EVA GOLINGER – Según estadísticas, una de cada dos mujeres ha sido víctima de la violencia sexual. En muchos casos, esa violencia se ha repetido más de una vez durante su vida.
Entre la violación, el abuso y el acoso, los crímenes sexuales son múltiples y suelen ser silenciados.
A la mujer, la sociedad la imputa responsabilidad por ser víctima (“ella lo buscó”), y en la mayoría de los casos, las autoridades no responden con mano dura contra los criminales, ni ofrecen la ayuda psicológica que necesita la víctima para volver a la normalidad y sentirse segura en su vida.
Yo fui criada por una madre quien fue víctima de la violencia sexual y el abuso durante toda su niñez. Nadie nunca la protegió ni la ayudó frente a esa terrible y traumática situación.
Afortunadamente, es una mujer fuerte, quien se salvó sola y logró superar su trauma y salir adelante con su vida, convirtiéndose en una persona extraordinaria con una inmensa capacidad de amor, y una inteligencia y fortaleza que la ha llevado a enfrentar grandes obstáculos y vencer.
Ella es, y siempre será, mi inspiración y mi heroína.
Desde muy joven, mi madre me enseñó la necesidad de saberse defender en todos los escenarios: físicos, sentimentales y profesionales. Me metió en clases de Tae Kwon Do a los cinco años.
Llegué a cinturón verde. Cuando era adolescente, me llevó a aprender a disparar armas, y aunque nunca las tuvimos en casa, siempre pensaba que era un conocimiento necesario para situaciones inesperadas.
Cuando estaba en la universidad, hice estudios sobre la violencia contra la mujer, escribí ensayos sobre el tema y hasta logré obtener una certificación oficial como consejera para víctimas de la violencia sexual.
Luego trabajé como voluntaria en una línea telefónica para mujeres víctimas de la violación y otra violencia sexual.
Tomé más clases de auto-defensa personal y aprendí todas las tácticas de defensa frente a un ataque físico. Luego, como abogada, trabajé un tiempo ayudando a mujeres víctimas de la violencia doméstica.
Cuento esta historia personal, porque a pesar de todo mi conocimiento y trabajo con el tema de la violencia contra mujeres, igual fui víctima.
Hace unos días, cuando se anunció la detención en Colombia de Yonny Bolívar, hombre buscado por la justicia venezolana por asesinar a la joven Adriana Urquiola en febrero 2014, sentí un fuerte alivio que me impulsó a soltar por Twitter algo que nunca había hecho público:
Yo fui víctima de Yonny Bolívar. Admito que no medí bien el impacto de mis palabras en un espacio que solo permite resumir en 140 caracteres un tema doloroso y complejo, y que hoy ha sido manipulado, malentendido y distorsionado por diversas agendas políticas.
He visto mis palabras tomadas fuera del contexto, tergiversadas y hasta publicadas en reportajes en primera plana de periódicos que ni siquiera hicieron un trabajo periodístico de contactarme para indagar sobre el tema. Cada uno inventa lo que mejor le conviene.
Esta batalla la conozco muy bien, es una parte de la guerra mediática que ha destruido al periodismo de investigación para reemplazarlo con el sensacionalismo y la superficialidad.
No escribo mi historia ahora para responder a los manipuladores de siempre. No. Lo hago porque me di cuenta entre todo este escándalo que se ha creado, en donde hasta me han acusado de ser cómplice del asesinato de Adriana por no hacer público lo que Bolívar me hizo a mi antes, que finalmente, aún seguía siendo su víctima.
Y también lo hago para que otras se sientan con la fuerza de hacerlo, porque estoy segura que somos muchas las que hemos sufrido la violencia de ese psicópata. Y más que todo, lo hago para levantar mi voz en solidaridad con la madre de Adriana Urquiola, quien sufre el peor dolor posible, el de perder a su hija y nieto a manos de un violento criminal. Por ella, y ellos, demandamos justicia.
Yo nunca conocí a Yonny Bolívar personalmente.
Una noche en el año 2008, estaba en casa de unos amigos cuando sonó mi teléfono. Era un número que no conocía, pero igual contesté. La voz del otro lado del aparato me sonaba familiar, decía que era un ministro y me llamaba a sugerencia del Presidente. (Y para respetar su privacidad, y porque finalmente la personal real no tuvo nada que ver con lo que pasó, no voy a revelar su nombre.
Y tampoco tuvo que ver el Presidente.)
En principio lo escuché con cautela, pero realmente en esa época no era tan raro que me llamaban personas del alto gobierno, y entonces no dudaba de su identidad. Me dijo que me había visto la noche anterior en televisión en La Hojilla, y estando en ese momento con el Presidente, le sugirió contactarme para ayudarle con un tema legal delicado.
Me dijo que necesitaba alguien de plena confianza quien además de tener conocimiento jurídico internacional, tenía que saber manejarse con discreción. Y en eso había salido mi nombre, y por eso me llamaba.
