St. George’s, capital de la isla caribeña de Granada.
Son las ocho de la noche: falta poco para el comienzo de la semifinal para elegir el rey del calypso -que en Granada es llamado soca, mezcla de calypso y soul, más rápido y con más ritmo-.
En la entrada, la policía controla los bolsos en busca de armas o drogas.
Ya adentro, se extiende un mostrador que ofrece cerveza y bebidas, aunque se aprecia un escaso público.
En la calle sí hay mucha gente. Aguardan con la esperanza de acceder más tarde gratuitamente o escuchar la música desde afuera.
La entrada cuesta el equivalente a siete dólares norteamericanos. Precio excesivo para una población que vive mayoritariamente en la pobreza y que debe emigrar por miles, cada año, hacia Estados Unidos, Canadá o Inglaterra.
La realidad contrasta con la imagen que se promociona para el turista, de gente feliz disfrutando las playas de arenas blancas. A pesar de la miseria, la resistencia contra el modelo económico es escasa.
Pero hay heridas que siguen abiertas. Los veinte años transcurridos no han sido suficientes para el olvido.
El 25 de octubre de 1983, siete mil soldados estadounidenses invadieron esta isla minúscula, de apenas 344 kilómetros cuadrados. Tan extensa como la ciudad de Valparaíso o las tres cuartas partes de Montevideo. Sus 90 mil habitantes amenazaban la seguridad de Estados Unidos, afirmaron desde Washington.
Durante más de un año permanecieron las tropas extranjeras en la isla y pusieron fin a la revolución. El pueblo recibió con aplausos a los invasores, porque seis días antes Maurice Bishop, el popular dirigente de la revolución, había sido asesinado por integrantes de su propio partido que lo acusaban de ser un pequeñoburgués.
“El pueblo no aplaudió a la invasión que terminó con nuestra revolución”, dice Peter David, quien dirigía entonces Radio Free Granada. “Si los norteamericanos nos hubieran invadido cuando Maurice estaba vivo, la historia hubiera tenido otro fin”.
En esa situación, Bishop hubiera cumplido su promesa: “Organizar la resistencia contra el imperialismo yanqui”. Las peleas internas del partido sobre el rumbo de la revolución, fueron aprovechadas por el gobierno de Ronald Reagan. Indudablemente, Estados Unidos quería impedir una “segunda Cuba en el Caribe”. Hasta el día de hoy, no ha sido aclarado el papel que jugó la CIA, pero es evidente que la invasión ya estaba en marcha aun antes del asesinato de Bishop.
LA REVOLUCION DEL PUEBLO
Desde la década del 50, Eric Gairy tuvo la isla bajo su dominio. Inicialmente un combativo abogado sindical, a partir de 1951 fue designado primer ministro y continuó en el cargo sin interrupciones. Amigo personal de Augusto Pinochet, fue respaldado por los gobiernos de Washington y Londres. Implantó un régimen corrupto que fue la vergüenza de todo el Caribe de habla inglesa. Prohibió las publicaciones de la oposición y mantuvo el terror armando grupos de choque.
En los años setenta, se fundó un movimiento opositor de liberación, el New Jewel Movement, dirigido por Maurice Bishop. El 13 de marzo de 1979, militantes armados del movimiento ocuparon el cuartel y la radio local. Acabaron con la dictadura y dieron inicio a la revolución: People’s Revolution, la revolución del pueblo.
Einstein Louison, igual que su recién fallecido hermano George, lucharon desde la primera hora junto a Maurice Bishop. Recibió entrenamiento en la Unión Soviética y estuvo a cargo de la defensa del frente oeste y norte de la isla. No fueron diferencias ideológicas las que llevaron al partido a la división, dice. “Todos estábamos de acuerdo en construir el aeropuerto internacional y fomentar el turismo y la agricultura”.
Einstein Louison es hoy ministro de Agricultura, integrando el gabinete de un gobierno conservador. Pero mantiene el espíritu de aquella revolución popular. A su juicio, el segundo hombre del partido, Bernhard Coard, ambicionaba todo el poder para sí.
