Como un ciempiés, Turquía no puede estar a la vez en un único sitio, lo cual es desconcertante porque estamos tratando de sacar una foto a un personaje que no deja de moverse. Estamos exigiendo a la realidad que se quede quieta un momento para que nosotros podamos pulsar el botón, y no hay manera.
El mundo no nos hace caso.
Siempre ha sido un Estado paradógico, con muchas caras distintas, de modo que si enfocamos hacia un lado vemos algo distinto que del otro, y todas esas caras son igualmente reales.
En 1920, al mismo tiempo que el sultán de Constantinopla (Estambul) firmaba la capitulación (Tratado de Sevres) ante las potencias vencedoras (Francia, Gran Bretaña, Italia), Mustafá Kemal se alzaba en armas contra contra unos (imperialistas) y otros (sultán).
Un país moría (un imperio) y nacía otro (una república). Pocas veces en la historia se ha visto algo parecido en tan poco espacio de tiempo: la capitulación de Sevres suponía que Turquía dejaba de ser una potencia imperialista y se convertía en una colonia.
Se pueden encontrar tantos contrastes como se quieran, pero lo más destacado es que la nueva Turquía siguió siendo un Estado sorprendentemente contradictorio. Así, al mismo tiempo que el gobierno de “Ataturk”exterminaba en el Mar Negro a la dirección del recién fundado Partido Comunista, colaboraba con la también naciente URSS en la guerra civil contra los imperialistas en el Cáucaso.
Desde entonces hasta ahora, es difícil encajar a Turquía en ningún esquema preconcebido y los intentos que se hacen acaban en chapuzas lamentables. Entonces, en lugar de tirar el esquema a la basura, lo más sencillo es responsabilizar a Turquía, que se nos va de las manos como si tratáramos de vaciar el agua del mar con ellas.
Pero es un error suponer que nuestras dificultades proceden de que Turquía es un caso especial, una excepción en el mundo. En absoluto. Lo que no acabamos de entender es el imperialismo, que tratamos como la “cosa en sí”kantiana, en la que a un lado están las grandes potencias y al otro los países dependientes.
También suponemos que los primeros se reparten a los segundos del mismo modo que los comensales se reparten la comida. Pues no. El caso de Turquía en 1920 lo que demuestra es que el gran manjar del imperialismo son las propias grandes potencias.
Tras la Primera Guerra Mundial, que fue una guerra imperialista, la URSS (que aún no llevaba este nombre) favoreció que Turquía sobreviviera como Estado independiente, gracias a una serie de tratados firmados entre ambos países en los que por primera vez aparecía en la historia un principio fundamental: la autodeterminación, que es tanto la independencia como la igualdad entre todos los países del mundo, algo opuesto a la propia esencia del imperialismo.
Lo mismo podemos decir de Alemania en 1945, tras el final de otra guerra mundial, cuando los imperialistas trataron de imponer el Plan Morgenthau para repartirse el país, convertirlo en un protectorado e imponer una ocupación militar permanente.
Todos los países tienen cien caras y Turquía tiene mil.
En la misma medida que cualquier otro país capitalista desarrollado, marcha de forma acelerada, como había previsto Lenin, hacia el fascismo, la represión y la militarización del país.
Ninguna organización revolucionaria puede esperar del gobierno de Ankara nada diferente.
No hay nada que sorprenda, por lo que los revolucionarios deberían estar preparados para cualquier carnicería, tanto si Erdogan logra mantenerse, como si triunfa el golpe de Estado de la OTAN.
¿Qué es lo que está cambiando?, ¿hacia dónde van los acontecimientos? Hacia una clara basculación de la correlación de fuerzas en Siria, en Oriente Medio y en los Balcanes que, además de socavar los fundamentos de la OTAN, también está afectando a la Unión Europea.
En la reciente visita a Ankara de Viktor Orban, presidente de Hungría, un personaje reaccionario muy parecido a Erdogan, ha dicho algo que tiene que sorprender necesariamente porque representa a un país que forma parte de la Unión Europea: ha dado la razón a Turquía públicamente en la pelea que mantiene con Alemania.
Es una declaración de intenciones que puede llevar muy lejos: o bien a una fractura de la Unión, o bien a que Alemania haga concesiones (y no sólo a Turquía). Lo más probable es que se produzcan ambas cosas a la vez porque las concesiones no sólo procederán de Alemania sino de toda la Unión, lo cual no podrá evitar que se siga fraccionando.
Los acontecimientos no sólo conciernen a Hungría sino a varios países de los Balcanes, incluidos aquellos, como Rumanía o Bulgaria, que han dado más muestras de servilismo hacia la OTAN, hasta el punto de admitir la instalación de tropas y bases de misiles dirigidos contra Rusia.
Cuando un revolucionario se echa a la mar necesita saber tanto el lugar hacia el que se dirige, como la dirección que toma el viento.
De lo contrario acabará donde menos se lo espera.
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