Me dijo que me llamaría en unos días para explicar mejor la situación para ver si le podía ayudar. Colgamos el teléfono. A mi parecer en ese momento, no había nada sospechoso.
Unos días después me volvió a llamar. Esta vez me habló con más confianza y detalle, contándome la naturaleza de su solicitud. Su hijo estaba preso por haber matado a alguien en un accidente de tránsito y el caso estaba vinculado con un asunto internacional lo cual requería de una ayuda especializada.
Me dijo que todo se tenía que manejar con mucha discreción para no convertirlo en un escándalo mediático. Yo, siendo abogada ante todo, entendí perfectamente y acepté el caso.
Me pidió reunirme cara a cara con su hijo y prometió encargarse de mi traslado y estadía. Según lo que me contaba, su hijo se encontraba en la cárcel en San Juan de los Morros, estado Guárico, varias horas de Caracas donde yo vivía.
En principio imaginé que él me iba a acompañar.
Me volvió a llamar durante varias días para coordinar los detalles de mi visita y conversamos largos ratos. Una vez me entró la duda porque me llamaba mucho y quería hablar de temas personales, y hasta se me pasó por la cabeza pensar, ¿cómo puede ser que este tipo es ministro y con tanto tiempo libre para llamarme?
Lamentablemente, la intuición y la lógica no ganan siempre, y a veces creemos en algo simplemente porque pensamos que es imposible que no sea cierto.
Finalmente acordamos una fecha para mi visita a su hijo en la cárcel de San Juan de los Morros. Desafortunámente, me dijo, él no me iba a poder acompañar porque tenía una tarea con el Presidente ese día, pero no me preocupara, todo estaría arreglado.
Hasta me hizo una reserva en un hotel cerca a la cárcel para poder llegar y descansar la noche antes de la visita. Me pidió llevar ropa no llamativa, unos jeans y una camisa grande, con mi cabello recogido. Era para cuidarme, decía, para no llamar la atención a otros presos o a la guardia. Todo tenía su lógica, todo tenía su razón.
Hice mi maletica y estaba lista para irme cuando me sonó el teléfono de nuevo. Esta vez no era él sino un comisario de la DISIP. “Doctora Golinger, ¿usted va para San Juan de los Morros?” Me quedé callada frente a su pregunta porque supuestamente mi visita tenía que ser secreta.
Cómo sabían, pensé. “Doctora, sabemos que hay una reserva bajo su nombre en un hotel en San Juan de los Morros. ¿Usted va allá?”
Ahora no tenía salida, ya sabían del hotel y eso me parecía raro. “Sí”, respondí. “¿Cómo saben?” Lo que vino después me cayó como una piedra de mil toneladas, y me dejó con un susto como nunca en mi vida había experimentado.
Esto fue lo que me dijo el comisario:
“La persona que te llamaba y arreglaba tu visita a la cárcel en San Juan de los Morros es un preso que usurpa identidades. Se llama Yonny Bolívar.
El maneja una red afuera de la cárcel que le facilitan las cosas. A través de sus múltiples identidades falsas, él consigue los teléfonos de mucha gente, y hasta tiene chantajeado a muchas personas del gobierno.
En este caso, en el hotel donde ibas a llegar hay personas que trabajan con él, y en el desayuno te iban a drogar con burundanga y luego llevarte a la cárcel, donde él te iba a violar y hacerte cualquier otra cosa.”
“¿Pero cómo lo sabían?” pregunté. “¿Ha sucedido antes?”
“Sí”, contestó el comisario. “Ya lo ha hecho a varias mujeres de la televisión. Lo acaba de hacer a una de un canal público. La metió en la cárcel y la violó. Ella logró regresar a Caracas, pero no recuerda nada.”
Yo fui la que se salvó, gracias a la operación de seguimiento de la DISIP. No dudaba que me iba a violar y después dejar por muerta. Luego me ayudaron hacer la denuncia formal, me cambiaron el teléfono y unos meses después me volvió a llamar el comisario.
“Doctora Golinger, quiero que sepas que a través de tu denuncia y las de otras, se ha logrado agregarle más tiempo a la sentencia de Yonny Bolívar. Y lo trasladaron a la cárcel en el Dorado.” Yo sentí un alivio pensando que ese psicópata iba a estar preso para un largo tiempo y no me molestaría más. Pero me equivoqué.
Dos años después, un día en el 2010, luego del viaje a Uruguay donde acompañé al Presidente Chávez a la toma de posesión del Pepe Mujica, me llamó alguien que decía era de Miraflores, un ayudante de la entonces ministra del despacho.
Se presentó por teléfono como el “Capitán Bolívar”. Me llamaba para cuadrar una reunión con la ministra, me dijo, para discutir un tema que yo tenía pendiente con el Presidente. De nuevo, no era extraño para mi recibir una llamada así y entonces, le dije que por supuesto estaba a su orden.