La revolución fue atacada desde afuera y desde adentro. Esta pequeña isla posee una ubicación estratégica frente a la costa venezolana, cuyas enormes reservas petroleras despertaron el celo de las empresas norteamericanas. El gobierno de Washington logró congelar todos los créditos internacionales a Granada, rodeándola de un mundo financiero hostil. Al mismo tiempo, un frente interno, constituido por algunos cientos de opositores “contra-revolucionarios”, permanecía en prisión por decisión del gobierno, sin proceso judicial.
En junio de 1980, explotó una bomba durante una movilización del New Jewel Movement en el Parque Queens, provocando la muerte de tres jóvenes mujeres. La situación se fue agudizando. Estados Unidos ya no ocultaba su intención de invadir la isla. Y como en toda acción militar, necesitó crear un clima político propicio que debilitase al enemigo. Maurice Bishop, el querido dirigente revolucionario, tenía que ser eliminado. Todavía no se ha comprobado si la CIA instrumentalizó su asesinato mediante la infiltración. Pero es notorio que el servicio de inteligencia, al tanto de lo que pasaba en el seno del New Jewel Movement, aprovechó las discrepancias internas para sus propósitos militares.
La mayoría de la dirección del partido quería establecer la dirección colectiva, para combatir el culto a la personalidad. Maurice Bishop y sus ministros George Louison, Unison Whiteman y Jaqui Creft estaban en contra de una dirección colectiva. Bernhard Coard, el viceprimer ministro, estaba propulsándola. Dispuso el arresto domiciliario de Bishop.
Al trascender la noticia en St. George’s, los jóvenes abandonaron sus clases al grito de “No Bishop, no school”, mientras que los obreros portuarios decretaban la huelga. El 19 de octubre de 1983, a las once horas, una multitud que incluía a los trabajadores cubanos del aeropuerto, agitando carteles con la consigna “Queremos a Bishop. No a Coard”, logró liberar a Bishop, acompañándolo luego hasta Fort Rupert, el cuartel del ejército.
A las trece horas se escucharon disparos de armas automáticas. Por la noche, Radio Free Granada informó que un consejo militar tomó el poder y que decretó el toque de queda.
LA MUERTE DE BISHOP
Hay distintas versiones sobre lo sucedido en Fort Rupert. Coard -que a esa altura de los acontecimientos había perdido su batalla por el poder- alega que Bishop y sus quince compañeros resultaron muertos luego de un intercambio de disparos. “Pero del lado de Coard no hubo muertos”, afirma Louison, convencido de que fueron ejecutados por orden de Coard.
Sin embargo, hasta hoy en St. George’s no creen que se haya tratado de una conspiración. “No tenemos pruebas para esta teoría”, dice Cletus St. Paul, en aquel entonces jefe de seguridad de Bishop. Aunque pudo escuchar la voz de un general que exclamó: “Misión cumplida”, apenas se apagaron los ecos de los disparos de aquel 19 de octubre.
Con la excusa de la ejecución, el gobierno de Estados Unidos trató de justificar su intervención. La vida de 600 ciudadanos estadounidenses estaba en peligro, adujo. Pero Tom Adams, presidente de Barbados y uno de los principales propulsores de la invasión, reconoció en una conferencia de prensa que ya el 15 de octubre, es decir cuatro días antes, Estados Unidos planificó una acción militar conjunta. Y el embajador norteamericano en París reveló, en una entrevista televisiva, que la decisión de invadir había sido tomada dos semanas antes.
Seis días después, la ciudad de St. George’s fue bombardeada desde aviones, helicópteros y buques de guerra. Luego de tres días de una lluvia de bombas, 7.300 marinos y paracaidistas invadieron la isla. Se registraron 88 muertos y más de 500 heridos. El presidente Ronald Reagan declaró: “Llegamos apenas a tiempo para evitar la ocupación de Granada por los cubanos”.
El argumento del “peligro cubano” se desvaneció al día siguiente: los trabajadores cubanos, que construían el aeropuerto bajo la dirección de una empresa inglesa, se rindieron. Tampoco encontraron depósitos de armamento pesado. Los periodistas recabaron testimonios de estudiantes norteamericanos, quienes nunca se sintieron en peligro y se resistían a abandonar la isla.
OCUPACION NORTEAMERICANA
Las Naciones Unidas condenó la invasión, pero políticamente la victoria fue de Estados Unidos: se presentó ante la población granadina como el poder que impuso el orden y prometió justicia.
