Una historia escrita en un papiro que data del siglo II d.C. relata que la diosa Isis, al otorgar dones a la humanidad, dio tanto poder y honor a la mujer como al hombre.
Aunque nunca llegaron a tener los mismos derechos que los hombres, una mujer egipcia podía tener propiedades en su nombre y ejercer profesiones que le otorgaran la libertad económica de sus familiares masculinos; las mujeres podían practicar la medicina, manejar dinero y hacer transacciones inmobiliarias.
Una esposa tenía derecho a un tercio de toda propiedad que poseyera con su marido, y, a su muerte, podía dejar en herencia sus bienes a quien ella quisiera, hombre o mujer.
Las mujeres egipcias tenían igualdad en el sistema judicial y podían actuar como testigos, demandantes o acusación (tal y como entendemos los términos hoy en día).
Las mujeres eran responsables de los crímenes que cometiesen y serían juzgadas igual que cualquier hombre.
A las mujeres casadas se las conocía como la "señora de la casa" y la mayor parte de su tiempo lo pasaban cuidando del hogar y los hijos.
Sus responsabilidades consistían en criar a los hijos (a no ser que fueran suficientemente ricas como para poder permitirse un esclavo para ello), limpiar la casa, coser, remendar y hacer ropa, proporcionar las comidas de los habitantes de la casa y llevar las cuentas.
Aun así, hay muchas pruebas de que las mujeres se encargaban de tareas fuera del hogar, tales como cuidar del ganado, supervisar a los labradores en el campo (o incluso trabajar el campo ellas mismas), mantener las herramientas en buen estado, comprar y vender esclavos y propiedades y participar en el comercio en el mercado (todo ello responsabilidades que las mujeres de Sumeria y Grecia nunca tuvieron en el mismo grado).
La literatura sapiencial egipcia aconseja a los maridos que traten bien a sus mujeres, ya que el equilibrio entre lo masculino y lo femenino daba lugar a la armonía (conocida como ma'at) que los dioses apreciaban, especialmente la gran diosa Ma'at, la de la pluma blanca de la verdad.
El matrimonio se consideraba como un pacto entre marido y mujer de compromiso para toda la vida de compañía equitativa que solo se rompía con la muerte (que era la voluntad de los dioses, no de los participantes individuales del matrimonio), aunque el divorcio era una práctica común. Las mujeres estaban protegidas legalmente contra los abusos por parte de sus maridos, y en los documentos de una demanda de la Dinastía XII, un hombre tuvo que "jurar que a partir de entonces dejaría de golpear a su mujer, bajo pena de cien golpes con una vara y la pérdida de todo lo que habían adquirido juntos" (Nardo, 35).
Las mujeres también eran responsables de la felicidad en el hogar, tanto en vida como después de la muerte.
El prestigio de una mujer era lo suficientemente alto como para que cualquier desgracia que le sucediera a un viudo se atribuyera en primer lugar a algún "pecado" que le hubiera ocultado a su mujer y por el que ella, ahora que lo sabía todo en el Campo de Juncos, lo estaba castigando.
En una carta de un viudo a su mujer muerta encontrada en una tumba del Imperio nuevo, el hombre le pide al espíritu de su mujer que lo deje en paz ya que no ha cometido ninguna ofensa:
¿Qué maldad he cometido contra ti que merezca que me pase este mal? ¿Qué te he hecho? Pero lo que tú me has hecho es ponerme la mano encima a pesar de que yo no te he hecho nada malvado.
Desde que viví contigo como tu marido hasta hoy, ¿qué te he hecho que tuviera que ocultar?
Cuando enfermaste de la dolencia que tuviste, yo hice que fueran a buscar al médico... ocho meses pasé sin comer ni beber como un hombre. Lloré desconsolado con la gente del hogar frente a mi barrio.
Doné ropas de lino para envolverte y no dejé de hacer ningún beneficio que hubiera que hacer por tu bien.
Y ahora, mira, he pasado tres años solo sin entrar en una casa, aunque no está bien que alguien como yo tenga que hacerlo. Esto, por ti lo he hecho. Pero, mira, no distingues el bien del mal (Nardo, 32).
La sentencia, en estos casos, la dictaría un sacerdote que intentaría discernir si el espíritu de la mujer muerta era la causa de la mala fortuna del hombre o si había otra causa.
Por otro lado, es interesante ver que las desgracias que pudiera sufrir la mujer tras la muerte de su marido se atribuían en principio a que hubiera pasado por alto algún aspecto importante de los ritos funerarios, luego a algún posible mal que hubiera cometido contra algún dios, pero rara vez a algún pecado cometido contra el marido.
En las tumbas se representa a las mujeres con varias ocupaciones, tales como cantantes, músicas, bailarinas, sirvientes, cerveceras, plañideras, sacerdotisas y como obedientes esposas, hijas y madres. Las mujeres se representaban siempre jóvenes, resaltando la figura femenina.
En las pinturas de las tumbas, la esposa, las hermanas y la madre de un hombre parecen ser de la misma edad porque las representaciones de la edad avanzada en una mujer (pasados sus años fértiles) se consideraban irrespetuosas de la persona que, al fin y al cabo, volvería a ser joven y hermosa tras deshacerse de su cuerpo y entrar en la otra vida en el Campo de Juncos.
Las mujeres del antiguo Egipto le daban gran valor a la apariencia personal, la higiene y el aseo. Las mujeres egipcias (y los hombres) se bañaban varias veces al día en una mezcla de soda y agua (los egipcios no conocían el jabón).
La henna se usaba para teñir el pelo, las uñas e incluso el cuerpo.
A diferencia de otras culturas de la época (Grecia, por ejemplo), las mujeres podían cortarse el pelo corto si querían y muchas mujeres se rapaban la cabeza y llevaban pelucas. Las pinturas de las tumbas representan al difunto a la última moda en pelucas, vestimenta y maquillaje. Los cosméticos no se consideraban un lujo sino una necesidad de la vida diaria y se han encontrado muchos ejemplos de maquillaje, perfume y artículos de aseo en las tumbas.
A pesar de que las mujeres en cualquier nivel de la sociedad seguían dependiendo en gran medida de los hombres de su familia para poder mantenerse y tener una posición social, las mujeres egipcias disfrutaban de muchas más libertades y responsabilidades que las de cualquier otra parte del mundo conocido en aquella época.
La actitud cosmopolita y cultivada de las mujeres egipcias se suele enfatizar en las pinturas y relieves de las tumbas y es importante recordad que la famosa faraona Cleopatra, a pesar de ser griega, adoptó las costumbres egipcias y era conocida por su refinamiento y su encanto.
Las mujeres siguieron siendo muy respetadas en Egipto y teniendo los mismos derechos que los hombres hasta la llegada del cristianismo (que también trajo consigo un marcado deterioro de la higiene personal, ya que se creía que Jesucristo regresaría in cualquier momento y por lo tanto la apariencia personal era irrelevante, y además la atención al cuerpo se consideraba un signo de vanidad) que predicaba la inferioridad de las mujeres frente a los hombres y utilizaba el ejemplo de Eva en el Génesis bíblico como el estándar doble por el que había que juzgar a todas las mujeres.
Cuando el islam llegó a Egipto de mano de los conquistadores musulmanes, las mujeres tuvieron aún menos libertades que con el cristianismo y los regalos de la diosa Isis, concedidos por igual a hombres y mujeres, fueron olvidados.
Bibliografía