapartes indias, el ministro de Defensa Minster Rajnath Singh y el ministro de Relaciones Exteriores Dr. S. Jaishankar, en la reunión ministerial 2+2 en New Delhi, el 10 de noviembre de 2023

Sin embargo, todo cambió a partir del 7 de octubre de 2023, muy especialmente, en Asia Occidental. La égida israelí, promovida intensamente por Estados Unidos, se salió de cauce. 

El mundo árabe empezó a tener sus precauciones al ver la embestida cruel y exagerada de las fuerzas hebreas en Gaza. Y ya no dudaron en cuidar los recientes lazos con Irán. India se había colocado en el lugar equivocado y había quedado demasiado expuesta en su apuesta.

La (tácita) creencia india por un descalabro ruso en Ucrania no ocurrió. Tampoco el rediseño de Medio Oriente, aislando a Irán para poner en la marquesina a Israel. 

Mucho menos una merma en la influencia global china, que sigue ganando adeptos en ASEAN, los “stanes” y Medio Oriente, donde ya es el verdadero interlocutor diplomático en sustitución de Estados Unidos, literalmente quemado dentro de la furia genocida israelí.

Esta comprensión del mapa de situación derivó en un nuevo punto de inflexión, cuando Narendra Modi viajó a Moscú, los días 8 y 9 de julio de 2024, para una reunión de altísimo nivel con Vladimir Putin. 

El hecho que lo haya efectivizado casi simultáneamente a la 75° Cumbre de la OTAN en Washington, donde una vez más se insistía en la identificación de Rusia ¡y China! como enemigos de las democracias liberales de Occidente, generó resquemor.

Desde aquel G20 de 2023, donde Modi y Biden brindaban con champagne por el exitoso “orden basado en reglas”, pasaron algunos acontecimientos relevantes: Rusia destruyó impiadosamente la ofensiva de verano ucraniano-atlantista, los iraníes demostraron su poder al contraatacar contra el atrevimiento israelí (Operación Promesa Verdadera del 13 de abril), la Corte Internacional de Justicia (CIJ) sentenció a la cúpula israelí como «genocida», las proclamas de Macron para una «coalición de dispuestos» cayó en oídos sordos, Putin fue reelecto, la secretaria del Tesoro Janet Yellen viajó a China para rogar estabilidad financiera a Xi Jinping, el Sahel subsahariano echó a las fuerzas occidentales, y todo ello, mientras Rusia y China consolidan su Enténte… y el BRICS… donde sigue estando India… se ha ampliado y se dispone a crear un sistema monetario y financiero internacional alternativo al dólar y crear una plataforma de pagos para transaccionar en monedas nacionales.
El presidente ruso Vladimir Putin impone la medalla de la Orden de San Andrés Apóstol al primer ministro indio Narendra Modi en el Gran Palacio del Kremlin. Este hecho simbólico no es ingenuo: la Orden de San Andrés Apóstol está reservada solamente a quienes brindan servicios excepcionales en beneficio de Rusia.

Esa reunión en Moscú, con abundantes acuerdos comerciales, sonó a golpe de timón. Apenas luego las relaciones entre indios y chinos empezaron a descongelarse, como lo atestigua la cumbre de cancilleres en Vientiane, Laos, el 25 de julio de 2024, relanzando la relación, acordando estabilizar la situación fronteriza en el Himalaya, posibles cesiones de tecnología china para la modernización del aparato industrial indio (y con ello, un equilibrio en la balanza comercial deficitaria de India respecto a China) y una coordinación en el entorno geopolítico.

A eso se suma, por ejemplo, las intenciones de Indonesia, Malasia y Tailandia de sumarse al BRICS. India pronto recapacitó que atarse al Quad puede ser un ancla para su desarrollo, no una preservación de su posición.

Si esa comprensión es cabal, supone una contribución más real y menos testimonial de India en el marco del BRICS, específicamente, en cuestiones de seguridad (asiática) y en el abordaje de mecanismos financieros alternativos.

Así las cosas, ¿alguien supone que el viraje indio no sería agendado debidamente por Washington? Por supuesto que no. En pocos meses, ocurrieron estos hechos significativos en su frontera este:Golpe de Estado en Bangladesh contra la primera ministro Sheik Hasina, para poner a dedo a Mohammad Yunus, el mejor alumno del Foro de Davos.
Éxito electoral en Tailandia de Move Forward, liderado por el ultra proestadounidense Pita Limjaroenrat (aunque cortado de raíz por el ejército y el reino).
Apoyo occidental en Myanmar al Ejército de la Alianza Democrática Nacional contra la Junta Militar.

Y por si fuera poco, luego de que el embajador estadounidense en India, Eric Garcetti, reprendiera públicamente al gobierno de Modi afirmando que “no podía dar por sentada” la amistad de Washington con Delhi, se resucita un nuevo caso judicial que se mantenía larvado. Esta vez, otro activista sij de nombre Gurpatwant Singh Pannun presentó una demanda civil en el Tribunal Federal de Distrito de New York contra el gobierno indio, Ajit Kumar Doval (asesor de seguridad indio, funcionario íntimamente ligado a Modi), altos funcionarios del Ala de Investigación y Análisis y el “empresario indio” Nikhil Gupta (extraditado a Estados Unidos desde Praga, Chequia, a principios de este año) por su “intento de asesinar a un ciudadano estadounidense en suelo estadounidense”.

El embajador estadounidense en India, Eric Garcetti, fue demasiado lejos cuando sostuvo que “no podía dar por sentada” la amistad ente Delhi y Washington, poco después de la visita de Narendra Modi a Moscú.

Es más que evidente que se trata de una extorsión judicial (lawfare) para torcer la política exterior independiente de India, que ya no puede calmar a la fiera estadounidense con compras multimillonarias de armamento.
El activista jalistaní Gurpatwant Singh Pannun denunció al gobierno indio de intento de asesinato en un Tribunal Federal de Distrito de New York. A Modi le espera una catarata de propaganda intimidante y Lawfare internacional de seguir en su curso “amistoso” con el BRICS. Aunque también es una oportunidad para exponer el tipo de carácter que requiere la hora.

La cumbre de los BRICS en Kazán que se está desarrollando ahora mismo es una prueba de fuego para medir el grado de compromiso e independencia de India, esto es, si se someterá al chantaje occidental, aceptando “ofertas que no puede rechazar” o si por el contrario avanzará hacia una agenda de definiciones certeras

.La macroeconomía actual mide la riqueza en función a la paridad de poder adquisitivo (PPA), la cual permite comparar distintos países en relación con el poder de compra de sus habitantes, a partir del cálculo de cuánto dinero se necesita en estos para adquirir una canasta equivalente de bienes y de servicios, tomando como referencia una de los Estados Unidos. ↩︎

Canadá es el partenaire ideal de Estados Unidos para llevar mensajes. Con la vicepresidenta de la junta directiva de Huawei, Meng Wanzhou, hizo también un show de presión internacional, cuando fue detenida en el aeropuerto de Vancouver, el 1 de diciembre de 2018. ↩︎

https://chcirilli.wordpress.com/2024/10/23/el-dilema-indio-alinearse-con-estados-unidos-o-sumarse-al-sur-global/

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