Las fuerzas de ocupación pusieron en libertad a los presos, entre ellos a los hermanos Buhdhall, condenados por el atentado en el Parque Queens donde murieron las tres mujeres. Más adelante fueron indultados.
Detuvieron a tres mil personas, internándolas en campos para prisioneros. Casi no encontraron resistencia: el ejército granadino contaba con 800 soldados, muchos de los cuales ya habían desertados. La revolución fue liquidada anteriormente, dice Peter David: “La sociedad estaba paralizada”.
Casi nadie protestaba por la notoria violación de los derechos humanos. A los integrantes del comité central del New Jewel Movement se les cambió el estatuto de prisioneros de guerra por el de presos políticos, para disminuir sus derechos. Fueron trasladados a centros de detención clandestinos y torturados hasta obtener sus firmas en las “confesiones”.
Durante semanas nadie pudo verlos, ni familiares ni abogados. Diecisiete de ellos fueron inculpados por asesinato y en el juicio, el tribunal aceptó las “confesiones” como pruebas. Muchos documentos desaparecieron de los expedientes antes que llegaran al tribunal. Las tropas invasoras incautaron los protocolos del comité central y el registro de entrada en Fort Rupert, donde acontecieron los crímenes.
Y se negaron a entregarlos a los jueces a pesar de que fueron reiteradamente solicitados.
Un tribunal especial los condenó a morir en la horca, sentencia que sería luego conmutada por la de cadena perpetua por el gobierno granadino.
Hoy, veinte años después de la invasión, aún no ha sido registrada la sentencia por escrito, ni se ha publicado el informe de la Comisión por la verdad, que el gobierno creó el año 2000. Tampoco se ha obtenido de las autoridades norteamericanas la revelación del lugar donde se encuentra el cadáver de Maurice Bishop.
Se completó la construcción del aeropuerto internacional y se agregó, en el norte de la isla, una base para submarinos. Los inversionistas nunca llegaron y los isleños todavía esperan el bienestar y los puestos de trabajo prometidos.
La autoridad máxima es la reina de Inglaterra quien designa el gobernador. Granada perdió toda significación geopolítica y volvió a ser “una pequeña isla entre muchas en el Caribe”, dice el abogado Peter David.
AÑOS DE SILENCIO
El turismo no es una alternativa económica. La isla, miembro del Commonwealth, tiene precios ingleses y resulta muy cara en comparación, por ejemplo, con Cuba.
La gastronomía es inglesa y en el mercado no se puede conseguir un jugo de frutas tropicales, sólo Coca Cola. Importan alimentos en lugar de producirlos. Y el precio mundial para su principal producto de exportación, la nuez moscada, ha caído.
Coard y su gente todavía están en la cárcel. El gobierno no permite entrevistas y sólo sus familiares pueden visitarlos. “Las entrevistas amenazan nuestra seguridad nacional”, declama Lara Mc Phail, mano derecha del primer ministro.
Sola, hija de Bernhard Coard, estudió en Inglaterra y vive actualmente en Granada. Cada quince días visita a su padre. Cuenta que “se disculpó por los ‘errores políticos’ y se arrepintió por haber mantenido presa a mucha gente, durante la revolución, sin orden judicial de detención”. Pero nada dice sobre la muerte de Bishop.
En declaraciones políticas los presos se refieren a los “acontecimientos trágicos”, aducen que la situación quedó fuera de control y asumen la responsabilidad política por los “lamentables sucesos”.
Después de la muerte de Bishop, ellos integraron el consejo militar y dominaron el comité central. No obstante, son incapaces hasta hoy de explicar qué sucedió y por qué motivos.
Probablemente lo hagan cuando recuperen su libertad y deban dar la cara ante el pueblo granadino y contestar sus preguntas. Veinte años han transcurrido; tiempo excesivo para el silencio.
El odio todavía crispa el rostro de Cletus St. Paul. Maurice era su amigo y la People’s Revolution su gran amor.
Es preferible que Coard y su gente continúen presos, “por su propia seguridad”, dice, y agrega que la esposa de Coard fue liberada hace poco por razones de salud y vive en Jamaica, no en Granada. Cletus St. Paul fue el testigo principal en el juicio contra los miembros del comité central. Hoy se gana la vida como taxista y tiene la esperanza que, algún día, el aeropuerto internacional lleve el nombre de Maurice Bishop
http://www.puntofinal.cl/554/granada.htm