Me pidió el pin del teléfono para ponernos de acuerdo sobre la hora de la reunión. Se lo di sin pensarlo dos veces. Poco después, entró su invitación a mi pin, y lo acepté.
Me llamó de nuevo para coordinar nuestra reunión para el día siguiente a las 8:30am. Iba a enviar un carro para buscarme. Todo estaba confirmado.
En la tarde, recibí un mensaje de su pin, de esos que son de cadena. Pero éste era raro, porque era un chiste sobre unos delincuentes, pero finalmente estaba a favor de los delincuentes. Algo en mi decía que no estaba bien.
Por fin escuché mi intuición y comencé a llamar a mis amigos en Miraflores. Afortunádamente conocía bien no solamente a la ministra, sino a gran parte de su equipo y también a los militares que trabajaban con el Presidente. Llamé a varias personas y nadie conocía a un Capitán Bolívar que trabajaba allí.
De repente recordé la terrible experiencia anterior y me di cuenta que él me había conseguido de nuevo, y tal como antes, casi me logró secuestrar y violar. Y seguramente esta vez me iba a matar para hacerme pagar por denunciarlo.
Avisé a todos en la presidencia, incluyendo a la seguridad presidencial, que el tipo andaba usurpando identidades del despacho para cometer graves crímenes. Intenté denunciarlo de nuevo pero ya lo había borrado de mi pin y no tenía ninguna evidencia concreta de su nuevo intento de hacerme daño más allá de mi palabra.
No entendí como era posible que ese personaje había logrado montar una operación de nuevo para secuestrarme y violarme estando preso y ya denunciado por varias personas. ¿Acaso que era tan fácil tener blackberrys y acceso a carros dentro de la cárcel?
A pesar de lo que mucha gente puede pensar de mi por ser figura pública y cercana al gobierno venezolano, nunca tuve un poder especial para imponer una sentencia más fuerte a Yonny Bolívar.
Nunca me dieron un trato privilegiado en el sistema legal venezolano para mis denuncias contra él, ni hicieron seguimiento conmigo después de haber pasado por esas situaciones tan terribles.
Vivía con el miedo de que me iba a conseguir de nuevo, y la próxima vez, nadie me iba a salvar. Y yo vivía sola todos mis años en Venezuela, sin nadie para cuidarme sino yo misma. Fui una víctima de Yonny Bolívar, como muchas otras, aunque fui afortunada porque conmigo nunca logró su objetivo.
Cuando supe del papel de Yonny Bolívar en el asesinato de Adriana Urquiola no lo podía creer. Pensaba que estaba preso aún, y para un largo rato más.
Me entró un susto enorme pensar que podría estar suelto y ahora involucrado en el asesinato de otra periodista. Su modus operandi siempre ha sido secuestrar, violar y matar a mujeres periodistas y figuras públicas de la televisión venezolana.
¿Cómo logró salir de la cárcel tan rápido?
¿Porqué no le hacían seguimiento, conociendo sus antecedentes criminales y violentos?
La verdad es que no me sorprende mucho que Yonny Bolívar haya salido de la cárcel antes de cumplir su sentencia.
Tampoco sorprende saber que manejaba mucho dinero y propiedades, y hasta credenciales oficiales en diferentes momentos. El tipo es un psicópata que usurpa identidades, es un criminal de alto nivel que logra chantajear y engañar a los más poderosos.
Y es un violador y un asesino que merece la máxima pena posible. El no es de las personas que se pueden rehabilitar, es un criminal innato, un delincuente de los peores, un depredador sexual que más nunca debe sentir la libertad.
Yonny Bolívar le robó la vida de Adriana Urquiola y su bebé, a otras las violaron a sus cuerpos, a mi me quitó mi seguridad.
Yo no hice pública esta terrible experiencia antes, no porque soy cómplice de alguien crimen o porque no quería ir en contra del gobierno.
Yonny Bolívar no es chavista ni es ni ha sido nunca apoyado por el chavismo ni por la revolución.
Sus crímenes no son la responsabilidad del Presidente, sino de él mismo, y es él quien debería pagar por todo lo que ha hecho.
Las fallas en el sistema que han permitido salir un tipo como él tienen que ser investigadas y corregidas – son inaceptables – pero lo que ha hecho Yonny Bolívar no es por política, es porque es un criminal sin salvación.
No, no hice pública mi experiencia personal porque como a muchas mujeres que somos víctimas de la violencia, me daba pena. Me daba vergüenza por haber caído en su trampa, y más aún porqué yo hubiese sabido mejor, no me hubiese dejado engañar.
Ahora sé que el único culpable en esta historia se llama Yonny Bolívar, y él es quien debe pagar por todos sus crímenes.
Yo más nunca seré su víctima.